VIA CRUCIS
con meditaciones del Cardenal Gualterio Bassetti Arzobispo de Perugia y Padre Pío de Pietrelcina
“Me mirarán a mí, a Aquel que han traspasado” (Zc. 12,10)
¡se cumplen también en nosotros las palabras proféticas de Zacarías! La mirada se eleva de nuestras infinitas miserias para fijarse en El, Cristo Señor, Amor Misericordioso. Entonces podremos encontrar su rostro y oír sus palabras: “Te he amado con amor eterno” (Jer. 31,3). El, con su perdón, borra nuestros pecados y nos abre el camino de la santidad, sobre el cual abrazaremos nuestra cruz, junto a Él, por amor a los hermanos. La fuente que ha lavado nuestro pecado se volverá para nosotros “un manantial de agua que brotará hasta la vida eterna”. (Jn. 4, 14).
Eterno Padre,
A través de la Pasión de tu dilecto Hijo
Has querido revelarnos tu corazón y donarnos tu misericordia
Haz que, junto a María, suya y nuestra Madre,
Sepamos acoger y custodiar siempre el don del amor.
Ella sea, Madre de la Misericordia,
Quien te presente las plegarias que elevamos por nosotros y por toda la humanidad,
A fin de que la gracia de este Vía Crucis alcance cada corazón humano
Y le infunda nueva esperanza,
La esperanza indefectible que se irradia desde la Cruz de Jesús,
Que vive y reina contigo
En la unidad del Espíritu Santo
Por los siglos de los siglos. Amen.
I ESTACIÓN: Jesús es condenado a muerte
Te adoramos, Cristo y te bendecimos
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo
Pilato les decía: “¿Qué mal ha hecho?”. Pero ellos gritaron más fuerte: “¡Crucificadlo!”. Pilato, queriendo satisfacer a la multitud, pone en libertad a Barrabás y después de haber hecho flagelar a Jesús, lo entregó para que fuera crucificado. (Mc. 15: 14-15)
Pilato se encuentra delante de un misterio que no llega a comprender. Busca una solución y llega, tal vez, hasta el umbral de la verdad. Pero elige no abordarla. Entre la vida y la verdad, elige su propia vida. La multitud elige a Barrabás y abandona a Jesús. La multitud quiere la justicia en la tierra y elige al justiciero: aquel que podría liberarlos de la opresión y del yugo de la esclavitud. Pero la justicia de Jesús no se cumple con una revolución: Pasa a través del escándalo de la cruz. La multitud y Pilato, de hecho, están dominados por una sensación interior que es común en todos los hombres: el miedo. El miedo de perder las propias seguridades, el propio bien, la propia vida. Pero Jesús elige otro camino.
De los escritos de Padre Pío:
No daremos nunca un paso en la virtud, si no estudiáramos vivir en una santa e inalterable paz. (Ep. I, 268,607).
Señor Jesús,
¡Cómo nos sentimos parecidos a estos personajes,
Cuánto miedo hay en nuestra vida!
Tenemos miedo a lo diferente,
A lo extranjero, al inmigrante.
Tenemos temor al futuro,
A los imprevistos, a la miseria.
Cuánto miedo en nuestras familias,
En los ambientes de trabajo, en nuestras ciudades…
Y tal vez tenemos miedo también de Dios:
El miedo al juicio divino
Que nace de la poca fe,
Del desconocimiento de su corazón,
De la duda de su misericordia.
Señor Jesús,
Condenado por el miedo de los hombres,
Libéranos del miedo a tu juicio.
Para que la pena de muerte sea abolida en cada país del mundo: Padre Nuestro
II ESTACIÓN: Jesús es cargado con la cruz
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos
Porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo
Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto de púrpura y le pusieron de nuevo sus vestiduras. Luego lo hicieron salir para crucificarlo. (Mc. 15:20)
El miedo ha dictado la sentencia, pero no puede revelarse y se esconde detrás de las actitudes del mundo: burla, humillación, violencia y desprecio. Ahora Jesús es vestido con sus ropas, de su sola humanidad, dolorosa y sangrante, sin ningún “púrpura”, ni otro signo de su divinidad. Y como tal, Pilato lo presenta: “¡Ecce homo!” (Jn. 19:5). Esta es la condición de cualquiera que siga la secuela de Cristo. El cristiano no busca el aplauso del mundo o el consenso en las plazas públicas. El cristiano no adula y no dice mentiras para conquistar el poder. El cristiano acepta la burla y la humillación que derivan del amor, de la verdad. “¿Qué es la verdad?” (Jn. 18:38), le había preguntado Pilato a Jesús. Esta es la pregunta de todo tiempo. Es la pregunta de hoy. Esta es la verdad: la verdad del Hijo del hombre predicho por los Profetas (cfr Is. 52: 13-53, 12), un rostro humano transfigurado que desvela la fidelidad de Dios.
De los escritos de Padre Pío:
Jesús quiere agitarlos, sacudirlos, golpearlos como el grano, a fin de que vuestro espíritu llegue a la limpieza y purificación que El desea. ¿Podría el grano volver a colocarse en el granero si no está limpio de toda cizaña y mala hierba? ¿Puede el lino conservarse en la casa del patrón si antes no se vuelve cándido? Es así también como debe ser el alma elegida. (Ep. II, 4, p. 68).
Señor, has proclamado bienaventurados a los perseguidos por tu Nombre:
Sostiene y alegra a los cristianos hostigados en el mundo.
Has profetizado a tus enviados la persecución:
Mantiene la iglesia vigilante y preparada para la prueba.
Has pedido a tus discípulos amar a los enemigos:
Haz que los que creen en ti oren por sus perseguidores.
Has revelado que la semilla que muere da fruto:
Ayuda a los perseguidos a aceptar gozosamente morir por ti.
Porque logremos compartir nuestras riquezas con el pobre, el dolor con quien sufre: Ave María
III ESTACIÓN: Jesús cae por primera vez bajo la cruz
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo
También él ha cargado con nuestros sufrimientos, se ha hecho cargo de nuestros dolores; y nosotros lo juzgábamos castigado, rechazado por Dios y humillado. Maltratado, se dejó humillar y no abrió su boca; era como el cordero conducido al matadero, como la oveja muda ante el que la esquila y no abrió su boca. (Is. 53: 4-7)
Hemos llegado al punto extremo de la encarnación del Verbo. Pero hay un punto todavía más bajo: Jesús cae bajo el peso de esta cruz. ¡Un Dios que cae! En esta caída está Jesús que le da sentido al sufrimiento de los hombres. El sufrimiento para el hombre es a veces un absurdo presagio de muerte. Hay situaciones de sufrimiento que parecieran negar el amor de Dios. ¿Dónde está Dios en los campos de exterminio? ¿Dónde está Dios en las minas y las fábricas donde trabajan como esclavos los niños? ¿Dónde está Dios en las balsas del mar que zozobran en el Mediterráneo? Jesús cae bajo el peso de la cruz, pero no permanece aplastado. Ahí está Cristo. Descarte entre los descartes. Último con los últimos. Naufrago entre los náufragos. Pero aun así Dios es fiel a sí mismo: fiel en el amor.
De los escritos de Padre Pío
¡Oh! Hijita dilectísima de Jesús, si fuera por nosotros, caeríamos siempre y nunca permaneceríamos en pie; y por eso, humíllate en el pensamiento dulcísimo de estar en los divinos brazos de Jesús (Ep. II, lect. 2, p. 63).
Te rogamos, Señor,
Por todas las situaciones de sufrimiento que parecen no tener sentido,
Por los judíos muertos en los campos de exterminio,
Por los cristianos asesinados por el odio a la fe,
Por las víctimas de toda persecución,
Por los niños que son esclavizados en el trabajo,
Por los inocentes que mueren en las guerras.
Haznos entender, Señor,
Cuánta libertad y fuerza interior hay
En esta inédita revelación de tu divinidad,
Tan humana como para caer
Bajo la cruz de los pecados del hombre,
Tan divinamente misericordiosa hasta llegar a derrotar el mal que nos oprimía.
Para que no nos dejemos arrastrar en lógicas de ventajas: Padre Nuestro
IV ESTACIÓN: Jesús encuentra a su Madre
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo
Simeón lo bendijo y a María, su madre, le dijo: “Este, Él está aquí para la ruina y la resurrección de muchos en Israel y como signo de contradicción – y a ti una espada te traspasará el alma – a fin de que sean revelados los pensamientos de muchos corazones”. Su madre guardaba todas estas cosas en su corazón. (Lc. 2: 34-35, 51).
María es esposa de José y madre de Jesús. Ayer, como hoy, la familia es el corazón palpitante de la sociedad; amor para siempre que salvará al mundo. María es mujer y madre. Genio femenino y ternura. Sabiduría y caridad. María, como madre de todos, “es signo de esperanza para los pueblos que sufren los dolores del parto”, es “la misionera que se acerca a nosotros para acompañarnos en la vida” y, “como una verdadera madre, camina con nosotros, combate con nosotros, e infunde incesantemente la cercanía del amor del Dios” (Exhortación apostólica Evangelii gaudium, p. 286).
Oh, María, Madre del Señor,
Tú fuiste para tu divino Hijo el primer reflejo de la misericordia de su Padre,
Aquella misericordia que en Canaá le pediste que manifestara.
Ahora que tu Hijo te revela el Rostro del Padre
Hasta las consecuencias extremas del amor,
Te quedas, en silencio, sobre sus huellas, primera discípula de la cruz.
Oh, María, Virgen fiel,
Protege a todos los huérfanos de la Tierra,
Protege a todas las mujeres que son objeto de explotación y de violencia.
Suscita mujeres con coraje por el bien de la Iglesia.
Inspira a cada madre a educar los propios hijos en la ternura del Amor de Dios,
Y en la hora de la prueba,
A acompañar su camino con la fuerza silenciosa de la fe.
Para que las familias no sufran más por motivo de la guerra: Ave María
V ESTACIÓN: Jesús es ayudado por Simón de Cirene a llevar la cruz
Te adoramos, Cristo y te bendecimos
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo
Obligaron a llevar su cruz a uno que pasaba, un cierto Simón de Cirene, que venía del campo, padre de Alejandro y Rufo. Condujeron a Jesús al lugar del Gólgota, que significa “lugar del cráneo”. (Mt. 15: 21-22)
El sufrimiento, cuando golpea a nuestra puerta, jamás espera. Aparece siempre como una obligación, a veces hasta como una injusticia. Esta tribulación no deseada, golpea con prepotencia al corazón del hombre. El Cireneo nos ayuda a entrar en la fragilidad del alma humana y pone al descubierto otro aspecto de la humanidad de Jesús. Hasta el Hijo de Dios ha tenido la necesidad de ser ayudado por alguien a llevar la cruz. ¿Quién es, por lo tanto, este Cireneo? Es la misericordia de Dios que se hace presente en la historia de los seres humanos.
De los escritos de Padre Pío
Tienen todas las razones para asustarse si ustedes quieren medir la batalla con vuestras fuerzas, pero saber que Jesús no los deja ni por un instante, debe ser un estado de suma consolación. (Ep. II, 46, p. 305)
Señor Jesús,
Te agradecemos por este don que supera cada expectativa
Y nos revela tu misericordia.
Tú nos has amado no solo hasta el punto de darnos la salvación,
Sino hasta hacernos instrumentos de salvación.
Mientras tu cruz da sentido a cada una de nuestras cruces,
Se nos es dada la gracia suprema de la vida:
Participar activamente en el misterio de la redención,
Ser instrumento de salvación para nuestros hermanos.
Por los misioneros, cireneos en cada parte del mundo: Padre Nuestro
VI ESTACIÓN: La Verónica seca el rostro de Jesús
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo
No tiene forma ni hermosura que atraiga nuestras miradas, sin un aspecto que pudiera agradarnos. Despreciado y desechado por los hombres, abrumado de dolores y habituado al sufrimiento, como alguien ante quien se aparta el rostro; tan despreciado, que lo tuvimos por nada. (Is. 53: 2-3)
Tendemos instintivamente a huir del sufrimiento. Cuántos rostros desfigurados por las aflicciones de la vida vienen a nuestro encuentro y demasiado frecuentemente miramos hacia otro lado. ¿Cómo no ver el rostro del Señor en el de millones de prófugos, refugiados y desposeídos que huyen desesperadamente del horror de las guerras, de las persecuciones y de las dictaduras? Por cada uno de ellos, con su rostro irrepetible, Dios se manifiesta siempre como un socorrista valeroso. Como la Verónica, la mujer sin rostro, que secó amorosamente el rostro de Jesús.
De los escritos de Padre Pío
Nosotros cristianos somos doblemente imagen de Dios, por naturaleza, es decir, en cuanto hemos sido dotados de intelecto, de memoria y de voluntad; y por gracia, en cuanto hemos sido santificados por el bautismo, queda impresa en nuestra alma la bellísima imagen de Dios. Sí, mi querida, la gracia santificante imprime tanto así la imagen de Dios en nosotros, que nos volvemos casi un Dios también nosotros por participación; y para servirme de la bellísima expresión de San Pedro: “somos partícipes de la naturaleza divina” (Ep. II, lect. 33, p. 233-234)
“¡Busco tu rostro, Señor!”
Ayúdame a encontrarlo entre los hermanos que recorren
El camino del dolor y la humillación.
Haz que yo sepa secar las lágrimas
Y la sangre de los vencidos de todo tiempo,
De cuantos la sociedad rica
E indiferente descarta sin escrúpulo.
Haz que detrás de cualquier rostro
Aun de aquel del hombre más abandonado,
Yo pueda descubrir tu rostro de belleza infinita.
(cfr. Sal. 27:8)
Para quien obra en bienvenida y asistencia del prójimo: Ave María
VII ESTACIÓN: Jesús cae por segunda vez
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo
Él ha sido traspasado por nuestras culpas, aplastado por nuestras iniquidades. El castigo que nos da salvación ha caído sobre él; por sus llagas hemos sido curados. (Is. 53:2-3)
Jesús cae otra vez. Aplastado pero no muerto por el peso de la cruz. Una vez más Él pone al desnudo su humanidad. Es una experiencia al límite de la impotencia, de vergüenza delante de quien lo escarnece, de humillación delante de quien esperaba en él. Ninguna persona quisiera caer en tierra y experimentar el fracaso. Especialmente delante de otras personas. Con frecuencia los hombres se rebelan con la idea de no tener poder, de no tener la capacidad de llevar adelante su propia vida. Jesús, en cambio, encarna el “poder de los sin poder”. Experimenta el tormento de la cruz y la fuerza salvífica de la fe. Solo Dios puede salvarnos. Solo Él puede transformar un signo de muerte en una cruz gloriosa.
De los escritos de Padre Pío
El alma destinada a reinar con Jesucristo en la gloria eterna debe ser pulida a golpes de martillo y escalpelo, de los cuales se sirve el divino Artista para preparar las piedras, es decir, las almas elegidas. ¿Cuáles son? Hermana mía, estos golpes de escalpelo son las sombras, los temores, las tentaciones, las aflicciones de espíritu, los temblores espirituales con cierto aroma de desolación y también el malestar físico. (Ep. II, lect. 8, p. 88)
Señor Jesús,
Que has aceptado la humillación
De caer aún bajo los ojos de todos,
Te queremos no solo contemplar
Mientras están en el polvo,
Sino fijar en ti nuestra mirada,
Desde la misma posición, también nosotros en tierra,
Caídos por nuestras debilidades.
Danos la conciencia de nuestro pecado,
La voluntad de levantarnos que nace del dolor.
Dale a toda la Iglesia
La consciencia del sufrimiento.
Ofrece en particular a los ministros de la Reconciliación
El don de las lágrimas por sus pecados.
¿Cómo podrían invocar
Sobre sí o sobre los otros tu misericordia
Si no supieran primero llorar por sus propias culpas?
Por todos los que están viviendo un período de desolación: Padre Nuestro
VIII ESTACIÓN: Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo
Lo seguía una gran multitud de hombres y mujeres, que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él. Pero Jesús, volviéndose hacia ellos, dijo: “Hijas de Jerusalén, no lloren por mí, más bien lloren por ustedes mismas y por sus hijos”. (Lc. 23: 27-28)
Es el Cordero de Dios que habla y que llevando sobre sus espaldas el pecado del mundo, purifica la mirada de estas hijas, ya vueltas hacia Él, pero todavía de un modo imperfecto. “¿Qué debemos hacer?” parece gritar el llanto de estas mujeres delante del Inocente. Y la misma pregunta que la multitud había formulado al Bautista (cfr Lc. 3:10) y que repetirían después los escuchas de Pedro luego de Pentecostés (At. 2:37). La respuesta es simple y neta: “Conviértanse”. Una conversión personal y comunitaria: “Oren los unos por los otros para ser curados” (Sant. 5:16). No hay conversión sin la caridad. Y la caridad es el modo de ser Iglesia.
De los escritos de Padre Pío
Basta que el alma quiera cooperar con la divina gracia, que su belleza pueda alcanzar tal esplendor, tal hermosura, que tal hermosura pueda atraer para sí misma por amor y por estupor, no tanto los ojos de los ángeles sino del mismo Dios, según da testimonio la misma Sagrada Escritura: “El rey, es decir Dios, se ha enamorado de tu decoro”. (Ep. II, lect. 33, p. 227)
Señor Jesús,
Tu gracia sostenga nuestro camino de conversión para volver a ti,
En comunión con nuestros hermanos,
Hacia los cuales te pedimos donarnos tus propias entrañas de misericordia,
Entrañas maternas que nos hagan capaces de sentir ternura y compasión los unos por los otros,
Y de llegar también a darnos a nosotros mismos por la salvación del prójimo.
Por aquellos que en el mundo son perseguidos por causa de la fe: Ave María
IX ESTACIÓN: Jesús cae por tercera vez
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo
El, a pesar de ser de tener la condición de Dios, no ostenta el privilegio de ser como Dios, sino que se vació de sí mismo asumiendo una condición de siervo, volviéndose igual a los hombres (Fil. 2: 6-7)
Jesús cae por tercera vez. El Hijo de Dios experimenta hasta el fondo la condición humana. Con esta caída todavía entra más establecido en la historia de la humanidad. Y acompaña, en cada momento, a la humanidad sufriente. “Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mat. 28:20). Cuantas veces los hombres y las mujeres caen por tierra. Cuantas veces los hombres, las mujeres y los niños sufren por una familia dividida. Cuantas veces los hombres y las mujeres piensan haber pedido la dignidad al no tener más un trabajo. Cuantas veces los jóvenes están obligados a vivir una vida precaria y pierden la esperanza de un futuro. Es por misericordia que Dios se bajó hasta este punto, hasta yacer en el polvo del camino. Polvo bañado por el sudor de Adán y por la sangre de Jesús y de todos los mártires de la historia; polvo bendito por las lágrimas de tantos hermanos caídos por la violencia o por la explotación del hombre sobre el hombre. A este polvo bendito, ultrajado, violado y depredado por el egoísmo humano, el Señor ha reservado su último abrazo.
De los escritos de Padre Pío
Conservemos siempre una voluntad que no busque otra cosa que Dios y su gloria. Si nos esforzamos por llevar adelante esta bella virtud, aquel que se las ha enseñado los enriquecerá siempre de nuevas luces y mayores favores celestes. (Ep. I, 268, 607).
Señor Jesús,
Postrado sobre esta tierra quemante,
Estas cerca de todos los hombres que sufren
E infundes en sus corazones la fuerza para levantarse.
Te ruego, Dios de la misericordia,
Por todos aquellos que están caídos por tierra por tantos motivos:
Pecados personales, matrimonios fracasados, soledad,
Pérdida del trabajo, dramas familiares, angustia por el futuro.
Hazles sentir que Tú no estás distante de cada uno de ellos,
Porque el más cercano a Ti,
Que eres la misericordia encarnada,
Es el hombre que advierte la más grande necesidad del perdón
¡Y continúa a esperar contra toda esperanza!
Porque en las dificultades los jóvenes encuentren consuelo en el Maestro: Padre Nuestro
X ESTACION: Jesús es despojado de sus vestiduras
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo
Después lo crucificaron y se repartieron sus vestidos, echando a suertes sobre lo que cada uno tomaría (Mc. 15:24)
Es enorme la distancia que separa al Crucificado de sus verdugos. El interés mezquino por los vestidos no les permite tomar conciencia de aquel cuerpo inerte y despreciado, ridiculizado y martirizado, en el cual se cumple la divina voluntad de salvación de la humanidad entera. Aquel cuerpo que el Padre ha “preparado” para el Hijo (cfr. Sal 40,7; Heb. 10, 5) ahora expresa el amor del Hijo hacia el padre y la entrega total de Jesús a los hombres. Aquel cuerpo despojado de todo excepto del amor que encierra en sí el inmenso dolor de la humanidad y relata todas sus llagas. Sobre todo las más dolorosas: las llagas de los niños profanados en su intimidad. Aquel cuerpo mudo y sangrante, flagelado y humillado, indica el camino de la justicia. La justicia de Dios que trasforma el sufrimiento más atroz en la luz de la resurrección.
Señor Jesús,
Quisiera presentarte a toda la humanidad sufriente.
Los cuerpos de hombres y mujeres, de niños y ancianos,
De enfermos y discapacitados no respetados en su dignidad.
Cuanta violencia a lo largo de la historia de esta humanidad ha golpeado lo que el hombre tiene por encima de él,
Todo lo sagrado y bendito porque viene de Dios.
Te rogamos, Señor,
Por quien ha sido violado en su intimidad.
Por quien no toma el misterio del propio cuerpo,
Por quien no acepta o desfigura la belleza,
Por quien no respeta la debilidad y la sacralidad del cuerpo que envejece y muere.
¡Y que un día resurgirá!
Por todos los niños: Ave María
XI ESTACION: Jesús es crucificado
Te adoramos, Cristo y te bendecimos
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo
Uno de los malhechores clavados en la cruz lo insultaba: “¿No eres tú el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo y a nosotros!”. El otro, en cambio, lo reprendía diciendo: “¿No tienes ningún temor de Dios, tú que has sido condenado a la misma pena? Nosotros, justamente, porque recibimos lo que hemos merecido por nuestras acciones; el en cambio no ha hecho ningún mal”. Y dijo: “Señor, acuérdate de mí cuando entres en tu reino”. El responde: “En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso”. (Lc. 23: 39,43)
A la derecha y a la izquierda de Jesús hay dos malhechores, probablemente dos homicidas. Esos dos malhechores hablan al corazón de cada hombre porque indican dos modos diferentes de estar en la cruz: el primero maldice a Dios; el segundo reconoce a Dios sobre esa cruz. El primer malhechor propone la solución más cómoda para todos. Propone una salvación humana y tiene una mirada dirigida hacia lo bajo. La salvación para el significa escapar de la cruz y eliminar el sufrimiento. El segundo malhechor, en cambio, propone una salvación divina y tiene una mirada dirigida hacia el cielo. La salvación para el significa aceptar la voluntad de Dios también en las peores condiciones. Es el triunfo del amor y del perdón.
De los escritos de Padre Pío
Eleven siempre vuestra cruz al cielo, también en aquel momento en el cual la desolación asalta vuestro espíritu: griten fuerte con el pacientísimo Job, el cual puesto por el Señor en el estado en el cual ustedes están en el presente, gritaba al Señor: “También si tú me matas, oh Señor, en ti esperaré”. (Ep. II, lect. 55, p. 361)
Dame, oh, Crucificado por amor,
Tu perdón que olvida
Y tu misericordia que recrea.
Hazme experimentar, en cada Confesión,
La gracia que me ha creado a tu imagen y semejanza
Y que me recrea cada vez que pongo mi vida,
Con todas sus miserias,
En las manos piadosas del Padre.
Que tu perdón resuene para mí como certeza del amor que me salva,
Me hace nuevo y me permite estar contigo para siempre.
Entonces yo seré de verdad un malhechor agraciado
Y cada perdón tuyo será como probar el Paraíso, desde hoy.
Por los enfermos, especialmente los terminales, de todo el mundo: Padre Nuestro
XII ESTACIÓN: Jesús muere en la cruz
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo
Cuando fue mediodía, se hizo oscuro sobre toda la tierra hasta las tres de la tarde. A las tres Jesús gritó fuerte: “Eloí, Eloí, ¿lemá sabactáni?”, que significa: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Oyendo esto, algunos de los presentes decían: “¡A Elías llama!”. Uno corre a empapar de vinagre una esponja, la fijó en una caña y le daba de beber, diciendo: “Esperen, veamos si viene Elías a salvarlo”. Pero Jesús, dando un fuerte grito, expiró. El velo del tempo se rajó en dos, de arriba abajo. El centurión, que se encontraba frente a él, habiéndolo visto expirar de ese modo, dijo: “¡En verdad este hombre era el Hijo de Dios!”. (Mc. 15: 33-39).
Jesús se dirige al Padre gritando las primeras palabras del salmo 22. El grito de Jesús es el grito de cada crucificado de la historia, del abandonado, del humillado, del mártir y del profeta, de quien es calumniado e injustamente condenado, de quien está en el exilio o la cárcel. Es el grito de la desesperación humana que desemboca en la victoria de la fe que transforma la muerte en la vida eterna. “Anunciaré tu nombre a mis hermanos, te alabaré en medio de la asamblea” (Sal. 22,23). Jesús muere en la cruz. ¿Es la muerte de Dios? No, es la celebración más elevada del testimonio de la fe.
De los escritos de Padre Pio
Señor Dios del corazón, tu solo conoces y lees a fondo mis penas,
Tú solo conoces que todas mis angustias provienen del temor a perderte, a ofenderte,
Del temor que tengo de no amarte cuanto mereces, cuanto deseo y debo;
Para ti que todo es presente y que solo lees en el futuro
Si conoces la forma en que yo pueda ser mejor para tu gloria y para mi salud
Que esté yo en ese estado, no deseo ser liberado de él;
Dame la fuerza para que yo combata y obtenga el premio de las almas fuertes (Ep. II, lect. 57, p. 370)
Por todos aquellos que en el mundo mueren solos y abandonados: Ave María
XIII ESTACIÓN: Jesús es depuesto de la cruz
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo
Llegada ya la tarde, ya que era la Pascua, es decir, la vigilia del sábado, José de Arimatea, miembro autorizado del Sanedrín, que esperaba también el, el Reino de Dios, con coraje fue a ver a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. El entonces, comprada la sábana, lo bajó de la cruz (Mc. 15: 12-43, 46)
José de Arimatea recibe a Jesús aun antes de haber visto su gloria. Lo recibe de abatido. De malhechor. De rechazado. Pide el cuerpo de Jesús por no permitir que sea arrojado en una fosa común. José arriesga su reputación y tal vez, como Tobías, también su vida (cfr. Tb 1: 15-20). Pero el coraje de José no es audacia de héroe de batalla. El coraje de José es la fuerza de la fe. Una fe que se vuelve acogida, gratuidad y amor. En una palabra: caridad.
Bendito el hombre que no sigue el consejo de los malvados,
No persiste en el camino de los pecadores
Y no se sienta en compañía de los impíos;
Sino que se complace en la ley del Señor,
Su ley medita día y noche.
Será como árbol plantado al borde de los cursos de agua,
Que dará fruto a su tiempo
Y sus hojas no se marchitarán nunca;
Hará bien todas sus obras.
(Sal. 1, 1-3)
Por aquellos que han muerto a causa de la violencia o de la guerra: Padre Nuestro
XIV ESTACIÓN: Jesús es puesto en el sepulcro
Te adoramos, Cristo, y te bendecimos
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo
José tomó el cuerpo [de Jesús], lo envolvió en una sábana limpia y lo depositó en el sepulcro nuevo, que se había hecho excavar en la roca; Después hizo rodar una gran piedra a la entrada el sepulcro, y se fue. (Mt. 27: 59-60)
Mientras José cierra el sepulcro de Jesús, El desciende a los infiernos y abre las puertas. Lo que la Iglesia Occidental llama “descenso a los infiernos”, la Iglesia Oriental lo celebra como Anastasi, es decir, “Resurrección”. Las Iglesias hermanas comunican así al hombre la plena Verdad de este único Misterio: “Yo abro vuestros sepulcros, los hago salir de sus tumbas, o pueblo mío. Haré entrar en ustedes mi espíritu y revivirán” (Ex. 37: 12-14). Tu Iglesia, Señor, cada mañana canta: “Gracias a la ternura y misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que surge de lo alto, para resplandecer sobre los que están en las tinieblas y en las sombras de la muerte” (Lc. 1: 78-79). El hombre, deslumbrado de luces que tienen el color de las tinieblas, empujado por las fuerzas del mal, ha rodado una gran piedar y te ha cerrado en el sepulcro. Pero nosotros sabemos que tu, Dios humilde, en el silencio en el cual nuestra libertad te ha puesto, estás en la obra más que nunca para generar nueva gracia en el hombre que amas. Entra, pues, en nuestros sepulcros: revive la chispa de tu amor en el corazón de cada hombre, en el seno de cada familia, en el camino de cada pueblo.
¡Oh, Cristo Jesús!
Todos caminamos hacia nuestra muerte
Y nuestra tumba.
Permítenos quedarnos en espíritu
Al lado de tu sepulcro.
Que la potencia de Vida
Que en esto se manifiesta,
Traspase nuestros corazones.
Que esta Vida se transforme
En luz de nuestro peregrinar sobre la tierra. Amen.
(San Juan Pablo II)
Para aquellos que en el mundo mueren en la desesperación: Ave María
Oh, Señor
Al término del camino del Vía Crucis,
No nos dejes.
También si volvemos a nuestras actividades,
Te quedas dentro de nosotros, habitándonos y haciendo de nosotros tu casa.
Nos hemos dejado mirar por tus ojos moribundos,
Mientras contemplábamos tu corazón traspasado.
Por esto te agradecemos.
Porque en la oscuridad de tu pasión has hecho surgir el amanecer de la esperanza;
En el abandono y la soledad de los hombres de todo el mundo
Has revelado tu infinito amor por nosotros.
Concédenos poder ser hombres alegres y mujeres pascuales,
En los días luminosos como en los oscuros,
En el camino hacia tu Reino.
(G. Ransenigo)