8. Humildad, paciencia, ternuras de madre...
Con la palabra y con el ejemplo nos enseñaba a referir todo a Dios. Yo le decía que le quería mucho, porque veía en él a Jesús. Y él: - "También esto está bien; pero mira: lo que tú me das yo lo ofrezco inmediatamente al Amo. Por eso trata de dárselo directamente. Jesús estaría más contento y tú tendrías mas mérito".
Le dije un día: - "¿Qué es la humildad?”. Me respondió: - “La humildad es la verdad. ¿Quiénes somos nosotros y quién es Dios? El seráfico Padre pasaba noches enteras meditando esta frase. ¡¿Quién eres tú, Dios mío, y quién soy yo?!”.
La palabra "soberbia" le hacía temblar. Un día estaba en la sacristía con algunas personas. Un señor dijo: - "Y qué le vamos a hacer, Padre, somos semilla de soberbia". Inmediatamente el Padre respondió: - "Si no soy humilde, soberbio no quiero serlo”.
Durante la guerra, un capitán americano venía de Foggia para asistir a la Misa del Padre. Se ponía de rodillas junto al altar. Antes de partir quiso hablar con el Padre. Entre otras cosas le preguntó qué pensaba del don de las llagas. El Padre, bajando la cabeza, respondió: - "Que soy un pobre humillado”. Este episodio me fue referido por un sacerdote que hizo de intérprete. La respuesta gustó mucho al capitán. Éste con frecuencia traía sus soldados, que asistían a la Misa de rodillas. Después seguían al Padre a la sacristía.
Los fieles le regalaban con frecuencia pañuelitos de lino blanco, pero no los usó nunca. Prefería pañuelos de tela y de colores, como los que usaban nuestros campesinos.
Cuando llegaba el Superior General de la Orden, salía a su encuentro con los demás frailes, pero se escondía de modo que nadie lograba verlo.
Un día, en confesión le dije: - “Usted, Padre, es tan bueno, hágame...”. No me dejó concluir la frase e inmediatamente dijo: - "¿Yo bueno? ¡Si tú supieras lo que soy yo, escaparías de aquí horrorizada!... ¡El peor de los delincuentes, comparado conmigo, es un hombre honra-do!". Y lo dijo con tal convicción, que no supe qué decir.
Su espíritu de pobreza me pareció un tanto exagerado. Un día, en el coro, lo vimos subirse a una silla para apagar las pocas luces de una lámpara que los frailes habían dejado encendidas.
Quería que también nosotras observáramos, de algún modo, la regla franciscana. Cuando le dije que yo había tirado un pedazo de pan duro, me respondió: - "¿Por qué no has hecho sopas?”. Me había comprado un vestido nuevo. Cuando me lo vio, dijo: - "Podías haber remendado el que tenías". Tenía razón. En aquella ocasión fui un poco vanidosa.
Durante largos años fue humilde sacristán. Dispuesto siempre a servir a todos, en todo. En las cartas se firmaba siempre así: "Vuestro humilde servidor...".
Un sacerdote me preguntó si el Padre ejercitaba siempre la virtud de la paciencia. Le respondí: - "¿Le parece poco el soportar el fatigoso trabajo de cada día, sin un solo día de descanso?, ¿sufrir con tanto amor la pasión del Señor y la dirección de tantas almas?”. Él mismo dijo un día: - “Esto es lo que me resulta difícil: estudiar el carácter de cada uno y adaptarme a él”. Jamás he visto un sacerdote con tantos dolores y con tanto paciencia. El sacerdote me respondió: “Tiene razón. El Padre Pío es un modelo en todo. Es santo, pero santo hay que hacerse”.
Pedí al Padre el remedio para mis tantas imperfecciones. Me dijo: - “Tiempo y paciencia. Paciencia con lo que Dios nos manda; paciencia con nosotros mismos, paciencia con el prójimo. Paciencia y padecer. El sufrimiento no es un castigo, sino un signo del amor de Dios para hacernos semejantes a su divino Hijo. Humíllate amorosamente ante Dios y ante los hombres, porque Dios habla a quien tiene las orejas bajas. Ama el silencio, porque el mucho hablar no está libre de culpa Recuerda que todo se vuelve en bien para los que aman sinceramente a Dios. Si David no hubiera pecado, no habría adquirido una humildad tan profunda, ni la Magdalena habría amado tan ardientemente a Jesús”.
Un día, conmovida, le dije: - “Padre, ¿cuánto amor está encerrado en el corazón de Jesús?”. Y él: - "¡Hija mía, no existen términos para expresar la ternura de nuestro Dios!”.
Una mañana, después de la Misa, el Padre dijo esta frase: - “¡La vida sin el amor de Dios es peor que la muerte!”. Le dije: - “Padre, para tener más amor yo quisiera, por una vez, soñar a Jesús, conocer su rostro". - “Mírame", respondió. Yo quedé maravillada y sorprendida. El Padre continuó: - “Tú mereces el reproche de Jesús a Felipe en la última cena”.
El 22 de enero de 1953 se cumplía el 50 aniversario de su toma de hábito. Los frailes prepararon dedicatorias bellísimas. Fue invitado el Padre a escribir la suya; rechazó la invitación, pero después aceptó. Y éstas son sus palabras:
"Cincuenta años de vida religiosa,
cincuenta años clavado en la cruz,
cincuenta años de fuego devorador
por Ti, Señor, por tus redimidos.
¿Qué otra cosa desea mi ánimo
sino conducir a todos a Ti, ¡oh Señor!,
y esperar pacientemente que queme
todas mis entrañas en el “cupio dissolvi"
para estar completamente en Ti?"
Así pues, Jesús crucificó a su siervo a la edad de 16 años, precisamente en el día de su toma de hábito. Sin duda fue la Virgen quien indujo al Padre a superar su habitual reserva, porque lo reclamaba la gloria de Dios.
Un sacerdote exclamó: - “¡EI Padre Pío es el Job de nuestro siglo, paciente en soportar durante medio siglo la pasión de Jesús, paciente en su fatigoso trabajo de tantos años, sin un solo día de descanso!..”. Lo dijo al leer la dedicatoria que el Padre había escrito y que fue impresa en millares de estampas.
¡Pero quién sabe cuántos otros misterios quedaron encerrados en aquel corazón!
- “Muchos misterios de mi corazón serán descubiertos sólo allá arriba", dijo un día.
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