El ángel del padre Pío
La calle de Santa María de los Ángeles sugiere de forma muy concreta la relación de extraordinaria amistad entre el padre Pío y los mensajeros del cielo, ya que su nuevo domicilio, situado precisamente en esta callejuela tortuosa, en el corazón del barrio Castello, puede ser llamado con razón la Casa de los ángeles. Aquí, más que en otros lugares, la presencia continua de los ángeles evoca con fuerza la bíblica Escala de Jacob, citada por Jesús en el encuentro con Natanael . En una sociedad secularizada como la nuestra resulta chocante hablar de los ángeles. Sin embargo, se trata de seres espirituales, cuya existencia es reconocida por las tres grandes religiones monoteístas.
En el cristianismo además, los ángeles tienen un papel relevante como enviados de Dios a los hombres. La revelación cristiana les reconoce una misión muy importante, como lo demuestra la encarnación del Hijo de Dios, anunciada por el arcángel Gabriel a la Virgen María.
También la vida de los santos está marcada con frecuencia por la intervención silenciosa, discreta, y, a veces, incluso visible, de la figura angélica. Un ejemplo lo tenemos en Santa Francisca Romana, una mujer extraordinaria que, a lo largo de toda su existencia, tuvo el consuelo y el apoyo moral y espiritual del ángel de la guarda, que le asistía incluso en las luchas contra el mal. Una excepcional convivencia espiritual que duró hasta la muerte.
La amistad y relación espiritual del padre Pío con los ángeles es sin duda un aspecto muy interesante, no sólo de la fenomenología mística que le envuelve a lo largo de toda su existencia, de modo particular aquí, en Pietrelcina, sino también de un afecto y una devoción que comienzan en los años mismos de la infancia.
La devoción a san Miguel Arcángel es un elemento importante para comprender el amor del padre Pío a los mensajeros de Dios. También éste es un aspecto bastante olvidado en la presentación que se hace del fraile de Pietrelcina. Sin embargo, es algo que ha incidido profundamente en su opción vocacional.
El padre Pío percibió su llamada a la vida religiosa a la edad de doce años. El desencadenante de su respuesta afirmativa fue una predicación sobre san Miguel de Don José Orlando, en Pietrelcina. Desde entonces, el culto a los ángeles fue desarrollándose más y más en su corazón, favorecido también por la inocencia y por el candor infantil, que será una constante de su vida, haciéndolo sumamente grato a los ojos de Dios. Los antiguos amigos de la infancia han dejado testimonios preciosos de la devoción del padre Pío a san Miguel Arcángel, a quien, con frecuencia, modelaba con arcilla.
La amistad y familiaridad del padre Pío con su ángel custodio es uno de los muchos y excepcionales capítulos de lo sobrenatural en su vida. A través de sus escritos, recogidos en el Epistolario, se llega a percibir la singularidad de una relación de afecto y de amistad, que sólo encuentra parangón en algunos grandes místicos y santos del mundo cristiano.
Es posible preguntarse qué idea tenía el padre Pío del ángel custodio. Es sin duda la contenida en las Sagradas Escrituras y en el Magisterio de la Iglesia. Pero es también una realidad enriquecida con sus propias experiencias sobrenaturales.
Del Epistolario se puede deducir, al menos en parte, el enorme influjo ejercido por el ángel custodio en la vida religiosa y sacerdotal del padre Pío y en su misión. Y, si logra superar y vencer las tentaciones, los asaltos diabólicos, las pruebas del espíritu y las llagas físicas y morales que surgirán en cada instante de su atormentada existencia, lo debe a su temple de hombre totalmente entregado a Cristo crucificado, y al consuelo y a la ternura de la Madre de Dios, pero también a la asistencia diligente de su ángel custodio.
El padre Agustín, como ya hemos indicado, con frecuencia escribe al padre Pío en francés, pero éste ignora absolutamente este idioma. En efecto, le responde siempre en italiano, limitándose a alguna frase en francés, pero sin conocerlo. El padre Agustín sabe que, de un modo o de otro, su hijo espiritual conseguirá comprender el significado de sus palabras, aunque estén escritas en una lengua que él no conoce. Aquí hay algo sobrenatural, que también el padre Agustín imagina.
El padre Pío vive habitualmente inmerso en una dimensión sobrenatural. No conoce ni el francés ni el griego y, sin embargo, lo entiende porque alguien se lo traduce.
El mismo padre Agustín, que ha intuido ya la santidad latente en el joven religioso capuchino, sigue pidiéndole signos que demuestren lo que le ha admitido varias veces: que el ángel custodio le ayuda y le traduce las cartas que recibe en francés y en griego.
Hay una declaración del párroco de Pietrelcina, ofrecida más tarde, en el año 1919, que testimoniará la preciosa ayuda del ángel custodio en la interpretación de las cartas escritas en francés y en griego por el padre Agustín. Don Salvador Pannullo afirmará, bajo juramento, haber conocido directamente del padre Pío el contenido de una carta escrita en griego; y sobre todo, que el religioso le había manifestado cómo el ángel custodio le explicaba siempre todo el contenido de aquellas cartas. Nosotros diremos: se las traducía.
En el estilo de Dios está manifestarse en la pequeñez y simplicidad de lugares y de acontecimientos, como en Belén, en Nazaret, en el lago de Tiberíades…
Pietrelcina en este tiempo es visitada por el Hijo de Dios y por sus mensajeros celestes, sellando una convivencia espiritual con el joven capuchino.
El padre Pío vuelve a hablar del ángel custodio con su padre Lector, fray Agustín. Además de poner el acento en la guerra tan dura que, desde días atrás, le hacen los cosacos, expresa la intensa alegría que le nace del convencimiento de poder sufrir con todo su ser junto a Jesús, pidiendo no que le sea aliviada la cruz, sino por el contrario, participar plenamente de la misión redentora, convencido de que Jesús lo ha elegido para ser ayudado en la gran empresa de la redención de los hombres.
Durante una de las muchas noches en que es tentado por el maligno, el celeste amigo del joven fraile capuchino sólo aparece cuando ha terminado la batalla. Y sucede que también un ángel puede ser reprendido por un hombre, al menos cuando éste es extraordinario, como sucede en el padre Pío. El episodio lo cuenta al padre Agustín con candorosa simplicidad y la acostumbrada inocencia. El padre Pío espera en vano la ayuda de su ángel custodio, que llega cuando ya la lucha está para terminar. Sólo en la vida de los santos tienen lugar situaciones que parecen absurdas para un cristiano normal. El padre Pío, hallándose solo en la lucha contra el mal, grita desairadamente al amigo celeste, culpable de haber acudido demasiado tarde en su ayuda.
El ángel custodio le dice dulcemente que su afecto nunca disminuirá, ni siquiera con la muerte. Y así será siempre.
Toda la vida del padre Pío está tachonada de episodios extraordinarios, de visiones angélicas, de testimonios ofrecidos por sus hijos espirituales y por los miles de devotos. A muchos de ellos les dirá que le envíen su ángel para comunicarse con él. Y muchas, incontables, serán las pruebas de una singular comunicación invisible entre el capuchino y todos aquellos que recurren a su intercesión.
Sólo en las vidas extraordinarias de los santos se pueden leer episodios ininteligibles para los normales parámetros del conocimiento humano, pero son éstos los que manifiestan la conexión extraordinaria vital que se puede dar entre los hombres y los mensajeros del cielo.
Dios para comunicarse a los hombres elige lo que no es visible, ni claro, ni grande, ni vistoso. Dios elige la vía pequeña y admirable de la simplicidad, de la humildad evangélica: el camino recorrido permanentemente por el angélico fraile de Pietrelcina. La sabiduría humana, con sus límitaciones y sus incertidumbres, nunca conseguirá hacer visible y concreto el Reino de Dios, anunciado por Jesús de Nazaret, en el terreno árido y contaminado del mundo. Sólo la acogida humilde y sencilla del Reino permite comprender las maravillas obradas por Dios. Sólo la actitud humilde y simple abre una mirilla para contemplar la vida de Dios en nosotros.
Sin embargo, es necesario decir también que sólo sucede excepcionalmente que un alma enteramente centrada en Dios tenga un contacto tan extraordinario con el mundo sobrenatural como el que tiene lugar en el padre Pío. En efecto, cada cristiano sigue un camino único, personal, irrepetible, diverso del de los demás, señalado por Dios por medio de causas segundas. Cada persona ocupa un puesto particular, un papel único, en el plan de la salvación. Hay almas que viven su santidad en una dimensión de pura fe, sin ser enriquecidas con carismas y visiones y, por tanto, privadas de cualquier clase de consuelos espirituales. Hay otras, como es el caso del padre Pío, que, de acuerdo a los arcanos y misteriosos designios divinos, aparecen dotadas de carismas extraordinarios, recibidos de Dios.
Miles de fieles y devotos del padre Pío han experimentado la existencia de Dios a través de los innumerables signos sobrenaturales que acompañarán siempre al fraile de Pietrelcina.
En las noches del padre Pío, no es sólo el ángel custodio el que está siempre presente. Con frecuencia también Jesús le regala su presencia consoladora. Y entonces, en esas horas nocturnas, al fraile se le abre el Paraíso.
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