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sábado, 27 de mayo de 2017
Rosario de la Paciencia
Señal de la cruz
Señor: en este día tan especial, vamos a orar juntos meditando las enseñanzas del Santo Padre Pío, quien es un modelo para nosotros, ya que ha sido un hombre de valor: que siguió Tus enseñanzas, supo enfrentar la adversidad con amor, que fue humilde, que tuvo caridad y que nunca se envaneció con los dones que poseía. Que nos enseñó a honrarte y a amar a María Tu Santa Madre. Que nos enseñó a orar por quienes amamos, por quienes no conocemos y por todos los que lo necesitan.
En Tu presencia y en Tus manos dejamos nuestra vida, nuestras alegrías, nuestros proyectos, nuestra esperanza, nuestros sufrimientos y nuestra amada tierra. Acompáñanos Señor en nuestras súplicas. Amén.
Pèsame (Todos juntos)
Primer Misterio:
La virtud de la paciencia es la que nos asegura, más que ninguna otra, la perfección; y, si conviene practicarla con los demás, hay que tenerla no menos con uno mismo. El que aspira al puro amor de Dios, no necesita tanto tener paciencia con los demás cuanto tenerla consigo mismo. Para conquistar la perfección, se necesita tolerar las propias imperfecciones. Digo tolerarlas con paciencia y no ya amarlas. Con este sufrimiento crece la humildad. Para caminar siempre bien, es necesario, mi queridísimo hijo, aplicarse con diligencia a recorrer bien aquel trozo de camino que está más cerca y que es posible recorrer, hacer bien la primera jornada, y no perder el tiempo deseando hacer la última cuando todavía no se ha hecho la primera.
Muchísimas veces nos detenemos tanto en el deseo de ser ángeles del paraíso, que descuidamos ser buenos cristianos. Con esto no quiero decir o significar que no sea oportuno para el alma poner muy alto su deseo, pero sí que no se puede desear o pretender alcanzarlo en un día, porque esta pretensión y este deseo nos fatigarían demasiado y para nada. Nuestras imperfecciones, hijito mío, nos han de acompañar hasta la tumba. Es cierto que nosotros no podemos caminar sin tocar tierra; pero es verdad también que, si no nos tenemos que tumbar o mirar a otro lado, tampoco hay que pensar en volar, porque en las vías del espíritu somos como pequeños pollitos, a quienes todavía no les han salido las alas.
(25 de noviembre de 1917, a Luis Bozzuto – Ep. IV, p. 403)
Padre Nuestro, 10 Ave María y Gloria
Oh Jesùs mìo, perdona nuestras culpas, lìbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas y socorre especialmente a las màs necesitadas de tu misericordia.
Santo Padre Pio Ruega por nosotros
Segundo Misterio:
Nuestra vida terrena se va muriendo poco a poco en nosotros; de igual modo es necesario hacer morir en nosotros nuestras imperfecciones. Imperfecciones, es cierto, que para las almas piadosas que las sufren, pueden ser también fuentes de mérito y motivos poderosos para adquirir virtudes; porque, a través de esas imperfecciones, conseguimos conocer cada vez mejor el abismo de miseria que somos; y ellas nos impulsan a ejercitarnos en la humildad, en el desprecio de nosotros mismos, en la paciencia y en el esfuerzo.
Hijo mío, yo no sé qué impresión producirá en tu alma esta pobre carta, pero todo lo he escrito al pie del crucifijo. He sentido muy fuerte en mi corazón el impulso a escribirte lo que te he escrito, porque he juzgado que una gran parte de tu mal pasado ha estado motivado por haber hecho grandes proyectos y, viendo después que los resultados eran pequeñísimos y que las fuerzas eran insuficientes para poner en práctica aquellos deseos, aquellos planes y aquellas ideas, fuiste atormentado por angustias e impaciencias, inquietudes y turbaciones de la mente y del corazón. De aquí nacieron en tu corazón todas aquellas desconfianzas, languideces, ruindades y faltas. Y si todo esto es verdad, como por desgracia lo es en realidad, sé más prudente de aquí en adelante, camina pisando tierra, porque el alto mar te produce vértigos y te provoca mareos.
(25 de noviembre de 1917, a Luis Bozzuto – Ep. IV, p. 403)
Padre Nuestro, 10 Ave María y Gloria
Oh Jesùs mìo, perdona nuestras culpas, lìbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas y socorre especialmente a las màs necesitadas de tu misericordia.
Santo Padre Pio Ruega por nosotros
Tercer Misterio:
El gozo es un vástago de la caridad; pero, para que este gozo sea perfecto y verdadero, se requiere que tenga como su compañera invisible a la paz, que se da en nosotros cuando el bien que poseemos es el bien sumo y se-guro. Ahora bien, ¿no es acaso Dios el sumo bien que el alma ama y amándolo lo posee?
Es necesario, pues, que este bien, además de ser sumo, sea también seguro. Pues bien, el divino Maestro nos asegura que «Vuestro gozo nadie os lo podrá quitar». ¿Qué testimonio más seguro que éste? El alma, al pensar en esto, no puede no sentirse enteramente alegre. He aquí lo que hace afrontar con ánimo jubiloso las más amargas contradicciones.
Sin embargo, hay que señalar que, así como el alma mientras esté en estado de peregrino no podrá alcanzar nunca la caridad perfecta, de igual modo su paz no podrá nunca ser perfecta. Las contradicciones, las tribulaciones son tantas, los contrastes con los que la pobre alma es maltratada son tan numerosos, como para hacerla agonizar en ciertos momentos de la vida, hasta tal punto de resultarle insoportable la vida misma; y esto na-ce del verse en peligro de poder arruinarse.
Ahora bien, para resistir a tan duras pruebas, le es necesaria la paciencia, virtud que nos hace soportar, sin ceder, las adversidades. Busque el alma que hace profesión de perfección tener muy en cuenta esta virtud, si es que le preocupa no trabajar inútilmente, ya que es por esta virtud por la que permanecerá interiormente ordenada.
(23 de octubre de 1914, a Raffaelina Cerase – Ep. II, p. 197)
Padre Nuestro, 10 Ave María y Gloria
Oh Jesùs mìo, perdona nuestras culpas, lìbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas y socorre especialmente a las màs necesita-das de tu misericordia.
Santo Padre Pio Ruega por nosotros
Cuarto Misterio:
La caridad, el gozo y la paz son virtudes que vuelven al alma perfecta en torno a lo que posee; la paciencia, en cambio, la vuelve perfecta en torno a lo que soporta.
Lo dicho hasta aquí es lo que es necesario para la perfección interior del alma. Para la perfección exterior del alma son necesarias las virtudes, algunas de las cuales se refieren al modo cómo el alma que tiende a la perfección debe comportarse con el prójimo; otras, en cambio, se refieren al régimen de los propios sentidos.
Entre las virtudes que el alma necesita en relación al prójimo, encontramos, en primer lugar, la benignidad, con la que el alma devota, con sus comportamientos agradables, corteses, cívicos, ajenos a toda grosería, cautiva a aquéllos con quienes trata y atrae a imitar su vida devota.
Pero todo esto es aún muy poca cosa. Conviene bajar a los hechos: y he aquí que nos viene inmediatamente la benignidad, virtud que empuja al alma a servir de utilidad para los demás. Y aquí es bueno señalar dos cosas bastante importantes para el alma que tiende a la perfección. Una de ellas es ver que el prójimo no saca provecho del bien que se le hace; la otra es, no sólo que el prójimo no siempre saca provecho del bien que se le hace, sino, lo que es peor, ver que a veces corresponde con ofensas y con ultrajes. Al alma no bien instruida le sucede con frecuencia que cae en el engaño. Dios nos libre de ser víctimas de semejantes emboscadas, tendidas por el enemigo para arruinarnos y correr sin premio.
Es necesario, por tanto, que, contra la primera emboscada, nos armemos con la hermosa virtud de la magnanimidad, que es una virtud que no permite que el alma retroceda nunca al procurar el bien ajeno, incluso cuan-do ve que ningún provecho saca el prójimo. Contra la segunda, es necesario armarse de mansedumbre, que lleva a reprimir la ira, incluso cuando se ve correspondida con ingratitud, con ultrajes y con ofensas.
Pero todas estas hermosas virtudes todavía no bastan si no se les une la virtud de la fidelidad, mediante la cual el alma devota adquiere prestigio y cada uno se asegura de que en su obrar no hay doblez.
(23 de octubre de 1914, a Raffaelina Cerase – Ep. II, p. 197)
Padre nuestro, 10 Ave María y Gloria
Oh Jesùs mìo, perdona nuestras culpas, lìbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas y socorre especialmente a las màs necesitamos de tu misericordia.
Santo Padre Pio Ruega por nosotros
Quinto Misterio:
Hay algunas enfermedades físicas, cuya curación depende de un acertado modo de vivir. El amor propio, la estima de sí mismo, la falsa libertad de espíritu, son raíces que no se pueden erradicar fácilmente del corazón humano. Solamente se puede impedir la producción de sus frutos, que son los pecados; porque sus primeros retoños y sus ramas, esto es, sus prime-ras sacudidas y sus primeros movimientos, de hecho no se pueden impedir mientras se está en esta vida mortal, aunque sí se puede moderar y disminuir su calidad y su fuerza mediante la práctica de las virtudes contrarias, particularmente del amor de Dios.
Es necesario, pues, tener paciencia al cortar los malos hábitos, domar las antipatías y superar las propias inclinaciones y cambios de humor; porque, mi buena hijita, esta vida es una lucha continua y no hay quien pueda decir: «Yo no he sido tentado». La quietud está reservada para el cielo, don-de nos espera la palma de la victoria. Aquí, en la tierra, hay que combatir siempre entre la esperanza y el temor; pero con el propósito de que la esperanza sea siempre más fuerte, y teniendo presente la omnipotencia de aquel que nos auxilia. No te canses, pues, de trabajar, con constancia, con confianza y con resignación, por tu conversión y perfección.
(11 de junio de 1918, a Erminia Gargani – Ep. III, p. 735)
Padrenuestro, 10 Ave María y Gloria
Oh Jesùs mìo, perdona nuestras culpas, lìbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas y socorre especialmente a las màs necesita-das de tu misericordia.
Santo Padre Pio Ruega por nosotros
Acompañamos la intención del Papa Francisco para este mes rezando:
Salve, Tres ave María y Gloria
Rezamos la Oración a san Miguel Arcángel por nuestra Santa Iglesia Católica Apostólica Romana, el Sumo Pontífice, por los sacerdotes y las vocaciones. Pedimos también por todas las intenciones recibidas en los Grupos de Oración del Santo Padre Pio en todo el mundo.
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla.
Sé nuestro amparo contra la perversidad y asechanzas del demonio.
Reprímale Dios, pedimos suplicantes, y tú Príncipe de la Milicia Celestial, arroja al infierno con el divino poder a Satanás y a los otros espíritus malignos que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas.
Amén."
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Paz y bien
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