"Santidad quiere decir ser superiores a nosotros mismos, quiere decir victoria perfecta sobre todas nuestras pasiones, quiere decir despreciarnos verdadera y constantemente a nosotros mismos y a las cosas del mundo, hasta preferir la pobreza a la riqueza, la humillación a la gloria, el dolor al placer. La santidad es amar al prójimo como a nosotros mismos y por amor a Dios. La santidad, en este punto, es amar también a quien nos maldice, nos odia, nos persigue, incluso hasta hacerle el bien. La santidad es vivir humildes, desinteresados, prudentes, justos, pacientes, caritativos, castos, mansos, trabajadores, observantes de los propios deberes, no por otra finalidad que la de agradar a Dios, y para recibir sólo de él la merecida recompensa.
En síntesis, según el lenguaje de los libros sagrados, la santidad, oh Raffaelina, posee en sí la virtud de transformar al hombre en Dios.
(Xarta del 30 de diciembre de 1915, a Raffaelina Cerase – Ep. II, p. 541)
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