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jueves, 24 de diciembre de 2015

Nace el Salvador...





"Vive alegre y animoso, porque el ángel, que preconiza el nacimiento de nuestro pequeño Salvador y Señor, anuncia cantando y canta anunciando que él promulga alegría, paz y felicidad, a los hombres de buena voluntad, para que no haya nadie que ignore que, para recibir a este Niño, basta ser de buena voluntad."

Santo Padre Pio de Pietrelcina

sábado, 31 de octubre de 2015

a Antonieta Vona


28 de junio de 1918 – Ep. III, p. 865

Tú te ves abandonada, y yo te garantizo que Jesús te tiene más cerca que nunca de su divino Corazón.
También nuestro Señor se lamentó en la cruz del abandono del Padre; pero el Padre ¿abandonó alguna vez o puede abandonar a su Hijo? Son las pruebas supremas del espíritu; Jesús las quiere: ¡hágase! Tú pronuncia resignada este hágase cuando te encuentres en tales pruebas, y no temas.
No dejes de lamentarte ante Jesús como te parezca y como te agrade; invócalo como quieras; pero cree lo que te asegura quien te habla en su nombre.
Escríbeme con frecuencia sobre el estado de tu alma y no tengas miedo de nada; usaré contigo toda la caridad de la que está lleno el corazón de un padre; Yo - aunque indigno - oro y hago orar por ti; tú estate contenta de que Jesús te trate como quiere: ¡es siempre un padre y muy bueno!

sábado, 3 de octubre de 2015

La invocación final...



La mamá acompaña al hijo desde el nacimiento hasta la muerte. También María, la Mamá del cielo, después de haber seguido al hijo Padre Pío durante toda la vida, no dejó de asistirlo en el momento de la muerte.
«Quizás el Padre Pío murió viendo a la Virgen María. Sentado en el sillón de la celda, vivía los últimos instantes. En la pared, que tenía delante, colgaba un retrato de su madre, zi’ Pepa. El Padre Pío preguntó a fr. Pellegrino quién era la de aquella fotografía. Cuando el religioso le indicó que aquella era su madre, el Padre Pío le dijo. “Yo veo dos Mamás”. Acercándose al cuadro, y señalándoselo, fr. Pellegrino le repitió que aquella era la fotografía de mamá Pepa. Y el Padre Pío: “No te preocupes; que yo veo muy bien. Y veo ahí dos Mamás”».

Sobre la muerte del Padre Pío tenemos dos relatos, los dos de testigos oculares: el de fr. Pellegrino Funicelli, que asistía al venerado Padre, y el de fr. Carmelo de San Giovanni in Galdo, superior del convento. Fr. Pellegrino cuenta: «El doctor puso la inyección al Padre y después nos ayudó a acomodarlo en el sillón, mientras el Padre repetía con voz cada vez más débil y con el movimiento de los labios cada vez más imperceptible: “Jesús, María”.
Y así, con el rosario en la mano, repitiendo la jaculatoria “Jesús, María”, el Padre expiró dulcemente».

Fr. Carmelo escribe: «Rezamos las oraciones de la recomendación del alma, el Padrenuestro, el Avemaría, la invocación a san José, patrono de los moribundos, y las jaculatorias: “Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía. Jesús, José y María, asistidme en mi última agonía. Jesús, José y María, descanse con vosotros en paz el alma mía”. El Padre Pío, sereno, tranquilo, ya no respiraba más: había inclinado plácidamente la cabeza sobre el pecho. Eran las 2,30 horas».
De este modo San Pío de Pietrelcina, el enamorado de María, murió con todos sus sentidos dirigidos hacia la Mamá del cielo.
Con las manos apretó el santo rosario.
Con la mirada se detuvo en la imagen de la Madonna della Libera, patrona de su pueblo natal y Mamá de su vida.
Con los labios pronunció la última palabra de invocación a la Mamá del cielo: “¡Jesús, María!”.
Con el oído escuchó por última vez el nombre de la Mamá: “Jesús, José y María”.
El enamorado de María no podía concluir de otro modo el curso de su existencia terrena.
 
de    "  LA PRESENCIA MATERNA DE MARÍA EN LA VIDA DEL PADRE PÍO ", 
 Fr. GERARDO DI FLUMERI                                                                                                     

martes, 22 de septiembre de 2015

Indicaciones de Padre Pio sobre còmo comportarnos en el templo


                                                  

                           Carta del 25 de julio de 1915, a Anna Rodote – Ep. III, p. 86

Con el fin de evitar irreverencias e imperfecciones en la casa de Dios, en la iglesia – que el divino Maestro llama casa de oración -, le exhorto en el Señor a practicar o siguiente.
Entre en la iglesia en silencio y con gran respeto, considerándose indigna de aparecer ante la Majestad del Señor. Entre otras consideraciones piadosas, recuerde que nuestra alma es el templo de Dios y, como tal, debemos mantenerla pura y sin mácula ante Dios y sus ángeles.

Avergoncémonos por haber dado acceso al diablo y sus seducciones muchas veces (con su seducción del mundo, su pompa, su llamada a la carne) por no ser capaces de mantener nuestros corazones puros y nuestros cuerpos castos; por haber permitido a nuestros enemigos insinuarse en nuestros corazones, profanando el templo de Dios que somos a través del santo bautismo.

En seguida, tome agua bendita y haga la señal de la cruz con cuidado y lentamente.
En cuanto esté ante Dios en el Santísimo Sacramento, haga una genuflexión devotamente. Después de haber encontrado su lugar, arrodíllese y haga el tributo de su presencia y devoción a Jesús en el Santísimo Sacramento. Confíe todas sus necesidades a Él junto con la de los demás. Hable con Él con abandono filial, dé libre curso a su corazón y dele total libertad para actuar en usted como él crea mejor.

Al asistir a la Santa Misa y a las funciones sagradas, permanezca muy compuesta, cuando en pie, arrodillada y sentada, y realice todos los actos religiosos con la mayor devoción. Sea modesta en su mirada, no gire la cabeza aquí y allí para ver quién entra y sale. No ría, por respeto a este santo lugar y también por respeto de quienes están cerca de usted. Intente no hablar, excepto cuando la caridad o la estricta necesidad lo requieran.

Si reza con los demás, diga las palabras de la oración claramente, observe las pausas y nunca se apresure.

En suma, compórtese de tal manera que todos los presentes sean edificados, y que, a través de usted, sean instados a glorificar y amar al Padre celestial.

Al salir da iglesia, debe estar recogida y calma. En primer lugar, pida el permiso de Jesús en el Santísimo Sacramento; pida perdón por las faltas cometidas en su presencia divina y no Le deje sin pedir y recibir Su bendición paterna.

Cuando esté fuera de la iglesia, sea como todo seguidor del Nazareno debería ser. Sobre todo, sea extremamente modesta en todo, pues esta es la virtud que, más que cualquier otra, revela los sentimientos del corazón. Nada representa un objeto más fiel o claramente que un espejo. Igualmente, nada representa mejor las buenas cualidades de un alma que la mayor o menor regulación del exterior, como cuando alguien parece más o menos modesta.

Debe ser modesta al hablar, modesta en la sonrisa, modesta en su porte, modesta al caminar. Todo eso debe ser practicado, no por vanidad, con el fin de mostrarse a sí misma, ni con hipocresía con el fin de aparecer buena a los ojos de los demás, sino, por la fuerza interna de la modestia, que reglamenta el funcionamiento exterior del cuerpo.

Por tanto, sea humilde de corazón, circunspecta en las palabras, prudente en sus resoluciones. Sea siempre económica al hablar, asidua a la buena lectura, atenta en su trabajo, modesta en su conversación. No sea desagradable con nadie, sino benevolente para con todos y respetuosa con los más ancianos. Que cualquier mirada siniestra salga de usted, que ninguna palabra osada escape de sus labios, que nunca haga una acción indecente o de alguna forma gratuita; nunca especialmente una acción gratuita o un tono de voz petulante.

En suma, deje que todo su exterior sea una imagen vívida de la compostura de su alma.
Mantenga siempre la modestia del divino Maestro ante sus ojos, como un ejemplo; este Maestro que, según las palabras del Apóstol a los Corintios, colocó la modestia de Jesucristo en pie de igualdad con la mansedumbre, que era su virtud particular y casi su característica: “Ahora yo, Paulo, os ruego, por la mansedumbre y humildad de Cristo”, y de acuerdo con tal modelo perfecto, reforme todas sus acciones externas, que deben ser reflejos fieles, revelando los afectos de su interior.

Nunca se olvide de este modelo divino, Annita. Intente ver una cierta majestad adorable en su presencia, una cierta agradable autoridad en su modo de hablar, una cierta agradable dignidad en el andar, en el mirar, en el hablar, al conversar; una cierta dulce serenidad del rostro.

Imagine esa extremamente compuesta y dulce expresión con la que él llamó a la multitud, haciendo que dejasen ciudades y castillos, llevándolos a las montañas, los bosques, a la soledad y las playas desiertas del mar, olvidando totalmente la comida, la bebida y los quehaceres domésticos.
Así, intentemos imitar, tanto como nos sea posible, estas acciones modestas y dignas. Y hagamos lo mejor para ser, en lo que sea posible, semejantes a Él en la tierra, con el fin de que podamos ser más perfectos y más semejantes a Él por toda la eternidad en la Jerusalén celeste.

Termino aquí, pues soy incapaz de continuar, recomendando que usted nunca se olvide de mí ante Jesús, especialmente durante estos días de extrema aflicción para mí. Espero que la misma caridad de la excelente Francesca por quien usted tuvo la gentileza de dar, en mi nombre, mis manifestaciones de extremo interés en verla crecer cada vez más en el amor divino. Espero que ella me haga la caridad de hacer una novena de Comuniones por mis intenciones.

No se preocupe si es incapaz de responder a mi carta inmediatamente. Lo sé todo, así que no se preocupe.

Me despido de usted con el beso santo del Señor. Yo soy siempre su siervo.

Fray Pío, capuchino

jueves, 3 de septiembre de 2015

Carta al P. Agustín de San Marco in Lamis



Oh, almas santas, que, libres de preocupaciones, ya estáis gozando en el cielo del torrente de dulzuras soberanas; ¡cómo envidio vuestra felicidad!
¡Ah!, por piedad, porque estáis tan cerca de la fuente de la vida, porque me veis morir de sed en este bajo mundo, sedme propicias dándome un poco de esa fresquísima agua.
¡Ah!, almas bienaventuradas, demasiado mal - lo confieso - demasiado mal he gastado mi porción, demasiado mal he guardado una joya tan valiosa; pero, ¡viva Dios!, pues siento que todavía hay remedio para esta culpa.
Pues bien, almas dichosas, sedme corteses y ofrecedme una pequeña ayuda. También yo, ya que no puedo encontrar en el descanso y en la noche lo que necesita mi alma, también yo me levantaré, como la esposa del Cantar de los Cantares, y buscaré al que ama mi alma: «Me alzaré y buscaré al que ama mi alma»; y lo buscaré siempre, lo buscaré en todas las cosas, y no me detendré en ninguna hasta que lo haya encontrado en el trono de su reino…

                                                                                          (17 de octubre de 1915,  – Ep. I, p. 674)

domingo, 16 de agosto de 2015

Carta a Raffaellina Cerase


Tengamos el pensamiento orientado continuamente hacia el cielo, nuestra verdadera patria, del que la tierra no es más que imagen, conservando la serenidad y la calma en todos los sucesos, sean alegres o tristes, como corresponde a un cristiano, y más a un alma formada con especial cuidado en la escuela del dolor.
En todo esto te estimulen siempre los motivos que da la fe y los ánimos de la esperanza cristiana; y, comportándote así, el Padre del cielo endulzará la amargura de la prueba con el bálsamo de su bondad y de su misericordia. Y es a esta bondad y misericordia del Padre celestial a la que el piadoso y benéfico ángel de la fe nos invita y nos urge a recurrir con una oración insistente y humilde, teniendo la firme esperanza de ser escuchados, porque confiamos en la promesa que nos hace el Maestro divino: «Pedid y recibiréis; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá… Porque todo lo que pidáis al Padre en mi nombre se os dará».
Sí, oremos y oremos siempre en la serenidad de nuestra fe, en la tranquilidad del alma, porque la oración cordial y fervorosa penetra los cielos y encierra en sí una garantía divina.

 (24 de junio de 1915 – Ep. II, p. 452)

sábado, 8 de agosto de 2015

El testamento espiritual


La señorita Cleonice Morcaldi cuenta:

«El 2 de septiembre de 1968, pregunté al Padre cómo tendría que agradecer al Señor el haber dado a la Iglesia, al mundo, el primer sacerdote estigmatizado. No respondió. Dije entonces: “Padre, he pensado en rezar 58 Gloria Patri o 58 Magnificat ante Jesús Sacramentado. Entonces me respondió: “Reza el Magnificat”».

Algunos días antes de su bienaventurada muerte, invitado a decir una palabra final, exhortó así: «Amad a la Virgen María y haced que la amen. Rezad cada día el santo rosario».

He aquí el testamento espiritual de San Pío de Pietrelcina: el Magnificat y el santo rosario.

de "LA PRESENCIA MATERNA DE MARÍA EN LA VIDA DEL PADRE PÍO " -   Fr. GERARDO DI FLUMERI

Carta a las hermanas Ventrella


Las tinieblas que rodean el cielo de vuestras almas son luz; y hacéis bien en decir que no veis nada y que os encontráis en medio de una zarza ardiendo. La zarza arde, el aire se llena de densas nubes, y el espíritu no ve ni comprende nada. Pero Dios habla y está presente al alma que siente, comprende, ama y tiembla.

Hijitas mías, animaos; no esperéis al Tabor para ver a Dios; ya lo contempláis en el Sinaí. Pienso que el vuestro no es el estómago interior revuelto e incapaz de gustar el bien; él ya no puede apetecer más que el Bien Sumo en sí mismo y no ya en sus dones. De aquí nace el que no quede satisfecho con lo que no es Dios.

El conocimiento de vuestra indignidad y deformidad interior es una luz purísima de la divinidad, que pone a vuestra consideración tanto vuestro ser como vuestra capacidad de cometer, sin su gracia, cualquier delito.

Esta luz es una gran misericordia de Dios, y fue concedida a los más grandes santos, porque pone al alma al abrigo de todo sentimiento de vanidad y de orgullo; y aumenta la humildad, que es el fundamento de la verdadera virtud y de la perfección cristiana. Santa Teresa también tuvo este conocimiento, y dice que, en ciertos momentos, es tan penoso y horrible que podría causar la muerte si el Señor no sostuviera el corazón.

(7 de diciembre de 1916  – Ep. III, p.541)

viernes, 7 de agosto de 2015

Padre Pio y el àngel de la guarda






Un ángel como compañero.

El mundo que rodeaba a Padre Pío no estaba hecho solo de cosas visibles.
Solo quien ha estado a su lado de una manera bastan¬te íntima o en las horas de silencio o en los momentos de intimidad personal se ha dado cuenta de que alrededor de él circundaban personajes que no era posible ver pero que se percibían, que no se sentían, pero de los cuales se intuía su presencia.

Cuando hablamos de ángeles, y particularmente de ángeles de la guarda, nos refugiamos en la fe. Creemos en su existencia y en sus intervenciones en la vida de los hombres porque así está escrito en la doctrina teológica y en las Sagradas Escrituras. Creemos y ya está. Y en este caso creer no nos supone ningún esfuerzo.

Sin embargo, percibir su presencia de manera indirecta, sin implicarse, de uno modo totalmente ajeno y sólo porque se haya tenido la fortuna de estar junto a alguien que tenía una cierta relación de familiaridad con estos seres inmateriales, puede atemorizar un poco, ahora que lo pienso. De todas maneras, en este caso no era así porque resulta que la persona que gozaba de este trato íntimo con los ángeles era maravillosa, paternal, maternal, fraternal transmitía a los demás una serenidad y seguridad familiar.

Él era un guarda atento de sus secretos y del mundo que existía en su interior, cuando se revelaba alguna cos extraordinaria, él, con su sonrisa y su ingenio, con la simplicidad de su comportamiento y con ese hacer sencillo que le caracterizaba, la reconducía y la decantaba a la dimensiones de la cotidianidad.

Tenía la capacidad de eliminar las distancias, de establecer un contacto humano que invitaba a la confianza de convertir el ambiente arcano en un hogar para aquellos que lo circundaban. Con él, el cielo estaba al alcance de la mano. Conseguía hacer sentir a gusto a aquellos que; lo asistían y estaban a su lado para ayudarlo en aquella zona imprecisa entre cielo y tierra, donde se cruzaban y se encontraban el mundo material y el espiritual.

Decir que Padre Pío tenía a un ángel como compañero es cierto, pero sería demasiado limitativo para él, ya que podría dar a entender que, a pesar de que convivir con otros hermanos, hijos espirituales, amigos y devotos, estaba talmente aislado sobre la tierra que no tenía un solo amigo.

La figura del ángel como compañero debe ser entendida como una presencia que está permanentemente a su lado, con discreción, invisible guarda de sus pasos y de sus pensamientos en todos los momentos del día, alguien a quien podía acudir con confianza ante cualquier eventualidad. Las otras personas, los hermanos, los amigos, los hijos espirituales se alternaban en torno a él iban y venían, iban y venían. El ángel, en cambio, siempre estaba allí. Utilizar el atributo «compañero» para hacer referencia al ángel de la guarda es cosa del propio Padre Pío, que lo dice todo al llamar a su ángel de la guarda «compañero de mi infancia»
.
De hecho, después de una noche que, a causa de una «broma» de mal gusto del maligno, transcurrió sumida en un tormento indescriptible que solo consiguió superar gracias a las certidumbres de su ángel, escribe una carta a su confesor el P. Agustino de S. Marco en Lamis en la que le revela su angustiado estado de ánimo y la ayuda que recibe:

«El compañero de mi infancia intenta atenuar los do¬lores que me infligen aquellos apóstatas impuros acunándome en un sueño de esperanza».

Era el mes de diciembre de 1912. Padre Pío estaba en Pietrelcina. Tenía 25 años.
Los demonios lo atormentaban física y moralmente, debilitándolo y provocándole depresiones espirituales. Aquel día debía estar realmente triste y preocupado por su futuro debido a la persistencia de aquellos seres malignos en causarle mal e insinuarle pensamientos de des¬esperanza y a su malicia, pues recurrían a todo tipo de métodos, argucias y trucos para engañarlo y disuadirlo del camino de la perfección.

El pasaje previamente citado nos ayuda a comprender esta relación: se trata de una amistad que ya viene de tiempo atrás, un sentimiento nostálgico, la imagen de una cuna, la necesidad de huir de la realidad presente, la proyección del futuro. Resumiendo en pocas palabras: la realidad se une con la poesía. Al llamar a su ángel «compañero de mi infancia», Padre Pío nos hace entender que aquella amistad se remontaba a la época de su vida en familia, antes todavía de que entrase en la Orden de los capuchinos, es decir, a la época de las fábulas para las cuales nadie en su familia tenía tiempo, y además ninguno tenía, cultura ni capacidad para contarlas. Y por eso, como en: una fábula, tenía a un ángel como compañero y, al mismo tiempo, un ángel tenía a un muchacho como amigo.

Quizás por esta razón Padre Pío todavía se ve a sí mismo como un muchacho acunado por el ángel, sin negar su estado actual de joven desconsolado, necesitado de esperanzas.
Me he detenido un poco en exceso en este episodio de la vida de Padre Pío porque es importante para lograr comprender todo lo que ha ocurrido entre él, su ángel y aquellos que estaban a su lado.
Padre Eusebio, que asistió a Padre Pío desde 1961 a 1965, escribió sobre los ángeles de la guarda y sobre Padre Pío: «El ángel comenzó temprano su obra, cuando Padre Pío todavía era un muchacho».
«Más adelante», dice el P. Eusebio, «avanzado en edad y santidad, Padre Pío llamará acertadamente a su ángel de la guarda "compañero de mi infancia". Tal definición revela la estrecha relación entre el pequeño Francesco (futuro Padre Pío) y su angelito. Un compañero no es una persona que uno se encuentra de vez en cuando o en ra¬ras ocasiones, sino alguien a quien se ve a menudo y con quien se mantiene una relación de amistad. Se le quiere y se es su compañero de juegos. Padre Pío, ya desde niño tenía un compañero celeste que animó su infancia y que le sirvió de conforto y ayuda en los momentos difíciles y a la hora le solucionaba los problemas de comunicación con sus hijos espirituales».

Al enunciar todo aquello a lo que ha hecho referencia Padre Eusebio se descubre una realidad insólita para nosotros pero normal para Padre Pío, una realidad impresionante si se piensa en que el santo hermano era muy cercano a nosotros gracias a su gran humanidad, un hombre que vivió y actuó como cualquier otro ser humano, pero que también tocó las más altas esferas de la dimensión espiritual y sobrenatural, un mundo del que su espíritu se nutrió abundantemente.

Y será justamente este «compañero de infancia» quien lo acompañará durante toda su existencia. Padre Eusebio continúa: «Este ángel estará junto a él cuando abandone a su familia y las prospectivas terrenales para dedicarse a Dios; lo ayudará durante el año del noviciado, en sus estudios para convertirse en sacerdote y se preocupará de que Padre Pío llegue a ser un digno ministro de Cristo. Lo guiará por el sendero de su excelentísima santidad y estará a su lado cuando tenga que soportar los asaltos del maligno, que parece abandonar el infierno y olvidarse del resto del mundo para centrarse únicamente en combatir contra el joven fraile». El ángel no lo abandonará jamás en esta pugna, que en ciertos momentos se volverá atroz y que durará toda la vida.

«He aquí la razón por la cual Padre Pío tenía por su ángel de la guarda una profunda, tierna y confidente devoción que rompía toda barrera y reducía cualquier diferencia entre ellos, haciendo de Padre Pío un ángel y de su ángel una criatura humana. Esta realidad irá creciendo constantemente con el paso de los años y con el acerca¬miento de Padre Pío a aquella Santidad a la que Dios le había llamado».

El compañero de su infancia también ha sido su amigo durante la juventud, su confidente durante la madurez y su apoyo en la vejez. Y, además, era quien le servía de ayuda en su «caminar» lejos del convento, a lo largo del mundo, para socorrer a las personas que lo necesitaban, que pedían su intervención.

(Fragmento extraìdo de "Envìame a tu àngel de la guarda" del  P. Alessio Parente)

domingo, 26 de julio de 2015

Carta a Raffellina Cerase



En los asaltos del enemigo, en la prueba de la vida, levantémonos y supliquemos al Señor que quite y aleje siempre de nosotros el reino del enemigo y que nos conceda la gracia de ser acogidos en su reino cuando le plazca, y que le plazca que sea muy pronto.
No nos desviemos, en las horas de la prueba; por la constancia al obrar el bien, por la paciencia al combatir la buena batalla, venceremos la desfachatez de todos nuestros enemigos, y, como dijo el maestro divino, con la paciencia salvaremos nuestras almas, ya que la «tribulación obra la paciencia, la paciencia genera la prueba y la prueba hace brotar la esperanza». Sigamos a Jesús por el camino del dolor: mantengamos siempre fija nuestra mirada en la Jerusalén celestial y superaremos felizmente todas las dificultades que obstaculizan nuestro viaje para llegar a ella.

 (14 de octubre de 1915, a Raffaelina Cerase – Ep. II, p. 514)

sábado, 28 de marzo de 2015

6 de febrero de 1915, a Anita Rodote – Ep. III, p. 54



Toda tu vida se vaya gastando en la aceptación de la voluntad del Señor, en la oración, en el trabajo, en la humildad, en dar gracias al buen Dios.
Si volvieras a sentir que la impaciencia se instala en ti, recurre inmediatamente a la oración; recuerda que estamos siempre en la presencia de Dios, al que debemos dar cuenta de cada una de nuestras acciones, buenas o malas. Sobre todo, dirige tu pensamiento a las humillaciones que el Hijo de Dios ha sufrido por nuestro amor.
El pensamiento de los sufrimientos y de las humillaciones de Jesús quiero que sea el objeto ordinario de tus meditaciones. Si practicas esto, como estoy seguro que lo haces, en poco tiempo experimentarás sus frutos saludables.
Una meditación así, bien hecha, te servirá de escudo para defenderte de la impaciencia, aunque el dulcísimo Jesús te mande trabajos, te ponga en alguna desolación, quiera hacer de ti un blanco de contradicción.


El rezo del Santo Rosario




A San Pío de Pietrelcina se le ha llamado «un rezador de rosarios en jornada completa».
Él ha rezado incontables rosarios en honor a María. ¿Cuántos exactamente? Es difícil dar una respuesta exacta. Tenemos, sin embargo, algunos testimonios que pueden darnos una idea más o menos aproximada del número de rosarios que rezaba al día el Serafín del Gárgano.
Al comienzo del Diario que el Padre Pío escribió en los meses de julio-agosto de 1929, hay una breve indicación sobre sus devociones particulares diarias. La indicación se cierra con este compromiso: «Diariamente no menos de cinco rosarios completos» (Epist. IV,1022). Pero muy pronto esta cifra se vio ampliamente superada.
Fr. Carmelo de Sessano, que fue superior del convento de Capuchinos de San Giovanni Rotondo desde 1953 a 1959, nos ha dejado este testimonio: «6 febrero 1954. Hace unos pocos minutos (apenas habían pasado las 21 horas) he marchado con otros dos religiosos a dar las “Buenas noches” al Padre. Lo hemos encontrado casi preparado para acostarse, con una cofia en la cabeza, que terminaba en dos largos cordones, atados con un nudo al cuello, en las manos dos medios guantes blancos, un cinturón sobre el hábito. Con la puerta aún semiabierta, el Padre ha dicho: “Debo decir otros dos rosarios, dos y medio,  y me acuesto”. Y yo: “Padre, por favor, ¿cuántos rosarios ha dicho hoy?”. Y él: “¡Beh!; a mi superior tengo que decirle la verdad: he dicho treinta y cuatro”. Y nosotros: “¿Cómo hace para rezar tantos?” Y él: “... pero esto no es para ustedes”. 34 + 2 = 36 rosarios ¡¡¡en un día!!! “Sí, 36, recalca uno de los religiosos: yo ya lo sabía. ¡¡¡Me lo había dicho él!!! - Dios mío, ¡delante de ti uno que ora sin cesar a tu Madre!».
Cleonice Morcaldi, en su Diario, habla incluso de 60 rosarios completos al día. Escribe la señorita, amada hija espiritual del venerado Padre:
«Una vez, en el confesonario, le pregunté cuántos rosarios rezaba al día. Me respondió: “Cuando he terminado mis 180 rosarios (es decir, sesenta rosarios completos), entonces descanso”. “¿Y cómo haces para rezar tantos?”. “¡Y cómo haces tú para no rezarlos!”. “¿También durante la noche los reza?”. “¡Claro que también!”, me respondió».
Con el rosario siempre en sus manos, cada día, de 11 a 12, en oración, en el matroneo de la nueva iglesia, delante del espléndido mosaico de Nuestra Señora de las Gracias, el Padre Pío era una ininterrumpida catequesis viviente de piedad mariana.
Pero, ¿por qué rezaba el Padre Pío tantos Rosarios y en qué pensaba mientras el rezo del mismo?
El Padre Pío rezaba tantos Rosarios porque era la encarnación del mensaje de Fátima; y, en Fátima, la Virgen María había pedido el rezo diario del Rosario.
«Pero el verdadero motivo por el que el Padre Pío ha amado tanto el Rosario es porque la Virgen María en persona se lo había puesto en las manos. La Virgen ha querido que el hijo del Seráfico Padre llegase, a través de ella, a Jesús: El Padre Pío, en efecto, siempre llegó a Jesús por María. La senda, pues, que el místico de San Giovanni Rotondo siguió para alcanzar al Señor fue siempre la del Rosario.
La Madre de Jesús, al poner en las manos del Padre Pío el rosario, buscó además otra cosa: Le puso en las manos «el arma» para que lograra salir vencedor en todos los combates a los que, a partir de ese momento, le lanzaría, en un campo de batalla sin fronteras, contra el más terrible de los enemigos.
El Padre Pío no ha sido sólo un amante del Rosario; ha sido también el apóstol de la oración que tanto agrada a María.
La oración que el Padre Pío más promovió en su ministerio sacerdotal fue el Rosario a la Virgen María. No sabría decir cuántos miles de rosarios ha puesto en manos de sus hijos».
¿En qué pensaba el Padre Pío durante el rezo del Rosario? En una ocasión, un alma buena preguntó al querido Padre si, en el rezo del Rosario, era necesario estar atento al Ave o al misterio. Él respondió: «La atención debe estar centrada en el Ave María, es decir en el saludo que se dirige a la Virgen, pero “en” el misterio que se contempla. En todos los misterios Ella está presente, en todos participó con amor y con dolor».
«El Rosario es, pues, la cristología vivida por la Virgen María. El piadoso Capuchino se alimentó a lo largo de toda su vida de esta cristología mariana. En María, el Serafín de Pietrelcina ha encontrado el universo apropiado en el que poder contemplar a Cristo que nace, es ofrecido en el templo, discute con los doctores, agoniza en el huerto, es crucificado, muere en la cruz, resucita, asciende al cielo, envía al Espíritu».

 Fuente: " La presencia materna de Marìa Santìsima en la vida de Padre Pio" de Fr. GERARDO DI FLUMERI

Mes de Marzo




1  Padre, tú amas aquello que yo temo. - Respuesta: Yo no amo el sufrimiento por el sufrimiento; lo pido a Dios, lo deseo por los frutos que me aporta: da gloria a Dios, me alcanza la salvación de mis hermanos en este destierro, libra a las almas del fuego del purgatorio, ¿y qué más quiero yo?
- Padre, ¿qué es el sufrimiento? - Respuesta: Expiación.
- Y para usted, ¿qué es? - Respuesta: Mi alimento diario, mi ¡delicia! (en LdP, p.167).

2  No queremos persuadirnos de que nuestra alma necesita el sufrimiento; de que la cruz debe ser nuestro pan de cada día.
Igual que el cuerpo necesita alimentarse, así el alma necesita día tras día de la cruz, para purificarse y separarse de las criaturas.
No queremos comprender que Dios no quiere, no puede salvarnos ni santificarnos sin la cruz, y que cuanto más atrae a un alma hacia sí, más la purifica por medio de la cruz (FSP, p.123).

3  En esta tierra cada uno tiene su cruz, pero debemos actuar de modo que no seamos el mal ladrón sino el buen ladrón (CE, p.23).

4  El Señor no puede darme un cireneo. Debo hacer sólo la voluntad de Dios; y si le agrado, lo demás no cuenta (LCS, 1 sept. 1967,4).

5  En la vida Jesús no te pide que lleves con él su pesada cruz, pero sí un pequeño trozo de su cruz, trozo que se compendia en los dolores de los hombres  (FSP, p.119).

6  En primer lugar tengo que decirte que Jesús tiene necesidad de quien llore con él por la iniquidad de los hombres, y por este motivo me lleva por los caminos del sufrimiento, como me lo señalas en tu carta. Pero sea siempre bendito su amor, que sabe mezclar lo dulce con lo amargo y convertir en premio eterno las penas pasajeras de la vida (Epist.III, p.413).

7  No temas por nada. Al contrario, considérate muy afortunada por haber sido hecha digna y partícipe de los dolores del Hombre-Dios. No es abandono, por tanto, todo esto, sino amor y amor muy especial que Dios te va demostrando. No es castigo sino amor y amor delicadísimo. Bendice por todo esto al Señor y acepta beber el cáliz de Getsemaní (Epist.III,  p.441).

8  Comprendo bien, hija mía, que tu Calvario te resulte cada día más doloroso. Pero piensa que Jesús ha llevado a cabo la obra de nuestra redención en el Calvario y que en el Calvario debe completarse la salvación de las almas redimidas (Epist.III, p.448).

9  Sé que sufres y que sufres mucho, pero ¿no son acaso éstas las alhajas del Esposo? (Epist.III, p.445).

10  El Señor a veces te hace sentir el peso de la cruz. Este peso te parece insoportable, y sin embargo tú lo llevas porque el Señor, en su amor y en su misericordia, te tiende la mano y te da la fuerza que necesitas (CE, p.21).

11  Ciertas dulzuras interiores son cosas de niños. No son señal de perfección. No dulzuras sino sufrimiento es lo que se precisa. Las arideces, la desgana, la impotencia, éstos son los signos de un amor verdadero. El dolor es agradable. El destierro es bello porque se sufre y así podemos ofrecer algo a Dios. La ofrenda de nuestro dolor, de nuestros sufrimientos, es una gran cosa que no podemos hacer en el cielo (GB, 35).

12  Preferiría mil cruces e incluso me sería dulce y ligera toda cruz, si no tuviese esta prueba de sentirme siempre en la duda de si agrado o no al Señor en mis obras. Es doloroso vivir así... Me resigno, ¡pero la resignación, mi "fiat", me parece tan frío, tan vacío...! ¡Qué misterio! Sólo Jesús se preocupa de nosotros (AD, 93s.).

13  Ama a Jesús; ámalo mucho; pero precisamente por esto, ama cada vez más el sacrificio (GB, 61).

14  El corazón bueno es siempre fuerte; sufre pero oculta sus lágrimas, y se consuela sacrificándose por el prójimo y por Dios (CE, 23).

15  Quien comienza a amar debe estar dispuesto a sufrir (CE, 25).

16  El dolor ha sido amado con deleite por las almas grandes. Es el remedio de la creación después de la desgracia de la caída; es la palanca más potente para levantarla; es el segundo brazo del amor infinito para nuestra regeneración (ASN, 42).

17  No temas las adversidades, porque colocan al alma a los pies de la cruz y la cruz la coloca a las puertas del cielo, donde encontrará al que es el triunfador de la muerte, que la introducirá en los gozos eternos (ASN, 42).

18 Si sufres aceptando con resignación su voluntad, tú no le ofendes sino que le amas. Y tu corazón quedará muy confortado si piensas que en la hora del dolor Jesús mismo sufre en ti y por ti. El no te abandonó cuando huiste de él; ¿por qué te va a abandonar ahora que, en el martirio que sufre tu alma, le das pruebas de amor? (GF, 174).

19  Subamos con generosidad al Calvario por amor de aquél que se inmoló por nuestro amor; y seamos pacientes, convencidos de que ya hemos emprendido el vuelo hacia el Tabor (ASN, 42).

20  Manténte unida a Dios con fuerza y con constancia, consagrándole todos tus afectos, todos tus trabajos y a ti misma toda entera, esperando con paciencia el regreso del hermoso sol, cuando el Esposo quiera visitarte con la prueba de las arideces, de las desolaciones y de la noche del espíritu (Epist.III, p.670).

21  Sí, yo amo la cruz, la cruz sola; la amo porque la veo siempre en las espaldas de Jesús (Epist.I, p.235).

22  Los verdaderos siervos de Dios siempre han estimado que la adversidad es más conforme al camino que recorrió nuestro Señor, que llevó a cabo la obra de nuestra salvación por la cruz y los desprecios (Epist.IV, p.106).

23  El destino de las almas elegidas es el sufrir. El sufrimiento soportado cristianamente es la condición que Dios, autor de todas las gracias y de todos los dones que conducen a la salvación, ha establecido para concedernos la gloria (Epist.II, p.248).

24  Ama siempre el sufrimiento, que, además de ser la obra de la sabiduría divina, nos revela con mayor claridad aún la obra de su amor (ASN, 43).

25  Dejad que la naturaleza se queje ante el sufrimiento, porque, si excluimos el pecado, no hay nada más natural. Vuestra voluntad, con la ayuda divina, será siempre superior y, si no abandonáis la oración, el amor divino jamás dejará de actuar en vuestro espíritu (Epist.III, p.80).

26  La vida es un Calvario; pero conviene subirlo alegremente. Las cruces son los collares del Esposo y yo estoy celoso de ellos. Mis sufrimientos son agradables. Sufro solamente cuando no sufro (CE, 22).

27  El Dios de los cristianos es el Dios de las transformaciones. Echáis en su seno el dolor y sacáis la paz; echáis desesperación y veréis surgir la esperanza (FM, 166).

28  Los ángeles sólo nos tienen envidia por una cosa: ellos no pueden sufrir por Dios. Sólo el sufrimiento nos permite decir con toda seguridad: Dios mío, mirad cómo os amo (FM, 166).

29  El sufrimiento de los males físicos y morales es la ofrenda más digna que puedes hacer a aquel que nos ha salvado sufriendo (Epist.III, p.482).

30  Gozo inmensamente al saber que el Señor es siempre generoso en sus caricias a tu alma. Sé que sufres, pero el sufrimiento ¿no es la prueba cierta de que Dios te ama? Sé que sufres, pero ¿no es este sufrimiento el distintivo de toda alma que ha elegido por su porción y su heredad a Dios, y a un Dios crucificado? Sé que tu alma está siempre envuelta en las tinieblas de la prueba, pero que te baste saber, mi querida hija, que Jesús está contigo y en ti (Epist.III, p.703).

31  Acepta todo dolor e incomprensión que vienen de lo Alto. Así te perfeccionarás y te santificarás (FSP, 119).

domingo, 15 de febrero de 2015

Mes de Febrero

1  La oración es el desahogo de nuestro corazón en el de Dios... Cuando se hace bien, conmueve el corazón de Dios y le invita, siempre más, a acoger nuestras súplicas. Cuando nos ponemos a orar a Dios, busquemos desahogar todo nuestro espíritu. Nuestras súplicas le cautivan de tal modo que no puede menos de venir en nuestra ayuda (T, 74).

2  Quiero ser solamente un pobre fraile que ora... Dios ve manchas hasta en los ángeles, ¡cuánto más en mí! (T, 58).

3  Ora y espera; no te inquietes. La inquietud no conduce a nada. Dios es misericordioso y escuchará tu oración (CE, 39).

4  La oración es la mejor arma que tenemos; es una llave que abre el corazón de Dios. Debes hablar a Jesús también con el corazón además de hacerlo con los labios; o, mejor, en algunas ocasiones debes hablarle únicamente con el corazón (CE, 40).

5  Con el estudio de los libros se busca a Dios; con la meditación se le encuentra (AdFP, 547).

6  Sed asiduos a la oración y a la meditación. Ya me habéis dicho que habéis comenzado a hacerlo. Oh Dios, ¡qué gran consuelo para un padre que os ama igual que a su propia alma! Continuad progresando siempre en el santo ejercicio del amor a Dios. Hilad cada día un poco: si es de noche, a la tenue luz de la lámpara y entre la impotencia y la esterilidad del espíritu; y si es de día, en el gozo y en la luz deslumbrante del alma (GF, 173).

7  Si puedes hablar al Señor en la oración, háblale, ofrécele tu alabanza; si no puedes hablar por ser inculta, no te disgustes en los caminos del Señor; deténte en la habitación como los servidores en la corte, y hazle reverencia. El te verá, le gustará tu presencia, favorecerá tu silencio y en otro momento encontrarás consuelo cuando él te tome de la mano (Epist.III, p.982).

8  Este modo de estar en la presencia de Dios, únicamente para expresarle con nuestra voluntad que nos reconocemos siervos suyos, es muy santo, excelente, puro y de una grandísima perfección (Epist.III, p.982).

9  Cuando te encuentres cerca de Dios en la oración, ten presente tu realidad: háblale si puedes; y si no puedes, párate, hazte ver y no te busques otras preocupaciones (Epist.III, p.983).

10  Las oraciones, que tú me pides, no te faltan nunca, porque no puedo olvidarme de ti que me cuestas tantos sacrificios. Te he dado a luz a la vida de Dios con el dolor más intenso del corazón. Estoy seguro de que en tus plegarias no te olvidarás del que lleva la cruz por todos (Epist.III, p.983).

11  El mejor consuelo es el que viene de la oración (GC, 38).

12  Salvar las almas orando siempre (LCS,  1 oct.1971, 30).

13  La oración debe ser insistente, ya que la insistencia pone de manifiesto la fe (AdFP, 553).

14  Las oraciones de los santos en el cielo y las de los justos en la tierra son perfume que no se perderá jamás (GF, 175).

15  Yo no me cansaré de orar a Jesús. Es verdad que mis oraciones son más dignas de castigo que de premio, porque he disgustado demasiado a Jesús con mis incontables pecados; pero, al final, Jesús se apiadará de mí (Epist.I, p.209).

16  Todas las oraciones son buenas, siempre que vayan acompañadas por la recta intención y la buena voluntad (AdFP, 552).

17  Reflexionad y tened siempre ante los ojos de la mente la gran humildad de la Madre de Dios y Madre nuestra. En la medida en que crecían en ella los dones del cielo, ahondaba cada vez más en la humildad (Epist.II, p.419).

18  Como las abejas que sin titubear atraviesan una y otra vez las amplias extensiones de los campos, para alcanzar el bancal preferido; y después, fatigadas pero satisfechas y cargadas de polen, vuelven al panal para llevar a cabo allí en una acción fecunda y silenciosa la sabia transformación del néctar de las flores en néctar de vida: así vosotros, después de haberla acogido, guardad bien cerrada en vuestro corazón la palabra de Dios. Volved a la colmena, es decir, meditadla con atención, deteneos en cada uno de los elementos, buscad su sentido profundo. Ella se os manifestará entonces con todo su esplendor luminoso, adquirirá el poder de destruir vuestras naturales inclinaciones hacia lo material, tendrá el poder de transformarlas en ascensiones puras y sublimes del espíritu, y de unir vuestro corazón cada vez más estrechamente al Corazón divino de vuestro Señor  (GF, 196s.).

19   El alma cristiana no deja pasar un solo día sin meditar la pasión de Jesucristo (OP).

20  Para que se dé la imitación, es necesaria la meditación diaria y la reflexión frecuente sobre la vida de Jesús; de la meditación y de la reflexión brota la estima de sus obras; y de la estima, el deseo y el consuelo de la imitación (Epist.I, p.1000).

21  Ten paciencia al perseverar en este santo ejercicio de la meditación y confórmate con comenzar dando pequeños pasos, hasta que tengas dos piernas para correr, y mejor, alas para volar; conténtate con obedecer, que nunca es algo sin importancia para un alma que ha elegido a Dios por su heredad; y resígnate a ser por el momento una pequeña abeja de la colmena que muy pronto se convertirá en una abeja grande, capaz de fabricar la miel.
Humíllate siempre y amorosamente ante Dios y ante los hombres, porque Dios habla verdaderamente al que se presenta ante él con un corazón humilde (Epist.III, p.980).

22  No puedo, pues, admitir y, como consecuencia, dispensarte de la meditación sólo porque te parezca que no sacas ningún provecho. El don sagrado de la oración, mi querida hija, lo tiene el Salvador en su mano derecha; y a medida que te vayas vaciando de ti misma, es decir, del amor al cuerpo y de tu propia voluntad, y te vayas enraizando en la santa humildad, el Señor lo irá comunicando a tu corazón (Epist.III, p.979s.).

23  La verdadera causa por la que no siempre consigues hacer bien tus meditaciones yo la descubro, y no me equivoco, está en esto: Te pones a meditar con cierto nerviosismo y con una gran ansiedad por encontrar algo que pueda hacer que tu espíritu permanezca contento y consolado; y esto es suficiente para que no encuentres nunca lo que buscas y no fijes tu mente en la verdad que meditas. Hija mía, has de saber que cuando uno busca con prisas y avidez un objeto perdido, lo tocará con las manos, lo verá cien veces con sus ojos, y nunca lo advertirá.
De esta vana e inútil ansiedad no te puede venir otra cosa que no sea un gran cansancio de espíritu y la incapacidad de la mente para detenerse en el objeto que tiene presente; y la consecuencia de esta situación es cierta frialdad y sin sentido del alma, sobre todo en la parte afectiva.
Para esta situación no conozco otro remedio fuera de éste: salir de esta ansiedad, porque ella es uno de los mayores engaños con los que la virtud auténtica y la sólida devoción pueden jamás tropezar; aparenta enfervorizarse en el bien obrar, pero no hace otra cosa que entibiarse, y nos hace correr para que tropecemos (Epist.III, p.980s.).

24  El que no medita puede hacer como el que no se mira nunca al espejo, que no se preocupa de salir arreglado. Puede estar sucio sin saberlo.
El que medita y piensa en Dios, que es el espejo de su alma, busca conocer sus defectos, intenta corregirlos, se reprime en sus impulsos y pone su conciencia a punto (AdFP, 548).

25  No sé ni compadecerte ni perdonarte el que con tanta facilidad dejes la comunión y también la santa meditación. Recuerda, hija mía, que no se llega a la salvación si no es por medio de la oración; y que no se vence en la batalla si no es por la oración. A ti te corresponde, pues, la elección (Epist.III, p.414).

26  En cuanto a lo que me dices que sientes cuando haces la meditación, has de saber que es un engaño del diablo. Estáte, pues, atenta y vigilante. No dejes jamás la meditación por este motivo; de otro modo, convéncete de que muy pronto serás vencida por completo (Epist.III, p.405).

27  Tú, mientras tanto, no te aflijas hasta el extremo de perder la paz interior. Ora con perseverancia, con confianza y con la mente tranquila y serena (Epist.III, p.452).

28  Rogad por los malos, rogad por los fervorosos, rogad por el Sumo Pontífice y por todas las necesidades espirituales y temporales de la santa Iglesia, nuestra tiernísima madre; y elevad una súplica especial por todos los que trabajan por la salvación de las almas y por la gloria del Padre celestial (Epist.II, p.70).

Fuente: "Buenos Dìas, un pensamiento para cada dìa." Escritos originales de Padre Pio

Las expresiones de amor del Padre Pío a la Virgen María (3)



Hasta ahora nos hemos fijado en el papel materno de María en relación al Padre Pío. Ahora debemos detenernos en las expresiones de amor y de devoción de San Pío de Pietrelcina a la Madre de Jesús y Madre espiritual nuestra. Estas manifestaciones se pueden resumir en las siguientes: las enseñanzas que el Padre Pío impartía a sus hijos espirituales; el rezo del santo Rosario; algunas devociones particulares; su dichosa muerte. Consideramos detenidamente cada uno de estos puntos.
Las enseñanzas a sus hijos espirituales.
Son muchas las enseñanzas que el Padre Pío impartió a sus hijos e hijas espirituales, tanto de palabra como con el ejemplo.
El 25 de mayo de 1915 escribía a Raffaelina Cerase: «María sea la estrella que le ilumine la senda; le muestre el camino seguro para llegar al Padre del cielo; sea como el ancla a la que se debe sujetar cada vez más estrechamente en el tiempo de la prueba» (Epist. II,373).
Por tanto, confianza en María, medio seguro de salvación.
Y a la misma hija espiritual, el 20 de abril de 1915: «La Virgen María sea ella misma la que le alcance fuerza y valor para combatir el buen combate» (Epist. II,403). El mismo augurio a las hermanas Ventrella (Epist. III,551).
El 13 de mayo de 1915 proponía a María como modelo de humildad: «Reflexione y tenga siempre ante los ojos de la mente la gran humildad de la Madre de Dios y nuestra, la cual, a medida que aumentaban en ella los dones del cielo, más profundizaba en la humildad, de forma que en el momento mismo en que fue cubierta por la sombra del Espíritu Santo, que la convirtió en Madre del Hijo de Dios, pudo cantar: “He aquí la esclava del Señor”. Lo mismo cantó esta querida Madre en casa de santa Isabel, incluso llevando en sus entrañas al Hijo de Dios hecho hombre» (Epist. II,419).
Ante los ojos de Margarita Tresca (Epist. III,189) y de Asunta Di Tomaso (Epist. III,423) trazaba el cuadro de la Virgen Dolorosa, que, «petrificada ante el Hijo crucificado... no podía ni siquiera llorar».
A lo largo de su vida sacerdotal, el Padre Pío dejó innumerables estampas con un pensamiento autógrafo escrito al dorso que se refiere a  la Virgen.
He aquí algunas de las breves frases:
«La Virgen Dolorosa te tenga siempre grabada  en su corazón materno».
«La Virgen Madre tenga siempre su mirada en ti y te conceda experimentar todas sus dulzuras maternas».
«María sea la estrella que ilumine tus pasos a través del desierto de la vida y te conduzca sana y salva al puerto de la salvación eterna».
«María te mire siempre con ternura materna, alivie el peso de este destierro y un día te muestre a Jesús en la plenitud de su gloria, librándote para siempre del miedo a perderlo».
«María esté siempre esculpida en tu mente y grabada en tu corazón».
Todos sabemos que en el dintel de la celda n. 5 del Padre Pío estaba escrito y está todavía este pensamiento de san Bernardo: «María es la razón total de mi esperanza».
El Padre Pío no dejaba pasar ocasión sin inculcar la confianza y la devoción hacia la Virgen bendita.
Una vez el obispo de Foggia, monseñor Paolo Carta, le presentó un amigo, funcionario en Cagliari, y le manifestó que el tal quería asegurarse una entrada en el paraíso. El enamorado de la Madre del cielo, le respondió: «¡Eh! Aquí se necesita a la Virgen María, se necesita a la Virgen María». Y contó el episodio, ciertamente inventado, que recalca el amor de la Virgen a los pecadores. «Un día nuestro Señor, dando un paseo por el cielo, vio ciertas caras extrañas y pidió explicaciones a san Pedro. - “¿Cómo han conseguido entrar aquí? Me parece que tú no vigilas bien las puerta”. Pedro, muy disgustado, respondió: - “Señor, yo no puedo hacer nada”. – “¿Cómo?, ¿que no puedes hacer nada? ¡La llave la tienes tú! Cumple tu deber. ¡Estate más atento!”.
Algunos días después, el Señor dio otra vuelta y vio otros inquilinos de aspecto poco recomendable. – “Pedro, ¡he visto algunas caras...! Se ve que no vigilas bien la entrada”. Y Pedro: - “Señor, ¡yo no puedo hacer nada! Y ni siquiera puedes hacerlo tú”. Y el Señor: - “¿Tampoco yo? ¡Esto ya es demasiado!”. Y Pedro: - “Sí, ¡tampoco tú! Tu Madre tiene otra llave. Es tu Madre la que los deja entrar”».
Para poner fin a este apartado sobre las enseñanzas que el Padre Pío impartía a sus hijos e hijas espirituales, tenemos que referirnos a otros elementos de su piedad mariana. Comenzamos por las catequesis que ofreció desde su celda durante la enfermedad que lo tuvo alejado de los fieles desde finales de abril hasta el mes de agosto de 1959.
«En estos breves pensamientos encontramos pequeñas perlas de luz y de amor a la Madre del cielo: “Estemos seguros – dice el Padre – que si somos constantes y perseveramos, esta Madre no permanecerá sorda a nuestros gemidos. ¡Es Madre!” (7 julio). Y de nuevo: “¿Quién puede darnos la paz? El Autor de la paz es sólo Dios y el canal para ofrecer esa paz es la Madre del cielo” (9 julio). Abrasémonos cada día más en el amor a esta Madre y estemos seguros de que nada nos será negado, porque nada le falta a Ella, que tiene un corazón de Madre y de Reina” (12 julio). “Sabemos que esta Madre del cielo nos ama mucho más de lo que nosotros deseamos, porque muchas veces nosotros - por desgracia - deseamos junto al bien también el mal. Esta Madrecita nuestra nos ofrece el bien y al mismo tiempo nos lo conserva si nosotros, con su ayuda, queremos imitarla” (16 julio). “No olvidemos nunca el cielo, al que tenemos que aspirar con todas nuestras fuerzas. Por desgracia el camino está lleno de dificultades. Pero apoyémonos en quien puede ayudarnos y quiere ayudarnos; el camino se nos convertirá en fácil porque tendremos quien nos protege, nos asiste y nos tenderá la mano, y ésta es nuestra Madre del cielo” (12 agosto).
Como se ve con claridad, se trata de un breve resumen de matices sobre el tema de la maternidad espiritual de María, que es amor y quiere darnos amor, enriquecernos de amor, provocar amor en el corazón de cada uno de sus hijos, hasta aquel que será el reino del amor en los cielos eternos, donde nos encontraremos para siempre con la que es nuestra única Madre eterna».
Sabemos que esta catequesis mariana culminó en un milagro: la curación del catequista, del venerado Padre Pío.
El 6 de agosto de 1959, la imagen de la Virgen de Fátima, peregrina en Italia por las capitales de provincia, haciendo una excepción, fue llevada a San Giovanni Rotondo, en consideración al Padre Pío. La imagen fue acompañada solemnemente a la iglesia del convento. ¿Qué es lo que sucedió? Dejamos la palabra a un testigo ocular, el padre Raffaele da Sant’Elia a Pianisi: «La iglesia permanece abierta día y noche y está siempre abarrotada de fieles que rezan. El Padre Pío está en cama y reza. Al día siguiente, 7 de agosto, lo bajan a la iglesia, sentado en una silla, y cada tanto se detienen para no cansarlo. Cuando está a los pies de la Virgen, conmovido y con lágrimas en los ojos, la besa con afecto y coloca en sus manos un Rosario bendecido por él; después se le sube porque está cansado y por miedo a un colapso... más de tres meses de enfermedad, de ayuno y de cama... Por la tarde, la Virgen es llevada a la Casa Alivio del Sufrimiento, donde recorre todas las secciones, y, por fin, es subida a la terraza, donde el helicóptero está preparado para partir. El Padre Pío manifiesta su deseo de querer saludarla de nuevo antes de que se marche, y, de nuevo sentado en una silla, es llevado al coro de la nueva iglesia y se asoma a la última ventana de la derecha de quien mira desde la plaza. Entre los “vivas” de una gran multitud de fieles, el helicóptero emprende el vuelo, pero, antes de enfilar la ruta prefijada, da tres vueltas sobre el convento y la iglesia para saludar al Padre Pío. Éste, al ver el helicóptero que se mueve con su Virgen, conmovido, con fe y lágrimas en sus ojos, dice: “Señora, Madre mía, llegaste a Italia y yo quedé enfermo; ahora te vas y ¡me dejas enfermo!”. Dicho esto, baja la cabeza, mientras un escalofrío lo sacude y recorre todo su cuerpo. El Padre Pío ha recibido la gracia y se siente bien. Al día siguiente, aunque casi todos se lo desaconsejan, puede celebrar en la iglesia. Por la tarde, llega de forma providencial el doctor Gasbarrini, que lo examina minuciosamente, lo encuentra clínicamente curado y dice a los frailes presentes, entre los que me encontraba yo: “El Padre Pío está bien y mañana puede sin reparo alguno celebrar en la iglesia”.
¡Cuál no fue el júbilo para nosotros y para todo el pueblo! Con rapidez se divulgó la noticia de que la Virgen de Fátima había devuelto la vida al Padre Pío, y desde aquel día él reemprendió todas sus actividades apostólicas: misa y confesiones, como anteriormente. Hubo alguna voz disonante que quería negar el milagro, pero él decía: “Lo sé yo si estoy o no estoy curado y si ha sido un milagro de la Virgen; soy yo el que debo juzgarlo”. Cuando más adelante contaba este milagro, no podía nunca llegar al final porque comenzaba a llorar».
El Padre Agostino da San Marco in Lamis afirma, en su Diario, que el Padre Pío, encontrándose en su celda con un hermano en religión, «en su simplicidad infantil exclamó: “La Virgen ha venido aquí porque quería curar al Padre Pío”».
San Pío de Pietrelcina enseñaba la piedad mariana a sus hijos espirituales, no sólo de palabra, sino sobre todo con su conducta. De su modo de comportarse nos quedan dos ejemplos admirables.
El primero es el tiempo, desde las 11 a las 12, que pasaba cada día en oración en el matroneo de la iglesia. Con el Rosario en la mano, sentado y con los brazos apoyados en el respaldo del reclinatorio, dirigía miradas llenas de amor a Jesús Sacramentado y a Nuestra Señora de las Gracias, representada en el espléndido mosaico. Los fieles, que abarrotaban el templo, seguían cada movimiento del Padre Pío y quedaban impactados por su fervor y su piedad. A las 12 en punto rezaba el “Ángelus Domini” con los fieles, impartía la bendición y bajaba al refectorio para encontrarse con los otros religiosos. Todos los que lo habían acompañado en el rezo, abandonaban el templo como enjambres de abejas, felices y contentos por haber rezado con un “santo” y haber recibido su bendición. Se sentían más ligeros y se daban prisa para otra cita del día, a fin de estar de nuevo con el “santo”  y orar con él.
Esta segunda cita era la función vespertina, oficiada casi siempre por el Padre Pío. Arrodillado en las gradas del altar, delante de Jesús Sacramentado y a los pies de la imagen de Nuestra Señora de las Gracias, recitaba en primer lugar la “Visita a Jesús Sacramentado” y después la “Visita a María Santísima”. ¿Quién no recuerda la conmoción de su voz? ¿Cómo olvidar el “pathos” espiritual y místico que llegaba a crearse en todos los que seguían cada una de sus palabras? El punto culminante de la conmoción, en él y en los fieles, tenía lugar cuando el Padre, con un sollozo en la garganta, suplicaba: «Te venero, oh gran Reina, y te doy las gracias por todos los favores que me has concedido hasta el presente, especialmente por haberme liberado del infierno, tantas veces merecido por mí». 

Fuente: " La presencia materna de Marìa Santìsima en la vida de Padre Pio" de Fr. GERARDO DI FLUMERI

sábado, 3 de enero de 2015

Mes de Enero





1  Por gracia de Dios estamos al comienzo de un nuevo año. Este año, cuyo final sólo Dios sabe si lo veremos, debe estar consagrado del todo a reparar por el pasado, a proponer para el futuro; y a procurar que vayan a la par los buenos propósitos y las obras santas (TN, en Epist.IV, p.878).

2  Digámonos con el pleno convencimiento de que nos decimos la verdad: alma mía, comienza hoy a hacer el bien, que hasta ahora no has hecho nada. Movámonos siempre en la presencia de Dios. Dios me ve, digámonos con frecuencia; y, al verme,  también me juzga. Actuemos de modo que no vea en nosotros más que el bien (TN, en Epist.IV, p.878).

3  No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy. No dejemos para mañana lo que podemos hacer hoy. Del bien de después están llenos los sepulcros...; y además, ¿quién nos dice que viviremos mañana? Escuchemos la voz de nuestra conciencia, la voz del profeta rey: Si escucháis hoy la voz del Señor, no cerréis vuestros oídos. Levantémonos y atesoremos, porque sólo el instante que pasa está en nuestras manos. No queramos alargar el tiempo entre un instante y otro, que eso no está en nuestras manos (TN, en Epist.IV, p.877s.).

4 ¡Oh, qué precioso es el tiempo! Felices los que saben aprovecharlo, porque todos, en el día del juicio, tendremos que dar cuenta rigurosísima de ello al Juez supremo. ¡Oh, si todos llegasen a comprender el valor del tiempo! ¡Seguro que se esforzarían por usarlo de forma digna de encomio! (CS, n.65, p.169).

5  “Comencemos hoy, hermanos, a hacer el bien, que hasta ahora no hemos hecho nada”. Estas palabras que el seráfico Padre San Francisco, en su humildad, se aplicaba a sí mismo, hagámoslas nuestras al comienzo de este nuevo año. En verdad, nada hemos hecho hasta ahora; o, al menos, bien poco;  los años se han ido sucediendo, comenzando y terminando, sin que nos preguntáramos cómo los hemos empleado; si no había nada que reparar, nada que añadir, nada que quitar en nuestra conducta. Hemos vivido a lo tonto, como si un día el Juez eterno no nos hubiese de llamar y pedirnos cuenta de nuestra conducta, de cómo hemos empleado nuestro tiempo.
Sin embargo, deberemos dar cuenta rigurosísima de cada minuto, de cada actuación de la gracia, de cada santa inspiración, de cada ocasión que se nos presentaba de hacer el bien. ¡La más pequeña transgresión de la santa ley de Dios será tenida en cuenta! (TN, en Epist.IV, p.875).

6  El amor no admite dilación y los Magos, nada más alcanzar su meta, no ahorran esfuerzos por dar a conocer y amar a Aquel que con el influjo de su gracia ha conquistado sus corazones; y los ha herido con aquel amor que busca expandirse, porque no cabe en las reducidas dimensiones del corazón y quiere comunicar lo que lo llena (TN Epist.IV, p.887).

7  Es necesario cultivar con solidez estas dos virtudes: la dulzura con el prójimo y la santa humildad con Dios (Epist.III, p.944).

8  Dios os deja en esas tinieblas para su gloria; aquí está la gran oportunidad de vuestro progreso espiritual. Dios quiere que vuestras miserias sean el trono de su misericordia y vuestra incapacidad, la sede de su omnipotencia (Epist.III, p.964).

9  En una ocasión enseñé al padre un ramo bellísimo de majoleto en flor y, al mostrarle al padre aquellas flores blanquísimas tan bellas, exclamé. "¡Qué bellas!...”. “Sí, dijo el padre, pero más que las flores son bellos los frutos”. Y me hizo comprender que mucho más que los santos deseos son bellas las obras (VVN, 49).

10  Que no la amedrenten las frecuentes insidias de esta bestia infernal: Jesús, que está siempre con usted y que luchará a su lado y por usted, no permitirá jamás que llegue a verse defraudada y vencida (Epist.III, p.49).

11  No te detengas en la búsqueda de la verdad y en la conquista del sumo Bien. Sé dócil a los impulsos de la gracia, secundando sus inspiraciones y sus llamadas. No te avergüences de Cristo y de su doctrina (Epist.IV, p.618).

12  Cuando el alma sufre y teme ofender a Dios, no le ofende y está muy lejos de pecar (Epist.II, p.61).

13  El ser tentado es signo de que el alma es muy grata al Señor (Epist.III, p.50).

14  No se abandone jamás a sí misma. Ponga toda la confianza en solo Dios (Epist.II, p.64).

15  Siento cada vez más la imperiosa necesidad de entregarme con más confianza a la misericordia divina y de poner sólo en Dios toda mi esperanza (Epist.I, p.224s.).

16  Es terrible la justicia de Dios. Pero no olvidemos que también su misericordia es infinita  (GP, 138).

17  Busquemos servir al Señor con todo el corazón y con toda la voluntad. Nos dará siempre mucho más de lo que merecemos (GP, 180).

18  Alaba sólo a Dios y no a los hombres, honra al Creador y no a la criatura.
Sé capaz de soportar las amarguras durante toda tu vida para poder participar de los sufrimientos de Cristo (LCS, 1oct. 1971, 30).

19  Sólo un general sabe cuándo y cómo deben actuar sus soldados. Ten paciencia; también a ti te llegará tu vez (AdFP, 555).

20  Apártate del mundo. Escúchame: uno se ahoga en alta mar, otro se ahoga en un vaso de agua. ¿Qué diferencia hay entre uno y otro? ¿No están muertos los dos? (AdFP, 555).

21  ¡Piensa siempre que Dios lo ve todo! (AdFP, 554).

22  En la vida espiritual cuanto más se corre menos se siente el cansancio; más bien será la paz, preludio del gozo eterno, la que se posesionará de nosotros y seremos felices y fuertes en la medida que, manteniéndonos en este esfuerzo y mortificándonos a nosotros mismos, hagamos que Cristo viva en nosotros (AdFP, 559).

23  No nos desanimemos nunca ante los designios de la divina providencia, que, uniendo los gozos a los sufrimientos y haciéndonos pasar en la vida, a cada uno y a las naciones, de las alegrías a las lágrimas, nos conduce a la consecución de nuestro fin último. Veamos detrás de la mano del hombre que se manifiesta de ese modo, la mano de Dios que se oculta (Epist.IV, p.101).

24  Si queremos recoger la cosecha, es necesario no sólo sembrar la semilla sino también echarla en buena tierra; y cuando esta semilla llegue a hacerse planta, hemos de estar muy atentos para vigilar que la cizaña no sofoque las todavía tiernas plantitas (AdFP, 561).

25  En todos los acontecimientos humanos, aprended a reconocer y a adorar la voluntad de Dios (Epist.III, p.55).

26  En la vida espiritual, hay que ir siempre adelante y no retroceder jamás; de otro modo nos sucede como a la barca, que, si en vez de avanzar, se detiene, el viento la arrastra hacia atrás (AdFP, 554).

27  Recuerda que la madre, al principio, enseña a andar a su hijo sosteniéndolo, pero que éstos muy pronto deben caminar ellos solos; de igual modo, tú debes razonar con tu cabeza (AdFP, 555).

28 “Mientras tengas temor no pecarás”.
"Será así, padre, pero sufro mucho".
"Se sufre mucho, es cierto, pero hay que confiar; existe el temor de Dios y el temor de Judas.
El miedo excesivo nos impide obrar con amor, y la excesiva confianza no nos deja ser conscientes y temer el peligro que debemos superar.
El primero debe dar la mano a la segunda, y deben caminar los dos juntos como dos hermanas. Hay que actuar siempre así, ya que, si nos percatamos de tener miedo o de temer demasiado, entonces debemos recurrir a la confianza; y, si confiamos en exceso, debemos, en cambio, tener un poco de temor, porque el amor tiende hacia el objeto amado, pero al avanzar es ciego, no ve, pero el santo temor le ofrece la luz (AdFP, 548).

29  No se alcanza la salvación si no es atravesando el borrascoso mar que nos amenaza siempre con destruirnos. El Calvario es el monte de los santos, pero de allí se pasa a otro monte, que se llama Tabor (Epist.I, p.829).

30  Yo no deseo otra cosa que morir o amar a Dios: o la muerte o el amor; pues la vida sin este amor es peor que la muerte; para mí esa situación sería más insostenible que la actual (Epist.I, p.841).

31  No debo, pues, mi queridísima hija, dejar pasar el primer mes del año sin llevar a tu alma el saludo de mi alma y garantizarte cada día más el afecto que mi corazón alimenta por el tuyo, al que no dejo nunca de desear toda clase de bendiciones y de felicidad espiritual. Pero, mi buena hija, encomiendo vivamente a tus cuidados ese tu pobre corazón: intenta hacerlo cada día más grato a nuestro dulcísimo Salvador, y actuar de modo que este nuevo año sea más rico en buenas obras que el año pasado, ya que, en la medida que pasan los años y se acerca la eternidad, hay que redoblar el esfuerzo y elevar nuestro espíritu a Dios, sirviéndole con mayor diligencia en todo aquello a lo que nos obliga nuestra vocación y profesión cristiana (Epist.III, p.485s.).