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sábado, 31 de octubre de 2015

a Antonieta Vona


28 de junio de 1918 – Ep. III, p. 865

Tú te ves abandonada, y yo te garantizo que Jesús te tiene más cerca que nunca de su divino Corazón.
También nuestro Señor se lamentó en la cruz del abandono del Padre; pero el Padre ¿abandonó alguna vez o puede abandonar a su Hijo? Son las pruebas supremas del espíritu; Jesús las quiere: ¡hágase! Tú pronuncia resignada este hágase cuando te encuentres en tales pruebas, y no temas.
No dejes de lamentarte ante Jesús como te parezca y como te agrade; invócalo como quieras; pero cree lo que te asegura quien te habla en su nombre.
Escríbeme con frecuencia sobre el estado de tu alma y no tengas miedo de nada; usaré contigo toda la caridad de la que está lleno el corazón de un padre; Yo - aunque indigno - oro y hago orar por ti; tú estate contenta de que Jesús te trate como quiere: ¡es siempre un padre y muy bueno!

sábado, 3 de octubre de 2015

La invocación final...



La mamá acompaña al hijo desde el nacimiento hasta la muerte. También María, la Mamá del cielo, después de haber seguido al hijo Padre Pío durante toda la vida, no dejó de asistirlo en el momento de la muerte.
«Quizás el Padre Pío murió viendo a la Virgen María. Sentado en el sillón de la celda, vivía los últimos instantes. En la pared, que tenía delante, colgaba un retrato de su madre, zi’ Pepa. El Padre Pío preguntó a fr. Pellegrino quién era la de aquella fotografía. Cuando el religioso le indicó que aquella era su madre, el Padre Pío le dijo. “Yo veo dos Mamás”. Acercándose al cuadro, y señalándoselo, fr. Pellegrino le repitió que aquella era la fotografía de mamá Pepa. Y el Padre Pío: “No te preocupes; que yo veo muy bien. Y veo ahí dos Mamás”».

Sobre la muerte del Padre Pío tenemos dos relatos, los dos de testigos oculares: el de fr. Pellegrino Funicelli, que asistía al venerado Padre, y el de fr. Carmelo de San Giovanni in Galdo, superior del convento. Fr. Pellegrino cuenta: «El doctor puso la inyección al Padre y después nos ayudó a acomodarlo en el sillón, mientras el Padre repetía con voz cada vez más débil y con el movimiento de los labios cada vez más imperceptible: “Jesús, María”.
Y así, con el rosario en la mano, repitiendo la jaculatoria “Jesús, María”, el Padre expiró dulcemente».

Fr. Carmelo escribe: «Rezamos las oraciones de la recomendación del alma, el Padrenuestro, el Avemaría, la invocación a san José, patrono de los moribundos, y las jaculatorias: “Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía. Jesús, José y María, asistidme en mi última agonía. Jesús, José y María, descanse con vosotros en paz el alma mía”. El Padre Pío, sereno, tranquilo, ya no respiraba más: había inclinado plácidamente la cabeza sobre el pecho. Eran las 2,30 horas».
De este modo San Pío de Pietrelcina, el enamorado de María, murió con todos sus sentidos dirigidos hacia la Mamá del cielo.
Con las manos apretó el santo rosario.
Con la mirada se detuvo en la imagen de la Madonna della Libera, patrona de su pueblo natal y Mamá de su vida.
Con los labios pronunció la última palabra de invocación a la Mamá del cielo: “¡Jesús, María!”.
Con el oído escuchó por última vez el nombre de la Mamá: “Jesús, José y María”.
El enamorado de María no podía concluir de otro modo el curso de su existencia terrena.
 
de    "  LA PRESENCIA MATERNA DE MARÍA EN LA VIDA DEL PADRE PÍO ", 
 Fr. GERARDO DI FLUMERI