Oh, almas santas, que, libres de preocupaciones, ya estáis gozando en el cielo del torrente de dulzuras soberanas; ¡cómo envidio vuestra felicidad!
¡Ah!, por piedad, porque estáis tan cerca de la fuente de la vida, porque me veis morir de sed en este bajo mundo, sedme propicias dándome un poco de esa fresquísima agua.
¡Ah!, almas bienaventuradas, demasiado mal - lo confieso - demasiado mal he gastado mi porción, demasiado mal he guardado una joya tan valiosa; pero, ¡viva Dios!, pues siento que todavía hay remedio para esta culpa.
Pues bien, almas dichosas, sedme corteses y ofrecedme una pequeña ayuda. También yo, ya que no puedo encontrar en el descanso y en la noche lo que necesita mi alma, también yo me levantaré, como la esposa del Cantar de los Cantares, y buscaré al que ama mi alma: «Me alzaré y buscaré al que ama mi alma»; y lo buscaré siempre, lo buscaré en todas las cosas, y no me detendré en ninguna hasta que lo haya encontrado en el trono de su reino…
(17 de octubre de 1915, – Ep. I, p. 674)
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