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sábado, 28 de marzo de 2015

6 de febrero de 1915, a Anita Rodote – Ep. III, p. 54



Toda tu vida se vaya gastando en la aceptación de la voluntad del Señor, en la oración, en el trabajo, en la humildad, en dar gracias al buen Dios.
Si volvieras a sentir que la impaciencia se instala en ti, recurre inmediatamente a la oración; recuerda que estamos siempre en la presencia de Dios, al que debemos dar cuenta de cada una de nuestras acciones, buenas o malas. Sobre todo, dirige tu pensamiento a las humillaciones que el Hijo de Dios ha sufrido por nuestro amor.
El pensamiento de los sufrimientos y de las humillaciones de Jesús quiero que sea el objeto ordinario de tus meditaciones. Si practicas esto, como estoy seguro que lo haces, en poco tiempo experimentarás sus frutos saludables.
Una meditación así, bien hecha, te servirá de escudo para defenderte de la impaciencia, aunque el dulcísimo Jesús te mande trabajos, te ponga en alguna desolación, quiera hacer de ti un blanco de contradicción.


El rezo del Santo Rosario




A San Pío de Pietrelcina se le ha llamado «un rezador de rosarios en jornada completa».
Él ha rezado incontables rosarios en honor a María. ¿Cuántos exactamente? Es difícil dar una respuesta exacta. Tenemos, sin embargo, algunos testimonios que pueden darnos una idea más o menos aproximada del número de rosarios que rezaba al día el Serafín del Gárgano.
Al comienzo del Diario que el Padre Pío escribió en los meses de julio-agosto de 1929, hay una breve indicación sobre sus devociones particulares diarias. La indicación se cierra con este compromiso: «Diariamente no menos de cinco rosarios completos» (Epist. IV,1022). Pero muy pronto esta cifra se vio ampliamente superada.
Fr. Carmelo de Sessano, que fue superior del convento de Capuchinos de San Giovanni Rotondo desde 1953 a 1959, nos ha dejado este testimonio: «6 febrero 1954. Hace unos pocos minutos (apenas habían pasado las 21 horas) he marchado con otros dos religiosos a dar las “Buenas noches” al Padre. Lo hemos encontrado casi preparado para acostarse, con una cofia en la cabeza, que terminaba en dos largos cordones, atados con un nudo al cuello, en las manos dos medios guantes blancos, un cinturón sobre el hábito. Con la puerta aún semiabierta, el Padre ha dicho: “Debo decir otros dos rosarios, dos y medio,  y me acuesto”. Y yo: “Padre, por favor, ¿cuántos rosarios ha dicho hoy?”. Y él: “¡Beh!; a mi superior tengo que decirle la verdad: he dicho treinta y cuatro”. Y nosotros: “¿Cómo hace para rezar tantos?” Y él: “... pero esto no es para ustedes”. 34 + 2 = 36 rosarios ¡¡¡en un día!!! “Sí, 36, recalca uno de los religiosos: yo ya lo sabía. ¡¡¡Me lo había dicho él!!! - Dios mío, ¡delante de ti uno que ora sin cesar a tu Madre!».
Cleonice Morcaldi, en su Diario, habla incluso de 60 rosarios completos al día. Escribe la señorita, amada hija espiritual del venerado Padre:
«Una vez, en el confesonario, le pregunté cuántos rosarios rezaba al día. Me respondió: “Cuando he terminado mis 180 rosarios (es decir, sesenta rosarios completos), entonces descanso”. “¿Y cómo haces para rezar tantos?”. “¡Y cómo haces tú para no rezarlos!”. “¿También durante la noche los reza?”. “¡Claro que también!”, me respondió».
Con el rosario siempre en sus manos, cada día, de 11 a 12, en oración, en el matroneo de la nueva iglesia, delante del espléndido mosaico de Nuestra Señora de las Gracias, el Padre Pío era una ininterrumpida catequesis viviente de piedad mariana.
Pero, ¿por qué rezaba el Padre Pío tantos Rosarios y en qué pensaba mientras el rezo del mismo?
El Padre Pío rezaba tantos Rosarios porque era la encarnación del mensaje de Fátima; y, en Fátima, la Virgen María había pedido el rezo diario del Rosario.
«Pero el verdadero motivo por el que el Padre Pío ha amado tanto el Rosario es porque la Virgen María en persona se lo había puesto en las manos. La Virgen ha querido que el hijo del Seráfico Padre llegase, a través de ella, a Jesús: El Padre Pío, en efecto, siempre llegó a Jesús por María. La senda, pues, que el místico de San Giovanni Rotondo siguió para alcanzar al Señor fue siempre la del Rosario.
La Madre de Jesús, al poner en las manos del Padre Pío el rosario, buscó además otra cosa: Le puso en las manos «el arma» para que lograra salir vencedor en todos los combates a los que, a partir de ese momento, le lanzaría, en un campo de batalla sin fronteras, contra el más terrible de los enemigos.
El Padre Pío no ha sido sólo un amante del Rosario; ha sido también el apóstol de la oración que tanto agrada a María.
La oración que el Padre Pío más promovió en su ministerio sacerdotal fue el Rosario a la Virgen María. No sabría decir cuántos miles de rosarios ha puesto en manos de sus hijos».
¿En qué pensaba el Padre Pío durante el rezo del Rosario? En una ocasión, un alma buena preguntó al querido Padre si, en el rezo del Rosario, era necesario estar atento al Ave o al misterio. Él respondió: «La atención debe estar centrada en el Ave María, es decir en el saludo que se dirige a la Virgen, pero “en” el misterio que se contempla. En todos los misterios Ella está presente, en todos participó con amor y con dolor».
«El Rosario es, pues, la cristología vivida por la Virgen María. El piadoso Capuchino se alimentó a lo largo de toda su vida de esta cristología mariana. En María, el Serafín de Pietrelcina ha encontrado el universo apropiado en el que poder contemplar a Cristo que nace, es ofrecido en el templo, discute con los doctores, agoniza en el huerto, es crucificado, muere en la cruz, resucita, asciende al cielo, envía al Espíritu».

 Fuente: " La presencia materna de Marìa Santìsima en la vida de Padre Pio" de Fr. GERARDO DI FLUMERI

Mes de Marzo




1  Padre, tú amas aquello que yo temo. - Respuesta: Yo no amo el sufrimiento por el sufrimiento; lo pido a Dios, lo deseo por los frutos que me aporta: da gloria a Dios, me alcanza la salvación de mis hermanos en este destierro, libra a las almas del fuego del purgatorio, ¿y qué más quiero yo?
- Padre, ¿qué es el sufrimiento? - Respuesta: Expiación.
- Y para usted, ¿qué es? - Respuesta: Mi alimento diario, mi ¡delicia! (en LdP, p.167).

2  No queremos persuadirnos de que nuestra alma necesita el sufrimiento; de que la cruz debe ser nuestro pan de cada día.
Igual que el cuerpo necesita alimentarse, así el alma necesita día tras día de la cruz, para purificarse y separarse de las criaturas.
No queremos comprender que Dios no quiere, no puede salvarnos ni santificarnos sin la cruz, y que cuanto más atrae a un alma hacia sí, más la purifica por medio de la cruz (FSP, p.123).

3  En esta tierra cada uno tiene su cruz, pero debemos actuar de modo que no seamos el mal ladrón sino el buen ladrón (CE, p.23).

4  El Señor no puede darme un cireneo. Debo hacer sólo la voluntad de Dios; y si le agrado, lo demás no cuenta (LCS, 1 sept. 1967,4).

5  En la vida Jesús no te pide que lleves con él su pesada cruz, pero sí un pequeño trozo de su cruz, trozo que se compendia en los dolores de los hombres  (FSP, p.119).

6  En primer lugar tengo que decirte que Jesús tiene necesidad de quien llore con él por la iniquidad de los hombres, y por este motivo me lleva por los caminos del sufrimiento, como me lo señalas en tu carta. Pero sea siempre bendito su amor, que sabe mezclar lo dulce con lo amargo y convertir en premio eterno las penas pasajeras de la vida (Epist.III, p.413).

7  No temas por nada. Al contrario, considérate muy afortunada por haber sido hecha digna y partícipe de los dolores del Hombre-Dios. No es abandono, por tanto, todo esto, sino amor y amor muy especial que Dios te va demostrando. No es castigo sino amor y amor delicadísimo. Bendice por todo esto al Señor y acepta beber el cáliz de Getsemaní (Epist.III,  p.441).

8  Comprendo bien, hija mía, que tu Calvario te resulte cada día más doloroso. Pero piensa que Jesús ha llevado a cabo la obra de nuestra redención en el Calvario y que en el Calvario debe completarse la salvación de las almas redimidas (Epist.III, p.448).

9  Sé que sufres y que sufres mucho, pero ¿no son acaso éstas las alhajas del Esposo? (Epist.III, p.445).

10  El Señor a veces te hace sentir el peso de la cruz. Este peso te parece insoportable, y sin embargo tú lo llevas porque el Señor, en su amor y en su misericordia, te tiende la mano y te da la fuerza que necesitas (CE, p.21).

11  Ciertas dulzuras interiores son cosas de niños. No son señal de perfección. No dulzuras sino sufrimiento es lo que se precisa. Las arideces, la desgana, la impotencia, éstos son los signos de un amor verdadero. El dolor es agradable. El destierro es bello porque se sufre y así podemos ofrecer algo a Dios. La ofrenda de nuestro dolor, de nuestros sufrimientos, es una gran cosa que no podemos hacer en el cielo (GB, 35).

12  Preferiría mil cruces e incluso me sería dulce y ligera toda cruz, si no tuviese esta prueba de sentirme siempre en la duda de si agrado o no al Señor en mis obras. Es doloroso vivir así... Me resigno, ¡pero la resignación, mi "fiat", me parece tan frío, tan vacío...! ¡Qué misterio! Sólo Jesús se preocupa de nosotros (AD, 93s.).

13  Ama a Jesús; ámalo mucho; pero precisamente por esto, ama cada vez más el sacrificio (GB, 61).

14  El corazón bueno es siempre fuerte; sufre pero oculta sus lágrimas, y se consuela sacrificándose por el prójimo y por Dios (CE, 23).

15  Quien comienza a amar debe estar dispuesto a sufrir (CE, 25).

16  El dolor ha sido amado con deleite por las almas grandes. Es el remedio de la creación después de la desgracia de la caída; es la palanca más potente para levantarla; es el segundo brazo del amor infinito para nuestra regeneración (ASN, 42).

17  No temas las adversidades, porque colocan al alma a los pies de la cruz y la cruz la coloca a las puertas del cielo, donde encontrará al que es el triunfador de la muerte, que la introducirá en los gozos eternos (ASN, 42).

18 Si sufres aceptando con resignación su voluntad, tú no le ofendes sino que le amas. Y tu corazón quedará muy confortado si piensas que en la hora del dolor Jesús mismo sufre en ti y por ti. El no te abandonó cuando huiste de él; ¿por qué te va a abandonar ahora que, en el martirio que sufre tu alma, le das pruebas de amor? (GF, 174).

19  Subamos con generosidad al Calvario por amor de aquél que se inmoló por nuestro amor; y seamos pacientes, convencidos de que ya hemos emprendido el vuelo hacia el Tabor (ASN, 42).

20  Manténte unida a Dios con fuerza y con constancia, consagrándole todos tus afectos, todos tus trabajos y a ti misma toda entera, esperando con paciencia el regreso del hermoso sol, cuando el Esposo quiera visitarte con la prueba de las arideces, de las desolaciones y de la noche del espíritu (Epist.III, p.670).

21  Sí, yo amo la cruz, la cruz sola; la amo porque la veo siempre en las espaldas de Jesús (Epist.I, p.235).

22  Los verdaderos siervos de Dios siempre han estimado que la adversidad es más conforme al camino que recorrió nuestro Señor, que llevó a cabo la obra de nuestra salvación por la cruz y los desprecios (Epist.IV, p.106).

23  El destino de las almas elegidas es el sufrir. El sufrimiento soportado cristianamente es la condición que Dios, autor de todas las gracias y de todos los dones que conducen a la salvación, ha establecido para concedernos la gloria (Epist.II, p.248).

24  Ama siempre el sufrimiento, que, además de ser la obra de la sabiduría divina, nos revela con mayor claridad aún la obra de su amor (ASN, 43).

25  Dejad que la naturaleza se queje ante el sufrimiento, porque, si excluimos el pecado, no hay nada más natural. Vuestra voluntad, con la ayuda divina, será siempre superior y, si no abandonáis la oración, el amor divino jamás dejará de actuar en vuestro espíritu (Epist.III, p.80).

26  La vida es un Calvario; pero conviene subirlo alegremente. Las cruces son los collares del Esposo y yo estoy celoso de ellos. Mis sufrimientos son agradables. Sufro solamente cuando no sufro (CE, 22).

27  El Dios de los cristianos es el Dios de las transformaciones. Echáis en su seno el dolor y sacáis la paz; echáis desesperación y veréis surgir la esperanza (FM, 166).

28  Los ángeles sólo nos tienen envidia por una cosa: ellos no pueden sufrir por Dios. Sólo el sufrimiento nos permite decir con toda seguridad: Dios mío, mirad cómo os amo (FM, 166).

29  El sufrimiento de los males físicos y morales es la ofrenda más digna que puedes hacer a aquel que nos ha salvado sufriendo (Epist.III, p.482).

30  Gozo inmensamente al saber que el Señor es siempre generoso en sus caricias a tu alma. Sé que sufres, pero el sufrimiento ¿no es la prueba cierta de que Dios te ama? Sé que sufres, pero ¿no es este sufrimiento el distintivo de toda alma que ha elegido por su porción y su heredad a Dios, y a un Dios crucificado? Sé que tu alma está siempre envuelta en las tinieblas de la prueba, pero que te baste saber, mi querida hija, que Jesús está contigo y en ti (Epist.III, p.703).

31  Acepta todo dolor e incomprensión que vienen de lo Alto. Así te perfeccionarás y te santificarás (FSP, 119).