Hasta ahora nos hemos fijado en el papel materno de María en relación al Padre Pío. Ahora debemos detenernos en las expresiones de amor y de devoción de San Pío de Pietrelcina a la Madre de Jesús y Madre espiritual nuestra. Estas manifestaciones se pueden resumir en las siguientes: las enseñanzas que el Padre Pío impartía a sus hijos espirituales; el rezo del santo Rosario; algunas devociones particulares; su dichosa muerte. Consideramos detenidamente cada uno de estos puntos.
Las enseñanzas a sus hijos espirituales.
Son muchas las enseñanzas que el Padre Pío impartió a sus hijos e hijas espirituales, tanto de palabra como con el ejemplo.
El 25 de mayo de 1915 escribía a Raffaelina Cerase: «María sea la estrella que le ilumine la senda; le muestre el camino seguro para llegar al Padre del cielo; sea como el ancla a la que se debe sujetar cada vez más estrechamente en el tiempo de la prueba» (Epist. II,373).
Por tanto, confianza en María, medio seguro de salvación.
Y a la misma hija espiritual, el 20 de abril de 1915: «La Virgen María sea ella misma la que le alcance fuerza y valor para combatir el buen combate» (Epist. II,403). El mismo augurio a las hermanas Ventrella (Epist. III,551).
El 13 de mayo de 1915 proponía a María como modelo de humildad: «Reflexione y tenga siempre ante los ojos de la mente la gran humildad de la Madre de Dios y nuestra, la cual, a medida que aumentaban en ella los dones del cielo, más profundizaba en la humildad, de forma que en el momento mismo en que fue cubierta por la sombra del Espíritu Santo, que la convirtió en Madre del Hijo de Dios, pudo cantar: “He aquí la esclava del Señor”. Lo mismo cantó esta querida Madre en casa de santa Isabel, incluso llevando en sus entrañas al Hijo de Dios hecho hombre» (Epist. II,419).
Ante los ojos de Margarita Tresca (Epist. III,189) y de Asunta Di Tomaso (Epist. III,423) trazaba el cuadro de la Virgen Dolorosa, que, «petrificada ante el Hijo crucificado... no podía ni siquiera llorar».
A lo largo de su vida sacerdotal, el Padre Pío dejó innumerables estampas con un pensamiento autógrafo escrito al dorso que se refiere a la Virgen.
He aquí algunas de las breves frases:
«La Virgen Dolorosa te tenga siempre grabada en su corazón materno».
«La Virgen Madre tenga siempre su mirada en ti y te conceda experimentar todas sus dulzuras maternas».
«María sea la estrella que ilumine tus pasos a través del desierto de la vida y te conduzca sana y salva al puerto de la salvación eterna».
«María te mire siempre con ternura materna, alivie el peso de este destierro y un día te muestre a Jesús en la plenitud de su gloria, librándote para siempre del miedo a perderlo».
«María esté siempre esculpida en tu mente y grabada en tu corazón».
Todos sabemos que en el dintel de la celda n. 5 del Padre Pío estaba escrito y está todavía este pensamiento de san Bernardo: «María es la razón total de mi esperanza».
El Padre Pío no dejaba pasar ocasión sin inculcar la confianza y la devoción hacia la Virgen bendita.
Una vez el obispo de Foggia, monseñor Paolo Carta, le presentó un amigo, funcionario en Cagliari, y le manifestó que el tal quería asegurarse una entrada en el paraíso. El enamorado de la Madre del cielo, le respondió: «¡Eh! Aquí se necesita a la Virgen María, se necesita a la Virgen María». Y contó el episodio, ciertamente inventado, que recalca el amor de la Virgen a los pecadores. «Un día nuestro Señor, dando un paseo por el cielo, vio ciertas caras extrañas y pidió explicaciones a san Pedro. - “¿Cómo han conseguido entrar aquí? Me parece que tú no vigilas bien las puerta”. Pedro, muy disgustado, respondió: - “Señor, yo no puedo hacer nada”. – “¿Cómo?, ¿que no puedes hacer nada? ¡La llave la tienes tú! Cumple tu deber. ¡Estate más atento!”.
Algunos días después, el Señor dio otra vuelta y vio otros inquilinos de aspecto poco recomendable. – “Pedro, ¡he visto algunas caras...! Se ve que no vigilas bien la entrada”. Y Pedro: - “Señor, ¡yo no puedo hacer nada! Y ni siquiera puedes hacerlo tú”. Y el Señor: - “¿Tampoco yo? ¡Esto ya es demasiado!”. Y Pedro: - “Sí, ¡tampoco tú! Tu Madre tiene otra llave. Es tu Madre la que los deja entrar”».
Para poner fin a este apartado sobre las enseñanzas que el Padre Pío impartía a sus hijos e hijas espirituales, tenemos que referirnos a otros elementos de su piedad mariana. Comenzamos por las catequesis que ofreció desde su celda durante la enfermedad que lo tuvo alejado de los fieles desde finales de abril hasta el mes de agosto de 1959.
«En estos breves pensamientos encontramos pequeñas perlas de luz y de amor a la Madre del cielo: “Estemos seguros – dice el Padre – que si somos constantes y perseveramos, esta Madre no permanecerá sorda a nuestros gemidos. ¡Es Madre!” (7 julio). Y de nuevo: “¿Quién puede darnos la paz? El Autor de la paz es sólo Dios y el canal para ofrecer esa paz es la Madre del cielo” (9 julio). Abrasémonos cada día más en el amor a esta Madre y estemos seguros de que nada nos será negado, porque nada le falta a Ella, que tiene un corazón de Madre y de Reina” (12 julio). “Sabemos que esta Madre del cielo nos ama mucho más de lo que nosotros deseamos, porque muchas veces nosotros - por desgracia - deseamos junto al bien también el mal. Esta Madrecita nuestra nos ofrece el bien y al mismo tiempo nos lo conserva si nosotros, con su ayuda, queremos imitarla” (16 julio). “No olvidemos nunca el cielo, al que tenemos que aspirar con todas nuestras fuerzas. Por desgracia el camino está lleno de dificultades. Pero apoyémonos en quien puede ayudarnos y quiere ayudarnos; el camino se nos convertirá en fácil porque tendremos quien nos protege, nos asiste y nos tenderá la mano, y ésta es nuestra Madre del cielo” (12 agosto).
Como se ve con claridad, se trata de un breve resumen de matices sobre el tema de la maternidad espiritual de María, que es amor y quiere darnos amor, enriquecernos de amor, provocar amor en el corazón de cada uno de sus hijos, hasta aquel que será el reino del amor en los cielos eternos, donde nos encontraremos para siempre con la que es nuestra única Madre eterna».
Sabemos que esta catequesis mariana culminó en un milagro: la curación del catequista, del venerado Padre Pío.
El 6 de agosto de 1959, la imagen de la Virgen de Fátima, peregrina en Italia por las capitales de provincia, haciendo una excepción, fue llevada a San Giovanni Rotondo, en consideración al Padre Pío. La imagen fue acompañada solemnemente a la iglesia del convento. ¿Qué es lo que sucedió? Dejamos la palabra a un testigo ocular, el padre Raffaele da Sant’Elia a Pianisi: «La iglesia permanece abierta día y noche y está siempre abarrotada de fieles que rezan. El Padre Pío está en cama y reza. Al día siguiente, 7 de agosto, lo bajan a la iglesia, sentado en una silla, y cada tanto se detienen para no cansarlo. Cuando está a los pies de la Virgen, conmovido y con lágrimas en los ojos, la besa con afecto y coloca en sus manos un Rosario bendecido por él; después se le sube porque está cansado y por miedo a un colapso... más de tres meses de enfermedad, de ayuno y de cama... Por la tarde, la Virgen es llevada a la Casa Alivio del Sufrimiento, donde recorre todas las secciones, y, por fin, es subida a la terraza, donde el helicóptero está preparado para partir. El Padre Pío manifiesta su deseo de querer saludarla de nuevo antes de que se marche, y, de nuevo sentado en una silla, es llevado al coro de la nueva iglesia y se asoma a la última ventana de la derecha de quien mira desde la plaza. Entre los “vivas” de una gran multitud de fieles, el helicóptero emprende el vuelo, pero, antes de enfilar la ruta prefijada, da tres vueltas sobre el convento y la iglesia para saludar al Padre Pío. Éste, al ver el helicóptero que se mueve con su Virgen, conmovido, con fe y lágrimas en sus ojos, dice: “Señora, Madre mía, llegaste a Italia y yo quedé enfermo; ahora te vas y ¡me dejas enfermo!”. Dicho esto, baja la cabeza, mientras un escalofrío lo sacude y recorre todo su cuerpo. El Padre Pío ha recibido la gracia y se siente bien. Al día siguiente, aunque casi todos se lo desaconsejan, puede celebrar en la iglesia. Por la tarde, llega de forma providencial el doctor Gasbarrini, que lo examina minuciosamente, lo encuentra clínicamente curado y dice a los frailes presentes, entre los que me encontraba yo: “El Padre Pío está bien y mañana puede sin reparo alguno celebrar en la iglesia”.
¡Cuál no fue el júbilo para nosotros y para todo el pueblo! Con rapidez se divulgó la noticia de que la Virgen de Fátima había devuelto la vida al Padre Pío, y desde aquel día él reemprendió todas sus actividades apostólicas: misa y confesiones, como anteriormente. Hubo alguna voz disonante que quería negar el milagro, pero él decía: “Lo sé yo si estoy o no estoy curado y si ha sido un milagro de la Virgen; soy yo el que debo juzgarlo”. Cuando más adelante contaba este milagro, no podía nunca llegar al final porque comenzaba a llorar».
El Padre Agostino da San Marco in Lamis afirma, en su Diario, que el Padre Pío, encontrándose en su celda con un hermano en religión, «en su simplicidad infantil exclamó: “La Virgen ha venido aquí porque quería curar al Padre Pío”».
San Pío de Pietrelcina enseñaba la piedad mariana a sus hijos espirituales, no sólo de palabra, sino sobre todo con su conducta. De su modo de comportarse nos quedan dos ejemplos admirables.
El primero es el tiempo, desde las 11 a las 12, que pasaba cada día en oración en el matroneo de la iglesia. Con el Rosario en la mano, sentado y con los brazos apoyados en el respaldo del reclinatorio, dirigía miradas llenas de amor a Jesús Sacramentado y a Nuestra Señora de las Gracias, representada en el espléndido mosaico. Los fieles, que abarrotaban el templo, seguían cada movimiento del Padre Pío y quedaban impactados por su fervor y su piedad. A las 12 en punto rezaba el “Ángelus Domini” con los fieles, impartía la bendición y bajaba al refectorio para encontrarse con los otros religiosos. Todos los que lo habían acompañado en el rezo, abandonaban el templo como enjambres de abejas, felices y contentos por haber rezado con un “santo” y haber recibido su bendición. Se sentían más ligeros y se daban prisa para otra cita del día, a fin de estar de nuevo con el “santo” y orar con él.
Esta segunda cita era la función vespertina, oficiada casi siempre por el Padre Pío. Arrodillado en las gradas del altar, delante de Jesús Sacramentado y a los pies de la imagen de Nuestra Señora de las Gracias, recitaba en primer lugar la “Visita a Jesús Sacramentado” y después la “Visita a María Santísima”. ¿Quién no recuerda la conmoción de su voz? ¿Cómo olvidar el “pathos” espiritual y místico que llegaba a crearse en todos los que seguían cada una de sus palabras? El punto culminante de la conmoción, en él y en los fieles, tenía lugar cuando el Padre, con un sollozo en la garganta, suplicaba: «Te venero, oh gran Reina, y te doy las gracias por todos los favores que me has concedido hasta el presente, especialmente por haberme liberado del infierno, tantas veces merecido por mí».
Fuente: " La presencia materna de Marìa Santìsima en la vida de Padre Pio" de Fr. GERARDO DI FLUMERI
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