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viernes, 22 de agosto de 2014

Mes de Agosto

1  El Señor nos descubre que a veces somos poca cosa. En verdad, me resulta inconcebible que uno que tenga inteligencia y conciencia, pueda enorgullecerse (GB, 57).

2  Os digo, además, que améis vuestra bajeza; y amar la propia bajeza, hijas mías, consiste en esto: si sois humildes, pacíficas, dulces, y mantenéis la confianza en los momentos de obscuridad y de impotencia, si no os inquietáis, no os angustiáis, no perdéis la paz por nada, sino que abrazáis estas cruces cordialmente –no digo precisamente con alegría sino con decisión y constancia- y permanecéis firmes en estas tinieblas..., actuando así, amaréis vuestra bajeza, porque ¿qué es ser objeto de bajeza sino estar en la obscuridad y en la impotencia? (Epist.III, p.566).

3  Pidamos también nosotros a nuestro querido Jesús la humildad, la confianza y la fe de nuestra querida santa Clara; como ella, oremos fervorosamente a Jesús, entregándonos a él y alejándonos de los artilugios engañosos del mundo en el que todo es locura y vanidad. Todo pasa, sólo Dios permanece para el alma, si ésta ha sabido amarle de verdad (Epist.III, p.1092).

4  Hay algunas diferencias entre la virtud de la humildad y la del desprecio de uno mismo, porque la humildad es el reconocimiento de la propia bajeza; ahora bien, el grado más alto de la humildad consiste, no sólo en reconocer la propia bajeza, sino en amarla; a esto, pues, os exhorto yo (Epist.III, p.566).

5  No os acostéis jamás sin haber examinado antes vuestra conciencia sobre cómo habéis pasado el día, y sin haber dirigido todos vuestros pensamientos a Dios, para hacerle la ofrenda y la consagración de vuestra persona y la de todos los cristianos. Ofreced además para gloria de su divina majestad el descanso que vais a tomar y no os olvidéis nunca del ángel custodio, que está siempre con vosotros (Epist.II, p.277).

6  Debes insistir principalmente en lo que es la base de la justicia cristiana y el fundamento de la bondad, es decir, en la virtud de la que Jesús, de forma explícita, se presenta como modelo; me refiero a la humildad. Humildad interior y exterior, y más interior que exterior, más vivida que manifestada, más profunda que visible. Considérate, mi queridísima hija, lo que eres en realidad: nada, miseria, debilidad, fuente sin límites y sin atenuantes de maldad, capaz de convertir el bien en mal, de abandonar el bien por el mal, de atribuirte el bien o justificarte en el mal, y, por amor al mismo mal, de despreciar al sumo Bien (Epist.III, p.713).

7  Estoy seguro de que deseáis saber cuáles son las mejores humillaciones. Yo os digo que son las que nosotros no hemos elegido, o también las que nos son menos gratas, o mejor dicho, aquéllas a las que no sentimos gran inclinación; o, para hablar claro, las de nuestra vocación y profesión. ¿Quién me concederá la gracia, mis querídimas hijas, de que lleguemos a amar nuestra propia bajeza? Nadie lo puede hacer sino aquél que amó tanto la suya que para mantenerla  quiso morir. Y esto basta (Epist.III, p.568).

8   Yo no soy como me ha hecho el Señor, pues siento que me tendría que costar más esfuerzo un acto de soberbia que un acto de humildad. Porque la humildad es la verdad, y la verdad es que yo no soy nada, que todo lo que de bueno hay en mí es de Dios. Y con frecuencia echamos a perder incluso aquello que de bueno ha puesto Dios en nosotros. Cuando veo que la gente me pide alguna cosa, no pienso en lo que puedo dar sino en lo que no sé dar; y por lo que tantas almas quedan sedientas por no haber sabido yo darles el don de Dios.
El pensamiento de que cada mañana Jesús se injerta a sí mismo en nosotros, que nos invade por completo, que nos da todo, tendría que suscitar en nosotros la rama o la flor de la humildad. Por el contrario, he ahí cómo el diablo, que no puede injertarse en nosotros tan profundamente como Jesús, hace germinar con rapidez los tallos de la soberbia. Esto no es ningún honor para nosotros. Por eso tenemos que luchar denodadamente para elevarnos. Es verdad: no llegaremos nunca a la cumbre sin un encuentro con Dios. Para encontrarnos, nosotros tenemos que subir y él tiene que bajar. Pero, cuando nosotros ya no podamos más, al detenernos, humillémonos, y en este acto de humildad nos encontraremos con Dios, que desciende al corazón humilde (GB, 61).

9  La verdadera humildad del corazón es aquélla que, más que mostrarla, se siente y se vive. Ante Dios hay que humillarse siempre, pero no con aquella humildad falsa que lleva al abatimiento, y que produce desánimo y desesperación.
Hemos de tener un bajo concepto de nosotros mismos. Creernos inferiores a todos. No anteponer nuestro propio interés al de los demás (AP).

10  En este mundo ninguno de nosotros merece nada; es el Señor quien es benévolo con nosotros, y es su infinita bondad la que nos concede todo, porque todo lo perdona (CE, 47).

11  Si hemos de tener paciencia para soportar las miserias de los demás, mucho más debemos soportarnos a nosotros mismos.
En tus infidelidades diarias, humíllate, humíllate, humíllate siempre. Cuando Jesús te vea humillado hasta el suelo, te alargará la mano y se preocupará él mismo de atraerte hacia sí (AP).

12  Tú has construido mal. Destruye y vuelve a construir bien (AdFP, 553).

13  ¿Qué otra cosa es la felicidad sino la posesión de toda clase de bienes que hace al hombre plenamente feliz? Pero ¿es posible encontrar en este mundo alguien que sea plenamente feliz? Seguro que no. El hombre habría sido él mismo si se hubiese mantenido fiel a su Dios. Pero como el hombre está lleno de delitos, es decir, lleno de pecados, no puede nunca ser plenamente feliz. Por tanto, la felicidad sólo se encuentra en el cielo. Allí no hay peligro de perder a Dios, ni hay sufrimientos, ni muerte, sino la vida sempiterna con Jesucristo (CS, n.67, p.172).

14  Padre, ¡qué bueno es usted!
- Yo no soy bueno, sólo Jesús es bueno. ¡No sé cómo este hábito de San Francisco que visto, no huye de mí! El mayor delincuente de la tierra es oro comparado conmigo (T, 118).

15  La humildad y la caridad caminan siempre juntas. La primera glorifica y la otra santifica.
La humildad y la pureza de costumbres son alas que elevan hasta Dios y casi nos divinizan (T, 54).

16  Humíllate siempre y amorosamente ante Dios y ante los hombres, porque Dios habla al que tiene un corazón sinceramente humilde ante él. Dios lo enriquece con sus dones (T, 54).

17  Miremos primero hacia arriba y después mirémonos a nosotros mismos. La distancia sin límites entre el azul del cielo y el abismo produce humildad (T, 54).

18  Si permanecer en pie dependiese de nosotros, con seguridad que al primer soplo caeríamos en manos de los enemigos de nuestra salvación. Confiemos siempre en la conmiseración divina y experimentaremos cada vez más qué bueno es el Señor (Epist.IV, p.193).

19  Antes que nada, debes humillarte ante Dios más bien que hundirte en el desánimo, si él te reserva los sufrimientos de su Hijo y quiere hacerte experimentar tu propia debilidad; debes dirigirle la oración de la resignación y de la esperanza si es que caes por debilidad, y debes agradecerle tantos beneficios con que te va enriqueciendo (T, 54).

20  ¿Qué es lo que puedo hacer yo? Todo viene de Dios. Yo sólo soy rico en una cosa, en una infinita indigencia (T, 119).

21  Si Dios nos quitase todo lo que nos ha dado, nos quedaríamos con nuestros harapos (ER, 17).

22  ¡Cuánta malicia hay en mí!...
- Manténte en este convencimiento; humíllate pero no pierdas la paz (AP).

23  Estáte atenta para no caer nunca en el desánimo al verte rodeada de flaquezas espirituales. Si Dios te deja caer en alguna debilidad, no es para abandonarte sino únicamente para afianzarte en la humildad y hacerte más precavida de cara al futuro (FM, 168).

24  El mundo no nos aprecia porque seamos hijos de Dios; consolémonos porque, al menos por una vez, reconoce la verdad y no miente (ASN, 44).

25  Amad y poned en práctica la sencillez y la humildad y no os preocupéis de los juicios del mundo; porque, si este mundo no tuviese nada que decir contra nosotros, no seríamos verdaderos siervos de Dios (ASN, 43).

26  El amor propio, hijo de la soberbia, es más malvado que su misma madre (AdFP, 389).

27  La humildad es verdad, la verdad es humildad (AdFP, 554).

28  Dios enriquece al alma que se despoja de todo (AdFP, 553).

29  Someterse no significa ser esclavos sino solamente ser libres por seguir un santo consejo (FSP, 32).

30  Cumpliendo la voluntad de los demás, debemos ser conscientes de que hacemos la voluntad de Dios. Esta  se nos manifiesta en la de nuestros superiores y en la de nuestro prójimo (ASN, 43).

31  Manténte siempre unida estrechamente a la santa Iglesia católica, porque sólo ella te puede dar la paz verdadera, ya que sólo ella posee a Jesús sacramentado. El es el verdadero príncipe de la paz (FM, 166).

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