12 de septiembre de 1915, a Anita Rodote – Ep. III, p. 98
Continúa consumiéndote en ese vivísimo deseo de agradar a Jesús; y él, que es tan bueno y no mira demasiado minuciosamente, recompensará esos santos deseos, haciéndote crecer y avanzar por sus sendas santas.
Vive toda para él, alejando de ti para siempre todos esos pensamientos inútiles que llenan el corazón de vanidad y que confunden y ofuscan el entendimiento.
En todas tus acciones, también en las más indiferentes, busca con sinceridad realizarlas con la recta intención de agradar a Dios, rechazando hasta el más mínimo deseo del propio bien. ¿Y qué bien más valioso para el alma que el de agradar al Señor?
En relación a ti misma, ten siempre una actitud humilde, convencida de que todos los servicios que el alma pueda ofrecer a Dios, aunque sean muchísimos, son siempre poca cosa; y, si alcanzan honra y mérito, es por la gracia del Señor.