El Padre Pío, por el don sobrenatural de la bilocación, pudo cumplir, como expuse en mi último
escrito de esta página web, la "misión
grandísima" que le había confiado el Señor, también lejos de San
Giovanni Rotondo e, incluso, fuera de Italia, y esto sin abandonar el convento
en el que vivía. ¿Cumplió también esta "misión grandísima", más allá de su lugar de residencia, por
medio del perfume?
Las biografías del Padre Pío ofrecen los testimonios
de muchos de los que afirman que han sentido este perfume misterioso. En una
breve biografía del Santo, que escribí para ser repartida en las iglesias de
los capuchinos de España con motivo de la beatificación de nuestro Hermano
santo -2 de mayo de 1999-, resumí así lo que se deduce de esos testimonios: «El perfume lo describen como agradable,
sutil y delicado, mezcla de violetas y de rosas; y, entre los que confiesan que
lo han percibido, unos lo han disfrutado en presencia del Padre Pío y otros a
miles de kilómetros de distancia, unos en vida del Religioso capuchino y otros
después de su muerte, algunos conscientes de que ya se hablaba de este fenómeno
y otros sin conocer siquiera la existencia del Fraile de Pietrelcina...».
Desde la fecha que he indicado, 2 de mayo de 1999, me
han ido llegando, sin que yo haya ido a buscarlos, otros muchos testimonios.
Abriendo el libro de José María Zavala "Los milagros desconocidos del santo de los estigmas",
encuentro en sus páginas, entre otros, el testimonio de María José Barrionuevo,
de Berja, Almería, España: «... Con casi
33 años entonces (se refiere al día de la canonización del Padre Pío, 16 de
junio del 2002), no podía sospechar que
el Señor fuese a colmarme de tantas gracias por intercesión de aquel capuchino
desconocido para mí... El Padre Pío se convirtió para mí en mi segundo ángel de
la guarda. Ha estado conmigo varias veces en mi habitación; décimas de segundo
en las que he percibido su inconfundible perfume de rosas; fugaces, pero
inolvidables encuentros». Y el de Cristina, de Santiago de Chile, que, al
contar la intervención quirúrgica a la que sometían, en el año 2003, en el
hospital San José, a su madre afectada de cáncer de piel, escribe: «Recuerdo que, mientras ella seguía en el
quirófano, mi hermana y yo no dejamos de rezar al Padre Pío en el patio del
hospital. De repente, sentimos una intensa ráfaga de perfume de flores.
Cruzamos una mirada de sorpresa, dado que era invierno y en el patio no había
una sola flor. Enseguida nos convencimos de que era una señal del Padre Pío
para advertirnos que todo iba a salir bien. Como así fue: nuestra madre está
hoy totalmente curada». Y el de Miren Lourdes Uriarte, de Bermeo, Vizcaya,
España: «El 16 de julio de ese año (2009) acudí con mis hijos a San Giovanni Rotondo,
tras pasar por Pietrelcina. Nada más dejar el equipaje en el hotel, fuimos a Misa.
Nos situamos cerca de una gran columna. En el momento de la Comunión, sentí un
suave aroma de rosas que duró unos segundos. Miré alrededor, pensando que tal
vez alguien acababa de pasar a mi lado, pero a mi izquierda seguía, imperturbable,
la enorme columna, a la derecha sólo estaban
mis hijos». Y hace unos pocos días, una persona que me felicitaba la
Navidad del 2013, refiriéndose al Padre Pío, me escribía: «Siempre le pido que no me olvide, que lea en mi corazón y me escuche...
Debes saber que he olido su aroma de violetas en varias ocasiones y de forma
indubitada, así que sé que lo tengo cerca».
Sé que en éste, quizás más que en los otros carismas
que el Señor concedió al Padre Pío, cabe la pregunta: ¿realidad?, ¿sugestión?,
¿engaño?... Cada uno es libre de plantearse la pregunta y buscar la respuesta
adecuada. Pienso que los datos que ofrezco a continuación pueden aportar un
rayo valioso de luz.
El carmelita Rafael Carlos Rossi, visitador apostólico
enviado por el Vaticano a San Giovanni Rotondo en junio de 1921, en uno de los interrogatorios
a los que sometió al Padre Pío, le pidió: «Que
hable del "perfume", que se dice se difunde de sus
"estigmas"». Y el Fraile capuchino: «A esta pregunta no sé qué responder. Lo he oído decir a personas que
vienen a besarme la mano. De mi parte no lo sé, no sé distinguir. En la celda
no tengo más que jabón». Y, al parecer, el Padre Pío quiso dar al futuro
cardenal Rossi, no sé si un regalo personal o, más bien, una advertencia
cariñosa.
Monseñor Rossi, ni ante hechos plenamente comprobados
como la temperatura corporal del Padre Pío que, en ocasiones, subió a más de 48
grados, o las llagas en manos, pies y costado, que examinó detenidamente en
presencia del superior del convento, a pesar de que tuvo que excluir el origen
diabólico de éstas o que fueran fruto de autolesiones o de autosugestión
enfermiza del Fraile capuchino, y a pesar también de haber escrito en su
informe para el Santo Oficio: «Contrariamente
a cuanto se observa en todas las llagas naturales de una cierta duración, las
de los santos no tienen ningún olor fétido (al contrario, a veces emiten
perfumes), ninguna supuración, ninguna alteración morbosa de los tejidos. Y, al
contrario y es cosa notable, en las llagas no estigmáticas se da la evolución
normal», no llegó a admitir el origen sobrenatural de esos hechos. Sin
embargo, ante el perfume...
Esto es lo que escribió en su "voto" o
informe al Santo Oficio: «Este perfume
agradabilísimo y vivísimo, comparable al de la violeta, lo atestiguan todos; y
los Eminentísimos Padres permitirán que lo atestigüe también yo. Lo he sentido
en cuanto he visto los "estigmas". Y puedo asegurar de nuevo a los Eminentísimos
Padres que yo fui a San Giovanni Rotondo con espíritu abierto, como quien debe
llevar a cabo una investigación absolutamente objetiva, pero, al mismo tiempo,
con una verdadera prevención personal en contra, en relación a cuanto se
contaba del Padre Pío. Hoy no soy un... convertido, un admirador del Padre;
absolutamente no; me encuentro en total indiferencia y, diría, casi frialdad;
hasta ese punto he querido mantener la serena objetividad del relato; pero, por
deber de conciencia, debo decir que, ante algunos de los hechos, no me he
podido quedar en la personal prevención contraria, aunque externamente nada
haya manifestado. Y uno de estos hechos es el perfume, que, repito, yo lo he
sentido, como lo sienten todos. El único que no lo siente es el Padre Pío. ¿De
dónde procede? He aquí una pregunta más embarazosa que la anterior: ¿de dónde proceden
los "estigmas"? Porque, para los "estigmas", se podrá
aducir, sostener y defender, si se quiere, la sugestión y la autosugestión;
pero, que yo sepa, un tal estado enfermizo no puede producir perfumes... El
hecho es que el Padre Pío en la celda no tiene más que jabón -y la celda la he
visitado con la mayor atención, rincón tras rincón-. Pero, como es evidente que
también fuera de la celda se podría conservar alguna cosa de... contrabando, lo
que con más fuerza ayuda en el tema es la declaración jurada en la que el Padre
Pío ha testimoniado que no usa y que no ha usado nunca perfumes... Por lo
demás, si efectivamente él, por cualquier motivo, llevara consigo este perfume,
se debería sentir más o menos siempre. Sin embargo, no es así; se siente a
intervalos, a oleadas; dicen que en la celda y fuera de ella, cuando él pasa,
en su lugar en el Coro, incluso a distancia».
La mayoría de los testimonios, para describir este
perfume misterioso, colocan una larga lista de flores: azucenas, lirios,
violetas, rosas, jazmines... Hay también testimonios que hablan de un perfume
único, aunque, no por eso, menos agradabilísimo; y señalan, sobre todo, los
perfumes de rosa, de violeta y de incienso.
¿La finalidad de estos perfumes? Si el primero, el de
un perfume formado por muchos perfumes, indica una presencia espiritual
protectora del Padre Pío o, en palabras del obispo Antonio d'Erchia: «preanuncio de felices acontecimientos, de
favores, o en premio a esfuerzos generosos hechos para practicar la virtud»,
hay quienes ven en los otros una llamada del Santo capuchino a practicar con
especial dedicación: la caridad, en el caso del perfume de rosa; la oración, en
el caso del perfume de incienso; y la humildad cuando se trata del perfume de
violeta.
Para María Winowska, Dios
concedió al Padre Pío el don carismático de los perfumes en tanta abundancia «para despertar, para poner en guardia, para
ayudar, para consolar a las almas a él confiadas».
Como conclusión, no dudo en afirmar que, también por
medio del perfume, el Padre Pío cumplió, y sigue cumpliendo, la "misión grandísima" confiada por el Señor;
y esto, durante su vida terrena, sin las limitaciones que implica el cuerpo
humano, sometido a estar en un lugar concreto.
Elías
Cabodevilla Garde
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