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viernes, 17 de enero de 2014

El Padre Pío de Pietrelcina, “fotocopia de Cristo” (17)


Como Jesús, a quien «le trajeron todos los que se sentían mal..., y él los curó”» (Mt 4, 24).
La salvación que Jesús ofreció durante su vida terrena a los hombres era para el hombre, formado de alma y cuerpo. Lo manifestó con claridad al decir al paralítico que colocaron ante él en una camilla: «Hijo, tus pecados te son perdonados» y, a continuación: «Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa» (Mc 2, 5-11).
En relación al cuerpo, sometido con frecuencia a la enfermedad, Jesús acogió con amor a los enfermos y curó a muchos de ellos, como dice el evangelista San Mateo en el texto arriba citado. Y, al proponernos «El que quiera venir en pos de mí que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» (Mt 16, 24), en esa cruz que es necesario cargar para seguirle, incluía, sin duda, la enfermedad.
Además, Jesús nos señaló, como condición para entrar en el reino de los cielos, la de visitar y cuidar a los enfermos: «Venid, vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo, porque… estuve enfermo y me visitasteis» (Mt 25, 34-36).
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Al Padre Pío de Pietrelcina las enfermedades le acompañaron durante toda su vida; y, aunque tenían mucho de misterioso, no fueron para él menos dolorosas de lo que lo son para los demás mortales. En esas enfermedades es fácil descubrir también una gracia especial de Dios, porque con ellas quiso prepararlo y ayudarle en la misión que debía cumplir de cara a los enfermos.
- Que el Padre Pío supo cargar con la cruz de la enfermedad para ir en pos de Jesús, lo vemos en la carta que, el 14 de marzo de 1910, dirigió a su Director espiritual, el padre Benedicto: «Usted quiere conocer el estado de mi salud; aquí tiene mi información. El estómago, gracias al cielo, casi desde Navidad no rechaza ya nada, mientras que antes apenas retenía únicamente el agua. Siento que he recuperado un poco las fuerzas, de forma que puedo caminar algo, con  menos incomodidad que antes. Pero lo que no quiere dejarme es la fiebre, que casi todos los días, por la tarde, viene a visitarme, haciéndome sudar mucho. Además, la tos y los dolores del tórax y de la columna son los que más me martirizan y de continuo. Mucho tendría que agradecer al Señor por la fuerza que me da para soportar con resignación y paciencia todos estos sufrimientos».
- En la “misión grandísima” que el Señor confió al Padre Pío estaban, al igual que en la de Jesús, los hombres con alma y cuerpo. Si es cierto que el Santo de Pietrelcina se dedicó de lleno, sobre todo como confesor, a «liberar a mis hermanos de los lazos de Satanás» y a «dar la vida por los pecadores y hacerles participar de la vida del Resucitado», también lo es que no dejó de implicarse activamente en superar las causas de los sufrimientos de los hombres. Y, como a nadie, fuera de Dios, le es dado evitar del todo esas causas, supo poner el bálsamo del consuelo y de la esperanza donde encontró sufrimientos.
- El Fraile capuchino descubrió en el enfermo, además de su dignidad de personas, un hermano necesitado al que socorrer y una presencia especial de Cristo: «En cada enfermo está Jesús que sufre, en cada pobre está Jesús que languidece, en cada enfermo pobre está dos veces Jesús». Éstas son las motivaciones que le impulsaron a lo largo de su vida en su doble misión de cara a los enfermos: atenderlos caritativamente y promover estructuras sanitarias que les ofrezcan los remedios adecuados.
-  El Padre Pío fue sumamente caritativo y fraterno con los enfermos a los que tuvo acceso. Ante todo, con sus hermanos de fraternidad cuando caían enfermos. También con sus padres, Grazio y Maria Giuseppa, que fallecieron en San Giovanni Rotondo, en casa de María Pyle, el 7 de octubre de 1946 y el 2 de enero de 1929 respectivamente, tiernamente atendidos por su hijo capuchino. No lo fue menos con su primera hija espiritual, Rafaelina Cerase, a la que, ya enferma de cáncer, orientó por carta, durante dos años, desde Pietrelcina, y acompañó con frecuentes visitas desde el 17 de febrero de 1916, fecha en que, abandonando su pueblo natal, se instaló en el convento capuchino de Foggia, hasta el 25 de marzo, día en que falleció la enferma. Y no es posible olvidar sus visitas, cuando le era posible, a los enfermos del hospital “Casa Alivio del Sufrimiento”, en las que se detenía de modo especial con los niños.
-  El pequeño “Hospital San Francisco”, promovido por él en el monasterio que las Clarisas de San Giovanni Rotondo habían abandonado por su estado ruinoso, fue la primera aportación del Padre Pío a la adecuada atención sanitaria de los enfermos. Un centro de salud que, aun funcionando en condiciones precarias, prestó buen servicio desde el año 1925 hasta que, en 1938, un terremoto lo destruyó por completo. La segunda aportación fue el gran hospital “Casa Alivio del Sufrimiento”, fruto del tesón, de la constancia y también de las oraciones del Fraile capuchino, inaugurado y bendecido por él el 5 de mayo de 1956, con 300 camas.
- Las orientaciones que el Padre Pío daba al personal sanitario del hospital sobre el modo de tratar a los enfermos, y a éstos sobre cómo vivir la enfermedad mientras buscaban su curación o si no llegaban a alcanzarla, encierran enseñanzas importantes y muy útiles. A los primeros, porque deben atender a personas en situación de especial necesidad y, en ellas, al mismo Cristo, les pedía ser los mejores profesionales de la medicina y, como consecuencia, la formación permanente; dar los remedios médicos con amor; y no privar a los enfermos de la medicina más apta para suscitar alivio y consuelo: la buena noticia del Evangelio. Y a los enfermos les invitaba a unir sus sufrimientos a los de Cristo, actualizados, como sacrificio agradable a Dios Padre, en la Eucaristía; y a vivir la enfermedad con sentido cristiano, con las ayudas espirituales que les ofrecían los capellanes, motivo por el que quiso que el hospital se construyera junto al convento de Capuchinos, para que fueran éstos los que atendieran espiritualmente a los enfermos.
- Debo decir también que de las manos del Padre Pío, como de las de Jesús, brotaron muchas curaciones milagrosas para los enfermos; con esta gran diferencia: de las manos de Jesús, como fruto de su poder divino; de las manos del Padre Pío, como instrumento por el que actuaba el Señor.
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También por su actuación con los enfermos, muy semejante a la que Jesús llevó a cabo veinte siglos antes, al Padre Pío podemos y queremos llamar, con fray Modestino, “fotocopia de Cristo”.

Elías Cabodevilla Garde

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