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jueves, 2 de enero de 2014

El Padre Pío de Pietrelcina, “fotocopia de Cristo” (16)


 Como Jesús, que fue buscado por todo el mundo (cfr. Mc 1, 17).
«Todo el mundo te busca», dijeron Simón y sus compañeros a Jesús, cuando lo encontraron en un lugar solitario en oración (Mc 1, 37).
En un recorrido rápido por el Evangelio de Marcos encontraríamos que a Jesús lo buscaron: el leproso que se le acercó «suplicándole de rodillas: “Si quieres puedes limpiarme”» (1, 40); el paralítico «llevado entre cuatro», al que Jesús le dijo: «Hijo, tus pecados quedan perdonados… levántate, coge tu camilla y vete a tu casa» (2, 3-11); toda la gente que «acudía a él y les enseñaba» (2, 13); publicanos y pecadores que «se sentaban con Jesús y sus discípulos, pues eran ya muchos los que lo seguían» (2, 15); unos que «le preguntaron a Jesús: “Los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan. ¿Por qué los tuyos no?”» (2, 18); «mucha gente de Judea, Jerusalén, Idumea, Transjordania y cercanías de Tiro y Sidón» (3, 8)…
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El Padre Pío también fue buscado por hombres y mujeres de todas las clases sociales: jóvenes y mayores, intelectuales y gente sencilla, santos y pecadores, artistas y políticos, ateos y ministros de la Iglesia… Y, además, de los cinco continentes, aunque para ello tuvieran que desplazarse miles de kilómetros y encontrar, en la etapa final del viaje, al menos hasta bien entrado el siglo XX, unos accesos al convento de Capuchinos de San Giovanni Rotondo poco transitables y una estructura hotelera muy deficiente.
- El Padre Pío podía sospechar esto desde muy joven, pues, en una carta de noviembre de 1922, comunicaba a su hija espiritual Nina Campanile que, en el año de noviciado para capuchino -lo inició a la temprana edad de 15 años- el Señor le había manifestado que le confiaba una “misión grandísima”. Y es fácil que en el superlativo «grandísima» el Padre Pío hubiera incluido también el número de destinatarios de esa misión.
- Muchos buscaron al Padre Pío por curiosidad; algunos, a la caza de pruebas que les permitieran seguir defendiendo su tesis de que era un iluminado y un impostor; y la inmensa mayoría, para encontrarse con un hombre de Dios que llevaba en su cuerpo las llagas del Crucificado, pedir su consejo, confesarse con él, participar en una Misa que casi todos la calificaban de “distinta”, suplicar una gracia e incluso un milagro…
- Estos dos datos, entre otros muchos que llenan las biografías del Santo, confirman lo que estoy exponiendo. En el año 1950 -el Padre Pío murió en 1968- se comenzó a asignar día y hora a los que deseaban confesarse con él, como única garantía de que pudieran realizar su deseo, aunque tuvieran que esperar 15, 20 y más días. Y en 1956, después de recurrir en los años anteriores a todos los medios imaginables para acoger a los miles de peregrinos que querían participar en la Misa del Fraile de los estigmas, los Capuchinos se expusieron a construir el gran santuario de Nuestra Señora de las Gracias, que fue inaugurado el 1 de julio de 1959. Se expusieron porque ¿continuaría el aflujo de peregrinos a la muerte del Padre Pío?
- Lo que tuvo lugar hasta la muerte del Padre Pío se ha ido repitiendo, y cada vez en mayor número, desde el 23 de septiembre de 1968. Cada día son más los que buscan al Padre Pío. Ciertamente en San Giovanni Rotondo, a donde llegan cada año varios millones de hombres y mujeres de todas las clases sociales y de los cinco continentes. Lo hacen para orar ante la tumba del Santo, para admirar la pobreza de la celda que lo vio morir, para contemplar el crucifijo ante el que recibió las “llagas”, para celebrar el sacramento de la Reconciliación en los mismos lugares en los que él lo administró durante 50 años, para participar en la Misa en los mismos templos en los que él la celebró con devoción extraordinaria, para pedir gracias y agradecer las ya recibidas… Y también en tantos otros lugares, donde una reliquia, una estatua, una capilla o un santuario nacional dedicado al Padre Pío… invitan al encuentro con él.
- Y hay un dato más que asemeja al Padre Pío a Jesús. Jesús, que vino a salvar a todos, se dedicó de modo especial a los apóstoles: «Venid vosotros solos a un lugar solitario para descansar un poco; porque eran tantos los que iban y venían, que no tenían ni tiempo para comer» (Mc 6, 31), al pueblo de Israel: «Dios me ha enviado sólo a las ovejas perdidas del pueblo de Israel» (Mt 15, 24), a sus preferidos: los niños: «Dejad que los niños vengan a mí y no se lo impidáis» (Lc 18, 16), los pecadores: «No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores a que se conviertan» (Lc 5, 32)... El Padre Pío, que no excluía a nadie, se sabía con una responsabilidad especial hacia los habitantes de San Giovanni Rotondo. La cumplía también de este modo muy sencillo: en el confesonario de la iglesia, en el que confesaba a las mujeres, una de las dos ventanillas estaba reservada para las mujeres del pueblo y de la zona, con el fin de poder atenderlas con más frecuencia; la otra, para las que venían de otros lugares. Y el Padre Pío también tuvo sus preferidos, sin duda los pecadores, los enfermos, los necesitados…
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También porque, como a Jesús, lo buscaron y lo buscan de y en «todo el mundo», podemos llamar al Padre Pío, con fray Modestino: “fotocopia de Cristo”.
Elías Cabodevilla Garde

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