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viernes, 24 de enero de 2014

El Padre Pío de Pietrelcina, “fotocopia de Cristo” (18)


Como Jesús, que perdonó y oró por los que le “crucificaron” (cfr. Lc 23, 33).
 Jesús, que nos pidió perdonar «hasta setenta veces siete» (Mt 18, 22), supo, no sólo perdonar, sino también excusar a los que le crucificaron. Sirvan de ejemplo estos dos momentos.
- San Lucas, tras el relato de las tres negaciones del apóstol Pedro, escribe en su Evangelio: «El Señor, volviéndose, le echó una mirada a Pedro». Mirada de perdón, de olvido, de acogida…, pues «Pedro se acordó de la palabra que el Señor le había dicho… Y, saliendo afuera, lloró amargamente» (Lc 22, 61-62).
- El mismo evangelista, después de escribir: «Y cuando llegaron al lugar llamado “la Calavera”, lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda», añade: «Jesús decía: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 33-34).
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El Padre Pío, que pasó la mayor parte de su vida ofreciendo el perdón de Dios en el sacramento de la confesión, supo, no sólo perdonar, sino también ayudar y orar por los que le “crucificaron”. Sirvan de ejemplo estos tres hechos:
- Monseñor Pascual Gagliardi y don José Prencipe. El padre Agustín de San Marco in Lamis escribe en su “Diario”: «Cuando por los años 1918-1919 se propagó en la prensa diaria la fama del padre Pío, dio principio al mismo tiempo una guerra sorda, suscitada por ciertos elementos del clero local, sostenidos por Monseñor Gagliardi, mediante el cual llegaron a Roma numerosísimas cartas repletas de acusaciones, exageraciones, calumnias..., una verdadera guerra satánica».
+ Monseñor Gagliardi era el Arzobispo de Manfredonia, Diócesis en la que estaba enclavado San Giovanni Rotondo. Años más tarde, en octubre de 1929, fue depuesto del cargo de Arzobispo por su vida inmoral y escandalosa y se retiró a Tricarico, donde murió en 1941.
El Padre Pío, al recibir la noticia de la muerte de Gagliardi, dada por el Superior del convento, el padre Rafael de Sant’Elia a Pianisi, dijo: «Mañana celebraré la Misa en sufragio por su alma». Y el padre Rafael nos ofrece un dato más: «Pascual Gagliardi con frecuencia escribía al convento de los Capuchinos de San Giovanni Rotondo pidiendo intenciones de santas Misas con el correspondiente estipendio. Se le envió siempre. Pero hay que recalcar que el más favorable a esta obra de caridad, era precisamente él, el Padre Pío».
+ Don José Prencipe, Arcipreste de San Giovanni Rotondo, estaba entre los «elementos del clero local» a los que se refiere el padre Agustín, y como elemento muy activo en la «guerra satánica» contra el Padre Pío.
En junio de 1933, el nuevo Arzobispo de Manfredonia, monseñor Andrés Cesarano, al visitar al Padre Pío, se hizo acompañar de don José Prencipe. Hacía más de 10 años que éste no se había dejado ver en el convento de Capuchinos. El Padre Pío lo recibió con un abrazo muy cordial, como para indicarle que lo pasado estaba ya perdonado y olvidado.
- Don Juan Miscio. Era Canónigo de San Giovanni Rotondo. Buscaba dinero de la forma que fuese. Y en 1925… Hizo creer a María Pompilio, devota del Padre Pío, que había escrito un libro, que había entregado ya al editor de Milán, en el que el Padre Pío aparecía de la forma más denigrante y lamentable que se podía imaginar. Estaría dispuesto a suspender su publicación para evitar el descrédito del Padre Pío, pero, para anular el contrato con el editor, tendría que abonar cinco mil liras, que no tenía. María Pompilio creyó el embuste y corrió a informar al hermano del Capuchino de Pietrelcina, Miguel Forgione. La noticia, además de causar el lógico terrible sufrimiento al Padre Pío, llegó también a conocimiento de Manuel Brunatto, que sospechó que se trataba de una mentira de mala ley. Desenmascarado el embuste por los “carabinieri”, el asunto pasó a los tribunales de justicia y el Canónigo fue detenido en noviembre de ese año 1925. A lo largo de siete años, don Juan Miscio fue condenado a tres meses de cárcel y mil liras de multa; recurrió la sentencia; el Tribunal de Apelación aumentó la pena a veintiséis meses de prisión; la Corte de Casación confirmó el juicio del Tribunal de Apelación; y el Ministro de Justicia rechazó la petición de gracia.
El Padre Pío, que lloró al conocer la condena a prisión del que había sido uno de sus acusadores, escribió directamente al Ministro de Justicia pidiendo gracia para Miscio, y también al Rey Víctor Manuel III para que el agraciado por el Ministro de Justicia pudiera encontrar un trabajo de maestro.
- Padre Justino de Lecce. Es el capuchino que, en 1960, en el tiempo en que cumplía el encargo de “ángel custodio” del ya anciano Padre Pío, por propia iniciativa o, más bien, siguiendo órdenes recibidas de sus Superiores, decidió instalar micrófonos en diversos lugares del convento de San Giovanni Rotondo para espiar al Padre Pío grabando sus conversaciones e incluso las confesiones que escuchaba, y las grabó al menos durante tres meses.
+ El padre Justino, en el “Proceso de Beatificación y Canonización del Siervo de Dios Pío de Pietrelcina”, declaró: «El Padre Pío supo el hecho de las grabaciones; no creo que hubiera conocido el contenido de la grabación principal. Ciertamente supo que había sido yo, pero nunca me dijo nada».
+ Y el padre Eusebio Notte, en el mismo Proceso, manifestó: «Una noche estaba a solas con el Padre Pío en su celda n. 1. Y noté que el Siervo de Dios oraba con particular recogimiento. Confidencialmente le pregunté: “¿Tiene alguna preocupación esta noche?”. El Padre Pío enseguida y sin inmutarse: “Estoy orando por el padre Justino”. A lo que yo, casi enojado: “¡Ah!, Padre, ¡eso no!; ¡es demasiado!”. Y el Padre Pío: “Hijo mío, también él es un alma a la que salvar”».
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Porque, a ejemplo de Cristo, supo perdonar, ayudar y orar por los que le “crucificaron”, con fray Modestino de Pietrelcina, podemos llamar al Padre Pío: “fotocopia de Cristo”.
Elías Cabodevilla Garde

viernes, 17 de enero de 2014

El Padre Pío de Pietrelcina, “fotocopia de Cristo” (17)


Como Jesús, a quien «le trajeron todos los que se sentían mal..., y él los curó”» (Mt 4, 24).
La salvación que Jesús ofreció durante su vida terrena a los hombres era para el hombre, formado de alma y cuerpo. Lo manifestó con claridad al decir al paralítico que colocaron ante él en una camilla: «Hijo, tus pecados te son perdonados» y, a continuación: «Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa» (Mc 2, 5-11).
En relación al cuerpo, sometido con frecuencia a la enfermedad, Jesús acogió con amor a los enfermos y curó a muchos de ellos, como dice el evangelista San Mateo en el texto arriba citado. Y, al proponernos «El que quiera venir en pos de mí que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» (Mt 16, 24), en esa cruz que es necesario cargar para seguirle, incluía, sin duda, la enfermedad.
Además, Jesús nos señaló, como condición para entrar en el reino de los cielos, la de visitar y cuidar a los enfermos: «Venid, vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo, porque… estuve enfermo y me visitasteis» (Mt 25, 34-36).
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Al Padre Pío de Pietrelcina las enfermedades le acompañaron durante toda su vida; y, aunque tenían mucho de misterioso, no fueron para él menos dolorosas de lo que lo son para los demás mortales. En esas enfermedades es fácil descubrir también una gracia especial de Dios, porque con ellas quiso prepararlo y ayudarle en la misión que debía cumplir de cara a los enfermos.
- Que el Padre Pío supo cargar con la cruz de la enfermedad para ir en pos de Jesús, lo vemos en la carta que, el 14 de marzo de 1910, dirigió a su Director espiritual, el padre Benedicto: «Usted quiere conocer el estado de mi salud; aquí tiene mi información. El estómago, gracias al cielo, casi desde Navidad no rechaza ya nada, mientras que antes apenas retenía únicamente el agua. Siento que he recuperado un poco las fuerzas, de forma que puedo caminar algo, con  menos incomodidad que antes. Pero lo que no quiere dejarme es la fiebre, que casi todos los días, por la tarde, viene a visitarme, haciéndome sudar mucho. Además, la tos y los dolores del tórax y de la columna son los que más me martirizan y de continuo. Mucho tendría que agradecer al Señor por la fuerza que me da para soportar con resignación y paciencia todos estos sufrimientos».
- En la “misión grandísima” que el Señor confió al Padre Pío estaban, al igual que en la de Jesús, los hombres con alma y cuerpo. Si es cierto que el Santo de Pietrelcina se dedicó de lleno, sobre todo como confesor, a «liberar a mis hermanos de los lazos de Satanás» y a «dar la vida por los pecadores y hacerles participar de la vida del Resucitado», también lo es que no dejó de implicarse activamente en superar las causas de los sufrimientos de los hombres. Y, como a nadie, fuera de Dios, le es dado evitar del todo esas causas, supo poner el bálsamo del consuelo y de la esperanza donde encontró sufrimientos.
- El Fraile capuchino descubrió en el enfermo, además de su dignidad de personas, un hermano necesitado al que socorrer y una presencia especial de Cristo: «En cada enfermo está Jesús que sufre, en cada pobre está Jesús que languidece, en cada enfermo pobre está dos veces Jesús». Éstas son las motivaciones que le impulsaron a lo largo de su vida en su doble misión de cara a los enfermos: atenderlos caritativamente y promover estructuras sanitarias que les ofrezcan los remedios adecuados.
-  El Padre Pío fue sumamente caritativo y fraterno con los enfermos a los que tuvo acceso. Ante todo, con sus hermanos de fraternidad cuando caían enfermos. También con sus padres, Grazio y Maria Giuseppa, que fallecieron en San Giovanni Rotondo, en casa de María Pyle, el 7 de octubre de 1946 y el 2 de enero de 1929 respectivamente, tiernamente atendidos por su hijo capuchino. No lo fue menos con su primera hija espiritual, Rafaelina Cerase, a la que, ya enferma de cáncer, orientó por carta, durante dos años, desde Pietrelcina, y acompañó con frecuentes visitas desde el 17 de febrero de 1916, fecha en que, abandonando su pueblo natal, se instaló en el convento capuchino de Foggia, hasta el 25 de marzo, día en que falleció la enferma. Y no es posible olvidar sus visitas, cuando le era posible, a los enfermos del hospital “Casa Alivio del Sufrimiento”, en las que se detenía de modo especial con los niños.
-  El pequeño “Hospital San Francisco”, promovido por él en el monasterio que las Clarisas de San Giovanni Rotondo habían abandonado por su estado ruinoso, fue la primera aportación del Padre Pío a la adecuada atención sanitaria de los enfermos. Un centro de salud que, aun funcionando en condiciones precarias, prestó buen servicio desde el año 1925 hasta que, en 1938, un terremoto lo destruyó por completo. La segunda aportación fue el gran hospital “Casa Alivio del Sufrimiento”, fruto del tesón, de la constancia y también de las oraciones del Fraile capuchino, inaugurado y bendecido por él el 5 de mayo de 1956, con 300 camas.
- Las orientaciones que el Padre Pío daba al personal sanitario del hospital sobre el modo de tratar a los enfermos, y a éstos sobre cómo vivir la enfermedad mientras buscaban su curación o si no llegaban a alcanzarla, encierran enseñanzas importantes y muy útiles. A los primeros, porque deben atender a personas en situación de especial necesidad y, en ellas, al mismo Cristo, les pedía ser los mejores profesionales de la medicina y, como consecuencia, la formación permanente; dar los remedios médicos con amor; y no privar a los enfermos de la medicina más apta para suscitar alivio y consuelo: la buena noticia del Evangelio. Y a los enfermos les invitaba a unir sus sufrimientos a los de Cristo, actualizados, como sacrificio agradable a Dios Padre, en la Eucaristía; y a vivir la enfermedad con sentido cristiano, con las ayudas espirituales que les ofrecían los capellanes, motivo por el que quiso que el hospital se construyera junto al convento de Capuchinos, para que fueran éstos los que atendieran espiritualmente a los enfermos.
- Debo decir también que de las manos del Padre Pío, como de las de Jesús, brotaron muchas curaciones milagrosas para los enfermos; con esta gran diferencia: de las manos de Jesús, como fruto de su poder divino; de las manos del Padre Pío, como instrumento por el que actuaba el Señor.
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También por su actuación con los enfermos, muy semejante a la que Jesús llevó a cabo veinte siglos antes, al Padre Pío podemos y queremos llamar, con fray Modestino, “fotocopia de Cristo”.

Elías Cabodevilla Garde

miércoles, 8 de enero de 2014

Fiel a la “misión grandísima” que le confió el Señor (15).


El Padre Pío, por el don sobrenatural de la bilocación, pudo cumplir, como expuse en mi último escrito de esta página web, la "misión grandísima" que le había confiado el Señor, también lejos de San Giovanni Rotondo e, incluso, fuera de Italia, y esto sin abandonar el convento en el que vivía. ¿Cumplió también esta "misión grandísima", más allá de su lugar de residencia, por medio del perfume?
Las biografías del Padre Pío ofrecen los testimonios de muchos de los que afirman que han sentido este perfume misterioso. En una breve biografía del Santo, que escribí para ser repartida en las iglesias de los capuchinos de España con motivo de la beatificación de nuestro Hermano santo -2 de mayo de 1999-, resumí así lo que se deduce de esos testimonios: «El perfume lo describen como agradable, sutil y delicado, mezcla de violetas y de rosas; y, entre los que confiesan que lo han percibido, unos lo han disfrutado en presencia del Padre Pío y otros a miles de kilómetros de distancia, unos en vida del Religioso capuchino y otros después de su muerte, algunos conscientes de que ya se hablaba de este fenómeno y otros sin conocer siquiera la existencia del Fraile de Pietrelcina...».
Desde la fecha que he indicado, 2 de mayo de 1999, me han ido llegando, sin que yo haya ido a buscarlos, otros muchos testimonios. Abriendo el libro de José María Zavala "Los milagros desconocidos del santo de los estigmas", encuentro en sus páginas, entre otros, el testimonio de María José Barrionuevo, de Berja, Almería, España: «... Con casi 33 años entonces (se refiere al día de la canonización del Padre Pío, 16 de junio del 2002), no podía sospechar que el Señor fuese a colmarme de tantas gracias por intercesión de aquel capuchino desconocido para mí... El Padre Pío se convirtió para mí en mi segundo ángel de la guarda. Ha estado conmigo varias veces en mi habitación; décimas de segundo en las que he percibido su inconfundible perfume de rosas; fugaces, pero inolvidables encuentros». Y el de Cristina, de Santiago de Chile, que, al contar la intervención quirúrgica a la que sometían, en el año 2003, en el hospital San José, a su madre afectada de cáncer de piel, escribe: «Recuerdo que, mientras ella seguía en el quirófano, mi hermana y yo no dejamos de rezar al Padre Pío en el patio del hospital. De repente, sentimos una intensa ráfaga de perfume de flores. Cruzamos una mirada de sorpresa, dado que era invierno y en el patio no había una sola flor. Enseguida nos convencimos de que era una señal del Padre Pío para advertirnos que todo iba a salir bien. Como así fue: nuestra madre está hoy totalmente curada». Y el de Miren Lourdes Uriarte, de Bermeo, Vizcaya, España: «El 16 de julio de ese año (2009) acudí con mis hijos a San Giovanni Rotondo, tras pasar por Pietrelcina. Nada más dejar el equipaje en el hotel, fuimos a Misa. Nos situamos cerca de una gran columna. En el momento de la Comunión, sentí un suave aroma de rosas que duró unos segundos. Miré alrededor, pensando que tal vez alguien acababa de pasar a mi lado, pero a mi izquierda seguía, imperturbable, la enorme columna, a la derecha sólo estaban  mis hijos». Y hace unos pocos días, una persona que me felicitaba la Navidad del 2013, refiriéndose al Padre Pío, me escribía: «Siempre le pido que no me olvide, que lea en mi corazón y me escuche... Debes saber que he olido su aroma de violetas en varias ocasiones y de forma indubitada, así que sé que lo tengo cerca».
Sé que en éste, quizás más que en los otros carismas que el Señor concedió al Padre Pío, cabe la pregunta: ¿realidad?, ¿sugestión?, ¿engaño?... Cada uno es libre de plantearse la pregunta y buscar la respuesta adecuada. Pienso que los datos que ofrezco a continuación pueden aportar un rayo valioso de luz.
El carmelita Rafael Carlos Rossi, visitador apostólico enviado por el Vaticano a San Giovanni Rotondo en junio de 1921, en uno de los interrogatorios a los que sometió al Padre Pío, le pidió: «Que hable del "perfume", que se dice se difunde de sus "estigmas"». Y el Fraile capuchino: «A esta pregunta no sé qué responder. Lo he oído decir a personas que vienen a besarme la mano. De mi parte no lo sé, no sé distinguir. En la celda no tengo más que jabón». Y, al parecer, el Padre Pío quiso dar al futuro cardenal Rossi, no sé si un regalo personal o, más bien, una advertencia cariñosa.
Monseñor Rossi, ni ante hechos plenamente comprobados como la temperatura corporal del Padre Pío que, en ocasiones, subió a más de 48 grados, o las llagas en manos, pies y costado, que examinó detenidamente en presencia del superior del convento, a pesar de que tuvo que excluir el origen diabólico de éstas o que fueran fruto de autolesiones o de autosugestión enfermiza del Fraile capuchino, y a pesar también de haber escrito en su informe para el Santo Oficio: «Contrariamente a cuanto se observa en todas las llagas naturales de una cierta duración, las de los santos no tienen ningún olor fétido (al contrario, a veces emiten perfumes), ninguna supuración, ninguna alteración morbosa de los tejidos. Y, al contrario y es cosa notable, en las llagas no estigmáticas se da la evolución normal», no llegó a admitir el origen sobrenatural de esos hechos. Sin embargo, ante el perfume...
Esto es lo que escribió en su "voto" o informe al Santo Oficio: «Este perfume agradabilísimo y vivísimo, comparable al de la violeta, lo atestiguan todos; y los Eminentísimos Padres permitirán que lo atestigüe también yo. Lo he sentido en cuanto he visto los "estigmas". Y puedo asegurar de nuevo a los Eminentísimos Padres que yo fui a San Giovanni Rotondo con espíritu abierto, como quien debe llevar a cabo una investigación absolutamente objetiva, pero, al mismo tiempo, con una verdadera prevención personal en contra, en relación a cuanto se contaba del Padre Pío. Hoy no soy un... convertido, un admirador del Padre; absolutamente no; me encuentro en total indiferencia y, diría, casi frialdad; hasta ese punto he querido mantener la serena objetividad del relato; pero, por deber de conciencia, debo decir que, ante algunos de los hechos, no me he podido quedar en la personal prevención contraria, aunque externamente nada haya manifestado. Y uno de estos hechos es el perfume, que, repito, yo lo he sentido, como lo sienten todos. El único que no lo siente es el Padre Pío. ¿De dónde procede? He aquí una pregunta más embarazosa que la anterior: ¿de dónde proceden los "estigmas"? Porque, para los "estigmas", se podrá aducir, sostener y defender, si se quiere, la sugestión y la autosugestión; pero, que yo sepa, un tal estado enfermizo no puede producir perfumes... El hecho es que el Padre Pío en la celda no tiene más que jabón -y la celda la he visitado con la mayor atención, rincón tras rincón-. Pero, como es evidente que también fuera de la celda se podría conservar alguna cosa de... contrabando, lo que con más fuerza ayuda en el tema es la declaración jurada en la que el Padre Pío ha testimoniado que no usa y que no ha usado nunca perfumes... Por lo demás, si efectivamente él, por cualquier motivo, llevara consigo este perfume, se debería sentir más o menos siempre. Sin embargo, no es así; se siente a intervalos, a oleadas; dicen que en la celda y fuera de ella, cuando él pasa, en su lugar en el Coro, incluso a distancia».
La mayoría de los testimonios, para describir este perfume misterioso, colocan una larga lista de flores: azucenas, lirios, violetas, rosas, jazmines... Hay también testimonios que hablan de un perfume único, aunque, no por eso, menos agradabilísimo; y señalan, sobre todo, los perfumes de rosa, de violeta y de incienso.
¿La finalidad de estos perfumes? Si el primero, el de un perfume formado por muchos perfumes, indica una presencia espiritual protectora del Padre Pío o, en palabras del obispo Antonio d'Erchia: «preanuncio de felices acontecimientos, de favores, o en premio a esfuerzos generosos hechos para practicar la virtud», hay quienes ven en los otros una llamada del Santo capuchino a practicar con especial dedicación: la caridad, en el caso del perfume de rosa; la oración, en el caso del perfume de incienso; y la humildad cuando se trata del perfume de violeta.
Para María Winowska,  Dios concedió al Padre Pío el don carismático de los perfumes en tanta abundancia «para despertar, para poner en guardia, para ayudar, para consolar a las almas a él confiadas».
Como conclusión, no dudo en afirmar que, también por medio del perfume, el Padre Pío cumplió, y sigue cumpliendo, la "misión grandísima" confiada por el Señor; y esto, durante su vida terrena, sin las limitaciones que implica el cuerpo humano, sometido a estar en un lugar concreto.

Elías Cabodevilla Garde

jueves, 2 de enero de 2014

El Padre Pío de Pietrelcina, “fotocopia de Cristo” (16)


 Como Jesús, que fue buscado por todo el mundo (cfr. Mc 1, 17).
«Todo el mundo te busca», dijeron Simón y sus compañeros a Jesús, cuando lo encontraron en un lugar solitario en oración (Mc 1, 37).
En un recorrido rápido por el Evangelio de Marcos encontraríamos que a Jesús lo buscaron: el leproso que se le acercó «suplicándole de rodillas: “Si quieres puedes limpiarme”» (1, 40); el paralítico «llevado entre cuatro», al que Jesús le dijo: «Hijo, tus pecados quedan perdonados… levántate, coge tu camilla y vete a tu casa» (2, 3-11); toda la gente que «acudía a él y les enseñaba» (2, 13); publicanos y pecadores que «se sentaban con Jesús y sus discípulos, pues eran ya muchos los que lo seguían» (2, 15); unos que «le preguntaron a Jesús: “Los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan. ¿Por qué los tuyos no?”» (2, 18); «mucha gente de Judea, Jerusalén, Idumea, Transjordania y cercanías de Tiro y Sidón» (3, 8)…
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El Padre Pío también fue buscado por hombres y mujeres de todas las clases sociales: jóvenes y mayores, intelectuales y gente sencilla, santos y pecadores, artistas y políticos, ateos y ministros de la Iglesia… Y, además, de los cinco continentes, aunque para ello tuvieran que desplazarse miles de kilómetros y encontrar, en la etapa final del viaje, al menos hasta bien entrado el siglo XX, unos accesos al convento de Capuchinos de San Giovanni Rotondo poco transitables y una estructura hotelera muy deficiente.
- El Padre Pío podía sospechar esto desde muy joven, pues, en una carta de noviembre de 1922, comunicaba a su hija espiritual Nina Campanile que, en el año de noviciado para capuchino -lo inició a la temprana edad de 15 años- el Señor le había manifestado que le confiaba una “misión grandísima”. Y es fácil que en el superlativo «grandísima» el Padre Pío hubiera incluido también el número de destinatarios de esa misión.
- Muchos buscaron al Padre Pío por curiosidad; algunos, a la caza de pruebas que les permitieran seguir defendiendo su tesis de que era un iluminado y un impostor; y la inmensa mayoría, para encontrarse con un hombre de Dios que llevaba en su cuerpo las llagas del Crucificado, pedir su consejo, confesarse con él, participar en una Misa que casi todos la calificaban de “distinta”, suplicar una gracia e incluso un milagro…
- Estos dos datos, entre otros muchos que llenan las biografías del Santo, confirman lo que estoy exponiendo. En el año 1950 -el Padre Pío murió en 1968- se comenzó a asignar día y hora a los que deseaban confesarse con él, como única garantía de que pudieran realizar su deseo, aunque tuvieran que esperar 15, 20 y más días. Y en 1956, después de recurrir en los años anteriores a todos los medios imaginables para acoger a los miles de peregrinos que querían participar en la Misa del Fraile de los estigmas, los Capuchinos se expusieron a construir el gran santuario de Nuestra Señora de las Gracias, que fue inaugurado el 1 de julio de 1959. Se expusieron porque ¿continuaría el aflujo de peregrinos a la muerte del Padre Pío?
- Lo que tuvo lugar hasta la muerte del Padre Pío se ha ido repitiendo, y cada vez en mayor número, desde el 23 de septiembre de 1968. Cada día son más los que buscan al Padre Pío. Ciertamente en San Giovanni Rotondo, a donde llegan cada año varios millones de hombres y mujeres de todas las clases sociales y de los cinco continentes. Lo hacen para orar ante la tumba del Santo, para admirar la pobreza de la celda que lo vio morir, para contemplar el crucifijo ante el que recibió las “llagas”, para celebrar el sacramento de la Reconciliación en los mismos lugares en los que él lo administró durante 50 años, para participar en la Misa en los mismos templos en los que él la celebró con devoción extraordinaria, para pedir gracias y agradecer las ya recibidas… Y también en tantos otros lugares, donde una reliquia, una estatua, una capilla o un santuario nacional dedicado al Padre Pío… invitan al encuentro con él.
- Y hay un dato más que asemeja al Padre Pío a Jesús. Jesús, que vino a salvar a todos, se dedicó de modo especial a los apóstoles: «Venid vosotros solos a un lugar solitario para descansar un poco; porque eran tantos los que iban y venían, que no tenían ni tiempo para comer» (Mc 6, 31), al pueblo de Israel: «Dios me ha enviado sólo a las ovejas perdidas del pueblo de Israel» (Mt 15, 24), a sus preferidos: los niños: «Dejad que los niños vengan a mí y no se lo impidáis» (Lc 18, 16), los pecadores: «No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores a que se conviertan» (Lc 5, 32)... El Padre Pío, que no excluía a nadie, se sabía con una responsabilidad especial hacia los habitantes de San Giovanni Rotondo. La cumplía también de este modo muy sencillo: en el confesonario de la iglesia, en el que confesaba a las mujeres, una de las dos ventanillas estaba reservada para las mujeres del pueblo y de la zona, con el fin de poder atenderlas con más frecuencia; la otra, para las que venían de otros lugares. Y el Padre Pío también tuvo sus preferidos, sin duda los pecadores, los enfermos, los necesitados…
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También porque, como a Jesús, lo buscaron y lo buscan de y en «todo el mundo», podemos llamar al Padre Pío, con fray Modestino: “fotocopia de Cristo”.
Elías Cabodevilla Garde