En esta etiqueta de la página web he señalado ya los
medios, al menos los más conocidos, con los que el Padre Pío de Pietrelcina cumplió
la "misión grandísima" que
le había confiado el Señor.
Si no se diera el don sobrenatural de la bilocación, tendría que afirmar que el Padre
Pío, desde el 4 de septiembre de 1916, fecha en que llegó a su nueva
fraternidad, o, para ser más preciso, desde el 14 de mayo de 1918, pues el día
anterior había regresado de su última breve salida de San Giovanni Rotondo, usó
esos medios exclusivamente en esta pequeña ciudad del centro-sur de Italia,
donde falleció el 23 de septiembre de 1968. Por tanto, ¡durante 50 años! Pero
nos queda una pregunta para la que, según creo, no tenemos ni tendremos respuesta:
¿qué medios empleaba el Fraile capuchino, qué se le concedía hacer en bien de
las personas a las que visitaba de este modo, cuando llegaba hasta ellas por
bilocación?; ¿podía, por ejemplo, confesarlas o celebrarles la santa misa?
Son muchos los datos que garantizan que el Padre Pío
recibió del Señor el don de la bilocación. La garantía más absoluta la tenemos
en sus respuestas a los interrogatorios a los que le sometió el visitador
apostólico enviado por el Vaticano, monseñor Rafael Carlos Rossi, en junio de
1921. Si el Fraile capuchino aborreció siempre la mentira, en este caso ni
podía pasar por su mente el mentir, pues se había comprometido a decir la
verdad con un juramento, hecho mientras tenía su mano derecha sobre el libro de
los evangelios.
En el tercer interrogatorio, el 16 de junio, el
visitador le preguntó: «Se habla también
de bilocaciones. ¿Qué me dice sobre esto?». Y el Padre Pío: «Yo no sé cómo tiene lugar, ni de qué
naturaleza es esto, ni mucho menos le doy importancia; pero me ha sucedido
tener presente a esta o a aquella persona, este lugar o aquel otro lugar; no sé
si la mente ha marchado allí o alguna representación del lugar o de la persona
se me ha presentado a mí; no sé si con el cuerpo o sin el cuerpo que yo haya
estado presente». El visitador siguió indagando: «Si ha sido consciente del inicio de este estado y de la vuelta al
estado normal». Y el Fraile capuchino le informó: «Ordinariamente me ha sucedido cuando estoy rezando; mi atención estaba
en la oración tanto antes como después de esta representación; después
ciertamente me encontraba como antes». El monseñor le pidió «Que exponga casos particulares»; y éstos
son los que le relató el Capuchino de Pietrelcina: «En una ocasión me encontré junto al lecho de una enferma: la señora
María de San Giovanni Rotondo, de noche; yo estaba en el convento, creo que
estaba orando. Hará de esto más de un año. Le dirigí palabras de consuelo; ella
pedía que yo orara por su curación. Esto es lo sustancial. Más en particular,
yo no conocía a esta persona; me la habían recomendado. Otro caso. Un hombre
(el Padre Pío no dice el nombre por discreción) se me presentó o yo me presenté a él, en Torre Maggiore - yo estaba en
el convento - y le reprendí y le eché en cara sus vicios, exhortándole a
convertirse, y poco después este hombre vino también aquí. Creo que han
sucedido otros casos; pero éstos son los que recuerdo».
Dos datos, que se pueden leer en el "Voto" que el visitador entregó en
el Santo Oficio, excluyen, por una parte, cualquier posible sospecha de "ostentación" por parte del Padre
Pío, y garantizan, por otra, el empeño de éste de que no se falsifique la
verdad. A la intervención del visitador: «Si
estos presuntos casos de bilocación los ha comunicado a otros», respondió:
«No, para nada, en ningún caso. Es la
primera vez que lo digo y lo digo a usted en estos términos. No me parece que
los haya dado a conocer ni siquiera al director espiritual, porque tampoco
sabría cómo hacerlo». Y cuando el día 20, en el interrogatorio sexto,
monseñor Rossi volvió sobre el tema y, en relación al caso de la «señora María de San Giovanni Rotondo»,
se atrevió a opinar así: «Me parece que
este caso habría que atribuirlo más bien a un estado de alucinación de dicha
Señora, en la excitación de su enfermedad», el Capuchino respondió tajante:
«Yo no entro en la situación de esta
Señora. Digo que yo estuve allí».
Los testimonios que hablan de visitas del Padre Pío
por bilocación son muchos. Algunos se relatan con detalle en las biografías del
Santo. También son muchos los que se refieren a visitas del Santo después de su
muerte, aunque, en el supuesto de que sean verdad, no podrán ser llamadas
bilocaciones. Creer o no estos testimonios dependerá de la sensibilidad de cada
uno.
No habría que dudar de aquellas bilocaciones del Padre
Pío en las que es él el que las refiere. En sus cartas de orientación
espiritual, el Padre Pío señala al menos tres ocasiones en las que el Señor le
concedió hacerse presente en otros lugares, siempre para llevar consuelo y
esperanza en situaciones especialmente difíciles para las personas a las que
visitaba de este modo; una de ellas a Raffaelina Cerase el 4 de octubre y
primeras horas del día 5 del año 1914. Indico que, en los tres casos, pide a
los destinatarios de las cartas el secreto más absoluto de lo que les comparte,
y también que las destruyan una vez leídas. De la visita en bilocación que se
le concedió realizar el 18 de enero de 1905, se conserva el papelito autógrafo
en el que el joven capuchino de 17 años, quizás asustado ante «algo insólito», se lo cuenta al padre
Agustín de San Marco in Lamis. Éste, al saber que la niña que la Virgen
encomendó a los cuidados del Capuchino era Giovanna Rizzani, le entregó a ella el
escrito, la joven preguntó a su Padre espiritual si él lo había escrito y el
Padre Pío le respondió afirmativamente. El escrito, que está publicado en el
Epistolario IV, dice así: «Hace unos días
me sucedió algo insólito mientras me encontraba en el coro con fray Anastasio;
serían entonces sobre las 23 horas del día 18 del mes pasado; me encontré
lejos, en una casa señorial, en la que, mientras moría el padre, venía al mundo
una niña. Se me apareció entonces María santísima que me dijo: “Te confío esta
criatura. Es una piedra preciosa sin labrar: trabájala, brúñela, vuélvela lo
más reluciente posible, porque quiero un día adornarme con ella. No dudes. Será
ella la que vendrá a ti, pero antes la encontrarás en San Pedro”. Después de
todo esto, me he encontrado de nuevo en el coro».
Si sucedió así, el relato puede ofrecernos alguna luz
sobre la frecuencia de las bilocaciones del Padre Pío. Se cuenta que, en una
ocasión, un religioso de la fraternidad, en plan jocoso, le dijo al cohermano: «Padre Pío, dicen que Napoleón era capaz de
hacer hasta cinco y seis cosas a la vez; usted, ¿cuántas?». Y la respuesta: «Yo cinco o seis, ¡no!; pero tres, ¡sí! Yo
puedo al mismo tiempo confesar, rezar el rosario y pasearme por el mundo».
Entre las bilocaciones que llaman poderosamente la
atención hay que poner las que colocan al Padre Pío llevando lo necesario para
celebrar la santa misa al cardenal húngaro Mindszenty en el tiempo en que,
arrestado por el régimen comunista, permaneció primero en la cárcel y después,
en atención a su delicada salud, en arresto domiciliario, en los años 1948-1956.
Para terminar el escrito con algo menos trágico que un
cardenal en la cárcel, copio de la biografía “San Pio da Pietrelcina" de Beppe Amico este relato: «El hecho tuvo lugar en Milán en los años
1926 ó 1927. Un joven, hijo espiritual del Padre Pío, al pasar por delante de
la tienda de un anticuario, quedó atraído por un magnífico cuadro redondo de la
Virgen María. Entró en la tienda y preguntó por el precio del mismo. La cifra
era muy alta para él; pero, con todo, pidió al dueño que se lo guardara hasta
el día siguiente. El anticuario, al llegar a casa le dijo a su mujer: “He hecho
un gran negocio; creo que he hecho un gran negocio. Ha venido un hijo espiritual
del Padre Pío (ni siquiera sabía quién era el tal Padre Pío) que quiere el
cuadro redondo de la Virgen”. Le dijo el precio y su mujer le reprochó: “¿Por
qué has pedido un precio tan alto?” El marido le respondió: “Los negocios son
los negocios”. Aquella noche, mientras estaba en la cama, el anticuario vio que
se abría la puerta de su dormitorio, que un fraile, que andaba con dificultad,
caminando hacia la cama, le iba diciendo: “Ladrón, ladrón. Lo has comprado por
cinco y lo vendes por cien. Ladrón, ladrón” Y así hasta la cama; y luego,
retirándose, repetía hasta llegar a la puerta: “Ladrón, ladrón, ladrón”. No
logró pegar ojo en toda la noche. A la mañana siguiente llegó a la tienda el
joven a comprar el cuadro con todo lo que había podido recoger en su casa.
Entró y preguntó: “¿Me ha reservado el cuadro?”. El dueño le respondió: “No, no
te lo doy, se lo quiero llevar yo al fraile”. Y le preguntó: ¿Por casualidad
tienes alguna foto del Padre Pío? Le mostró una que llevaba en la cartera y el
anticuario reconoció al que se le había aparecido en la noche anterior. Sin
perder tiempo, preparó el cuadro y se fue a San Giovanni Rotondo. Le hicieron
pasar a la salita reservada para los hombres, donde el Padre Pío, al regresar
del confesonario, se detenía algunos segundos para saludarles. Cuando el Padre
Pío vio al anticuario con el cuadro de la Virgen, se paró delante y dijo:
“Madrecita, gracias por habérmelo traído”; no tanto el cuadro cuanto al
anticuario, que era ateo y ya se estaba reconciliándose con Dios. Este
anticuario pasó a ser en Milán el gran divulgador del Padre Pío y de los
mensajes del Capuchino».
Este cuadro sigue estando en la celda nº 1, la que usó el Padre Pío desde el año 1943 hasta su muerte, en la pared de enfrente de la cabecera de la cama.
Este cuadro sigue estando en la celda nº 1, la que usó el Padre Pío desde el año 1943 hasta su muerte, en la pared de enfrente de la cabecera de la cama.