La "misión
grandísima" que el Señor confió al Padre Pío de Pietrelcina, al igual
que la de Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, y la de la Iglesia, tenía y
tiene como destinatario al hombre, formado de alma y cuerpo; dos realidades siempre
unidas durante la existencia terrena, con influjo permanente de una en la otra.
Si usamos el lenguaje, poco adecuado, que se ha usado
con frecuencia durante siglos, podríamos afirmar que los medios usados por el Padre
Pío para llevar a cabo su "misión
grandísima", expuestos hasta ahora en esta etiqueta de la página web:
la oración, la correspondencia de orientación espiritual, los escritos breves con
mensajes de vida cristiana, la predicación, el buen ejemplo como capuchino y
como sacerdote, la celebración de la misa, el ministerio de las confesiones, la
devoción a la Virgen María... buscaban, ante todo, la salvación y santificación
de las almas. En cambio, las obras sociales que promovió el Fraile capuchino,
sobre todo el hospital "San
Francisco de Asís" y el hospital
"Casa Alivio del sufrimiento",
pretendían sobre todo la salud del cuerpo. Pero el Padre Pío supo buscar las
dos realidades a la vez. Lo indicó con claridad el Papa Juan Pablo II en la
homilía de la Canonización del Padre Pío, el 16 de junio del 2002: «El Padre Pío unía a la oración una intensa
actividad caritativa, de la que es expresión extraordinaria la “Casa Alivio del
Sufrimiento”».
Sin duda, la obra social más conocida de las que
promovió el Padre Pío es el hospital "Casa
Alivio del Sufrimiento", también porque sigue con creciente actividad
a la distancia de 59 años de su inauguración y de 45 de la muerte de su
fundador. Si esta "criatura de la
Providencia", como la llamó el Padre Pío en la ceremonia de la
apertura, aparecía majestuosa el 5 de mayo de 1956: 6.000 m2 de superficie, 188 m . de fachada, 40 m . de altura, 37 m . de profundidad, en el
exterior toda cubierta de mármol blanco, grandes terrazas que permiten
transportar a los enfermos en helicóptero…, y, en el interior, 300 camas,
amplios quirófanos, capilla..., lo es mucho más en la actualidad, tras las
sucesivas ampliaciones, que han hecho que hoy disponga de 1.200 camas.
A esta gran obra social precedió otra más sencilla, en
la que, no por eso, el Padre Pío y sus colaboradores pusieron menos amor y
entrega. Cuando el Fraile capuchino llegó a esta pequeña ciudad del centro-sur
de Italia, en julio de 1916, el entorno de San Giovanni Rotondo era uno de los
más pobres y abandonados del país, con carencias evidentes en la atención
sanitaria y en la enseñanza. La primera respuesta a la carencia de asistencia
médica adecuada la dio el Padre Pío en el año 1925, promoviendo el pequeño hospital
“San Francisco de Asís”, en una parte
del antiguo monasterio de Clarisas, abandonado por su estado ruinoso, que
funcionó durante 13 años, hasta el terremoto de 1938, que lo destruyó.
De poco servirían estas estructuras hospitalarias,
sencilla la primera, majestuosa la segunda, sin una adecuada atención médica,
humana y espiritual de los enfermos. Y el Padre Pío la promovió con
insistencia. Los mensajes que iba repitiendo, comenzando por los que encierra
el nombre que quiso para el hospital: “Casa
Alivio del Sufrimiento”, hablan de instrumentos científicos y técnicos los
más avanzados, de profesionalidad y formación permanente en el personal
sanitario, de acogida fraterna a los enfermos, que, en estos hospitales, tendrían
que encontrarse como en su "casa",
de medicina adecuada dada con amor, de ofrecimiento al enfermo también de las
buenas noticias del amor de Dios y del sentido del sufrimiento… El Papa Juan
Pablo II quiso recogerlos en la homilía de la Beatificación del Padre Pío, el 2
de mayo de 1999, al decir de la “Casa
Alivio del Sufrimiento” que el Padre Pío «la quiso como un hospital de primer orden, pero sobre todo se preocupó
de que en él se practicase una medicina verdaderamente “humanizada”, en la que
el contacto con el enfermo se distinguiera por la atención más cálida y por la
acogida más cordial. Sabía bien que quien está enfermo y sufre, necesita, no
sólo de una correcta aplicación de los medios terapéuticos, sino también y
sobre todo de un clima humano y espiritual que le permita encontrarse consigo
mismo al entrar en contacto con el amor de Dios y con la ternura de los
hermanos».
Este modo de atender a los enfermos exige, sin duda,
unas motivaciones claras que lo estimulen. Y el Padre Pío supo darlas. Ante
todo con su ejemplo, tanto en el modo de acoger y tratar a los miles de
peregrinos que llegaban hasta él, como, sobre todo, en la forma de comportarse
con los enfermos, cuando el ministerio del confesonario le permitía visitarlos
en el hospital. Y también con sus enseñanzas en las que, además de recordar que
el enfermo es una persona en situación de invalidez en esos momentos, proponía
mensajes tan alentadores como éste: «En
cada enfermo está Jesús que sufre; en cada pobre está Jesús que languidece; en
cada enfermo pobre está dos veces Jesús»; mensaje que llevó al Papa Juan
Pablo II a pedir al «humilde y amado
Padre Pío», en la ceremonia de la Canonización: «Alcánzanos una mirada de fe capaz de reconocer prontamente en los
pobres y en los que sufren el rostro mismo de Jesús».
La otra necesidad urgente que encontró el Padre Pío al
llegar a San Giovanni Rotondo fue la de habilitar escuelas y personal docente
para la adecuada instrucción y formación de niños y jóvenes. Los Centros que
promovió el Capuchino de Pietrelcina fueron muchos, si se tiene en cuenta que
San Giovanni Rotondo era entonces una ciudad pequeña. Y, al encomendarlos a
Congregaciones religiosas, quiso garantizar que en ellos, junto a la instrucción
científica, se iba a cultivar con esmero la formación humana y religiosa. En
las biografías del Santo se citan como Centros escolares promovidos por él: la
Escuela materna y la Escuela profesional para chicas jóvenes, en la expansión
de San Giovanni Rotondo hacia el convento de Capuchinos, que encomendó a las
Hermanas Franciscanas de Ozzano; la Escuela materna “San Francisco de Asís”
con su Orfanato, en la zona de San Onofre, que confió a las Terciarias Capuchinas
del Sagrado Corazón; la Guardería infantil y los Centros para niños y
adolescentes en la zona sur del pueblo, atendidos por las Hermanas de la
Inmaculada de Pietradefussi; y el Centro de enseñanza profesional, que confió a
los Terciarios Capuchinos. La biografía de Leandro Sáez de Ocáriz "Pío de Pietrelcina, místico y apóstol"
termina así este apartado: «En resumen:
entre los varios establecimientos construidos en el entorno de San Giovanni Rotondo,
por iniciativa o a impulsos del padre Pío, se pudo dar conveniente educación a
más de 500 niños de la pequeña ciudad».
Elías
Cabodevilla Garde