En la Exhortación apostólica "El culto mariano", el Papa Pablo VI
afirma: «La Iglesia, guiada por el
Espíritu Santo y amaestrada por una experiencia secular, reconoce que también
la piedad a la Santísima Virgen, de modo subordinado a la piedad hacia el
Salvador y en conexión con ella, tiene una gran eficacia pastoral y constituye
una fuerza renovadora de la vida cristiana». Mucho antes de que Pablo VI lo
dijera el 2 de febrero de 1974, el Padre Pío de Pietrelcina ya había experimentado
esta «gran eficacia pastoral» y esta «fuerza renovadora de la vida cristiana» de
la devoción a la Virgen María. Y la promovía incansablemente en los fieles para
cumplir, también de este modo, la "misión
grandísima" que el Señor le había confiado.
Esta «fuerza
renovadora» de la devoción mariana el Padre Pío la experimentó, ante todo,
en su propia vida; y en relación a los dos destinatarios hacia los que orientó su
existencia en este mundo: Dios y el prójimo. Al leer las palabras que escribió el
20 de noviembre de 1921 a su Director espiritual, el padre Benedicto de San
Marco in Lamis: «Todo se resume en esto:
estoy devorado por el amor de Dios y el amor del prójimo», es fácil poner
como causa importante de esta hermosa realidad la «tierna devoción a María, Madre de Jesús y Madre nuestra» que, en palabras
de Juan Pablo II en la ceremonia de la Canonización del Fraile capuchino, el
Santo de Pietrelcina cultivó con empeño y, como consecuencia, puede
transmitirnos a sus devotos.
Al recordar la devoción mariana del Padre Pío, cabría
prescindir de testimonios tan cualificados como el de Juan Pablo II, que el día
de la Beatificación del Padre Pío, en la Plaza de San Juan de Letrán de Roma, antes
del rezo del "Regina Coeli",
afirmó: «Su devoción a la Virgen María se
transparenta en todas las manifestaciones de su vida»; o el de Benedicto
XVI, en su peregrinación a San Giovanni Rotondo del 21 de junio del 2008: «Siempre experimentó por la Virgen un amor muy
tierno»; o el del capuchino Ángel Pizzatelli, en su libro "Padre Pio, Maestro di devozione mariana":
«No basta afirmar que la devoción a la
Virgen María del "Serafín del Gárgano" es tiernísima, vivísima,
ferventísima... Su amor a María no es sólo un elemento de su espiritualidad...;
es el alma, la esencia de su espiritualidad y santidad»..., ya que tenemos
el del mismísimo Padre Pío, tan atrevido que, en su amor a María, se coloca en
segundo lugar, inmediatamente después de Jesús, diciéndoselo a la Virgen durante
un éxtasis, en el convento capuchino de Venafro, en noviembre de 1911: «Escucha, Madrecita: yo te quiero mucho más
que todas las criaturas de la tierra y del cielo..., después de Jesús,
naturalmente...; pero te quiero mucho».
¿Qué fuerza renovadora tuvo esta devoción mariana en
la relación del Fraile capuchino con el Señor? Sin duda, la mejor respuesta a esta
pregunta la tenemos en la carta que el Padre Pío escribió a su segundo Director
espiritual, el padre Agustín de San Marco in Lamis, el 6 de mayo de 1913: «¿Qué he hecho yo para merecer tanta
generosidad?¿Mi conducta no ha sido acaso una negación continua, no digo de su
Hijo, sino del mismo nombre de cristiano? Y, sin embargo, esta tiernísima Madre, en su inmensa
misericordia, sabiduría y bondad, ha querido castigarme de una forma tan
excelsa como la de derramar tantas y tan grandes gracias en mi corazón que, cuando
me hallo en su presencia y en la de Jesús... me siento abrasándome del todo sin
fuego; me siento abrazado y unido al Hijo por medio de esta Madre, sin ni
siquiera ver las cadenas que tan estrechamente me atan; mil llamas me consumen…
Las cadenas, que mis ojos no ven, las siento que me tienen atado y muy atado a
Jesús y a su querida Madre; y es en esos instantes cuando, las más de las
veces, me pueden los arrebatos; siento que la sangre me afluye al corazón y de
éste a la cabeza, y estoy tentado de gritarles a la cara y llamar cruel al Hijo,
tirana a la Madre».
Y para entrever el influjo de esta devoción mariana en
la dedicación del Padre Pío a su prójimo, puede servirnos este dato. El
ministerio sacerdotal al que el Capuchino de Pietrelcina dedicó más horas fue
el de confesor. Y en relación a las muchas horas diarias que el Padre Pío pasó
en el confesonario, «liberando a mis
hermanos de los lazos del pecado», tenemos este testimonio del padre Tarsicio
de Cervignara, capuchino de la misma Provincia religiosa del Padre Pío y, en
aquella época, Exorcista de la Diócesis de Foggia: «Durante los exorcismos, entre las muchas cosas que pregunté al demonio,
quise saber por qué el Padre trataba con severidad a tantas almas en el
confesonario. Oigo que me dice: “El Padre Pío trata a cada alma como Dios
quiere. A los lados del confesonario están siempre para asistirlo la Virgen y
San Francisco, y el Padre Pío hace y dice sólo lo que éstos le sugieren”. El
asunto me impresionó. Quise hablarlo con el interesado: “Padre, se lo pido en
nombre de Dios y la respuesta debe dármela para mi tranquilidad. ¿Es verdad que
en el confesonario está asistido por la Virgen y por San Francisco, y que en
relación a las almas hace y dice todo y sólo lo que le viene sugerido por la
Virgen Santísima y por el Seráfico Padre?”. “Hijo mío, si no estuvieran estos
dos conmigo, ¿qué conseguiría hacer yo?”, oigo que me responde el Padre, con la
cabeza inclinada y después de unos instantes de vacilación».
El Padre Pío, convencido, también por propia
experiencia, de la «gran eficacia
pastoral» de la devoción a María, la promovió incansablemente. No dejaron
de recalcar este hecho ni Juan Pablo II, en la Beatificación del Capuchino: «... el nuevo beato no se cansaba de
inculcar en los fieles una devoción a la Virgen María tierna, profunda y
enraizada en la genuina tradición de la Iglesia. Tanto en el secreto del
confesonario como en la predicación volvía siempre a exhortar: ¡Amad a la
Virgen María!», ni Benedicto XVI, en San Giovanni Rotondo: «Aquí, en el santuario de san Pío de
Pietrelcina, nos parece escuchar su misma voz, que nos exhorta a dirigirnos con
corazón de hijos a la Virgen Santa: "Amad a la Virgen y haced que la
amen"... Pero más que las palabras valía el testimonio ejemplar de su
profunda devoción a la Madre celestial».
Para promover esta devoción tierna y filial a María,
el Padre Pío usó todos los medios a su alcance: las cartas de orientación
espiritual, los breves escritos en estampas y papelitos, sus mensajes antes del
rezo diario del Ángelus a mediodía y a media tarde, las exhortaciones en el
confesonario, los muchos rosarios que repartía, a la vez que invitaba a rezarlo
con frecuencia... Y, al parecer, el Señor le concedió servirse de otros medios
no ordinarios. En una carta del 1 de mayo de 1912, escribió al padre Agustín: «Quisiera tener una voz tan fuerte como para
invitar a todos los pecadores del mundo a amar a la Virgen María. Pero, como
esto no está a mi alcance, he rogado y seguiré rogando a mi Angelito de la
Guarda que lo haga él por mí».
Y para seguir promoviendo esta «fuerza renovadora de la vida cristiana» a lo largo de los siglos,
al final de su vida el Padre Pío nos dejó este testamento espiritual: «Amad a la Virgen María, haced que la amen,
rezad siempre el Rosario».
Elías Cabodevilla Garde
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