Como
Jesús, que no vino «a llamar a justos sino a pecadores» (Mt 9, 13).
Jesús,
a quien los hombres
de su generación llamaron, de forma despectiva, «amigo de publicanos y
pecadores» (Mt 11,19), vino al
mundo no «a llamar a los justos sino a los
pecadores a la conversión» (Lc 5,
32).
Invitó
y ayudó a abandonar los caminos de pecado: «Tampoco
yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más» (Jn 7, 11) y a seguir los del Evangelio: «Zaqueo, de pie, dijo al Señor: “Mira, Señor, la mitad de mis bienes se
la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituiré cuatro veces
más”. Jesús le dijo: “Hoy ha sido la salvación de esta casa”» (Lc 19, 8-9).
Más
aún: derramó su sangre en la cruz para la remisión de nuestros pecados, y
confirió a los apóstoles el poder de perdonarlos.
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Al
Padre Pío bien se le puede llamar, como a Jesús, «amigo de pecadores». Amigo
de pecadores, que consagró su vida a escucharlos, a absolverlos de sus pecados
y a estimularlos a la conversión. O, como él decía, a «liberarlos de los
lazos de Satanás», «hacerles participar después de la vida del Resucitado» y
«poner fin así a la ingratitud de los hombres para con Dios, nuestro Sumo
Bienhechor».
- Santificar a los hermanos y,
como primer paso, liberarlos del pecado, era la misión que el Señor iba
confiando cada día al Padre Pío. Él mismo lo dijo a Nina Campanile en una carta
de noviembre de 1922: «Oigo internamente
una voz que repetidamente me dice: santifícate y santifica».
- El Padre Pío comprendió muy
bien este mensaje del segundo Libro de los Macabeos: «Éste es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por el pueblo»
(2Mac 15, 14), pues repetía con
frecuencia: «Salvar las almas orando
siempre»; y a su primera hija espiritual, Raffaelina Cerase, al proponerle
las intenciones por las que debía orar, la primera que le señala es ésta: «Rogad por los malos». Y su oración al
Señor la dirigía de tal modo en favor de los demás, que pudo escribir a su segundo
Director espiritual, el padre Agustín: «Oh,
si el orar por los demás no incluyese también orar por uno mismo, ciertamente
mi alma sería la más perjudicada, y no porque no se reconozca necesitada de los
auxilios divinos, sino porque le faltaría tiempo material para presentar al Señor
sus necesidades».
- Sin duda, la aportación más
valiosa del Padre Pío en favor de los pecadores fue su ofrenda al Señor como
víctima por ellos. El 29 de noviembre de 1910, aún joven de 23 años y sacerdote
desde hacía unos pocos meses, escribió esto a su Director espiritual, el padre
Benedicto: «Y ahora, padre mío, voy a
pedirle un permiso. Desde hace tiempo siento en mí una necesidad, la de
ofrecerme al Señor víctima por los pobres pecadores y por las almas del
purgatorio. Este deseo ha ido creciendo de tal modo en mi corazón que se ha
convertido en una, por así decirlo, fuerte pasión. Es cierto que esta ofrenda
la he hecho repetidas veces al Señor, urgiéndole a que quiera derramar sobre mí
los castigos preparados para los pecadores y para las almas del purgatorio,
incluso centuplicándolos sobre mí, con tal que convierta y salve a los
pecadores y admita pronto en el cielo a las almas del purgatorio; pero ahora
quisiera hacer esta ofrenda al Señor por obediencia a usted. Me parece que lo
quiere Jesús».
- Esto es lo que el padre
Agustín pudo escuchar al Padre Pío, un año más tarde, en noviembre de 1911, en
Venafro, durante un éxtasis, cuando se encontraba enfermo en cama: «¡Cuántas
profanaciones en tu santuario! ¡Oh Jesús mío! ¡Perdona! ¡Baja la espada! ¡Y si
debe caer, que caiga sobre mi cabeza! ¡Sí! ¡Yo quiero ser víctima! ¡Castígame
por tanto a mí y no a los demás! ¡Mándame si quieres hasta al mismo infierno,
con tal de que te ame y de que se salven todos! ¡Sí! ¡Todos! ¡Jesús mío! ¡Yo me
ofrezco víctima por todos!».
- El Padre Pío no quiso, no
pudo, despreocuparse de los pecadores cuando dejaban esta tierra. Los seguía hasta
que, purificados del todo, llegaban a su destino eterno en el cielo. Ya me he
referido a su ofrenda de víctima por las almas del purgatorio. A ella unía sus
buenas obras, sus sufrimientos, consecuencia de la ofrenda como víctima… y sus
oraciones. Y, en este punto, quiero reseñar un detalle sencillo pero muy significativo.
En la Plegaria eucarística que se usaba entonces en la Misa - hoy permanece
junto a otras -, se invitaba al sacerdote al silencio y a la oración personal
en dos momentos: el de orar por los vivos y el de orar por los difuntos. En los
dos, y más en el segundo, el Padre Pío, excepto cuando desde el Vaticano le
mandaron que sus Misas no duraran más tiempo del que emplean otros sacerdotes, se
detenía durante muchos minutos.
- La intensidad con la que el
Padre Pío buscaba la conversión de los pecadores y su posterior santificación,
la podemos deducir también de sus invitaciones a colaborar con Cristo en la
salvación de los hombres, sea por los sufrimientos aceptados con este fin cuando
nos llegan, sea por otros sufrimientos deseados y buscados con esta finalidad. Sirva
de ejemplo este mensaje que escribió a Assunta di Tomaso el 2 de marzo de 1917:
«Jesús tiene necesidad de quien llore con
él por la iniquidad de los hombres, y
por este motivo te lleva por los caminos del sufrimiento, como me lo señalas en
tu carta».
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Al
padre Pío, «amigo de pecadores» como
Jesús, que los buscó y acogió para que, como hijos pródigos arrepentidos,
volvieran a la casa del Padre y experimentaran su abrazo de acogida y de gozo, podemos
llamarle con razón, como fray Modestino: “fotocopia
de Cristo”.
Elías Cabodevilla Garde