Como Jesús, que fue enviado a evangelizar a los pobres (cfr. Lc 4, 18).
Los detalles que
señala San Lucas: sábado, la sinagoga, Jesús ofreciéndose a hacer la lectura,
entrega del rollo del profeta Isaías, búsqueda de un texto concreto,
proclamación solemne del texto bíblico, devolución del rollo al ayudante,
sentarse, todos los ojos clavados en él…, indican un acontecimiento importante.
Y, por fin, las palabras de Jesús: «Hoy
se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír». Y lo que habían oído
era: «El Espíritu del Señor está sobre
mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres…» (Lc 4, 16,21).
Porque todos los
humanos somos pobres, Jesús intentó evangelizar al mayor número de personas. A
los habitantes de Cafarnaúm, que querían retenerlo, les dijo: «Es necesario que proclame el reino de Dios
también a las otras ciudades, pues para esto he sido enviado» (Lc 4, 43). Su
gran anhelo lo expresó en estas palabras: «Tengo,
además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que
traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor» (Jn 10, 16). Y para que este deseo se
convirtiera en realidad, encomendó esa misión evangelizadora a la Iglesia, al
decir a los Once: «Id al mundo entero y
proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16, 15).
Pero unas personas
son más pobres que otras; y, entre otras pobrezas, la más grave es la de no
tener a Dios, como consecuencia del pecado. Y Jesús, en su acción evangelizadora,
sin olvidar a los otros pobres: los leprosos, los enfermos, los niños, las
mujeres…, se centró, ante todo, en los pecadores: «No he venido a llamar a justos sino a pecadores» (Mt 9,13).
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Del Padre Pío dijo
el Papa Benedicto XV, sin duda proféticamente: «Es uno de esos hombres
extraordinarios que el Señor envía de vez en cuando a la Tierra para convertir
a las almas». Y, en la “misión
grandísima” que el Señor confió al Padre Pío, entraba también, como en la
de Jesús, la de «evangelizar a los pobres».
Alguien dirá: «Pero, ¡si el Padre Pío no predicó nunca o casi nunca!».
Es cierto que no se dedicó a la predicación. «Predicar no he predicado nunca», fue la respuesta que dio al
Visitador apostólico Rafael Carlos Rossi, cuando éste, en junio de 1921, le
preguntó: «Cuándo fue autorizado para el
ministerio de las confesiones y de la predicación»; y podría haberla
repetido días antes de su muerte. Pero, cambiando un poco las palabras que
escribió a Raffaelina Cerase el 11 de abril de 1914: «No todos estamos llamados por Dios a salvar almas y a propagar su
gloria mediante el alto apostolado de la predicación; y sabe que éste no es el
único y solo medio para lograr estos grandes ideales», podemos decir que la
predicación no es el único y solo medio para evangelizar. Hay otros medios y
los usó resueltamente el Fraile capuchino.
- En los Evangelios se constata
pronto que no son tanto las muchas palabras las que evangelizan y atraen hacia
Jesús cuanto la persona que las dice y el modo como las dice. Sirvan de ejemplo
las dichas por Jesús a los dos discípulos de Juan Bautista, que le preguntan: «Rabí, ¿dónde vives?»: «Venid y veréis» (Jn 1,38-39), o a Zaqueo: «Zaqueo,
date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa» (Lc 19, 5), o al recaudador de impuestos
Mateo: «Sígueme» (Mt 9, 9)… En el Padre Pío fueron cientos
de miles los mensajes que salieron de sus labios al administrar el sacramento
de la confesión; mensajes breves porque el Capuchino no era un confesor
precipitado, pero no mal perdía el tiempo; mensajes cuya fuerza evangelizadora
debía ser muy especial a juzgar por las conversiones a las que impulsaban y por
el recuerdo que dejaban en los penitentes. No son pocos los que me han
referido, después de muchos años de haberlas escuchado, las palabras que les
había dicho el Padre Pío cuando se confesaron con él. Y tenemos al Papa Juan
Pablo II, que, siendo joven sacerdote, se confesó con el Santo de Pietrelcina
en abril de 1948, y que, a la distancia de 54 años, el 5 de abril del 2002, lo recordaba
y lo dejó por escrito: «Durante la
confesión resultó que el padre Pío ofrecía un discernimiento claro y sencillo,
dirigiéndose al penitente con gran amor».
- Sin duda tenían la misma
fuerza evangelizadora los breves mensajes del Padre Pío antes del rezo diario
del Ángelus a mediodía y a media tarde, con mucha frecuencia relacionados con
la devoción a la Virgen María. El padre Alberto D’Apolito escribe: «El Padre
Pío, enamorado de la Virgen Santísima, no cesaba de recomendar a todos los
fieles el amor y la devoción a nuestra Señora, con el convencimiento de que la
Virgen ha sido llamada a desempeñar en la obra de la redención un papel de
representación de toda la Iglesia. Exhortaba continuamente a sus hijos a
confiar en la Señora y a abrirle su corazón en la seguridad de ser escuchados.
Sabía bien que la Santísima Virgen es la dispensadora de las gracias y que
tiene en sus manos las llaves del Corazón de Dios». Y otro religioso, que también vivió muchos años con el Santo,
refiriéndose a estos mensajes, afirma: «¡Qué cálida era su voz!
- El
Padre Pío, a quien, como consecuencia de las informaciones falsas y de las
calumnias que fueron llegando al Vaticano, el Santo Oficio se lo prohibió en
mayo de 1923, no pudo seguir evangelizando por correspondencia epistolar. Lo
había hecho de forma muy valiosa desde 1910. Pero esas cartas, publicadas en
cuatro gruesos volúmenes, siguen evangelizando a las muchas personas, cada vez
más, que buscan en ellas orientación espiritual para su vida.
- En
la misma línea evangelizadora habrá que colocar los breves mensajes que
escribía en estampas y en trocitos de papel y que entregaba a conocidos y a
desconocidos; las orientaciones que daba al personal sanitario del hospital
“Casa Alivio de sufrimiento” y sus invitaciones a confiar en el Señor a los
enfermos allí atendidos, cuando los visitaba; los consejos, como quien no dice
nada, cuando se acercaban a él, individualmente o en grupo, obispos,
sacerdotes, políticos, militares, artistas, maestros…; y no tendrían finalidad diversa
las visitas en bilocación que el Señor le concedió realizar.
- Y
para llegar, como Jesús, al mayor número de personas -su anhelo era llegar a
todos: «Quisiera volar para
invitar a todos los seres a amar a Jesús, a amar a María»-,
aconsejaba y pedía esa acción evangelizadora a sus hijos espirituales, a los
Grupos de Oración que llevan su nombre…, incluso a su Ángel Custodio.
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Porque, como Jesús,
se supo enviado a «evangelizar a los
pobres» y lo cumplió con generosidad, usando todos los medios a su alcance,
podemos llamar al Padre Pío, como lo hacía fray Modestino, “fotocopia de Cristo”.
Elías Cabodevilla Garde
Ojalá todos, aprendamos del Santo Padre Pío que hay diversas formas de proclamar la palabra de Jesús y desde nuestra poca formación seamos bendecidos por el Espíritu Santo para que nuestras acciones, palabras y ejemplos trasciendan como obra de Dios.