Como Jesús, que «no vino a ser
servido sino a servir» (Mt 20, 28).
En un recorrido,
incluso rápido, por los Evangelios es fácil encontrar una lista amplia de
objetivos que motivaron la venida del Hijo de Dios a este mundo: «Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar
al mundo sino para que el mundo se salve por él» (Jn 3, 17); «Yo para esto he
nacido y para esto he venido: para dar testimonio de la verdad» (Jn 18, 37); «Para un juicio he venido yo a este mundo: para que los que no ven,
vean, y los que ven, se queden ciegos» (Jn
9, 39); «Yo he venido para que tengan
vida y la tengan abundante» (Jn
10, 10)…
Todos esos
objetivos quedarían muy bien recogidos en estas palabras de Jesús: «Igual que el Hijo del hombre no ha venido a
ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20, 28). El Hijo de Dios, pues, ha
venido al mundo para servirnos a los hombres salvación, verdad, luz…, vida y
vida abundante. Y como servir no es cosa fácil para el que se tiene por
superior o vive como tal, el Hijo de Dios se hizo «Hijo del hombre», «probado en
todo, como nosotros, menos en el pecado» (Heb 4, 15). Y nos sirvió esos dones dando su vida. Y lo hizo por
todos, sin excepción, porque, en el conjunto del NT, el «por muchos» hay que entenderlo «por
todos».
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El Padre Pío quiso
ser el primero entre los seguidores de Jesús; en otras palabras, el primero al
responder a su amor. Y se comprende que quien era consciente, como lo era él y
así lo manifestó en una carta de noviembre de 1922, de que Jesús, el Amante
divino, «desde el nacimiento me ha dado
pruebas de una predilección especialísima», quiera amar a Jesús de este
modo: «Siento muy vivo el deseo... de que
todos los instantes de la vida transcurran en el amor al Señor... Querría que
mi mente no pensase más que en Jesús y que el corazón no palpitase más que por
él solo y siempre».
Para el Padre Pío
la consecuencia de querer ser el primero entre los seguidores de Jesús era muy
clara: «Quien quiera ser grande entre
vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero entre vosotros,
que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre…» (Jn 20, 26-28). Y la vivió con
generosidad.
- El Padre Pío, al igual que
Jesús, buscó, antes que nada, servir al Señor; y de la forma que expresó en
estas palabras: «Busquemos servir al
Señor con todo el corazón y con toda la voluntad».
- También para el Padre Pío,
como para Jesús, servir al Señor implicaba, de modo muy especial, servir al
prójimo. Así se lo manifestó al padre Agustín el 6 de julio de 1917: «El cuidado de estos muchachos y socorrer y
consolar a las almas, de palabra o por escrito, me ocupan todo el tiempo. No
puedo negarme a nadie. ¿Y cómo podría hacerlo si lo quiere el Señor?». Y
pruebas de que lo quería el Señor las tenía en las que indicó en la citada
carta de noviembre de 1922: la “misión
grandísima” que el Señor le había confiado y que le suponía, como manifestó
a su hija espiritual Cleonice Morcaldi: «Ganar
todo y a todos con el amor para llevarlos a Dios», y la «voz interior que continuamente le repetía:
“Santifícate y santifica”».
- Si su deseo de ayudar, de
servir, a los hermanos lo sentía «agigantarse
grandemente en lo más íntimo del espíritu», lo atribuía a una gracia
especial del Señor: «Me parece que en el
hondón de mi alma Dios ha derramado muchas gracias respecto a la compasión de
las miserias ajenas, sobre todo por lo que se refiere a los necesitados. La
grandísima compasión que mi alma experimenta a la vista de un pobre le produce,
en el mismo centro, un vehementísimo deseo de socorrerlo y, si mirase sólo a mi
voluntad, me movería incluso a despojarme del hábito para vestirlo».
- El Padre Pío, para servir a los
hombres a ejemplo de Jesús, tenía que hacerse y ser «esclavo», pequeño, uno más… Los testimonios de los que vivieron con
él son unánimes al presentar al Padre Pío como un hombre, como un religioso,
como un sacerdote, humilde, sencillo, que evitaba sobresalir, que nunca
pretendía decir la última palabra… Pero es llamativo que lo haya pintado así también
Rafael Carlos Rossi, el carmelita que, por encargo del Vaticano, realizó una
Visita Apostólica a San Giovanni Rotondo en junio de 1921. En el “Voto”, en el
informe, que entregó en la Congregación del Santo Oficio, hoy de la Doctrina de
la Fe, escribió esto: «El Padre Pío me causó una impresión bastante
favorable; y eso que yo había ido más bien prevenido en su contra... Religioso
serio, distinguido, digno y, a la vez, franco, espontáneo en el convento…; he
podido descubrir en él una humildad sincera y profunda, por la que - esto se
afirma de forma unánime - vive en la mayor simplicidad e indiferencia, como si
jamás hubiera ocurrido nada en torno a su persona y él no fuera todavía objeto
de tantas atenciones y de una estima que, de parte de muchos, es absoluta
veneración».
- El Padre Pío, como Jesús,
además de servir con misericordia y dedicación a todos los que se acercaron a
él: primero, durante siete años, en Pietrelcina; después, durante siete meses,
en Foggia, y, por fin, desde 1916 hasta 1968, por cientos y miles al día, en
San Giovanni Rotondo, deseó, lo pidió al Señor y lo intentó por los medios a su
alcance, servir a todos sin excepción. Su deseo lo manifestó al padre Agustín,
uno de sus dos Directores espirituales, con frases como éstas: «Quisiera tener una voz muy fuerte para
invitar a los pecadores de todo el mundo a amar a la Virgen»; «Quisiera volar
para invitar a todos los seres a amar a Jesús, a amar a María». Lo pidió al
Señor, suplicándole que le
concediera todos los sufrimientos merecidos por los pecadores, incluso
centuplicados, con tal de que convirtiera a todos. Y a los medios que todos
tenemos para servir y buscar el bien de los que están lejos: mensajes y
consejos enviados por carta, por teléfono…, plegarias al Señor por ellos, sufrimientos
aceptados o buscados voluntariamente, uniéndolos a los de Cristo…, él pudo
añadir, por concesión especial del Señor, el de la bilocación, el del envío de
su Ángel Custodio a destinatarios de los cinco continentes…
- A los que se acercaron a él en
los lugares antes indicados, el Padre Pío les sirvió de muchos modos:
acogiéndoles con amor, regalándoles el ejemplo de una vida santa y de una Misa
celebrada humildemente y de una oración continua y de una devoción tierna y
filial a María…, atendiéndoles durante muchas horas al día en el confesonario,
con los breves mensajes de vida cristiana que les ofrecía antes del rezo diario
del Ángelus, con los centros de enseñanza que promovió y con el hospital “Casa
Alivio del Sufrimiento” que fundó en San Giovanni Rotondo…
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Porque, como Jesús,
se dedicó no a ser servido sino a servir y a dar su vida por el bien de muchos,
de cerca y de lejos, podemos llamar al Padre Pío, como lo hacía fray Modestino,
“fotocopia de Cristo”.
Elías Cabodevilla Garde
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