El ejemplo de una vida santa fue, como expuse en el
último escrito de esta etiqueta de la página web, uno de los medios con los que
el Padre Pío cumplió la “misión
grandísima” que el Señor le había confiado.
Una vida santa en las dos vocaciones a las que fue llamado por Dios: religioso
capuchino y sacerdote. Me fijo ahora en la primera; y, con las palabras con que
él expresó lo que quería ser, llamaré al Padre Pío, no «un hijo menos indigno de san Francisco», sino: «un
perfecto capuchino».
A Francisco Forgione no le fue fácil ingresar en los Capuchinos. Las dificultades
le vinieron, primero de su tío Pellegrino, que, en aquellos años, hacía las
veces de padre en ausencia del padre, en América en busca de
unos recursos que le permitieran sacar adelante a la familia. A juicio de "zi Pellegrino", la vida de los Capuchinos era demasiado austera y proponía a su
sobrino ingresar o en los Benedictinos del santuario mariano de Montevergine, o
en los Redentoristas de San Angel de Cupolo, o en los Franciscanos de
Benevento. Le llegaron después del Superior provincial de los Capuchinos de
Foggia, que, a la petición del muchacho por medio del Arcipreste de
Pietrelcina, Don Salvador Panullo, respondió que: «habría
que esperar unos meses porque en el noviciado capuchino de Morcone no quedaba
ningún puesto libre». Y fueron muy especiales las motivadas por la lucha interior
que tuvo que mantener, a pesar de estar muy convencido de lo que manifestará
veinte años más tarde, en una carta de noviembre de 1922: «¡Dónde podré servir mejor al Señor que en el
claustro y bajo el estandarte del Pobrecillo de Asís!». Esta lucha interior
la expone así en el escrito citado: «¡Sentía la voz del deber de obedecerte a ti, Dios bueno
y verdadero! Pero mis enemigos y los tuyos me tiranizaban; me desconyuntaban
los huesos; me escarnecían; me contorsionaban las vísceras», para terminar
escribiendo: «El solo recuerdo de aquella
lucha interior que se daba en mí hace que ahora se me hiele la sangre en las
venas, aunque han trascurrido ya o están para transcurrir veinte años».
Francisco Forgione marchó al convento de Capuchinos de Morcone el 6 de
enero de 1903, a la edad 15 años. Poco después, el día 22, inició el año de
noviciado, cambiando, como era costumbre en los Capuchinos, su nombre de bautismo
por el de Pío y tomando, en lugar del apellido, el nombre de su pueblo natal,
Pietrelcina. Terminado este tiempo de preparación para la vida capuchina, Fray
Pío de Pietrelcina se comprometió en ella, con la profesión religiosa temporal,
el día 22 de enero de 1904, y con la profesión para siempre el 27 de enero de
1907.
En la ya mencionada carta de noviembre de 1922, el Padre Pío pide a la
destinataria de la misma, Nina Campanile: «Ayúdame
tú también; sé que Jesús te quiere mucho y lo mereces. Háblale de mí, que me
conceda la gracia de ser un hijo menos indigno de san Francisco, que pueda
servir de ejemplo a mis hermanos, de modo que el fervor continúe siempre y
crezca cada vez más en mí hasta hacer de mí un perfecto capuchino».
Mirando al Padre Pío como religioso capuchino, ¿cómo habría que calificarlo
usando las expresiones que él emplea en la carta citada? ¿Cómo «un hijo menos indigno de san Francisco»?
¿Como «un perfecto capuchino»?
Como ayudas para el que quiera aventurarse a dar la respuesta, antes de transcribir
unas líneas que yo escribí hace unos años, cito algunos de los juicios que, en
momentos especialmente solemnes, han expresado los Papas Juan Pablo II y
Benedicto XVI.
Juan Pablo II beatificó al Padre Pío el 2 de mayo de 1999 y lo declaró
Santo el 16 de junio del 2002. En ambas ocasiones se refirió al Padre Pío como religioso
capuchino; y, en la primera, en tres momentos: en la homilía de la Misa, en la
Plaza de San Pedro; minutos después, antes del “Regina Coeli”, en la Plaza de
San Juan de Letrán; y el día 3, en el Discurso a los que nos habíamos quedado
para la Eucaristía de acción de gracias. Éstas fueron sus palabras:
- «¿Qué otra cosa ha sido la vida de
este humilde hijo de san Francisco, sino un constante ejercicio de fe».
- «El nuevo beato, auténtico hijo de
san Francisco de Asís, de quien aprendió a dirigirse a María con espléndidas
expresiones de alabanza y amor, no se cansaba de inculcar en los fieles una
devoción tierna y profunda a la Virgen, enraizada en la tradición auténtica de
la Iglesia. Tanto en el secreto del confesonario como en la predicación,
exhortaba siempre: ¡amad a la Virgen!».
- «Francisco era su nombre de
bautismo y fue desde el ingreso en el convento un digno seguidor del seráfico
Padre en la pobreza, castidad y obediencia. Practicó en todo su rigor la regla
capuchina, abrazando con generosidad la vida de penitencia. No se complació en
el dolor, pero lo eligió como camino de expiación y de purificación. Como el
Poverello de Asís, apostó por la conformidad con Cristo, deseando sólo “amar y
sufrir” para ayudar al Señor en la fatigosa y exigente obra de la salvación».
Y el 17 de junio del 2002, al día siguiente de haberlo declarado Santo,
dijo en el Discurso tras la Eucaristía de acción de gracias: «El Padre Pío es un auténtico modelo de
espiritualidad y de humanidad, dos características peculiares de la tradición
franciscana y capuchina».
Benedicto XVI peregrinó a San Giovanni Rotondo el día 21 de junio del 2008.
En dos de sus cuatro intervenciones habladas se refirió expresamente al Padre
Pío como religioso capuchino; y afirmó:
- «Auténtico seguidor de san
Francisco de Asís, hizo propia, como el Pobrecillo, la experiencia del apóstol
Pablo, tal y como la describe en sus Cartas: "Con Cristo estoy
crucificado; y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí"».
- «Aquí, en San Giovanni Rotondo,
todo habla de la santidad de un fraile humilde… que esta tarde nos invita también
a nosotros a abrir el corazón a la misericordia de Dios; nos exhorta a ser
santos, es decir, amigos sinceros y verdaderos de Jesús».
Y esto es lo que escribí en el año 1999, en una breve biografía que se
distribuyó en las iglesia de los Capuchinos de España con motivo de la
Beatificación del Padre Pío:
- «El Padre Pío es el seguidor humilde, obediente,
caritativo y alegre de Francisco y de Clara de Asís…; es el enamorado de Cristo;
es el devoto de la Virgen que lleva siempre en sus manos o enrollado en el
brazo el rosario y lo recita muchas veces al día; es el hermano que vive para
sus hermanos y que tiene sus preferidos en los pobres, los enfermos y los
alejados de Dios por el pecado; es el creyente que busca en todo la gloria de
Dios y la salvación de las almas...».
Elías
Cabodevilla Garde