Como Jesús, que vino al mundo para dar
testimonio de la verdad (cfr. Jn 18, 37).
A la pregunta de
Pilato: «Entonces, tú eres rey?»,
Jesús contestó: «Tú lo dices: soy rey. Yo
para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la
verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz» (Jn 18, 37).
Pero, en Jesús,
tenemos algo más que un enviado para dar testimonio de la verdad: Él es la
verdad, como lo proclamó ante el apóstol Tomás: - «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?». - «Yo
soy el camino y la verdad y la vida» (Jn
14, 5-6).
Que Jesús enseñó
siempre la verdad lo acreditaron, aunque con una segunda intención, hasta los mismos
fariseos: «Entonces se retiraron los
fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le
enviaron algunos discípulos suyos, con unos partidarios de Herodes, y le
dijeron: “Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme
a la verdad, sin que te importe nadie, porque no te fijas en apariencias» (Mt 22, 15-16).
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El Padre Pío escribió
en el recordatorio de su Primera Misa: «Jesús…
que yo sea contigo para el mundo Camino Verdad Vida». Seguro que, al
escribir estas palabras, en su mente y en su corazón recalcaba el «contigo», porque ¿quién puede pretender ser para el mundo lo
que fue y es Jesús, el Hijo unigénito de Dios, si no es en unión íntima con él
y como instrumento suyo?
·
Es obvio decir que, también para el Padre Pío, anunciar la verdad y dar
testimonio de ella implicaba tener la
verdad o, mejor, seguir buscándola cada día porque nunca la alcanzamos del
todo.
- En
la búsqueda y hallazgo de la verdad, también de la verdad revelada por Dios y
contenida en la Sagrada Escritura, es importante el estudio. Leyendo el
Epistolario del Padre Pío, sobre todo si se recuerda que las cartas del volumen
II las escribió en los años 1914 y 1915, cuando tenía sólo 26/28 años, y que
las otras cartas de orientación espiritual son anteriores al mes de mayo de
1923, es fácil afirmar o que el Fraile capuchino era muy inteligente, o que se
dedicó con interés al estudio desde muy pronto, o las dos cosas a la vez. La
riqueza de doctrina, de verdad, que el Padre Pío nos ha dejado en sus cartas de
orientación espiritual es tanta y tan especial que se comprende que muchos
deseemos para él el título de Doctor de la Iglesia. A juzgar por la respuesta
que, en junio de 1921, dio al Visitador apostólico Rafael Carlos Rossi, se
empeñaba por compaginar apostolado y estudio. «¿Se entrega en particular al estudio?», pregunta Rossi. Y el Padre
Pío: «Excelencia, estoy siempre en el
confesonario. Precisamente por esto estoy siempre al corriente de los estudios
necesarios».
- En estas palabras del Padre
Pío es casi seguro que habla su experiencia personal: «Con el estudio de los libros se
busca a Dios; con la meditación se le encuentra». Y no eran pocas las horas que dedicaba
a la meditación. En el “Diario”, que,
a petición del padre Agustín de San Marco in Lamis, comenzó a escribir en julio
de 1929, al referirse a las “Devociones particulares diarias”, señala: «No menos de cuatro horas de meditación, y
éstas de ordinario sobre la vida de nuestro Señor: nacimiento, pasión y muerte».
- Para el Padre Pío la garantía
de la verdad revelada era la aceptación del magisterio de la Iglesia. A Rafael
Carlos Rossi que, en la ocasión antes citada, le preguntó: «¿Sabe cuáles son las enseñanzas de la Iglesia a este respecto
(cómo orientar a las almas por las vías místicas)? ¿Las ha aceptado, las
acepta todas íntegramente?», le respondió: «Oh, ¡por caridad! Las he aceptado y las acepto íntegramente todas».
Y a la nueva pregunta: «¿Y en todo lo
demás, en cualquier otra enseñanza, intenta someterse siempre a la Autoridad de
la Iglesia, a sola la cual corresponde, por la Divina Asistencia, iluminar,
dirigir, gobernar, aprobar, condenar?», respondió: «Sí, Excelencia. Por la Santa Iglesia es el mismo Dios el que habla».
Lo manifestó de nuevo al final de su vida. La Encíclica “Humanae vitae” de Pablo VI topó con el rechazo de muchos, también
dentro de la Iglesia. El Padre Pío, en su carta del 12 de septiembre de 1968
-murió 11 días más tarde- escribía al Papa: «También en nombre de mis hijos espirituales y de los “Grupos de
oración” le doy las gracias por la palabra clara y decidida que ha dicho, sobre
todo en la última encíclica “Humanae vitae”, y reafirmo mi fe, mi incondicional
obediencia, a sus iluminadoras directrices».
·
El Padre Pío supo dar, como Jesús, testimonio de la verdad.
- El anuncio más convincente de
la verdad es vivir lo que esa verdad implica o, en otras palabras,
testimoniarla con las obras. El Padre Pío realizó, y de forma plena y
admirable, lo que pedía en estas palabras de felicitación del nuevo año: «Este nuevo año, cuyo final sólo Dios sabe si
lo veremos, debe estar consagrado del todo… a procurar que vayan a la par los
buenos propósitos y las obras santas».
- Creo que formular a los demás
esos buenos propósitos, comunicarles la voluntad de Dios, proponerles la verdad
del Evangelio…, le fue relativamente fácil al Padre Pío, por tres motivos. En
sus enseñanzas se centró siempre en lo fundamental e importante del mensaje
cristiano, sin perderse en elucubraciones teológicas. Salvo raras excepciones,
sus destinatarios fueron hombres y mujeres que buscaban con avidez sus palabras
y consejos, conscientes de que les llegaban de un hombre de Dios. Y usó siempre
los medios sencillos que ofrece el ministerio sacerdotal.
- No le fue fácil, en cambio, y
no porque no lo deseara y lo intentara, comunicar a sus Directores espirituales
la verdad de lo que el Señor, por los caminos que sólo conocen los místicos,
realizaba en él y por medio de él. ¿Cómo transmitir con palabras adecuadas lo
que es inefable?
- Y le exigió un insufrible martirio
oponerse a las presiones en contra y testimoniar la verdad de unos hechos que
nunca tendrían que haber sucedido. Pocos asuntos tan repugnantes como los que
el Padre Pío tuvo que sufrir en torno al año 1960, cuando sus conversaciones
privadas y las confesiones que escuchaba fueron grabadas y por religiosos de su
Orden religiosa y de su Fraternidad. Y no menos repugnante el que, en
septiembre de 1963 y de nuevo en enero de 1964, se intentara conseguir de él
una declaración escrita en la que constara que todas las noticias dadas por la
prensa sobre los micrófonos sacrílegos, limitaciones en el ejercicio del
ministerio y en su libertad personal… eran falsas. Firmar los documentos que le
presentaron sería faltar a la verdad y, además, calumniar a los religiosos y
laicos que habían declarado ante las Autoridades religiosas y civiles la
realidad de los hechos. Meses más tarde, en diciembre de ese año 1964, tras los
cambios que se habían introducido en relación a él y a la Fraternidad capuchina
de San Giovanni Rotondo, aceptó, invitado a ello «por el bien de la Orden y de la Iglesia» firmar el nuevo documento,
en el que no se hacía ninguna referencia a los micrófonos y la frase de los
anteriores, que aseguraba que «nunca
había sido perseguido», se había cambiado por la que indicaba que, «en el momento presente», gozaba de
libertad en el ministerio, no conocía ni enemigos ni perseguidores, y
encontraba en los Superiores comprensión, ayuda y protección.
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Porque, como Jesús
y con él, quiso ser verdad para el mundo, anunció a los hermanos la verdad
revelada por Dios con sencillez y fidelidad y no se prestó a falsificar la
verdad, podemos llamar al Padre Pío, como lo hacía fray Modestino, “fotocopia de Cristo”.
Elías Cabodevilla Garde
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