El Padre Pío de Pietrelcina, al menos desde que la afluencia de
fieles a su confesonario era tan numerosa que le llevaba a dedicar hasta 12, 15
y más horas diarias a atenderlos, poco tiempo tenía para dedicarlo a los
enfermos. Sí que visitaba a sus hermanos de Fraternidad cuando caían en cama;
y, desde la inauguración del hospital “Casa Alivio del Sufrimiento”, en mayo de
1956, también con alguna frecuencia a los que allí estaban ingresados,
especialmente a los niños.
Pero se preocupó de que un número suficiente de sacerdotes
capuchinos fueran los capellanes del hospital, para que los enfermos estuvieran
bien atendidos espiritualmente porque, además de la celebración de la Misa y
del rezo del Rosario y de otras celebraciones propias de los tiempos
litúrgicos, que podían seguir también desde sus habitaciones, les ofrecían la
posibilidad de confesarse, recibir la comunión y la unción de los enfermos, ser
visitados…
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¿Sigue actuando el Padre Pío
hoy del mismo modo? La respuesta se la podrá dar cada uno de los lectores, ante
este testimonio de Wiliam Rodríguez Campos, que me ha llegado de Venezuela:
“Durante un Retiro de Diáconos permanentes y de Candidatos a esta forma del
Diaconado, en mi diócesis de Los Teques, el comentario en pasillos y por la
noche era el libro “Los milagros desconocidos del Santo de los estigmas”. Nos
fuimos pasando el libro, lo leímos, intercambiamos impresiones, etc. Además, yo
he trabajado durante años con un sacerdote salesiano que, en medio de dudas,
fue a consultar al Padre Pío y éste -sin conocerle y sin saber de su ida al confesionario-
le anunció que, si abandonaba el sacerdocio, se condenaría. Años después, cayó
en mis manos un libro sobre el Padre Pío, que me impresionó. Al ver con mi
familia una película sobre el Santo capuchino, me conmoví profundamente. En
todo esto creo que estaba actuando el Padre Pío para prepararme a la misión que
ahora estoy cumpliendo y que deseo potenciarla en el futuro.
Como ejerzo de acólito en mi parroquia, compagino mi trabajo con
la actividad pastoral de visitar a enfermos y llevarles la comunión, luego de
acercarlos al sacerdote para la Confesión y la Unción. Y es aquí donde entra de
lleno el Padre Pío, pues, no sólo los encomiendo al Santo y los pongo en sus
manos, sino que busco acercarlos al mismo y a su espiritualidad y aconsejarles
que pidan su protección. Una de las enfermitas, de las que ya le hablé, murió
con todos los auxilios espirituales. Ahora tengo otros más. Uno, con un
diagnóstico de cáncer de pulmón, hijo de un Diácono permanente, al que le dieron
no más de un mes de vida, pero desde entonces ya han pasado más de veinte. Hace
dos días, luego de darle la comunión diaria, le llevé al sacerdote para la
Unción y ayer estaba mucho mejor. Otro enfermo está en estado semivegetativo,
consecuencia de una mala praxis médica. Llevo casi dos años atendiéndolo y
poniéndolo en manos del P. Pío. Para estos dos y para otros que iré atendiendo
quiero tener estampas del Padre Pío con su reliquia”.
Elías Cabodevilla Garde