Un hombre de Dios al servicio de los hombres

Un hombre de Dios al servicio de los hombres

Fiel a la “misión grandísima” que le confió el Señor (6).


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La “misión” que confió el Señor al Padre Pío, porque es “grandísima”, no sólo debía que beneficiar a muchas personas, sino que tenía que hacerlo en muchos países, por no decir en todos. Con la correspondencia epistolar y con los mensajes autógrafos en estampas y en pequeños trozos de papel, a los que me he referido en los dos últimos escritos de esta etiqueta de la página web, el Padre Pío benefició a personas de San Giovanni Rotondo y del entorno más o menos cercano y a otras a las que, aun viniendo de lejos, las encontraba en esta pequeña ciudad del centro-sur de Italia, donde vivió los últimos 52 años. Pero el Señor le concedió llegar con sus mensajes escritos, aunque de forma sencilla, a los cinco continentes. Me estoy refiriendo a los cientos de cartas que, escritas por sus “secretarios” y bendecidas por él antes de que fueran depositadas en la oficina de correos, salían a diario hacia todo el mundo, en respuesta a las que le llegaban desde los lugares más diversos del planeta.
En las muchas personas a las que he escuchado frases como ésta: «Escribí al Padre Pío, me respondió que rezaría por mí, y guardo su carta como un gran tesoro», ha sido fácil adivinar el bien que unas pocas palabras, no escritas por el Santo aunque sí en su nombre, han suscitado en los que las han recibido.
En junio de 1921, el carmelita Monseñor Rafael Carlos Rossi realizó una Visita Apostólica a San Giovanni Rotondo, por encargo del Vaticano. Llevó a cabo veinticuatro interrogatorios, todos bajo el juramento previo de decir la verdad, en los que buscó la información que deseaba; seis al Padre Pío y los restantes a personas relacionadas con él: el Superior provincial de los Capuchinos, el Superior y algunos religiosos de la Fraternidad capuchina de San Giovanni Rotondo, los Párrocos de esta localidad…
Fue al padre Lorenzo de San Marco in Lamis, Superior de la Fraternidad, y sobre todo al padre Ignacio de Jelsi, Ecónomo y encargado de la correspondencia, a los que preguntó sobre este tema de las cartas. Y con la información recibida, escribió en el “Voto” o relación que entregó al Santo Oficio: «Al principio, en el fervor del entusiasmo, llegaban hasta setecientas cartas al día: cartas de peticiones, de oraciones, de agradecimiento. Ahora, el número ha disminuido mucho: sesenta, setenta al día; son siempre cartas de petición, como puede verse en las muestras que he hecho y en las auténticas que he depositado en el Santo Oficio; cartas de agradecimiento por gracias espirituales o temporales, que se dice se han obtenido por las oraciones del Padre Pío; pero algunas se refieren, por ejemplo, a verdaderas curaciones imprevistas e inesperadas… Recogiendo lo que sucede aquí, diré que estas cartas, al principio, en general se destruían; ahora se conservan -un verdadero archivo; habrá unas 20.000-; pero el Padre Pío apenas ve algunas, aquellas más estrictamente personales o especiales. El Superior y otros Religiosos revisan la correspondencia y responden… En general, la respuesta es: “El Padre Pío reza y bendice”, o una estampa de la Virgen María en la que detrás el Padre Pío ha escrito estas dos palabras: “Bendiciones celestes”. Después, él presenta al Señor todas las intenciones por las que piden oraciones los que han escrito. No es verdad que haya respuestas ya preparadas para, sin más, meterlas en el sobre; sólo están preparadas de antemano las estampas antes indicadas, que el Padre Pío firma -a veces a disgusto-, normalmente durante el recreo de la noche».
Es fácil que el lector, al relacionar estos datos: el Padre Pío recibió los “llagas” del Crucificado el 20 de septiembre de 1918, la Visita Apostólica de Monseñor Rossi tuvo lugar en junio de 1921, en fechas anteriores a esta Visita al Padre Pío le «llegaban hasta setecientas cartas al día»…, se haya preguntado: ¿Tan rápidamente se divulgó la fama de santidad del Padre Pío? Porque, además, el padre Ignacio de Jelsi le dijo al Visitador que esas cartas «en su mayor parte llegan de España, Brasil, Argentina, etc.».
Quiero recalcar, porque es lo que interesa en este momento, estas palabras del “Voto” de Rafael Carlos Rossi: «El Superior y otros Religiosos revisan la correspondencia y responden». El padre Ignacio le había facilitado esta información: «La correspondencia que le llega (al Padre Pío), por regla general, él no la lee porque no tiene tiempo, a excepción de alguna carta que yo le entrego… Las respuestas son en tono evasivo: “El Padre Pío ora y bendice”. Nosotros no nos arriesgamos a más. El Padre Pío, sí; él puede responder en tono afirmativo; y recuerdo algún caso especial en el que el Padre Pío ha respondido de este modo».
Al decreto del Santo Oficio de junio de 1923, que mandaba al Padre Pío «No responder en adelante, ni por sí mismo ni por otros, a aquellos que se dirigieran a él en busca de consejos, de gracias o por otros motivos», consecuencia de las informaciones falsas y calumniosas que fueron llegando al Vaticano, siguieron, a partir de julio de 1933, el levantamiento de todas las prohibiciones que pesaban sobre él, su ejercicio generoso del ministerio sacerdotal, la afluencia de fieles a San Giovanni Rotondo y también la respuesta a las cartas que, cada vez en mayor número, llegaban al Fraile de los estigmas. En el “Diario” del padre Agustín de San Marco in Lamis se repiten, una y otra vez, frases como éstas: «La correspondencia epistolar llega, incluso más que antes. Son una media de cien cartas al día. A todas responden los padres, pidiendo consejo -cuando es el caso- al Padre Pío»; «La correspondencia epistolar aumenta. Muchas cartas hablan de gracias recibidas del Señor por las oraciones del Padre Pío»; «La correspondencia epistolar crece tanto que no se llega a responder a todos hasta 10 ó 15 días más tarde de haberlas recibido»; «La correspondencia, que llega de todas partes del mundo, se multiplica».
Como hice en el último escrito de esta etiqueta de la página web, en relación a los mensajes que el Padre Pío escribió en estampas y en pequeños trozos de papel, me atrevo a decir que contenidos de las cartas que llegaron al Fraile capuchino, seleccionados adecuadamente y publicados en las lenguas hoy más en uso, harían mucho bien a mucha gente.
Elías Cabodevilla Garde

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