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miércoles, 25 de septiembre de 2013

Fiel a la “misión grandísima” que le confió el Señor (7).


El Padre Pío cumplió la “misión grandísima” que le confió el Señor con sus escritos, en los tres modos que he expuesto en los tres últimos escritos de esta etiqueta de la página web. Y la cumplió también con su palabra.
Es cierto que el Capuchino de Pietrelcina no se dedicó al ministerio de la predicación. La respuesta que, en junio de 1921, dio al Visitador apostólico Rafael Carlos Rossi la podría haber repetido al final de su vida. «¿Cuando fue autorizado para el ministerio de las confesiones y de la predicación?», le preguntó. Y su respuesta: «Predicar no he predicado nunca». Tampoco lo hizo con esa forma de predicación que es la homilía, aconsejada en todas las celebraciones litúrgicas, y obligatoria en muchas de ellas, desde la reforma litúrgica promovida por el Concilio Vaticano II, pues ésta le alcanzó al Padre Pío en los últimos años de su vida y cuando ya era muy anciano.
Pero el ministerio de la palabra, que, como escribe San Pablo a su discípulo Timoteo, es «útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia» (2Tim 3, 16), el Padre Pío lo ejercitó a diario y, a juzgar por los frutos que producía, de forma muy adecuada y convincente.
Dejando las etapas anteriores de su vida y ciñéndonos a los 52 años que pasó en San Giovanni Rotondo (4 de septiembre de 1916 – 23 de septiembre de 1968), podemos decir que el Padre Pío ejercitó este ministerio de la palabra de estos cuatro modos: en el confesonario, antes del rezo diario del Ángelus, en relación a las dos Obras promovidas por él: los Grupos de Oración y el hospital “Casa Alivio del sufrimiento”, y en conversaciones privadas, tanto a grupos como a personas determinadas.
- Difícil conocer, por su carácter reservado, los mensajes con los que el Padre Pío enseñaba, argüía, corregía y educaba a los penitentes, al administrarles el Sacramento de la confesión. Sabemos que era un confesor no precipitado pero que no perdía el tiempo en conversaciones inútiles o ajenas a la confesión. Conocemos que fueron muchas decenas de miles las personas de los cinco continentes que celebraron con él este sacramento. No nos faltan testimonios de conversiones sinceras, también clamorosas, como consecuencia de estos encuentros con el Dios de la misericordia a través de este santo confesor… De cómo quedaban grabadas en la mente y en corazón las palabras y la actuación del Padre Pío confesor, puede ser una clara señal el testimonio del Papa Juan Pablo II, dado por escrito el 5 de abril del 2002, a la distancia de 54 años de haberse confesado con el Fraile capuchino, cuando el joven sacerdote polaco, que realizaba estudios de filosofía en el “Angelicum” de Roma, llegó a San Giovanni Rotondo «al atardecer de un día de abril de 1948»: «Durante la confesión resultó que el Padre Pío ofrecía un discernimiento claro y sencillo, dirigiéndose al penitente con gran amor».
- ¡Qué fuerza de exhortación y de estímulo para la vida cristiana tenían los breves mensajes del Padre Pío antes del rezo diario del Ángelus, normalmente en dos momentos: a mediodía, hora tradicional de esta oración mariana, y al atardecer, cuando despedía a los fieles que habían viajado hasta San Giovanni Rotondo! Lo manifiestan estas palabras de un religioso que compartió con el Padre Pío durante muchos años la vida de fraternidad: «¡Qué  cálida era su voz cuando rezaba con los demás, en la huerta, en el coro, desde la ventana..., el Ángelus!». O porque eran los más repetidos en esos momentos de oración, o porque los ofrecía con fervor especial, o por las dos cosas a la vez, los mensajes que se refieren a la Virgen María son los más fáciles de encontrar en los escritos sobre el Padre Pío. En ellos iban apareciendo los dones extraordinarios de la Virgen María: Inmaculada, Madre de Dios, Virgen y Madre, Asunta en cuerpo y alma al cielo, Mediadora de todas las gracias…, sus virtudes, las exigencias de la verdadera devoción a María… Un ejemplo:  «Abrasémonos cada día más en el amor a esta Madre y estemos seguros de que nada nos será negado, porque nada le falta a Ella, que tiene un corazón de Madre y de Reina».
- El Padre Pío no se limitó a poner en marcha las dos Obras que antes he citado y que las quiso íntimamente unidas: los Grupos de Oración y el hospital “Casa Alivio del Sufrimiento”. Supo ofrecerles desde su inicio las orientaciones adecuadas. Sirvan de ejemplo este mensaje a los Grupos de Oración, que nacían como ayuda a la “Casa Alivio del Sufrimiento”: «No os canséis nunca de orar. Es algo esencial. La oración hace violencia al corazón de Dios, obtiene las gracias necesarias. Sin la oración nuestra “Casa Alivio del Sufrimiento” es como una planta sin aire y sin sol…La oración es la fuerza unida de todas las almas buenas, es la que mueve el mundo, renueva las conciencias, lleva ánimos a los que sufren, sana a los enfermos, santifica el trabajo, eleva la asistencia sanitaria, otorga fuerza moral y resignación cristiana al dolor humano, derrama la sonrisa y la bendición de Dios sobre todo sufrimiento y debilidad». Y también las palabras que, en mayo de 1957, en el primer año de vida de la “Casa Alivio del Sufrimiento”, pronunció el Padre Pío en relación al hospital: «Esta obra, si fuese sólo para aliviar los cuerpos, no pasaría de ser una clínica modelo, levantada con la aportación de vuestra caridad, extraordinariamente generosa. Pero fue estimulada, apremiada, para que fuera reclamo para amar a Dios, mediante el reclamo de la caridad. El que sufre debe vivir en ella el amor de Dios por medio de una inteligente aceptación de sus dolores, de la serena meditación de que su destino es Dios. En ella el amor a Dios debe afianzarse en el alma del enfermo, mediante el amor a Jesús crucificado, que brotará de los que cuidan la enfermedad del cuerpo y del alma».
- De las orientaciones que el Padre Pío daba de palabra, bien a quienes se le acercaban en grupo bien a personas concretas, tenemos muchas informaciones, porque son muchos los destinatarios de las mismas que han querido transmitirlas por escrito. Y son muchos los que afirman que el Fraile capuchino aprovechaba todas las ocasiones, incluso en los momentos de esparcimiento, para ofrecer, casi siempre con buen humor, unas palabras útiles «para enseñar, para argüir, para corregir…». Siempre me ha impresionado este breve diálogo entre el Padre Pío y el padre Eusebio Notte, contado por éste último en el Proceso de Beatificación y Canonización del Padre Pío. Para entender la fuerza de este mensaje del Fraile capuchino hay que recordar que el padre Justino de Lecce fue el religioso que colocó los micrófonos y el magnetofón con el que, a ocultas, se grabaron conversaciones privadas e incluso confesiones atendidas por el Santo y, además, cuando tenía el encargo de “ángel custodio” del ya anciano Padre Pío. «Una noche estaba a solas con el Padre Pío en su celda n. 1. Y noté que el Siervo de Dios oraba con particular recogimiento. Confidencialmente le pregunté: “¿Tiene alguna preocupación esta noche?”. El Padre Pío enseguida y sin inmutarse: “Estoy orando por el padre Justino”. A lo que yo, casi enojado: “¡Ah!, Padre, ¡eso no!; ¡es demasiado!”. Y el Padre Pío: “Hijo mío, también él es un alma a la que salvar”».

Elías Cabodevilla Garde

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