El Padre Pío cumplió la “misión
grandísima” que le confió el Señor con sus escritos, en los tres modos que he
expuesto en los tres últimos escritos de esta etiqueta de la página web. Y la
cumplió también con su palabra.
Es cierto que el Capuchino de Pietrelcina no se dedicó al ministerio de la
predicación. La respuesta que, en junio de 1921, dio al Visitador apostólico Rafael
Carlos Rossi la podría haber repetido al final de su vida. «¿Cuando fue autorizado para el ministerio de las confesiones y de la
predicación?», le preguntó. Y su respuesta: «Predicar no he predicado nunca». Tampoco lo hizo con esa forma de predicación
que es la homilía, aconsejada en todas las celebraciones litúrgicas, y
obligatoria en muchas de ellas, desde la reforma litúrgica promovida por el
Concilio Vaticano II, pues ésta le alcanzó al Padre Pío en los últimos años de
su vida y cuando ya era muy anciano.
Pero el ministerio de la palabra, que, como escribe San Pablo a su
discípulo Timoteo, es «útil para enseñar,
para argüir, para corregir, para educar en la justicia» (2Tim 3, 16), el Padre Pío lo ejercitó a
diario y, a juzgar por los frutos que producía, de forma muy adecuada y
convincente.
Dejando las etapas anteriores de su vida y ciñéndonos a los 52 años que
pasó en San Giovanni Rotondo (4 de septiembre de 1916 – 23 de septiembre de 1968),
podemos decir que el Padre Pío ejercitó este ministerio de la palabra de estos cuatro
modos: en el confesonario, antes del rezo diario del Ángelus, en relación a las
dos Obras promovidas por él: los Grupos de Oración y el hospital “Casa Alivio
del sufrimiento”, y en conversaciones privadas, tanto a grupos como a personas determinadas.
- Difícil conocer, por su carácter reservado, los mensajes con los que el
Padre Pío enseñaba, argüía, corregía y educaba a los penitentes, al
administrarles el Sacramento de la confesión. Sabemos que era un confesor no
precipitado pero que no perdía el tiempo en conversaciones inútiles o ajenas a la
confesión. Conocemos que fueron muchas decenas de miles las personas de los
cinco continentes que celebraron con él este sacramento. No nos faltan testimonios
de conversiones sinceras, también clamorosas, como consecuencia de estos encuentros
con el Dios de la misericordia a través de este santo confesor… De cómo
quedaban grabadas en la mente y en corazón las palabras y la actuación del
Padre Pío confesor, puede ser una clara señal el testimonio del Papa Juan Pablo
II, dado por escrito el 5 de abril del 2002, a la distancia de 54 años de
haberse confesado con el Fraile capuchino, cuando el joven sacerdote polaco,
que realizaba estudios de filosofía en el “Angelicum” de Roma, llegó a San
Giovanni Rotondo «al atardecer de un día
de abril de 1948»: «Durante la confesión resultó que el Padre
Pío ofrecía un discernimiento claro y sencillo, dirigiéndose al penitente con
gran amor».
- ¡Qué fuerza de exhortación y de estímulo para la
vida cristiana tenían los breves mensajes del Padre Pío antes del rezo
diario del Ángelus, normalmente en dos momentos: a mediodía, hora tradicional
de esta oración mariana, y al atardecer, cuando despedía a los fieles que
habían viajado hasta San Giovanni Rotondo! Lo manifiestan estas palabras de un
religioso que compartió con el Padre Pío durante muchos años la vida de
fraternidad: «¡Qué cálida
era su voz cuando rezaba con los demás, en la huerta, en el coro, desde la
ventana..., el Ángelus!». O porque eran
los más repetidos en esos momentos de oración, o porque los ofrecía con fervor
especial, o por las dos cosas a la vez, los mensajes que se refieren a la
Virgen María son los más fáciles de encontrar en los escritos sobre el Padre
Pío. En ellos iban apareciendo los dones extraordinarios de la Virgen María:
Inmaculada, Madre de Dios, Virgen y Madre, Asunta en cuerpo y alma al cielo, Mediadora
de todas las gracias…, sus virtudes, las exigencias de la verdadera devoción a
María… Un ejemplo: «Abrasémonos cada día más en el amor a esta Madre y estemos seguros de que nada nos será negado, porque nada le falta a Ella, que tiene un corazón de Madre y de Reina».
- El Padre Pío no se limitó a poner en marcha las dos Obras que antes he
citado y que las quiso íntimamente unidas: los Grupos de Oración y el hospital “Casa
Alivio del Sufrimiento”. Supo ofrecerles desde su inicio las orientaciones
adecuadas. Sirvan de ejemplo este mensaje a los Grupos de Oración, que nacían
como ayuda a la “Casa Alivio del Sufrimiento”: «No os canséis nunca de orar. Es algo esencial. La oración hace
violencia al corazón de Dios, obtiene las gracias necesarias. Sin la oración
nuestra “Casa Alivio del Sufrimiento” es como una planta sin aire y sin sol…La
oración es la fuerza unida de todas las almas buenas, es la que mueve el mundo,
renueva las conciencias, lleva ánimos a los que sufren, sana a los enfermos, santifica
el trabajo, eleva la asistencia sanitaria, otorga fuerza moral y resignación
cristiana al dolor humano, derrama la sonrisa y la bendición de Dios sobre todo
sufrimiento y debilidad». Y también las palabras que, en mayo de 1957, en
el primer año de vida de la “Casa Alivio del Sufrimiento”, pronunció el Padre
Pío en relación al hospital: «Esta obra,
si fuese sólo para aliviar los cuerpos, no pasaría de ser una clínica modelo,
levantada con la aportación de vuestra caridad, extraordinariamente generosa.
Pero fue estimulada, apremiada, para que fuera reclamo para amar a Dios,
mediante el reclamo de la caridad. El que sufre debe vivir en ella el amor de
Dios por medio de una inteligente aceptación de sus dolores, de la serena
meditación de que su destino es Dios. En ella el amor a Dios debe afianzarse en
el alma del enfermo, mediante el amor a Jesús crucificado, que brotará de los
que cuidan la enfermedad del cuerpo y del alma».
- De las orientaciones que el
Padre Pío daba de palabra, bien a quienes se le acercaban en grupo bien a
personas concretas, tenemos muchas informaciones, porque son muchos los destinatarios
de las mismas que han querido transmitirlas por escrito. Y son muchos los que
afirman que el Fraile capuchino aprovechaba todas las ocasiones, incluso en los
momentos de esparcimiento, para ofrecer, casi siempre con buen humor, unas
palabras útiles «para enseñar, para argüir,
para corregir…». Siempre me ha impresionado este breve diálogo entre el
Padre Pío y el padre Eusebio Notte, contado por éste último en el Proceso de
Beatificación y Canonización del Padre Pío. Para entender la fuerza de este
mensaje del Fraile capuchino hay que recordar que el padre Justino de Lecce fue
el religioso que colocó los micrófonos y el magnetofón con el que, a ocultas,
se grabaron conversaciones privadas e incluso confesiones atendidas por el
Santo y, además, cuando tenía el encargo de “ángel custodio” del ya anciano
Padre Pío. «Una noche estaba a solas con
el Padre Pío en su celda n. 1. Y noté que el Siervo de Dios oraba con
particular recogimiento. Confidencialmente le pregunté: “¿Tiene alguna
preocupación esta noche?”. El Padre Pío enseguida y sin inmutarse: “Estoy
orando por el padre Justino”. A lo que yo, casi enojado: “¡Ah!, Padre, ¡eso
no!; ¡es demasiado!”. Y el Padre Pío: “Hijo mío, también él es un alma a la que
salvar”».
Elías Cabodevilla Garde