Un hombre de Dios al servicio de los hombres

Un hombre de Dios al servicio de los hombres

Sigue regalando a manos llenas los dones del Señor.


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 La generosidad al regalar los dones del Señor era nota característica del Padre Pío de Pietrelcina. Lo podrían asegurar muchos; por ejemplo, Francisco Ricciardi.
Los amigos de Ricciardi buscaron en el Padre Pío que le ayudara a prepararse para bien morir. La generosidad del Padre Pío le alcanzó algo más del Señor. En la biografía “Pío de Pietrelcina místico y apóstol”, este caso se cuenta así:
«Francisco Ricciardi era un médico de San Giovanni Rotondo…; se había hecho célebre entre los sangiovanneses por sus propagandas ateas y por haber levantado contra el padre Pío toda clase de infamias… Cayó gravemente enfermo: ¡Cáncer al estómago!, diagnosticaron unánimemente sus colegas Morcaldi, Merla, Giuva… Intentó acercarse al enfermo el Arcipreste don José Prencipe, pero, nada más verlo, lo despachó el doctor violentamente, arrojando contra él la zapatilla que tenía al alcance de su mano… Pero, poco a poco, ante la insistencia de sus familiares y amigos, entre los que se hallaba el doctor Merla, antes ateo y ahora convertido por el padre Pío en fervoroso cristiano, accedió el ilustre enfermo a que viniera “el fraile estigmatizado”; lo decía con retintín el doctor Ricciardi. Pero añadía: “¡Lo he ofendido tanto! Además tiene prohibido salir del convento para toda clase de visitas!”… Una vez que llegó el padre Pío a la habitación del enfermo, extendió sus brazos como familiarmente solía hacer; se sonrió ampliamente con aquella sonrisa suya característica, abierta, casi infantil. El viejo descreído quedó estupefacto, como fuera de sí. No sabía qué decir. Al fin exclamó: “¡Perdóneme, padre Pío! ¡Perdóneme...!”. El pobre doctor hizo medio inconsciente la señal de la cruz, habló luego con el padre Pío, se confesó, recibió el sacramento de los enfermos, la Sagrada Comunión y, en medio de una serena paz, tal como nunca la había sentido, se preparó a bien morir. Pero, a los tres días, sin saber cómo ni por qué, el médico Ricciardi se sintió totalmente curado. El terrible cáncer, clarísimo para todos sus colegas y para el mismo Ricciardi, había desaparecido».
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Tampoco en esto, en la generosidad, ha cambiado el Padre Pío en el cielo o, en la puerta del cielo, si el Señor le ha concedido quedarse ahí hasta ver entrar al último de sus hijos. Este escrito me lo envía, desde Argentina, la entusiasta promotora de los Grupos de Oración del Padre Pío, Marcela T. González, tal como lo recibió, por correo electrónico, de una devota del Santo, que prefiere permanecer en el anonimato.
«Querida Marcela: Quiero contarte algo extraordinario del Padre Pío: El 23 de junio, yo estaba atendiendo a los peregrinos que iban a rezar ante la imagen del Padre Pío y me comentan que un señor, en el libro de gracias, había puesto un texto muy duro porque, según él, el Padre Pio no le había concedido nada. Yo me quedé pensando, y de golpe le dije al Padre Pio: Nunca me hiciste una gracia, pero ahora te lo pido. Y le pedí que una persona que se había instalado en mi casa y que yo no lograba que se fuera, se fuera; y que pudiera vender mi departamento y mudarme bien. Un poco más tarde le agregué el caso de una amiga que se había quedado sin trabajo. Al día siguiente, me entregaban la señal de compra de mi departamento; a los cinco días, se fue la intrusa de mi casa; y, desde el 23 de agosto, mi amiga está trabajando. Yo vendí mi casa, cancelé una hipoteca, y el 29 de julio ya estaba viviendo en mi nuevo departamento. Tres cosas casi imposibles. Te lo cuento para aumentar la fama del Padre Pío, al que le estoy muy agradecida».
 Elías Cabodevilla Garde

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