4. Hay algunas diferencias
entre la virtud de la humildad y la del desprecio de uno mismo, porque la
humildad es el reconocimiento de la propia bajeza; ahora bien, el grado más
alto de la humildad consiste, no sólo en reconocer la propia bajeza, sino en
amarla; a esto, pues, os exhorto yo (Epist.III, p.566).
5. No os acostéis jamás sin
haber examinado antes vuestra conciencia sobre cómo habéis pasado el día, y sin
haber dirigido todos vuestros pensamientos a Dios, para hacerle la ofrenda y la
consagración de vuestra persona y la de todos los cristianos. Ofreced además
para gloria de su divina majestad el descanso que vais a tomar y no os olvidéis
nunca del ángel custodio, que está siempre con vosotros (Epist.II, p.277).
6. Debes insistir
principalmente en lo que es la base de la justicia cristiana y el fundamento de
la bondad, es decir, en la virtud de la que Jesús, de forma explícita, se
presenta como modelo; me refiero a la humildad. Humildad interior y exterior, y
más interior que exterior, más vivida que manifestada, más profunda que
visible. Considérate, mi queridísima hija, lo que eres en realidad: nada,
miseria, debilidad, fuente sin límites y sin atenuantes de maldad, capaz de
convertir el bien en mal, de abandonar el bien por el mal, de atribuirte el
bien o justificarte en el mal, y, por amor al mismo mal, de despreciar al sumo
Bien (Epist.III, p.713).
7. Estoy seguro de que deseáis
saber cuáles son las mejores humillaciones. Yo os digo que son las que nosotros
no hemos elegido, o también las que nos son menos gratas, o mejor dicho,
aquéllas a las que no sentimos gran inclinación; o, para hablar claro, las de
nuestra vocación y profesión. ¿Quién me concederá la gracia, mis querídimas
hijas, de que lleguemos a amar nuestra propia bajeza? Nadie lo puede hacer sino
aquél que amó tanto la suya que para mantenerla
quiso morir. Y esto basta (Epist.III, p.568).
8. Yo no soy como me ha hecho
el Señor, pues siento que me tendría que costar más esfuerzo un acto de
soberbia que un acto de humildad. Porque la humildad es la verdad, y la verdad
es que yo no soy nada, que todo lo que de bueno hay en mí es de Dios. Y con
frecuencia echamos a perder incluso aquello que de bueno ha puesto Dios en
nosotros. Cuando veo que la gente me pide alguna cosa, no pienso en lo que
puedo dar sino en lo que no sé dar; y por lo que tantas almas quedan sedientas
por no haber sabido yo darles el don de Dios.
El pensamiento de que cada mañana Jesús se injerta a sí mismo en
nosotros, que nos invade por completo, que nos da todo, tendría que suscitar en
nosotros la rama o la flor de la humildad. Por el contrario, he ahí cómo el
diablo, que no puede injertarse en nosotros tan profundamente como Jesús, hace
germinar con rapidez los tallos de la soberbia. Esto no es ningún honor para
nosotros. Por eso tenemos que luchar denodadamente para elevarnos. Es verdad:
no llegaremos nunca a la cumbre sin un encuentro con Dios. Para encontrarnos,
nosotros tenemos que subir y él tiene que bajar. Pero, cuando nosotros ya no
podamos más, al detenernos, humillémonos, y en este acto de humildad nos
encontraremos con Dios, que desciende al corazón humilde (GB, 61).
9. La verdadera humildad del
corazón es aquélla que, más que mostrarla, se siente y se vive. Ante Dios hay
que humillarse siempre, pero no con aquella humildad falsa que lleva al
abatimiento, y que produce desánimo y desesperación.
Hemos de tener un bajo concepto de nosotros mismos. Creernos
inferiores a todos. No anteponer nuestro propio interés al de los demás (AP).
10. En este mundo ninguno de
nosotros merece nada; es el Señor quien es benévolo con nosotros, y es su
infinita bondad la que nos concede todo, porque todo lo perdona (CE, 47).
(Tomado de BUONA GIORNATA de Padre Pio da
Pietrelcina)
Traducción del
italiano: Elías Cabodevilla Garde
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