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miércoles, 24 de julio de 2013

Fiel a la “misión grandísima” que le confió el Señor (3).


El Padre Pío, urgido por el amor a Dios y por el amor al prójimo, como señalé en el escrito anterior de esta etiqueta de la página web, se entregó de lleno a cumplir la “misión grandísima” que el Señor le había confiado. Lo hizo de muchos modos. Uno de ellos fue la oración. Tanto que Juan Pablo II, en la homilía de la canonización del Santo, el 16 de junio del 2002, pudo decir: «La razón última de la eficacia apostólica del Padre Pío, la raíz profunda de tan gran fecundidad espiritual, se encuentra en la íntima y constante unión con Dios, de la que eran elocuentes testimonios las largas horas pasadas en oración».
- El valor de la oración en favor de los demás el Padre Pío lo aprendió en el Evangelio. Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, nos lo enseña con sus palabras y con su ejemplo. En el Padrenuestro, nos invita a pedir a Dios Padre para todos: que nos enriquezca con los bienes de su Reino, que hagamos su voluntad en la tierra como se hace en el cielo, que perdone nuestras ofensas, que no nos deje caer en la tentación, que nos libre del mal... Jesús nos pide además que roguemos al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies, para que siembren en todas partes la buena semilla de la Palabra y la cuiden para que dé el fruto del ciento por uno. Y su oración al Padre desde lo alto de la cruz nos queda como ejemplo permanente de lo que hemos de suplicar a Dios para los que le ofenden con el pecado: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen».
- El librito “Buenos días… (Un pensamiento para cada día del año)”, nos ofrece, para el día 12 de febrero, este mensaje del Padre Pío: «Salvar las almas orando siempre». Es esto lo que hacía el Capuchino de Pietrelcina: «Las oraciones que tú me pides, no te faltan nunca, porque no puedo olvidarme de ti que me cuestas tantos sacrificios. Te he dado a luz a la vida de Dios con el dolor más intenso del corazón». Y es lo que aconsejaba y pedía a los demás: «Rogad por los malos, rogad por los fervorosos, rogad por el Sumo Pontífice y por todas las necesidades espirituales y materiales de la santa Iglesia, nuestra tiernísima madre, y elevad una súplica especial por todos los que trabajan por la salvación de las almas y por la gloria del Padre celestial».
- Al parecer, el Señor quiso dar un poder de impetración muy especial  a la oración del Padre Pío en favor de los demás, pues esto es lo que el Fraile capuchino escribió a su director espiritual, el padre Benedicto de San Marco in Lamis, el 26 de marzo de 1914: «En cuanto me pongo a orar, inmediatamente siento mi corazón como invadido por una llama de un vivo amor... Es una llama delicada y muy dulce, que consume y no causa ninguna pena»; y unos meses antes, el 1 de noviembre de 1913: «Lo que sí sé decir de esta oración es que me parece que el alma se pierde totalmente en Dios... Otras muchas veces me siento impelido por un ímpetu muy vehemente; siento que Dios me aprieta, me parece que voy a morir. Todo esto nace... de una llama interior y de un amor excesivo que, si Dios no acudiese en mi ayuda en seguida, me consumiría».
- Más sorprendente si cabe, incluso para el mismo Padre Pío, es lo que escribió al padre Benedicto el 20 de diciembre de 1913: «Mire qué fenómeno tan curioso se va dando en mí desde hace algún tiempo, aunque no me preocupa mucho. En la oración me sucede que me olvido de orar por aquellos que me habían pedido oraciones e incluso de aquellos por los que tenía intención de orar… Y a veces, estando en oración, me siento impulsado a orar por los que no había pensado orar y, lo que es más maravilloso, a favor de aquellos que nunca he conocido, ni oído, ni visto, ni me lo han pedido ni siquiera por medio de otros. Y el Señor, antes o después, atiende siempre estas súplicas».
- El Padre Pío, también para responder a estos dones misteriosos del Señor, no cesaba de pedir y suplicar por los demás, aunque esto le supusiera olvidarse de sí mismo. Lo escribe a su segundo director espiritual, el padre Agustín de San Marco in Lamis, el 16 de febrero de 1915: «Si el orar por los demás no incluyese también el pedir por uno mismo, la más olvidada sería mi alma; y esto, no porque no se reconozca necesitada de los divinos auxilios, sino porque le faltaría tiempo material para presentar al Señor sus necesidades. Parece imposible; y sin embargo esto es lo que me sucede de ordinario».
- Y las súplicas más vehementes del Fraile capuchino al Señor las elevaba con insistencia, en largas horas de oración por la noche, cuando había negado la absolución a alguno de los penitentes que, sin las disposiciones adecuadas, se había acercado a él para celebrar la confesión. Lo escribe al padre Benedicto el 20 de noviembre de 1921: «¿Y por los hermanos? ¡Ay de mí! Cuántas veces, por no decir siempre, me toca decir a Dios juez, con Moisés: O perdonas a este pueblo o bórrame del libro de la vida».
Elías Cabodevilla Garde

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