2. Con conmovido reconocimiento contemplemos aquel sublime misterio
que atrae fuertemente al Corazón de Jesús hacia su criatura; meditemos la gran
condescendencia con la que asume nuestra misma carne para vivir en medio de
nosotros la mísera vida de la tierra; reunamos todas las posibilidades de la
inteligencia para considerar de forma digna el tenaz fervor y los rigores de su
apostolado, para recordar los horrores de su pasión y de su martirio, para
adorar su sangre... ofrecida de forma regia hasta la última gota por la
redención del género humano; y después, con humilde fe, con el mismo ardiente
amor con que él envuelve y persigue nuestras almas, inclinemos nuestra frente
manchada ante sus pies.
3. Jesús, tú vienes siempre a mí. ¿Con qué te debo alimentar?... ¡Con
el amor! Pero mi amor es engañoso. Jesús, te quiero muchísimo. Suple mi falta
de amor.
4. No ceso de implorar a Jesús sus bendiciones para vosotras y de
pedir al Señor que os transforme enteramente en él. ¡Hijas mías!, ¡qué bello es
su rostro, qué dulces sus ojos, y qué bueno es estar junto a él en el monte de
su gloria! Allí debemos poner todos nuestros deseos y nuestros afectos.
Nosotros somos, en contra de todo merecimiento,
sus peldaños del Tabor, si tenemos la firme resolución de servir bien y
de amar su divina bondad.
5. Recordemos que el Corazón de Jesús nos ha llamado no sólo para
nuestra santificación, sino también para la santificación de otras almas. El
quiere ser ayudado en la salvación de las almas.
6. ¿Qué más te puedo decir? La gracia y la paz del Espíritu Santo
estén siempre en tu corazón. Pon este corazón en el costado abierto del
Salvador y únelo a este rey de nuestros corazones. El está en ellos como en su
trono real para recibir el homenaje y la obediencia de todos los demás
corazones, con la puerta siempre abierta para que todos puedan acercarse y
tener audiencia siempre y en cualquier momento; y cuando tu corazón le hable,
no te olvides, mi queridísima hija, de hablarle también a favor del mío, para
que su divina y cordial majestad lo vuelva bueno, obediente, fiel y menos
mezquino de lo que es.
7. No te extrañes en modo alguno de tus debilidades. Al contrario,
reconociéndote por lo que eres, avergüénzate de tu infidelidad para con Dios y
pon en él tu confianza, abandonándote con paz en los brazos del Padre del cielo
como un niño en los brazos de su madre.
8. En las tentaciones lucha con valentía junto con las almas fuertes y
combate junto al jefe supremo; en las caídas no permanezcas postrada ni en el
espíritu ni en el cuerpo; humíllate mucho pero sin perder el ánimo; abájate
pero sin degradarte; lava tus imperfecciones y tus caídas con lágrimas sinceras
de arrepentimiento, sin que falte la confianza en su divina bondad que será
siempre mucho mayor que tu ingratitud; propón tu enmienda, sin presumir de ti
misma, ya que tu fortaleza la debes tener en solo Dios; confiesa, por fin, con
toda sinceridad, que, si Dios no fuese tu coraza y tu escudo, habrías sido
incautamente herida por toda clase de pecados.
(Tomado de BUONA GIORNATA de Padre Pio da
Pietrelcina)
Traducción del
italiano: Elías Cabodevilla Garde