«Hermanas, ¡el cristal está entero!», fue
el grito de Giuseppe Grifa que, poco antes, había roto con sus propias manos
los cristales de la ventana.
El
hecho prodigioso tuvo lugar el 3 de enero de 1993. El relato del mismo lo
firman las seis religiosas de la comunidad de las Hermanas de la Inmaculada de
Santa Clara de San Giovanni Rotondo, y también Giuseppe Grifa.
«Salimos de casa, a las 8:45, para ir a Misa
al santuario de Nuestra Señora de las Gracias y regresamos hacia las 10:15.
Pero no pudimos entrar porque sor María Concepta había olvidado las llaves en
la cerradura del portón, que se cerró con las llaves en el interior. El aire
era frío aquella mañana y permanecer por mucho tiempo al descampado era
peligroso para la salud.
Llamado el señor
Grifa, chófer de nuestra “Escuela Materna San Giuseppe”, llegó rápido, y pronto
se dio cuenta de que, para entrar en la casa, no había otra solución que o tirar
el portón de entrada o romper los cristales de alguna ventana. La superiora,
sor Gaetanina, autorizó romper los cristales de la ventana del cuarto de baño,
que queda al norte-oeste, en la parte de atrás de la casa.
Con recelo, pero
también con decisión, el señor Grifa rompió los tres cristales de la ventana,
mientras las hermanas presentes le animaban: “¡Fuerte, Giuseppe! Hace frío,
pero verás cómo el Padre Pío te echa una mano, porque le estamos rezando”.
Después de haber roto los cristales, el señor Grifa entró en casa por la
ventana y abrió el portón de entrada. Tiritando de frío, las hermanas corrimos
adentro, mientras la superiora exclamaba: “Demos gracias al Padre Pío”.
Marchamos al refectorio a tomar algo caliente.
Por la ventana
rota entraba un frío helador. Para arreglarla y poner remedio al frío, el señor
Grifa volvió al cuarto de baño. Un resplandor lo atrajo hacia la ventana. Con
miedo y frotándose los ojos, se acercó a la ventana. ¡Quedó estupefacto! ¡El
primer cristal interno estaba totalmente entero! Sin creérselo, lo tocó con la
mano izquierda. No era una ilusión, no; era realidad. El cristal estaba
absolutamente entero, ¡sin rasguño alguno!
Asustado, corrió
hacia las hermanas y nos gritó: “Hermanas, ¡el cristal está entero!”. Es
inútil decir que corrimos al local y
verificamos la verdad de aquel gozoso anuncio. La comprobación puso fin a
nuestra inicial incredulidad y desconfianza. Dimos gracias al Señor que, por la
intercesión del venerado Padre Pío, ha querido visitar nuestra casa de un modo
tan tangible y prodigioso».
Al
parecer, las hermanas no quisieron poner en el relato el detalle que Giuseppe
Grifa manifestó después al Vicepostulador de la Causa del Padre Pío, padre
Gerardo Di Flumeri: Al escuchar a las religiosas, que le gritaban: «El Padre Pío te echará una mano, porque le
estamos rezando», él, con voz alterada, exclamó: «El Padre Pío, a esta hora, no hace milagros, si yo no rompo los
cristales».
En
el cristal, roto por los golpes de Giuseppe Grifa y entero sin intervención
alguna de personas de esta tierra, el Padre Pío dejó una prueba clara: a las
hermanas de que podían confiar en él, y a Giuseppe Grifa de que puede hacer
milagros también en una fría mañana del mes de enero.
*** * ***
Este
testimonio nos llega de Méjico, firmado también por seis hermanas, aunque no
religiosas, las hermanas Collado Mocelo. Los dos hechos que recoge el relato,
en verdad sorprendentes, tuvieron lugar: el primero en la basílica de San Pedro
de Roma el día 3 de Junio del 2007, y el segundo en fechas posteriores en
México.
«Somos seis hermanas, Julia, María del
Carmen, María Isabel, Lucia, Luisa y Claudia Collado Mocelo. Nosotras somos muy
devotas de San Pío de Pietrelcina. Nuestra visita a Roma fue debido a la canonización
de la hoy Santa María Eugenia de Jesús, fundadora de la Congregación de las
Religiosas de la Asunción. Como nosotras somos ex alumnas de dicho colegio en
México, fuimos a participar en tan gran evento.
Pero teníamos
una doble intención: la primera la indicada anteriormente; y la segunda visitar
San Giovanni Rotondo para encomendarnos a San Pío y darle gracias por todas sus
intercesiones.
El itinerario
del viaje nos impidió la visita a San Giovanni Rotondo, a pesar de la gran
ilusión que teníamos por estar allí. Así pues, el día en que estuvimos en el
Vaticano, María del Carmen tomó una foto a la tumba de San Pedro,
entre muchas otras. Regresamos a México y, a los pocos días, nos enteramos
de que a nuestro padre (que fue el que nos invitó a dicho
viaje), le descubrieron un tumor de cáncer en el pulmón. Dos días antes de
la operación, por coincidencia, María Isabel estaba viendo de nuevo las fotos
del viaje a Roma; y, cuando vio la foto de la tumba de San Pedro, claramente se
percató que ahí se encontraba la imagen de San Pío. Para toda la
familia esto fue algo insólito, maravilloso, pues ya habíamos visto las
fotos y no nos habíamos dado cuenta del acontecimiento; y, sobre todo, justo antes
de la operación pasó esto. Nosotras encomendamos con mucho fervor a San
Pío la salud de nuestro padre, el cual, gracias a Dios y a la intercesión del
Santo, salió bien de operación tan delicada. Sin embargo, unos meses después
volvió a aparecer otro tumor y éste lo trataron con quimioterapia. Afortunadamente
el cáncer se ha erradicado por completo y ahora él goza de buena salud.
Para nosotras
esto es un doble milagro de San Pío; uno la aparición de su imagen y otro la
curación de nuestro padre. Y pensamos que, a través de su imagen, él realmente
quiso decirnos que está con nosotros y podemos confiar siempre en él».
Estamos,
sin duda, aunque en la distancia de años y de lugares, ante otra prueba clara
de la presencia protectora del Padre Pío; o, si se prefiere, de que el Padre
Pío sigue cumpliendo su “misión
grandísima”.
Elías Cabodevilla Garde