19. Después de la ascensión de Jesucristo al cielo, María ardía
continuamente en el más vivo deseo de reunirse con él. En ausencia de su divino
Hijo, le parecía encontrarse en el más duro destierro.
Aquellos años en los que tuvo que estar separada de él, fueron para
ella el más lento y doloroso martirio, martirio de amor que la consumía
lentamente.
20. Jesús, que reinaba en el cielo con la humanidad santísima que
había tomado en las entrañas de la Virgen, quiso que también su Madre, no sólo
con el alma sino también con el cuerpo, se reuniera con él y compartiera
plenamente su gloria.
Y esto era totalmente justo y merecido. Aquel cuerpo, que no fue ni
por un sólo instante esclavo del demonio y del pecado, no debía serlo tampoco
de la corrupción.
21. Procura conformarte siempre y en todo a la voluntad de Dios en
todos los acontecimientos, y no tengas miedo. Esta conformidad es el camino
seguro para llegar al cielo.
22. Yo deseo, y no lo ignoráis, morir o amar a Dios, es decir, la muerte
o el amor, ya que la vida sin este amor es peor que la muerte. ¡Hijas mías,
ayudadme! Yo muero y agonizo en cada momento. Todo me parece un sueño y no sé
dónde me muevo. ¡Dios mío!, ¿cuándo llegará la hora en que también yo pueda
cantar: éste es mi descanso, oh Dios,
para siempre?
23. Practica la penitencia de pensar con dolor en las ofensas hechas a
Dios; la penitencia de ser constante en el bien, la penitencia de luchar contra
tus defectos.
24. Confieso ante todo la gran desgracia que supone para mí el no
saber expresar y sacar fuera este gran volcán siempre encendido que me abrasa y
que Jesús ha metido dentro de este corazón tan pequeño. Todo se resume en esto:
vivo devorado por el amor de Dios y por el amor del prójimo.
25. La ciencia, hijo mío, por muy grande que sea, es siempre algo muy
pobre; y es menos que nada en comparación con el formidable misterio de la
divinidad. Debes encontrar otros caminos. ¡Limpia tu corazón de toda pasión
terrena, humíllate en el polvo y ora! De ese modo encontrarás con certeza a
Dios, que te dará la serenidad y la paz en esta vida y la beatitud eterna en la
otra.
(Tomado de BUONA
GIORNATA de Padre Pio da Pietrelcina)
Traducción del
italiano: Elías Cabodevilla Garde