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viernes, 31 de mayo de 2013

Sigue atrayendo a suplicar su intercesión.


Al Padre Pío de Pietrelcina acudían hombres y mujeres de los cinco continentes, a implorar gracias, con frecuencia por largo tiempo deseadas, e incluso milagros. Sin duda iban atraídos por su santidad, por los estigmas en sus manos pies y costado que lo asemejaban a Cristo, por las muchísimas voces que, desde su experiencia personal, pregonaban la fuerza intercesora ante el Señor del Fraile capuchino... Muchos lo hacían personalmente, viajando hasta San Giovanni Rotondo; otros, por intermediarios o por carta.
En relación a las cartas que llegaban al Padre Pío pidiéndole oraciones o agradeciendo el fruto de las mismas, este dato es muy iluminador. En junio de 1921 -recalco el año, porque el Padre Pío murió en septiembre de 1968, 47 años más tarde, y el padre Agustín, en su “Diario”, no deja de repetir que el número de cartas que llegaban de todo el mundo iba en aumento- el Visitador apostólico Rafael Carlos Rossi, en el interrogatorio al padre Ignacio de Jelsi, le preguntó: «si las cartas se conservan», y la respuesta del padre Ignacio fue ésta: «Desde que estoy yo, sí, por mandado del Provincial. Antes, cuando llegaban hasta 600-700 al día, se quemaban».
    Entre estas cartas, tres muy especiales son las de Carlos Wojtyla, más tarde Juan Pablo II, en los años 1962 y 1963. En 1962, el 17 de noviembre, desde Roma, donde participaba en el Concilio Vaticano II, escribió al Padre Pío pidiéndole oraciones por una señora polaca, enferma de cáncer… El día 28 del mismo mes, le escribió de nuevo para comunicarle que la señora polaca, el día 21, sin ser intervenida quirúrgicamente como estaba previsto, se encontró inesperadamente curada, y para darle las gracias en nombre de la enferma curada (Wanda Poltawska) y de la familia de ésta. Y en 1963, el 14 de diciembre le escribió lo que sigue: «… Quisiera, por lo mismo, agradecerle calurosamente también en nombre de los interesados, por sus oraciones a favor de una señora, médico católica, enferma de cáncer,  y del hijo de un abogado de Cracovia, gravemente enfermo desde su nacimiento. Las dos personas están, gracias a Dios, bien.
Permítame, además, Padre Muy Reverendo, encomendar a sus oraciones una señora paralítica, de esta Archidiócesis. Al mismo tiempo me permito encomendarle las ingentes dificultades personales que mi pobre obra encuentra en la situación presente».
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El Padre Pío, a casi medio siglo de su muerte, sigue atrayendo a muchos a suplicar su intercesión ante el Señor, muchos más que durante su vida terrena. Hay lugares más frecuentados que éste, pero en éste -no lo excluyo en los demás- se percibe una sencillez, una autenticidad, una ternura…, que encantan.
La iglesia atendida por los Capuchinos de San Sebastián (España) está sita en la calle Oquendo, lugar céntrico de la ciudad. En el interior del templo, a la entrada, a la izquierda, desde el 21 de junio del 2009, fecha en que el Papa Benedicto XVI peregrinó a San Giovanni Rotondo, hay una copia de la estatua de San Pío de Pietrelcina del escultor italiano Arrighini. Es de bronce, de 1,80 m. de altura, colocada a unos 40 centímetros del suelo. El Santo está con las manos abiertas, en actitud de acogida.
Y son muchas las personas que, tanto al entrar en la iglesia como al salir de ella, se detienen a orar ante el Santo. Y otras, cada vez más, que, al pasar por delante de la iglesia, entran a saludar al Santo, tocan sus manos con las manos, o las besan, o le colocan rosarios, o se llevan los que otros han dejado en ellas, o le acarician el rostro… Lo que acontece entre esas personas y el Santo lo saben sólo ellos… y, sin duda, también en el cielo.
Elías Cabodevilla Garde

martes, 28 de mayo de 2013

Asociado a la pasión de Cristo por su ofrenda de víctima.


En los escritos anteriores de esta “etiqueta” de  la web, he presentado los “caminos misteriosos” por los que Dios quiso asociar a la pasión de Cristo al Padre Pío de Pietrelcina: las cinco llagas del Crucificado en su cuerpo, la transverberación, flagelación y coronación de espinas, la llaga del hombro o “sexta llaga”, los sufrimientos físicos, los sufrimientos morales, los sufrimientos causados por sus hermanos en religión y la “noche oscura.

¿Cuál fue la respuesta del Capuchino italiano? ¿Se contentó -ya sería mucho- con aceptar y sufrir pacientemente lo que le fue enviando el Señor a lo largo de su vida? No; fue más lejos y se ofreció al Señor, y repetidas veces, como víctima.

·  El Padre Pío, a la luz de las palabras de San Pablo: «Completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia» (Col 1,24), deseó, y fue para él motivo de alegría, sufrir con Cristo en favor de la Iglesia y de los hombres. Lo manifiesta con  claridad en la carta que escribió el 20 de septiembre de 1912 al padre Agustín: «No deseo de ningún modo que se me aligere la cruz, porque sufrir con Jesús me es grato… Él se elige almas y, entre éstas, contra todo merecimiento de mi parte, ha elegido también la mía, para ser ayudado en la gran empresa de salvar a los hombres. Y cuanto más sufren estas almas, sin consuelo alguno, tanto más se alivian los dolores del buen Jesús. Éste es el motivo por el que deseo sufrir cada vez más y sufrir sin consuelo, y aquí radica toda mi alegría» (Ep I, 303s). Como consecuencia, sufrir con Cristo lo presentaba a sus hijos espirituales como un honor y una gracia. A Rafaelina Cerase, por ejemplo, le escribió: «Las tribulaciones, las cruces han sido siempre la herencia y la porción de las almas elegidas» (Ep II, 128); y a Assunta di Tomaso: «Considérate afortunadísima por haber sido hecha digna de participar en los dolores del Hombre-Dios» (Ep III, 441).

·  Pero ser víctima es algo más; y ofrecerse como víctima implica mucho más que aceptar pacientemente y sufrir, incluso con alegría, lo que el Señor nos manda.

El padre Melchor de Pobladura, en su obra “En la escuela espiritual del Padre Pío de Pietrelcina” presenta así la realidad de víctima: «Ser víctima, en el lenguaje tradicional ascético, quiere significar donación total para ser habitualmente inmolados por amor al Señor. No se trata por tanto de una simple aceptación más o menos voluntaria de sacrificios o de sufrimientos etc. sino de la decisión consciente de dejar vía libre a la acción purificadora y santificadora de Dios… Esta totalidad de la ofrenda victimal, que debe distinguirse del denominado voto “de lo más perfecto”, se expresa adecuadamente con el vocablo holocausto. De hecho se trata del sacrificio radical del ser y del obrar, de lo que se es y de lo que se tiene, del presente y del futuro, de la vida y de la muerte; de una entrega, o mejor todavía, de una consagración amorosa sin límites ni condicionamientos: de un sacrificio integral, completo y perfecto, ofrecido en alabanza y gloria de Dios».

El Padre Pío podría confirmar todo lo que afirma el padre Melchor de Pobladura, apoyándose en su experiencia personal.

·  Es muy probable que su ofrenda de víctima el Padre Pío la hubiera realizado años antes; pero la primera alusión a la misma la tenemos en el recordatorio de su Primera Misa, que la celebró en Pietrelcina el 14 de agosto de 1910: «Jesús / suspiro mío y vida mía. / Hoy que lleno de emoción Te / elevo / En un misterio de amor / Contigo sea yo para el mundo / Camino Verdad Vida. / Y para ti Sacerdote Santo / Víctima Perfecta». (Ep I, 196, nota).

·  En esta su ofrenda de víctima el Padre Pío descubrió un proyecto y un regalo de Jesús. Lo manifiesta al padre Agustín en carta del 5 de noviembre de 1912: «¿No le dije que Jesús quiere que yo sufra sin consuelo alguno? ¿Acaso no ha sido él el que me lo ha pedido y me ha elegido por una de sus víctimas?» (Ep I, 311). Un proyecto que Jesús se lo recodaba de cuando en cuando al Padre Pío: «Hijo mío -añadió Jesús- necesito víctimas para calmar la ira justa y divina de mi Padre; renuévame el sacrificio de todo tú mismo y hazlo sin reservarte nada» (Ep I, 343).

·  Esta ofrenda de víctima, a juzgar por lo que escribió al padre Agustín el 26 de agosto de 1912, el Padre Pío la vivió gozosamente. Antes de escribir: «¡Oh qué hermoso el llegar a ser víctima de amor!», le había dicho: «Mire lo que me sucedió el viernes pasado. Me encontraba en la iglesia en la acción de gracias por la misa, cuando, de golpe, sentí herido el corazón por un dardo de fuego tan vivo y ardiente que creí morir. Me faltan palabras adecuadas para hacer comprender la intensidad de esta llama… El alma, víctima de esta consolación, queda muda. Me parecía que una fuerza invisible me sumergía entero en fuego. Dios mío, ¡qué fuego! ¡Qué dulzura!... De estos transportes de amor he sentido muchos… Pero esta vez, un instante, un segundo más, y mi alma se habría separado del cuerpo, se habría ido con Jesús» (Ep I, 300).

·  Pero el gozo de ser víctima de ningún modo privó al Padre Pío de indecibles sufrimientos. En la citada carta del 5 de noviembre escribe: «Y es el dulcísimo Jesús el que me ha hecho comprender todo el significado de víctima. Es necesario, querido padre, llegar hasta el “consummatum est” (todo se ha cumplido) y el “in manus tuas” (en tus manos encomiendo mi espíritu)» (Ep I, 311). Y días más tarde, en carta del 18 de noviembre, le escribió: «Jesús, su querida Madre y el Angelito con los otros me van animando, sin dejar de repetirme que la víctima, para decirse tal, es necesario que pierda toda su sangre» (Ep I, 314s).

·  De estos sufrimientos del Padre Pío víctima tenemos que decir: que eran sufrimientos en el espíritu y en el cuerpo: «Jesús me ha concedido escuchar con claridad su voz en mi corazón: “Hijo mío, el amor se conoce en el dolor. Lo sufrirás agudo en el espíritu y más agudo en el cuerpo”» (Ep I, 328); que eran respuesta inmediata del Señor a la ofrenda del Capuchino. Esto escribió al padre Benedicto el 27 de julio de 1918: «Mientras sucedía esto, tuve tiempo para ofrecerme todo entero al Señor por aquella finalidad por la que el Santo Padre había pedido a la Iglesia universal que ofreciera oraciones y sacrificios. Y apenas había terminado de hacerlo, me sentí arrojar a ésta tan dura prisión y sentí todo el estruendo de la puerta de esta prisión que se me cerraba detrás. Me sentí aprisionado por durísimos cepos y sentí enseguida que se me iba la vida. Desde aquel momento me siento en el infierno, sin ninguna pausa, ni siquiera por un instante» (Ep I, 1053s); y que, en algunas fechas, eran más terribles. Lo manifestó al padre Agustín el 1 de febrero de 1913: «Y en algunos días especiales, en los que Jesús sufrió más intensamente en esta tierra, me hace sentir el sufrimiento con mucha más vehemencia» (Ep I, 336).

·  Ante lo que le repiten los que él ha enumerado en el texto que he citado más arriba, el Padre Pío no se echó atrás. Persuadido de la eficacia santificadora y apostólica de esta ofrenda victimal, la fue haciendo, y reiterándola a lo largo de los años, por objetivos concretos: las intenciones del Papa (Ep I, 1053), los pecadores (Ep I, 206, 210, 304, 678), las necesidades espirituales de la Provincia religiosa a la que pertenecía (Ep I, 532, 542), sus Directores espirituales (Ep I, 808, 825…), los aspirantes capuchinos (Ep I, 874), las almas que el Señor le había confiado (Ep I, 1189)… Y la hizo con la generosidad heroica que manifiesta en esta carta de 29 de noviembre de 1910, dirigida al padre Benedicto: «Desde hace un tiempo siento en mí la necesidad de ofrecerme al Señor víctima por los pobres pecadores y por las almas del purgatorio. Este deseo ha ido creciendo cada vez más en mi corazón hasta convertirse, me atrevo a decir, en una fuerte pasión. Varias veces hice esta ofrenda al Señor, conjurándole a que haga recaer sobre mí los castigos que están preparados para los pobres pecadores y los de las almas del purgatorio, incluso centuplicándolos sobre mí, con tal que convierta y salve a los pecadores y admita pronto en el paraíso las almas del purgatorio; pero ahora quisiera hacer al Señor este ofrecimiento con su permiso. A mí me parece que Jesús lo quiere» (Ep I, 206).

·  Y el Padre Pío, al menos desde junio de 1913, tuvo la certeza absoluta de que las consecuencias de su ofrenda victimal durarían, como así fue, toda su vida. En esa fecha escribió al padre Benedicto: «Otras veces, sin ni siquiera pensarlo, se me enciende en el alma un vivísimo deseo de poseer totalmente a Jesús, y entonces con una claridad tal, que el Señor comunica a mi alma, y que yo no sé expresarla por escrito, me hace ver, como en un espejo, que toda mi vida futura no será otra cosa que un martirio» (Ep I, 367s). Con más sencillez se lo manifestó a Erminia Gargani el 28 de junio de 1918: «Del altar de los holocaustos, en el que yo me encuentro, ya no se descenderá nunca, es inútil pensarlo. Se haga la divina voluntad» (Ep III, 744).

Elías Cabodevilla Garde

domingo, 26 de mayo de 2013

Mayo: día 26 a junio: día 1.



26. ¿Has visto algún campo de trigo en plena madurez? Podrás observar que algunas espigas son altas y vigorosas; otras, en cambio, están dobladas hacia el suelo. Prueba a coger las altas, las más vanidosas, y verás que están vacías; si, por el contrario, coges las que están más bajas, las más humildes, verás que están cargadas de granos. De esto podrás concluir que la vanidad es algo vacío. 

27. Nos conviene esforzarnos mucho para llegar a ser santos y para servir intensamente a Dios y al prójimo.

28. Hagámonos santos; de este modo, después de haber vivido juntos en la tierra, estaremos juntos para siempre en el cielo.

29. ¡Oh Dios!, hazte sentir cada vez más en mi pobre corazón y realiza en mí la obra que has comenzado. Siento en lo íntimo una voz que me dice insistentemente: santifícate y santifica. Pues bien, queridísima mía, es esto lo que yo quiero, pero no sé por dónde comenzar. Ayúdame, pues; sé que Jesús te quiere muchísimo y lo mereces. Háblale, pues, de mí que me conceda la gracia de ser un hijo menos indigno de san Francisco, que pueda servir de ejemplo a mis hermanos de modo que el fervor continúe siempre y crezca siempre más en mí de forma que haga de mí un perfecto capuchino.

30. Sé, pues, siempre fiel a Dios en el cumplimiento de las promesas que le has hecho y no te preocupes de las burlas de los ignorantes. Debes saber que los santos son siempre vituperados por el mundo y por los mundanos y han puesto bajos sus pies al mundo con sus máximas. 

31. El campo de batalla entre Dios y Satanás es el alma humana. En ella se desarrolla en todos los momentos de la vida. Es necesario que el alma deje acceso libre al Señor y que sea fortalecida por él en todas partes con toda clase de armas; que su luz la ilumine allí donde combaten las tinieblas del error; que sea revestida por Jesucristo de su verdad y justicia, del escudo de la fe, de la palabra de Dios, para vencer a enemigos tan poderosos. Para ser revestidos de Jesucristo es necesario morir a sí mismos.

1.      El Corazón de Jesús sea el centro de todas tus inspiraciones.

(Tomado de BUONA GIORNATA de Padre Pio da Pietrelcina)
Traducción del italiano: Elías Cabodevilla Garde

viernes, 24 de mayo de 2013

Sigue impulsando a la santidad, al apostolado...



El Padre Pío de Pietrelcina, al menos en los primeros años de su sacerdocio, unió, al acompañamiento espiritual personal, el apostolado en grupo, para, de este modo, promover la formación religiosa e impulsar a la vida cristiana, a la santidad, al apostolado… Lo hizo en los años que, por un designio misterioso del Señor, tuvo que pasar en Pietrelcina, fuera de un convento capuchino (1909 - 1916), aunque las posibilidades no fueron muchas. También en los pocos meses que residió en el convento capuchino de Santa Ana de Foggia (17 de febrero - 4 de septiembre de 1916), con las limitaciones de una salud endeble y de un calor sofocante en los meses del verano. Y principalmente en San Giovanni Rotondo, a donde llegó al abandonar Foggia, al menos hasta que, divulgada la noticia de los estigmas del Crucificado en su cuerpo, aumentó el número de los que acudían a él para participar en su Misa, pedir su consejo y sus oraciones y celebrar con él el sacramento de la confesión.
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El Padre Pío sigue hoy promoviendo la formación religiosa e impulsando a la santidad, al apostolado... Lo hizo, por ejemplo, el pasado sábado, día 18 de mayo, en Madrid.
Promovido por los jóvenes que participan y se responsabilizan  del Grupo de Oración del Padre Pío que se reúne, dos veces al mes, en la parroquia de Nuestra Señora de Caná de Pozuelo de Alarcón (Madrid), se celebró un día de retiro espiritual en el convento de Capuchinos de Jesús de Medinaceli, que, además de la hermosa estatua en bronce de San Pío del escultor italiano Arrighini, tiene, en un relicario sencillo pero muy digno, un jersey usado por el Santo de Pietrelcina, con el correspondiente documento de autenticidad.
Un grupo de 20 devotos del Padre Pío, desde las 10:30 de la mañana hasta las 6:30 de la tarde, en un clima fraterno de oración y de estudio, reflexionaron, en dos momentos del retiro, en los objetivos que propuso el papa Benedicto XVI para el Año de la Fe y en la acción iluminadora y santificadora del Espíritu Santo, pues era la víspera de Pentecostés. Siempre, a la luz de los ejemplos y de las enseñanzas del Santo capuchino.
Como el objetivo principal del día era avanzar en el conocimiento de la espiritualidad del Padre Pío, para vivirla y promoverla, el Grupo dedicó la mayor parte del día a este objetivo y se sirvió para ello de los DVD: “El Padre Pío un hombres que ora” y “Benedicto XVI peregrino”. El primero presenta con acierto la vida, el apostolado y los rasgos más llamativos de la espiritualidad del Santo capuchino. Y el segundo recoge el viaje pastoral que Benedicto XVI realizó a San Giovanni Rotondo el 21de junio del 2009, y ofrece lo más importante de los mensajes que fue dejando en sus cuatro intervenciones habladas: la homilía de la Eucaristía, las palabras antes del rezo del Ángelus, el discurso ante el hospital “Casa Alivio del Sufrimiento” para el personal sanitario que lo atiende y para los enfermos, y el discurso en la monumental iglesia de San Pío para los sacerdotes y religiosos y para los jóvenes.
El retiro terminó con la celebración de la Eucaristía, en la capilla, recogida y silenciosa, en la que los religiosos capuchinos de Jesús de Medinaceli tienen sus encuentros diarios de oración, que, como se ve en la fotografía, está presidida por un hermoso cuadro de la Inmaculada.
Al final del día, el deseo de todos los participantes era claro: que este retiro espiritual sea el primero de otros, en los que el Padre Pío siga impulsando a muchos a la santidad, al apostolado…
Elías Cabodevilla Garde

martes, 21 de mayo de 2013

El Padre Pío de Pietrelcina, “fotocopia de Cristo” (1)



«Celebraba la Misa humildemente» (Pablo VI)

Para Jesús, la institución de la Eucaristía fue la prueba de que, para cumplir la voluntad de Dios Padre, «habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13, 1). La Eucaristía fue y es un pan que, transformado por las palabras de Jesús, repetidas después por los sacerdotes, fue y es «mi cuerpo que se entrega por vosotros» (Lc 22, 19). Fue y es un cáliz, lleno de un vino que, consagrado por Jesús, y a lo largo de los siglos por los sacerdotes, fue y es «la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros» (Lc 22, 20). Por lo mismo, anticipo y renovación del sacrificio de Cristo en la cruz.

Quien pueda cumplir y cumpla el mandato de Jesús: «haced esto en memoria mía» (Lc 22, 19), se verá llamado a ser cuerpo entregado y sangre derramada por la salvación de sus hermanos.
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El Padre Pío deseó ardientemente ser sacerdote, sobre todo para renovar, en la santa Misa, el sacrificio de Cristo en la cruz. Recibió la ordenación sacerdotal el 10 de agosto de 1910 y murió el 23 de septiembre de 1968. Pudo, pues, celebrar la santa Misa durante algo más de 58 años.

La Misa del Padre Pío, desde las primeras que celebró en su pueblo natal, Pietrelcina, era muy larga. Su amigo y paisano, también sacerdote, don Orlando, escribe en su Diario: «Su Misa era tan larga que las gentes la evitaban; estando pendientes como estaban de los trabajos del campo, no podían permanecer durante tantas horas en la iglesia, en oración, como él». Don Alejandro Lingua, que asistió, un día cualquiera, en San Giovanni Rotondo, a la Misa del Padre Pío, escribe así: «Da principio la santa Misa que dura exactamente una hora y tres cuartos... ». En los años en que tuvo que celebrar en privado, pocas veces duraba menos de tres horas. Sólo cuando los superiores le sugirieron una celebración más breve, si los éxtasis u otros arrobamientos místicos no se lo impedían, el Padre Pío lograba terminarla en treinta o treinta y cinco minutos.
¿Por qué una Misa tan larga?; ¿acaso por exhibicionismo? Escuchemos a los mismos testigos de antes. Don Orlando escribe: «Su misa era un misterio incomprensible». Y don Alejandro Lingua: «¡Nunca he visto a un sacerdote celebrar con tanta devoción la santa Misa! Desde el primer momento en que hace la señal de la cruz, y en toda la celebración, se ve que está participando plenamente, con toda la emoción vital posible, en el misterio de la Pasión de Cristo».

Que la Misa del Padre Pío tenía un "algo especial", lo hace patente el hecho de que tantas personas, de todo el mundo, se agolparan cada día ante la iglesia de San Giovanni Rotondo y esperaran durante horas para participar, a las cinco de la mañana, en la Misa de este sacerdote capuchino. Y lo confirman estas palabras del Arzobispo de Milán, cardenal Montini, más tarde Pablo VI: «Si no encontráis lugar adecuado donde colocar al Padre Pío, traédmelo a Milán; estoy seguro de que su misa traería a mi diócesis más fruto que toda una gran misión».

Ese “algo especial” era, sí, consecuencia de los dones recibidos del Señor: las llagas del Crucificado en sus manos, pies y costado; padecer, al menos una vez por semana, la flagelación y la coronación de espinas de Jesús; sufrir, durante la Misa, en cuanto es posible a la criatura humana, todo lo que sufrió el Señor en su pasión y muerte; experimentar que, en ese tiempo de la celebración, ya no eran dos corazones, el de Jesús y el suyo, que latían al unísono, sino un solo corazón porque Jesús fusionaba con el suyo el del Padre Pío y el del Padre Pío se diluía en el de Jesús como una gota de agua en el mar; constatar el gran amor con el que la Virgen María le acompañaba al altar, como si no tuviera otra cosa en la que pensar sino en llenarle el corazón de santos afectos… Y era consecuencia también de las horas de oración con las que el Padre Pío se preparaba para la celebración de la Misa; de la invocación filial a la Inmaculada, ante su cuadro junto a la entrada a la sacristía, cuando bajaba a la iglesia para la celebración eucarística; de su silencio y recogimiento en la sacristía mientras se vestía los ornamentos sagrados; de sus convencimientos, que impulsaban todo lo anterior, de que «Todo lo que aconteció en el Calvario acontece en el altar», y que, «Cuando se celebra la Misa, todo el cielo dirige su mirada al altar», y que «El mundo podría existir sin el sol pero no sin la Misa»…

El Padre Pío, al celebrar la Misa, unía sus sufrimientos a los del Salvador y recogía los frutos de la redención para repartirlos luego a los hombres, sobre todo en el sacramento de la confesión. En otras palabras, vivía intensamente lo que escribió en el recordatorio de su primera Misa: «Jesús, mi anhelo y mi vida, hoy que, embargado por la emoción, te elevo en un misterio de amor, contigo yo sea para el mundo Camino, Verdad y Vida, y para ti sacerdote santo, víctima perfecta».

Además, el Padre Pío, que invitaba a los fieles a participar asiduamente en la santa Misa, enseñó con claridad el modo de hacerlo: «Como la oyeron en el Calvario la Santísima Virgen y las piadosas mujeres; del mismo modo, a ser posible, que el apóstol san Juan».
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Al Padre Pío, porque, al celebrar la Misa humildemente, se identificaba con Cristo en el Calvario y buscaba transformarse, a ejemplo de Jesús, en cuerpo entregado y en sangre derramada por la salvación de sus hermanos, le podemos llamar, como lo hacía fray Modestino, “fotocopia de Cristo”.

Elías Cabodevilla Garde

domingo, 19 de mayo de 2013

Mayo: días 19 al 25.



19. Después de la ascensión de Jesucristo al cielo, María ardía continuamente en el más vivo deseo de reunirse con él. En ausencia de su divino Hijo, le parecía encontrarse en el más duro destierro.
Aquellos años en los que tuvo que estar separada de él, fueron para ella el más lento y doloroso martirio, martirio de amor que la consumía lentamente.

20. Jesús, que reinaba en el cielo con la humanidad santísima que había tomado en las entrañas de la Virgen, quiso que también su Madre, no sólo con el alma sino también con el cuerpo, se reuniera con él y compartiera plenamente su gloria.
Y esto era totalmente justo y merecido. Aquel cuerpo, que no fue ni por un sólo instante esclavo del demonio y del pecado, no debía serlo tampoco de la corrupción. 

21. Procura conformarte siempre y en todo a la voluntad de Dios en todos los acontecimientos, y no tengas miedo. Esta conformidad es el camino seguro para llegar al cielo.

22. Yo deseo, y no lo ignoráis, morir o amar a Dios, es decir, la muerte o el amor, ya que la vida sin este amor es peor que la muerte. ¡Hijas mías, ayudadme! Yo muero y agonizo en cada momento. Todo me parece un sueño y no sé dónde me muevo. ¡Dios mío!, ¿cuándo llegará la hora en que también yo pueda cantar: éste es mi descanso, oh Dios, para siempre?

23. Practica la penitencia de pensar con dolor en las ofensas hechas a Dios; la penitencia de ser constante en el bien, la penitencia de luchar contra tus defectos. 

24. Confieso ante todo la gran desgracia que supone para mí el no saber expresar y sacar fuera este gran volcán siempre encendido que me abrasa y que Jesús ha metido dentro de este corazón tan pequeño. Todo se resume en esto: vivo devorado por el amor de Dios y por el amor del prójimo.

25. La ciencia, hijo mío, por muy grande que sea, es siempre algo muy pobre; y es menos que nada en comparación con el formidable misterio de la divinidad. Debes encontrar otros caminos. ¡Limpia tu corazón de toda pasión terrena, humíllate en el polvo y ora! De ese modo encontrarás con certeza a Dios, que te dará la serenidad y la paz en esta vida y la beatitud eterna en la otra.

(Tomado de BUONA GIORNATA de Padre Pio da Pietrelcina)
Traducción del italiano: Elías Cabodevilla Garde

viernes, 17 de mayo de 2013

Sigue promoviendo el rezo del Rosario.



Juan Pablo II, en la homilía de la canonización del Padre Pío, dirigió al nuevo Santo, junto a otras cinco, esta petición: «Transmítenos tu tierna devoción a la Virgen María, Madre de Jesús y Madre nuestra». Así, tierna, filial, generosa… fue la devoción mariana del Santo de Pietrelcina. La manifestaba, sobre todo, en la imitación de las virtudes y también en las súplicas que le dirigía. La más repetida, la del Rosario. Es sabido que el Padre Pío llevaba siempre el rosario consigo; que llamaba al rosario el “arma” contra su enemigo, el demonio; que rezaba muchos rosarios al día; que el rosario era el regalo que con más frecuencia ofrecía a los que se acercaban a él; que invitaba insistentemente a ofrecer esta oración a la Virgen María, tanto que, como testamento espiritual, nos dejó: «Amad a la Virgen María; haced que la amen, rezad siempre el rosario»
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El Padre Pío hoy, al seguir cumpliendo su “misión grandísima”, ¿sigue promoviendo el rezo del rosario a la Virgen María? No hace muchas semanas, subí a esta etiqueta de la página web el testimonio de las hermanas Amparo y María García Galindo, que, a raíz de una visita a los lugares del Padre Pío en San Giovanni Rotondo, habían decidido dejar sus puestos de trabajo, estudiar teología para ser, al menos en un primer momento, profesoras de religión. Una de ellas, Amparo, a petición mía, porque soy quien le consigue los rosarios del Padre Pío en San Giovanni Rotondo, nos ofrece este testimonio:
«Como Profesora de Religión y Moral Católica de Secundaria incluyo como tema imprescindible dentro de mi Programación Didáctica la enseñanza a mis alumnos del rezo del Santo Rosario y siempre me preguntan para cuando voy a dar las clases sobre Padre Pío y para cuando el regalo de los rosarios del Padre Pío, bendecidos por mi Director Espiritual Padre Elías Cabodevilla Garde.
Mi experiencia es que a mis alumnos les encanta esta clase práctica y diferente, en la cual, por primera vez, muchos de ellos tienen un rosario en sus manos y muchos de ellos se lo ponen al cuello llevándolo a diario al Instituto. Otros me enseñan alguno que se han comprado si salen a algún viaje con sus padres y otros me muestran los de sus abuelos o padres. Pero a todos les atrae esta cadena divina, les gusta mucho tenerla en sus manos y yo me siento feliz y satisfecha cuando veo la sonrisa y sorpresa en sus caras.
Finalmente pienso: en contra de lo que actualmente se pudiera pensar sobre nuestros jóvenes…cuando les regalo y les enseño a rezar el Santo Rosario les ¡gusta y mucho!».
Elías Cabodevilla Garde

martes, 14 de mayo de 2013

Asociado a la pasión de Cristo por la “noche oscura”



En esta etiqueta de la página web, he presentado algunos de los medios con los que el Señor asoció al Padre Pío a la pasión de Cristo. No quiero olvidar el que afectó más íntima y profundamente al “crucificado del Gárgano”, le proporcionó los mayores sufrimientos y, como consecuencia, lo asoció de modo muy singular a la pasión de Cristo: la “noche oscura”.
Como he ido señalando, algunos de los sufrimientos físicos del Padre Pío: los estigmas, la llaga del hombro o “sexta llaga”, la flagelación, la coronación de espinas... le vinieron directamente del Señor; y los otros tuvieron su origen en la constitución física del Fraile capuchino: el estómago que no recibía alimentos, la fiebre tan alta que rompía los termómetros, la pulmonía…, y en el estilo de vida que eligió: trabajo agotador, noches en vela… En los sufrimientos morales del Padre Pío fueron responsables importantes, aunque no los únicos, algunos de sus hermanos de religión. Y los tormentos, indecibles, que vivió el Padre Pío en la “noche oscura”, a los que me voy a referir en este escrito, los tenemos que atribuir exclusivamente al Señor.
Para introducirme en este tema, difícil de comprender y de presentar, copio el testimonio del padre Eusebio Notte, que fue durante cuatro años, de 1961 a 1965, el “ángel custodio” del Padre Pío, ya anciano; es decir, el religioso encargado de acompañarlo a lo largo del día y de atenderle también de noche, si era llamado mediante el timbre que “unía” las celdas de ambos. Un testimonio que, por haberlo ofrecido en el “Proceso de Beatificación y Canonización del Siervo de Dios Pío de Pietrelcina”, cuenta con la garantía añadida del juramento de decir la verdad. Esto es lo que manifestó: «La fe del Padre Pío fue una fe “atormentada”. Él, que a los demás daba tanta luz y tanta seguridad, personalmente vivía casi permanentemente en la duda. En una ocasión me confió: “Para mí y para mis cosas no entiendo absolutamente nada; vivo continuamente en la oscuridad”. Pero, no obstante este martirio interior, él estaba en continuo coloquio con el Señor». Y, para desarrollar el tema, voy a acudir con frecuencia a la tesis doctoral del capuchino Luigi Lavecchia: “L’itinerario di fede di Padre Pio da Pietrelcina nell’Epistolario”.
El Padre Pío en su Epistolario, sobre todo en las cartas a sus Directores espirituales, se revela como buen conocedor de la teología mística. Además, nos dejó unos “Apuntes de Ascética y Mística”, que están publicados en el Epistolario IV, págs. 1057-1080. Veinte de esas páginas las dedica a la “noche oscura”. En ellas, al igual que en sus cartas, se puede escuchar el eco de la doctrina de los grandes doctores místicos, sobre todo de Santa Teresa de Jesús y de San Juan de la cruz. Podemos decir, pues, que el Padre Pío conocía bien la teología mística y que la enseñó con acierto a sus dirigidos espirituales. Y, en relación a él, hay que añadir que se le concedió vivirla y vivirla muy profundamente. Le podemos aplicar con razón las últimas palabras de su escrito sobre la “noche oscura”: «De todo lo tratado hasta aquí, si no se hace una experiencia práctica, es casi imposible que se pueda tener un conocimiento acertado» (Ep IV, 1080).
El Señor, al introducir al Fraile de Pietrelcina en la “noche oscura”, siguió un itinerario, cuyas etapas aparecen con claridad en las comunicaciones del Padre Pío a sus Directores espirituales, los padres Benedicto y Agustín de San Marco in Lamis. Las presento con brevedad.
·  Un elemento previo a la “noche oscura” y, por tanto, menos doloroso, es el no saber si se está agradando o no al Señor. El Padre Pío lo vivió, al menos en largas etapas de su vida. Lo sabemos por el padre Agustín, que, en su “Diario”, se refiere repetidamente al mismo. Y en este “Diario” tenemos informaciones sobre el Santo desde que tenía 5 años, en 1892, hasta el año 1960. Cito un texto. El padre Agustín, el 20 de junio de 1933, escribe: «Viajé a San Giovanni Rotondo y pude hablar con el Padre Pío más de una hora. Físicamente lo encontré bastante bien. Moralmente, resignado, pero siempre con la prueba que, como una espina, lleva clavada en el alma. Me dijo: “Preferiría mil cruces e incluso me sería dulce y ligera toda cruz, si no tuviese esta prueba de sentirme siempre en la duda de si agrado o no al Señor en mis obras. Es doloroso vivir así... Me resigno, ¡pero la resignación, mi "fiat", me parece tan frío, tan vacío...!”». Una prueba, la del Padre Pío, que se concretaba en dudas sobre si había rechazado o no a tiempo y con firmeza las tentaciones: «Tras las innumerables tentaciones… una duda que me trastorna la mente me queda: si de verdad las he rechazado» (Ep I, 187); si había hecho bien o no las confesiones: «Pero lo que de forma especial me martiriza el corazón y me aflige sobremanera es el pensamiento de no estar seguro de haber confesado todos los pecados de mi vida pasada y de si los he confesado bien» (Ep I, 185)…
·  Otro elemento previo, pero que lo aproxima a la “noche oscura” y, por tanto, más doloroso que el anterior, es el presentimiento del Padre Pío de que el Señor se escondía a su alma. Lo manifiesta en el año 1910, un mes antes de su ordenación sacerdotal. En su carta del 6 de julio escribe al padre Benedicto: «…pero también me parece con frecuencia que Jesús se esconde a mí alma» (Ep I, 187). Presentimiento que pronto dejó paso a la certeza de que ese hecho ya se estaba dando: «Es también verdad que Jesús muchas muchas veces se esconde; pero ¡qué importa!, yo con su ayuda intentaré estarle siempre cerca» (Ep I, 198).
·  Una nueva etapa del itinerario al que hago referencia, que coloca al Padre Pío a las puertas mismas de la “noche oscura”, la podemos descubrir en la carta al padre Agustín de 24 de octubre de 1913: «Pero, ¡qué quiere, padre mío!; las agonías del espíritu no me dejan. Siento que van creciendo cada vez más en el centro de mi alma, y me siento morir continuamente. Padre mío, ¡en qué estrechez pone Dios a un alma, que le ama ardientemente sin cansarse nunca!» (Ep I, 418). Pero la carta que escribió una semana más tarde, el 1 de noviembre, al padre Benedicto, indica que esas «agonías del espíritu» las alivia el Señor con momentos de dulzura y de gracias sobrenaturales: «Este estado de cosas va intensificándose cada vez más, de forma que si no muero es un milagro del Señor. Pero, cuando al Esposo celeste de las almas le place poner fin a este martirio, me manda, de repente, tal devoción de espíritu que es imposible resistir. En un instante, me encuentro totalmente cambiado, enriquecido con gracias sobrenaturales y fuerte para desafiar al reino entero de Satanás. Lo que sé decir de esta oración es que me parece que el alma se pierde totalmente en Dios y que en esos momentos saca mucho más provecho que todo lo que podría alcanzar en muchos años de esfuerzos animosos» (Ep I, 421).
 ·  En los datos que el Padre Pío aporta al padre Benedicto en la carta del 13 de noviembre de 1913 es fácil descubrir que el Señor lo va introduciendo en la “noche oscura”, para hacerle vivir una experiencia muy dolorosa, pero altamente purificadora. «Mi alma se halla muy desolada… Una dolorosa turbación, de incontables temores, de infinitas imaginaciones, unidos a la certeza de mis miserias, que me oprimen del todo, me llevan a llorar amargamente y a exclamar: ¿estoy perdido para siempre?... Padre mío, ¡ayúdeme!, porque el dolor, todo espiritual, que siento es demasiado íntimo, demasiado sutil, es capaz de consumirme; no puedo alejar de mi cabeza la sospecha que me atormenta de que todo es engaño. Es insoportable por la intensidad y por la duración, que no cesa de desmoronar a mi pobre alma… Me veo rodeado de intensas tinieblas. Mi espíritu experimenta con fuerza lo que dice David, que “todo a su alrededor es oscuridad y tinieblas”…. No puedo mantenerme más, no puedo sostenerme por más tiempo, la tempestad está a punto de derrumbarme y arrojarme en el fango; el infierno, ¡ah!, me parece que está abierto ante mis pies, aunque mi alma busca siempre a Dios» (Ep I, 427-428). Tenemos, pues, junto a la desolación, a los temores, a la conciencia de sus miserias…, las preguntas, terriblemente hirientes, que se hace el Padre Pío: ¿estoy perdido para siempre?, ¿es engaño creer que mi permanencia en Pietrelcina, fuera del convento, es proyecto de Dios?, ¿mi destino es el infierno, abierto ante mis pies?... En verdad, ¡”noche oscura”!
·  A partir de la que escribe el 4 de mayo de 1914 al padre Benedicto, en las cartas del Padre Pío a sus Directores espirituales tenemos, y cada vez con más claridad, todos los elementos que los especialistas en el tema ponen en la “noche oscura”. En las frases que entresaco de esas cartas tenemos una lista amplia de esos elementos: «Es la oscurísima noche para el alma. El alma ha sido colocada en sufrimientos extremos y en penas interiores de muerte… Puesta en esta situación no puede menos de exclamar: “¡Para mí todo está perdido!”. El desgarro que experimenta la pobrecita es tal que yo no sabría diferenciarlo de los sufrimientos atrocísimos que sufren los condenados» (Ep I, 366); «Mi alma ha sido puesta por el Señor en situación de pudrirse en el dolor. Mi estado es amargo, es terrible, es extremadamente espantoso. Todo es oscuridad en torno a mí y dentro de mí… Todo es tristeza en mí y no hay parte alguna que no esté en profunda aflicción: la parte sensitiva está en una amarga y terrible aridez; todas las potencias del alma, en un vacío tal de todas sus tareas, que me  tiene completamente asustado» (Ep I, 612-617); «Vivo en una perpetua noche y esta noche no da signos de retirar sus densas tinieblas para dejar paso a la bella aurora. A Dios lo siento en el centro del alma, pero no sabría decir cómo lo siento. Su presencia, lejos de consolarme, aumenta hasta el infinito mi martirio» (Ep I, 818)…
Es el momento de presentar en síntesis lo que el Señor regaló al Padre Pío y lo que éste vivió en la “noche oscura”. Pero puedo ahorrarme este trabajo, porque lo encuentro, y muy bien hecho, en el tomo I del “Epistolario” del Padre Pío de Pietrelcina. En él los capuchinos Melchor de Pobladura y Alejandro de Ripabottoni describen el período de siete años (1909-1916) que el joven religioso capuchino pasó en su pueblo natal de Pietrelcina en pocas líneas, pero consiguen hacerlo con claridad y con gran riqueza de matices. Y, como indican, lo que aconteció en estos años se puede aplicar a toda la existencia del Padre Pío.
El texto que transcribo se encuentra en las páginas 171-172:
«... Más que en estas formas visibles de actividad sacerdotal, el celo por las almas lo actuaba sobre todo en su estado de víctima, vivido intensamente como irradiación del poder salvífico de Jesús y del sufrimiento del cuerpo y del alma, suplicado y aceptado como participación personal y generosa en el rescate de la humanidad redimida y pecadora.
El alma sube sin descanso los peldaños de la escala espiritual. El amor y el dolor, invisibles, son el binario que debe recorrer hasta alcanzar la suspirada meta de la unión con Dios y las alas que lo impulsan cada vez más a nuevas conquistas. Uno y otro son parte integrante de los designios divinos, todavía no plenamente manifestados ni conocidos. Consuelos y alegrías espirituales, “imposibles de explicar”, se alternan con tribulaciones lacerantes y atroces, comparables solamente a los tormentos del infierno.

La vida espiritual se desarrolla armónicamente entre la generosidad divina y la fidelidad humana. En el recorrido aparecen nuevos favores y nuevas gracias. El alma se acerca cada vez más a la unión transformante. El amor y el dolor caminan al mismo ritmo, con el doble objetivo de unirse cada vez más íntimamente a Dios y de beneficiar cada vez más eficazmente al prójimo. Ahora el alma se mueve en la órbita de la vida mística. Las penetrantes actuaciones de la gracia inciden directamente en el alma, pero se manifiestan también en el cuerpo y en los sentidos. La oración se va convirtiendo en más pasiva; el conocimiento de la grandeza divina y de la miseria humana adquiere nuevos logros. Ímpetus amorosos, toques substanciales, heridas de amor, delirios, raptos del espíritu, lágrimas, locuciones, pasajeras apariciones de las llagas, participación en la pasión del Señor, visiones: éstos son algunos de los fenómenos místicos que afloran con mayor o menor frecuencia e intensidad, y que se multiplicarán en los períodos sucesivos.
Superadas las purificaciones de la noche del sentido, el alma se adentra en la misteriosa noche oscura del espíritu. La purificación de las potencias se hace cada vez más dolorosa y el alma se encuentra como perdida en un inexplicable laberinto e inmersa en un estado de total desolación y de doloroso abandono.
Las páginas más bellas y de mayor sufrimiento son las que describen el desarrollo de esta extrema prueba del espíritu. Revelan una experiencia superlativamente dolorosa y vivida de manera dramática, que se prolongará en los restantes años de su vida. Los consuelos más suaves se entrelazan con las más lacerantes penas aflictivas. El ser humano se debate en un mar de angustias. Es claro que la gracia no destruye la naturaleza y ésta reclama sus derechos, aunque vividos siempre en perfecta armonía con la voluntad divina y en completa sumisión a los designios misteriosos de la providencia».
Elías Cabodevilla Garde

domingo, 12 de mayo de 2013

Mayo: días 12 al 18.



12. Trae a tu memoria lo que sucedía en el corazón de nuestra Madre del cielo al pie de la cruz. Es tan intenso su dolor que permanece impertérrita ante su Hijo crucificado, pero no puedes decir que haya sido abandonada. Al contrario, ¿cuándo la amó más y mejor que cuando sufría y ni siquiera le era posible llorar?

13. No te alejes del altar sin derramar lágrimas de dolor y de amor por Jesús, crucificado por tu eterna salvación. La Virgen Dolorosa te acompañará y te servirá de dulce inspiración.
 
14. Hijo, tú no sabes qué produce la obediencia. Mira: por un sí, por un solo sí, fiat secundum verbum tuum, por hacer la voluntad de Dios, María llega a ser Madre del Altísimo, confesándose su esclava, pero conservando la virginidad que tan grata era a Dios y a ella.
Por aquel sí pronunciado por María Santísima, el mundo obtuvo la salvación, la humanidad fue redimida. Hagamos también nosotros siempre la voluntad de Dios y digamos también siempre sí al Señor.
 
15. Correspondamos también nosotros, que hemos sido regenerados en el santo bautismo, a la gracia de nuestra vocación a imitación de la Inmaculada, Madre nuestra. Apliquémonos incesantemente al estudio de Dios para conocerlo, servirlo y amarlo cada vez mejor.

16. Madre mía, infunde en mí aquel amor que ardía en tu corazón por él; en mí, que, cubierto de miserias, admiro en ti el misterio de tu inmaculada concepción y que ardientemente deseo que, por ese misterio, purifiques mi corazón para amar a mi Dios y a tu Dios, mi mente para elevarme hasta él  y contemplarlo, adorarlo y servirlo en espíritu y verdad, el cuerpo para que sea su tabernáculo menos indigno de poseerlo cuando se digne venir a mí en la santa comunión.

17. Padre, hoy es la Dolorosa. Dígame una palabra. Respuesta: La Virgen Dolorosa nos quiere bien, nos ha dado a luz en el dolor y en el amor. No se aparte jamás de tu mente la Dolorosa y sus dolores queden grabados en tu corazón; y lo encienda de amor a ella y a su Hijo.

18. El alma bienaventurada de María, como paloma a la que se libera de los lazos, se separó de su santo cuerpo y voló al seno de su Amado.
(Tomado de BUONA GIORNATA de Padre Pio da Pietrelcina)
Traducción del italiano: Elías Cabodevilla Garde

viernes, 10 de mayo de 2013

Pruebas claras de su presencia protectora.



«Hermanas, ¡el cristal está entero!», fue el grito de Giuseppe Grifa que, poco antes, había roto con sus propias manos los cristales de la ventana.
El hecho prodigioso tuvo lugar el 3 de enero de 1993. El relato del mismo lo firman las seis religiosas de la comunidad de las Hermanas de la Inmaculada de Santa Clara de San Giovanni Rotondo, y también Giuseppe Grifa.
«Salimos de casa, a las 8:45, para ir a Misa al santuario de Nuestra Señora de las Gracias y regresamos hacia las 10:15. Pero no pudimos entrar porque sor María Concepta había olvidado las llaves en la cerradura del portón, que se cerró con las llaves en el interior. El aire era frío aquella mañana y permanecer por mucho tiempo al descampado era peligroso para la salud.
Llamado el señor Grifa, chófer de nuestra “Escuela Materna San Giuseppe”, llegó rápido, y pronto se dio cuenta de que, para entrar en la casa, no había otra solución que o tirar el portón de entrada o romper los cristales de alguna ventana. La superiora, sor Gaetanina, autorizó romper los cristales de la ventana del cuarto de baño, que queda al norte-oeste, en la parte de atrás de la casa.
Con recelo, pero también con decisión, el señor Grifa rompió los tres cristales de la ventana, mientras las hermanas presentes le animaban: “¡Fuerte, Giuseppe! Hace frío, pero verás cómo el Padre Pío te echa una mano, porque le estamos rezando”. Después de haber roto los cristales, el señor Grifa entró en casa por la ventana y abrió el portón de entrada. Tiritando de frío, las hermanas corrimos adentro, mientras la superiora exclamaba: “Demos gracias al Padre Pío”. Marchamos al refectorio a tomar algo caliente.
Por la ventana rota entraba un frío helador. Para arreglarla y poner remedio al frío, el señor Grifa volvió al cuarto de baño. Un resplandor lo atrajo hacia la ventana. Con miedo y frotándose los ojos, se acercó a la ventana. ¡Quedó estupefacto! ¡El primer cristal interno estaba totalmente entero! Sin creérselo, lo tocó con la mano izquierda. No era una ilusión, no; era realidad. El cristal estaba absolutamente entero, ¡sin rasguño alguno!
Asustado, corrió hacia las hermanas y nos gritó: “Hermanas, ¡el cristal está entero!”. Es inútil  decir que corrimos al local y verificamos la verdad de aquel gozoso anuncio. La comprobación puso fin a nuestra inicial incredulidad y desconfianza. Dimos gracias al Señor que, por la intercesión del venerado Padre Pío, ha querido visitar nuestra casa de un modo tan tangible y prodigioso».
Al parecer, las hermanas no quisieron poner en el relato el detalle que Giuseppe Grifa manifestó después al Vicepostulador de la Causa del Padre Pío, padre Gerardo Di Flumeri: Al escuchar a las religiosas, que le gritaban: «El Padre Pío te echará una mano, porque le estamos rezando», él, con voz alterada, exclamó: «El Padre Pío, a esta hora, no hace milagros, si yo no rompo los cristales».
En el cristal, roto por los golpes de Giuseppe Grifa y entero sin intervención alguna de personas de esta tierra, el Padre Pío dejó una prueba clara: a las hermanas de que podían confiar en él, y a Giuseppe Grifa de que puede hacer milagros también en una fría mañana del mes de enero.
*** * ***
Este testimonio nos llega de Méjico, firmado también por seis hermanas, aunque no religiosas, las hermanas Collado Mocelo. Los dos hechos que recoge el relato, en verdad sorprendentes, tuvieron lugar: el primero en la basílica de San Pedro de Roma el día 3 de Junio del 2007, y el segundo en fechas posteriores en México.
«Somos seis hermanas, Julia, María del Carmen, María Isabel, Lucia, Luisa y Claudia Collado Mocelo. Nosotras somos muy devotas de San Pío de Pietrelcina. Nuestra visita a Roma fue debido a la canonización de la hoy Santa María Eugenia de Jesús, fundadora de la Congregación de las Religiosas de la Asunción. Como nosotras somos ex alumnas de dicho colegio en México, fuimos a participar en tan gran evento.
Pero teníamos una doble intención: la primera la indicada anteriormente; y la segunda visitar San Giovanni Rotondo para encomendarnos a San Pío y darle gracias por todas sus intercesiones.
El itinerario del viaje nos impidió la visita a San Giovanni Rotondo, a pesar de la gran ilusión que teníamos por estar allí. Así pues, el día en que estuvimos en el Vaticano, María del Carmen tomó una foto a la tumba de San Pedro, entre muchas otras. Regresamos a México y, a los pocos días, nos enteramos de que a nuestro  padre (que fue el que nos invitó a dicho viaje), le descubrieron un tumor de cáncer en el pulmón. Dos días antes de la operación, por coincidencia, María Isabel estaba viendo de nuevo las fotos del viaje a Roma; y, cuando vio la foto de la tumba de San Pedro, claramente se percató que ahí se encontraba la imagen de San Pío. Para toda la familia esto fue algo insólito, maravilloso, pues ya habíamos visto las fotos y no nos habíamos dado cuenta del acontecimiento; y, sobre todo, justo antes de la operación pasó esto. Nosotras encomendamos con mucho fervor a San Pío la salud de nuestro padre, el cual, gracias a Dios y a la intercesión del Santo, salió bien de operación tan delicada. Sin embargo, unos meses después volvió a aparecer otro tumor y éste lo trataron con quimioterapia. Afortunadamente el cáncer se ha erradicado por completo y ahora él goza de buena salud.
Para nosotras esto es un doble milagro de San Pío; uno la aparición de su imagen y otro la curación de nuestro padre. Y pensamos que, a través de su imagen, él realmente quiso decirnos que está con nosotros y podemos confiar siempre en él».
Estamos, sin duda, aunque en la distancia de años y de lugares, ante otra prueba clara de la presencia protectora del Padre Pío; o, si se prefiere, de que el Padre Pío sigue cumpliendo su “misión grandísima”.
Elías Cabodevilla Garde