En esta etiqueta de la página web, he presentado algunos de los medios con
los que el Señor asoció al Padre Pío a la pasión de Cristo. No quiero olvidar
el que afectó más íntima y profundamente al “crucificado del Gárgano”, le proporcionó los mayores sufrimientos
y, como consecuencia, lo asoció de modo muy singular a la pasión de Cristo: la “noche oscura”.
Como he ido señalando, algunos de los sufrimientos
físicos del Padre Pío: los estigmas, la llaga del hombro o “sexta llaga”,
la flagelación, la coronación de espinas... le vinieron directamente del Señor;
y los otros tuvieron su origen en la constitución física del Fraile capuchino:
el estómago que no recibía alimentos, la fiebre tan alta que rompía los termómetros,
la pulmonía…, y en el estilo de vida que eligió: trabajo agotador, noches en
vela… En los sufrimientos morales del
Padre Pío fueron responsables importantes, aunque no los únicos, algunos de sus
hermanos de religión. Y los tormentos, indecibles, que vivió el Padre Pío en la
“noche oscura”, a los que me voy a
referir en este escrito, los tenemos que atribuir exclusivamente al Señor.
Para introducirme en este tema, difícil de comprender y de presentar, copio
el testimonio del padre Eusebio Notte, que fue durante cuatro años, de 1961 a
1965, el “ángel custodio” del Padre
Pío, ya anciano; es decir, el religioso encargado de acompañarlo a lo largo del
día y de atenderle también de noche, si era llamado mediante el timbre que
“unía” las celdas de ambos. Un testimonio que, por haberlo ofrecido en el “Proceso de Beatificación y Canonización del
Siervo de Dios Pío de Pietrelcina”, cuenta con la garantía añadida del
juramento de decir la verdad. Esto es lo que manifestó: «La fe del Padre Pío fue una fe “atormentada”. Él, que a los demás daba
tanta luz y tanta seguridad, personalmente vivía casi permanentemente en la
duda. En una ocasión me confió: “Para mí y para mis cosas no entiendo
absolutamente nada; vivo continuamente en la oscuridad”. Pero, no obstante este
martirio interior, él estaba en continuo coloquio con el Señor». Y, para
desarrollar el tema, voy a acudir con frecuencia a la tesis doctoral del capuchino
Luigi Lavecchia: “L’itinerario di fede di
Padre Pio da Pietrelcina nell’Epistolario”.
El Padre Pío en su Epistolario, sobre todo en las cartas a sus Directores
espirituales, se revela como buen conocedor de la teología mística. Además, nos
dejó unos “Apuntes de Ascética y Mística”,
que están publicados en el Epistolario IV, págs. 1057-1080. Veinte de esas
páginas las dedica a la “noche oscura”.
En ellas, al igual que en sus cartas, se puede escuchar el eco de la doctrina
de los grandes doctores místicos, sobre todo de Santa Teresa de Jesús y de San Juan
de la cruz. Podemos decir, pues, que el Padre Pío conocía bien la teología
mística y que la enseñó con acierto a sus dirigidos espirituales. Y, en
relación a él, hay que añadir que se le concedió vivirla y vivirla muy
profundamente. Le podemos aplicar con razón las últimas palabras de su escrito
sobre la “noche oscura”: «De todo lo tratado hasta aquí, si no se hace
una experiencia práctica, es casi imposible que se pueda tener un conocimiento
acertado» (Ep IV, 1080).
El Señor, al introducir al Fraile de Pietrelcina en la “noche oscura”, siguió un itinerario,
cuyas etapas aparecen con claridad en las comunicaciones del Padre Pío a sus
Directores espirituales, los padres Benedicto y Agustín de San Marco in Lamis.
Las presento con brevedad.
· Un elemento previo a la “noche oscura” y, por tanto, menos doloroso, es el no saber si se
está agradando o no al Señor. El Padre Pío lo vivió, al menos en largas etapas
de su vida. Lo sabemos por el padre Agustín, que, en su “Diario”, se refiere repetidamente al mismo. Y en este “Diario” tenemos
informaciones sobre el Santo desde que tenía 5 años, en 1892, hasta el año
1960. Cito un texto. El padre Agustín, el 20 de junio de 1933, escribe: «Viajé a San Giovanni Rotondo y pude hablar
con el Padre Pío más de una hora. Físicamente lo encontré bastante bien.
Moralmente, resignado, pero siempre con la prueba que, como una espina, lleva
clavada en el alma. Me dijo: “Preferiría
mil cruces e incluso me sería dulce y ligera toda cruz, si no tuviese esta
prueba de sentirme siempre en la duda de si agrado o no al Señor en mis obras.
Es doloroso vivir así... Me resigno, ¡pero la resignación, mi "fiat",
me parece tan frío, tan vacío...!”». Una prueba, la del
Padre Pío, que se concretaba en dudas sobre si había rechazado o no a tiempo y
con firmeza las tentaciones: «Tras las
innumerables tentaciones… una duda que me trastorna la mente me queda: si de
verdad las he rechazado» (Ep I,
187); si había hecho bien o no las confesiones: «Pero lo que de forma especial me martiriza el corazón y me aflige
sobremanera es el pensamiento de no estar seguro de haber confesado todos los
pecados de mi vida pasada y de si los he confesado bien» (Ep I, 185)…
· Otro elemento previo, pero que lo aproxima a la
“noche oscura” y, por tanto, más
doloroso que el anterior, es el presentimiento del Padre Pío de que el Señor se
escondía a su alma. Lo manifiesta en el año 1910, un mes antes de su ordenación
sacerdotal. En su carta del 6 de julio escribe al padre Benedicto: «…pero también me parece con frecuencia que
Jesús se esconde a mí alma» (Ep I,
187). Presentimiento que pronto dejó paso a la certeza de que ese hecho ya se estaba
dando: «Es también verdad que Jesús
muchas muchas veces se esconde; pero ¡qué importa!, yo con su ayuda intentaré
estarle siempre cerca» (Ep I,
198).
· Una nueva etapa del itinerario al que hago
referencia, que coloca al Padre Pío a las puertas mismas de la “noche oscura”, la podemos descubrir en la
carta al padre Agustín de 24 de octubre de 1913: «Pero, ¡qué quiere, padre mío!; las agonías del espíritu no me dejan.
Siento que van creciendo cada vez más en el centro de mi alma, y me siento
morir continuamente. Padre mío, ¡en qué estrechez pone Dios a un alma, que le
ama ardientemente sin cansarse nunca!» (Ep
I, 418). Pero la carta que escribió una semana más tarde, el 1 de noviembre, al
padre Benedicto, indica que esas «agonías
del espíritu» las alivia el Señor con momentos de dulzura y de gracias
sobrenaturales: «Este estado de cosas va
intensificándose cada vez más, de forma que si no muero es un milagro del
Señor. Pero, cuando al Esposo celeste de las almas le place poner fin a este
martirio, me manda, de repente, tal devoción de espíritu que es imposible
resistir. En un instante, me encuentro totalmente cambiado, enriquecido con
gracias sobrenaturales y fuerte para desafiar al reino entero de Satanás. Lo
que sé decir de esta oración es que me parece que el alma se pierde totalmente
en Dios y que en esos momentos saca mucho más provecho que todo lo que podría
alcanzar en muchos años de esfuerzos animosos» (Ep I, 421).
· En los datos
que el Padre Pío aporta al padre Benedicto en la carta del 13 de noviembre de
1913 es fácil descubrir que el Señor lo va introduciendo en la “noche oscura”, para hacerle vivir una
experiencia muy dolorosa, pero altamente purificadora. «Mi alma se halla muy desolada… Una dolorosa turbación, de incontables
temores, de infinitas imaginaciones, unidos a la certeza de mis miserias, que
me oprimen del todo, me llevan a llorar amargamente y a exclamar: ¿estoy
perdido para siempre?... Padre mío, ¡ayúdeme!, porque el dolor, todo
espiritual, que siento es demasiado íntimo, demasiado sutil, es capaz de
consumirme; no puedo alejar de mi cabeza la sospecha que me atormenta de que
todo es engaño. Es insoportable por la intensidad y por la duración, que no
cesa de desmoronar a mi pobre alma… Me veo rodeado de intensas tinieblas. Mi
espíritu experimenta con fuerza lo que dice David, que “todo a su alrededor es
oscuridad y tinieblas”…. No puedo mantenerme más, no puedo sostenerme por más
tiempo, la tempestad está a punto de derrumbarme y arrojarme en el fango; el
infierno, ¡ah!, me parece que está abierto ante mis pies, aunque mi alma busca
siempre a Dios» (Ep I, 427-428). Tenemos,
pues, junto a la desolación, a los temores, a la conciencia de sus miserias…,
las preguntas, terriblemente hirientes, que se hace el Padre Pío: ¿estoy
perdido para siempre?, ¿es engaño creer que mi permanencia en Pietrelcina,
fuera del convento, es proyecto de Dios?, ¿mi destino es el infierno, abierto
ante mis pies?... En verdad, ¡”noche
oscura”!
· A partir de la que escribe el 4 de mayo de
1914 al padre Benedicto, en las cartas del Padre Pío a sus Directores
espirituales tenemos, y cada vez con más claridad, todos los elementos que los
especialistas en el tema ponen en la “noche
oscura”. En las frases que entresaco de esas cartas tenemos una lista
amplia de esos elementos: «Es la
oscurísima noche para el alma. El alma ha sido colocada en sufrimientos
extremos y en penas interiores de muerte… Puesta en esta situación no puede
menos de exclamar: “¡Para mí todo está perdido!”. El desgarro que experimenta
la pobrecita es tal que yo no sabría diferenciarlo de los sufrimientos
atrocísimos que sufren los condenados» (Ep
I, 366); «Mi alma ha sido puesta por el
Señor en situación de pudrirse en el dolor. Mi estado es amargo, es terrible, es
extremadamente espantoso. Todo es oscuridad en torno a mí y dentro de mí… Todo
es tristeza en mí y no hay parte alguna que no esté en profunda aflicción: la
parte sensitiva está en una amarga y terrible aridez; todas las potencias del
alma, en un vacío tal de todas sus tareas, que me tiene completamente asustado» (Ep I, 612-617); «Vivo en una perpetua noche y esta noche no da signos de retirar sus
densas tinieblas para dejar paso a la bella aurora. A Dios lo siento en el centro
del alma, pero no sabría decir cómo lo siento. Su presencia, lejos de
consolarme, aumenta hasta el infinito mi martirio» (Ep I, 818)…
Es el momento de presentar en síntesis lo que el Señor regaló al Padre
Pío y lo que éste vivió en la “noche
oscura”. Pero puedo ahorrarme este trabajo, porque lo encuentro, y muy bien
hecho, en el tomo I del “Epistolario”
del Padre Pío de Pietrelcina. En él los capuchinos Melchor de Pobladura y
Alejandro de Ripabottoni describen el período de siete años (1909-1916) que el
joven religioso capuchino pasó en su pueblo natal de Pietrelcina en pocas
líneas, pero consiguen hacerlo con claridad y con gran riqueza de matices. Y,
como indican, lo que aconteció en estos años se puede aplicar a toda la existencia
del Padre Pío.
El texto que transcribo se encuentra en las páginas 171-172:
«... Más que en estas formas visibles de actividad sacerdotal, el celo
por las almas lo actuaba sobre todo en su estado de víctima, vivido
intensamente como irradiación del poder salvífico de Jesús y del sufrimiento
del cuerpo y del alma, suplicado y aceptado como participación personal y
generosa en el rescate de la humanidad redimida y pecadora.
El alma sube sin descanso los peldaños de la escala espiritual. El amor y
el dolor, invisibles, son el binario que debe recorrer hasta alcanzar la suspirada
meta de la unión con Dios y las alas que lo impulsan cada vez más a nuevas
conquistas. Uno y otro son parte integrante de los designios divinos, todavía
no plenamente manifestados ni conocidos. Consuelos y alegrías espirituales, “imposibles
de explicar”, se alternan con tribulaciones lacerantes y atroces, comparables
solamente a los tormentos del infierno.
La vida espiritual se desarrolla armónicamente entre la generosidad divina
y la fidelidad humana. En el recorrido aparecen nuevos favores y nuevas
gracias. El alma se acerca cada vez más a la unión transformante. El amor y el
dolor caminan al mismo ritmo, con el doble objetivo de unirse cada vez más
íntimamente a Dios y de beneficiar cada vez más eficazmente al prójimo. Ahora
el alma se mueve en la órbita de la vida mística. Las penetrantes actuaciones
de la gracia inciden directamente en el alma, pero se manifiestan también en el
cuerpo y en los sentidos. La oración se va convirtiendo en más pasiva; el conocimiento
de la grandeza divina y de la miseria humana adquiere nuevos logros. Ímpetus
amorosos, toques substanciales, heridas de amor, delirios, raptos del espíritu,
lágrimas, locuciones, pasajeras apariciones de las llagas, participación en la
pasión del Señor, visiones: éstos son algunos de los fenómenos místicos que
afloran con mayor o menor frecuencia e intensidad, y que se multiplicarán en los
períodos sucesivos.
Superadas las purificaciones de la noche del sentido, el alma se adentra
en la misteriosa noche oscura del espíritu. La purificación de las potencias se
hace cada vez más dolorosa y el alma se encuentra como perdida en un
inexplicable laberinto e inmersa en un estado de total desolación y de doloroso
abandono.
Las páginas más bellas y de mayor sufrimiento son las que describen el
desarrollo de esta extrema prueba del espíritu. Revelan una experiencia
superlativamente dolorosa y vivida de manera dramática, que se prolongará en
los restantes años de su vida. Los consuelos más suaves se entrelazan con las
más lacerantes penas aflictivas. El ser humano se debate en un mar de
angustias. Es claro que la gracia no destruye la naturaleza y ésta reclama sus
derechos, aunque vividos siempre en perfecta armonía con la voluntad divina y
en completa sumisión a los designios misteriosos de la providencia».
Elías Cabodevilla Garde