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viernes, 19 de abril de 2013

Sigue actuando de maestro y testigo de la vida cristiana.



El Padre Pío llegó, para un breve tiempo, al convento de capuchinos de San Giovanni Rotondo el 4 de septiembre de 1916. Días antes, a partir del 27 de julio, había pasado una semana en aquel convento perdido en las estribaciones del monte Gargano, a una altura de 600 metros sobre el nivel del mar, para probar si el clima de montaña le era beneficioso para su salud.
De entrada, el superior encomendó al Padre Pío la atención espiritual de los “fratrini”, unos 30 muchachos de 12 a 16 años, a los que se educaba con la esperanza de que un día, si confirmaban que esa era su vocación, ingresaran en la Orden capuchina. A la atención personal a cada uno, sobre todo como confesor, el Padre Pío unía las conferencias de formación religiosa dos veces por semana. El interés con el que se dedicó a esta labor lo podemos deducir de estas frases que escribió a su director espiritual el 6 de marzo de 1917: «Abrigo en mi interior un vivo deseo de ofrecerme víctima al Señor por el perfeccionamiento de este colegio al que amo tan tiernamente y por el cual no escatimo sacrificios personales... Es verdad que tengo grandes motivos para dar gracias al Padre Celestial por el cambio a mejor ocurrido en la mayor parte de estos colegiales, pero todavía no estoy plenamente satisfecho. Jesús me dará fuerzas para soportar este nuevo sacrificio».
El Padre Pío muy pronto comenzó a actuar como director espiritual de los terciarios franciscanos. Su dedicación a ellos, para ofrecerles una formación adecuada y acompañarles a vivir, en el mundo, la espiritualidad franciscana, tiene, entre otras muchas, esta sencilla manifestación: las invitaciones que hacía en sus cartas de dirección espiritual a promover la que hoy llamamos Orden Franciscana Seglar.
Pero el celo del Padre Pío por la salvación y santificación de los hombres iba mucho más lejos, y buscó compaginar las responsabilidades que he citado con un intenso apostolado hacia afuera. Pronto surgió a su alrededor un grupo de almas fervorosas, casi todas de San Giovanni Rotondo, a las que atendía personalmente, mediante la dirección espiritual, y a las que formaba en grupo, por medio de conferencias espirituales, dadas los jueves y los domingos, días en que los “fratrini” le dejaban más libre.
En estas tres actividades apostólicas, si para los destinatarios de las mismas eran importantes las enseñanzas que impartía el Padre Pío, no lo era menos el ejemplo de coherencia entre lo que decía y lo que vivía que percibían en él. El padre Manuel de San Marco la Cátola, uno de los “fratrini” que atendió el Padre Pío en San Giovanni Rotondo en estos años, nos ha dejado este testimonio: «Su forma de hablar en las conferencias era tan expresiva, tan conmovedora, que superaba los límites de todo léxico, porque todo cuanto decía le salía de su misma vida, de su propio corazón. ¡Cómo sabía penetrar en nuestros corazones cuando nos decía con inefable dulzura que Jesús “era el Camino, la Luz, la Verdad y la Vida!” ¡Con qué ternura se expresaba cuando llegaba a citar textualmente las palabras del Señor!».
En otras palabras, los “fratrini”, los terciarios franciscanos y las personas de San Giovanni Rotondo que se acercaban al Padre Pío, encontraban en él un maestro y un testigo de la vida cristiana.
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También hoy el Padre Pío es buscado como maestro y como testigo de la vida cristiana. O, quizás mejor, el Padre Pío, cumpliendo la “misión grandísima” que le confió el Señor, sigue convocando a hombres y mujeres para ofrecerles sus enseñanzas sobre la vida cristiana y para animarles a la misma con el ejemplo de su vida.
Un hecho más ha tenido lugar el sábado pasado, día 13 de abril, en Barakaldo (Vizcaya – España), en los locales de la parroquia Santa Teresa, generosamente cedidos por don Ernesto, el párroco de la misma.
El retiro espiritual fue promovido y organizado por los Grupos de Oración del Padre Pío que se reúnen en Barakaldo, Bermeo y Bilbao, y estuvo abierto a todos los que quisieron responder a una invitación, hecha con carteles en las iglesias de estas localidades y también en los medios de comunicación.
Desde las 10:30 hasta las 19:00, con una interrupción para la comida, en la que compartimos lo que cada uno había llevado para la misma, un grupo de 30/35 personas -no todos pudieron venir por la mañana y no todos pudieron quedarse por la tarde- celebramos un encuentro que discurrió en un ambiente muy grato de oración, de reflexión, de intercambio fraterno, de celebración…
El cartel anunciador del retiro decía: «Padre Pío hombre de fe»; y nos centramos en algunos de los objetivos que Benedicto XVI señaló para el Año de la Fe, vistos a la luz de las enseñanzas del Padre Pío y del modo en que las hizo realidad en su vida.
Es fácil pensar que todos terminamos el encuentro con el compromiso de seguir pidiendo al Señor el don de la fe: «Señor, auméntanos la fe» (Lc 17,5), y de seguir dando a ese don divino una respuesta generosa, que nos acerque más y más -es lo que el Padre Pío pedía al Señor- «a aquella fe viva que me haga crecer y actuar por solo tu amor».
Elías Cabodevilla Garde

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