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martes, 30 de abril de 2013

Asociado a la pasión de Cristo por los sufrimientos causados por sus hermanos en religión (2).



En mi escrito anterior en esta etiqueta de la página web, expresé mi convencimiento de que, si los sufrimientos físicos con los que el Señor asoció al Padre Pío a la pasión de Cristo fueron fuente de dolores agudísimos y constantes para el Fraile de los estigmas, lo fueron mucho más los sufrimientos morales; y, entre éstos, los que hirieron más profundamente su espíritu fueron los causados por algunos de sus hermanos en religión. Hoy tengo que añadir que, entre éstos últimos, los más hirientes tuvieron lugar entre los meses de mayo y septiembre de 1960.

También en estos sufrimientos el Padre Pío supo ver lo que aconsejaba en estas palabras, que ya he citado en otro lugar: «Tras la mano del hombre que se manifiesta veamos la mano de Dios que se oculta». Y probablemente no le resultó difícil descubrir esto, pues lo que Dios le pidió en estos meses ya se lo había exigido a Jesucristo en las horas de su pasión. Lo recordé en otro escrito publicado en esta página web: «… para Cristo fueron muy dolorosos los azotes, la coronación de espinas, el peso de la cruz, los clavos…; lo fueron mucho más los insultos, las bofetadas, los salivazos…; y más todavía el beso traidor de Judas, las negaciones de Pedro, el abandono de los suyos…».

En el caso del Padre Pío, y refiriéndome sólo a los Capuchinos, el beso traidor se lo dio el padre Justino de Lecce; las negaciones le vinieron de fray Maseo de San Martino in Pensilis y del padre Daniel de Roma; y, porque no es fácil eximirlos de responsabilidad, entre los que abandonaron al Capuchino de Pietrelcina hay que poner al menos al padre Clemente de Milwaukee, Superior general de los Capuchinos, al padre Buenaventura de Pavullo, Consejero general del Superior general de los Capuchinos, al padre Amadeo de San Giovanni Rotondo, Superior provincial de la Provincia capuchina de Foggia, y al padre Emilio de Matrice, Superior de la Fraternidad capuchina de San Giovanni Rotondo.

De lo que sucedió en torno al Padre Pío en los años 1958 a 1964 se puede repetir lo que el padre Clemente de Milwaukee, Superior general de los Capuchinos hasta esta fecha, dijo, en mayo de 1964, en el Capítulo general de la Orden: «El asunto está tan complicado, tan enrevesado, que no es posible ni que se nos explique ni que se nos aclare ni que se nos desentrañe en este lugar. Sobre todo, porque las cosas que habría que decir para entender algo del mismo, no se me permite darlas a conocer. Sea suficiente saber esto: todo lo que hemos hecho, lo mismo en la Provincia de Foggia que a cada uno de los Hermanos, se ha llevado a cabo después de informar a la autoridad eclesiástica y las más de las veces por mandato de la misma».

Para mantener esta afirmación basta leer con detenimiento, en el volumen IV del “Proceso de Beatificación y Canonización del Siervo de Dios Pío de Pietrelcina”, el amplio y documentado estudio del padre Alejandro de Ripabottoni, titulado “Registrazioni” (grabaciones). Aunque las 46 páginas del mismo buscan hacer luz sobre el tema, al leer lo escrito en ellas, las dudas y las preguntas surgen una tras otra, y no tanto por lo que se afirma cuanto por lo que se omite.

Mi intención en este escrito es referirme sólo al tema de los micrófonos y de la grabación de conversaciones del Padre Pío sin su conocimiento y a sus espaldas, y sólo a los Capuchinos implicados en estos hechos. Si cito a personas ajenas a la Orden capuchina es con la única finalidad de que la mayor o menor culpabilidad de los Capuchinos que he mencionado, si es que la tuvieron, aparezca en su justa medida.

Como apoyo para entrar en un tema tan delicado, quiero citar unas palabras del cardenal Lercaro, que conoció muy de cerca al Padre Pío. Las pronunció el 8 de diciembre de 1968, a los dos meses y medio de la muerte del Santo de Pietrelcina, en un acto conmemorativo que organizaron los Capuchinos de Bolonia. Refiriéndose a los sucesos de los años 1958-1964, después de pronunciar estas duras palabras: «Viejas pasiones de hombres desbordados por la vida y nuevas apetencias de dinero levantaron con increíble audacia y cínica crueldad otra persecución contra el justo desarmado… Experimentó la angustia de procedimientos arbitrarios, de medidas severísimas, injuriosas, perversas…», añadió: «Sus propios hermanos de religión le atormentaron, y aquel que según la tradición de los Capuchinos se le había dado como bastón de su ancianidad fue el miserable que llevó hasta el sacrilegio su beso traidor… y, como Jesús, callaba».

• 1. Estos son los hechos:

- La colocación de los micrófonos y de los otros elementos necesarios para las grabaciones fue obra del padre Justino de Lecce. El padre Justino era el “ángel de la guarda” que suelen dar en algunas casas religiosas a los ancianos y a los religiosos que no pueden valerse por sí mismos. Llevaba tres años cumpliendo este cometido en relación al Padre Pío.

- En esa labor, absolutamente reprobable, de colocar los sistemas de grabación, el padre Justino de Lecce fue ayudado activamente por fray Maseo de San Martino in Pensilis. Fray Maseo era un capuchino laico, cumplidor y responsable en los oficios que se le asignaban, pero con una personalidad fácilmente influenciable por aquellos en los que ponía su confianza o que lograban conquistársela. 

- El padre Daniel de Roma tuvo en todo esto dos cometidos: transcribir con buena letra y en buen papel el contenido de las cintas y hacer llegar tanto las cintas grabadas como la transcripción de las mismas, bien personalmente bien por otros medios seguros y rápidos, a monseñor Umberto Terenzi o, en el caso de que esto no fuera posible, al padre Buenaventura de Pavullo, en la Curia general de Capuchinos de Roma. El padre Daniel ingresó en la Orden capuchina a los 27 años. Tras los sucesos a los que me estoy refiriendo, fue trasladado a la Provincia capuchina de Toscana, pidió después pasar al clero secular y terminó dejando el ejercicio del sacerdocio.

- Del hecho de que se estaban realizando estas grabaciones eran sabedores, entre otros Capuchinos, el padre Clemente de Milwaukee, Superior general de la Orden capuchina, el padre Buenaventura de Pavullo, Consejero general por Italia del Superior general, el padre Amadeo de San Giovanni Rotondo, Superior provincial de la Provincia capuchina de Foggia, y el padre Emilio de Matrice, Superior de la Fraternidad capuchina de San Giovanni Rotondo.

- Aunque no pertenecen a la Orden capuchina, motivo por el que no quiero formular ningún juicio sobre ellos, tengo que referirme aquí a sor Lucina y a don Umberto Terenzi.

Sor Lucina, religiosa de las Esclavas del Sagrado Corazón, de la comunidad de Città di Castello, se confesaba y era atendida espiritualmente por el padre Justino, que la tenía por santa. Ella, enriquecida a su juicio con revelaciones del cielo, sabía que el Padre Pío estaba poseído por el demonio y en grave peligro de condenación por sus pecados de fornicación con mujeres del entorno. Además, tenía la misión, confiada por el Señor, de salvar al Padre Pío; y el padre Justino era su colaborador e intermediario en esta misión. Cómo se consiguió que se le autorizara a trasladarse de su convento de Città di Castello a San Giovanni Rotondo y, más tarde, que la Superiora general de la Congregación le permitiera permanecer aquí «mientras fuere necesario», no es fácil saberlo. El padre Justino marchaba con frecuencia, siempre después de la cena, a la casa particular donde vivía su dirigida espiritual para recibir sus instrucciones. Entre éstas, debió estar la de los exorcismos al “poseído por el demonio”, pues fray Celestino Di Muro, capuchino laico de la Fraternidad de San Giovanni Rotondo, sorprendió una noche al padre Justino cuando, desde el pasillo, rezaba y asperjaba con agua bendita la celda n. 1, en la que descansaba el Padre Pío. Al padre Justino le acompañaba fray Maseo.

* Monseñor Umberto Terenzi era el Párroco del Santuario del Divino Amor de Roma. Se consideraba amigo de Capuchinos de la Curia general, de altas personalidades de la Congregación vaticana del Santo Oficio, de monseñor Loris Capovilla, Secretario del Papa Juan XXIII… Daba órdenes y mandatos en nombre de altas Jerarquías de la Iglesia. En relación al Provincial de Capuchinos de Foggia y al Superior de Capuchinos de San Giovanni Rotondo, decía actuar «en nombre de vuestro Padre Reverendísimo. Por tanto, excusad, me tenéis que obedecer». El 21 de abril de 1960, a los tres días de que llegara a San Giovanni Rotondo monseñor Crovini, Visitador apostólico enviado por el Santo Oficio, pudo escribir al padre Justino lo que sigue, pues ya lo habían tramado todo para que se enviara otro Visitador, monseñor Maccari: «No se inquiete su corazón ni por Crovini ni por otro motivo. En cuanto a su audiencia no se preocupe; si le parece, escríbame todo a mí y el Papa lo sabrá todo personalmente. ¿No ha confiado nuestra buena causa a nuestra Señora del Divino Amor? Entonces, esté tranquilo. Nuestra Señora del Divino amor está trabajando muy bien, por una vía directísima y decisiva con el mismo Santo Padre. Fíese totalmente del padre Buenaventura, con el que estoy trabajando al unísono por el objetivo que usted me ha encomendado. Crovini no tiene encargo alguno; se lo aseguro no en mi nombre sino en nombre de sus superiores mayores en el Santo Oficio. No podrá impedir las decisiones santas que esperamos y que son totalmente contrarias a cuanto esperan y creen que van a alcanzar con él los distintos compadres y comadres de San Giovanni Rotondo. Escriba todo y con urgencia al padre Buenaventura: todas las cartas son revisadas y tenidas en cuenta en altísimo lugar. Pero, sobre todo, ¡oración! Satanás se agita, pero la Virgen María lo vencerá. Ave María. Afectísimo Umberto Terenzi». En otra carta al padre Justino, de 27 de junio de 1960, le decía: «Lo dispuesto vale, por orden superior, también para el padre Daniel M. de Roma y para el padre guardián y para el padre provincial. Bajo el secreto del Santo Oficio.

• 2. ¿De quién nació la idea de instalar los micrófonos y realizar las grabaciones?

- El padre Justino, en su declaración en el “Proceso de Beatificación y Canonización del Siervo de Dios Pío de Pietrelcina”, afirma que la idea fue suya; y recalca que no tuvo ni autorización ni invitación ni mandato ni de la Curia general de los Capuchinos ni de otra autoridad. Afirmación difícilmente creíble si se tienen en cuenta estos dos datos: que la grabación la hizo llegar enseguida a don Umberto Terenzi, y que esa primera grabación tuvo lugar, según confesión del padre Justino, hacia la mitad de mayo; por tanto, medio mes más tarde de la carta que le dirigió don Terenzi el 27 de abril, que antes he transcrito.

- Si estas afirmaciones del padre Justino son verdaderas y las informaciones que buscaba con esas grabaciones eran las que luego indicaré, hay que decir que muy pronto se asociaron a su proyecto tanto monseñor Umberto Terenzi como el padre Buenaventura de Pavullo. Pero éstos buscando otra clase de informaciones y, para ello, urgiendo la instalación de los micrófonos en otros lugares, como el saloncito del piso primero, la celda n. 5 del convento y quizás...

• 3. ¿Dónde se instalaron los micrófonos? Ciertamente:

- En el locutorio de la planta baja del convento, donde el Padre Pío solía recibir a los fieles, sobre todo a sus hijas espirituales, y donde también solía confesar.

- En el saloncito del piso primero del convento, donde el Padre Pío recibía en casos especiales, siempre a hombres porque está dentro de la clausura, y donde también solía confesar.

- En la celda n. 5 del convento, que el Padre Pío había usado desde su llegada a San Giovanni Rotondo el 4 de septiembre de 1916 hasta que, en la década de los 40, lo pasaron a la habitación n. 1, porque ésta era un poco más amplia, se podía llegar a ella sin pasar por la clausura y junto a ella había una pequeña terraza, con un ventanal abierto a la huerta, que le permitía respirar aire fresco tras las muchas horas de labor pastoral en la iglesia, sobre todo en el confesonario. El Padre Pío seguía usando la celda n. 5, y en ella recibía a las personas que le ayudaban en la administración de la “Casa Alivio del Sufrimiento”, especialmente a Ángel Battisti. También aquí confesaba a veces el Padre Pío.

- ¿Pusieron los micrófonos también en el confesonario, sea en el de las mujeres en la iglesita, sea en el de los hombres en la sacristía? El padre Justino negó que se hubieran grabado confesiones y, como consecuencia, la instalación de micrófonos en los confesonarios. No faltan quienes afirman lo contrario y quienes aseguran que el padre Justino y fray Maseo lo intentaron en el confesonario de la iglesita pero que desistieron al no encontrar un modo discreto de pasar los cables hasta el mismo. Incluso, en los muchos escritos sobre este tema, al Padre Pío se le hace afirmar y negar la misma realidad. En la biografía “Padre Pio da Pietrelcina” de Luigi Peroni podemos leer el testimonio de una hija espiritual del Padre Pío, de Torino, que, al difundirse la noticia, viajó a San Giovanni Rotondo y, en confesión, preguntó a su padre espiritual: «Padre, ¿pero es verdad lo de las grabaciones en el confesonario» y él le respondió: «¡Cómo no, hija mía, es verdad y cómo! Cuando yo estaba en el confesonario trabajaban arriba, y cuando yo estaba arriba, trabajaban aquí». El padre Alejandro de Ripabottoni, en cambio, cita el testimonio de Giovanna Boschi, a quien, en confesión, ante su temor de que sus confesiones hubieran sido grabadas, el Padre Pío le dijo: «Hija mía, en este confesonario no ha habido nunca un aparato de grabación».

- De lo que, al parecer, no cabe duda es de que se grabaron confesiones, tanto de hombres como de mujeres. Son muchos los testimonios que lo confirman. Testimonios de los que, en las dependencias del Santo Oficio, a donde iban a parar las cintas grabadas, escucharon, con gran sorpresa y explicable rechazo, sus propias confesiones con el Padre Pío. Y testimonios de personas a las que, los que habían escuchado las cintas grabadas, les habían repetido contenidos de su confesión al Padre Pío y de lo que éste les había dicho en ella. ¿Fueron todas grabadas en los lugares que antes he indicado, que no eran el confesonario pero en los que el Padre Pío también confesaba? No es fácil afirmarlo.

- La primera grabación tuvo lugar en el mes de mayo de 1960, probablemente el día 9. Y esta infame labor se prolongó al menos durante tres meses. El padre Justino, que, en su declaración en el mencionado Proceso, afirmó que sólo tenía un aparato para grabar, que lo iba pasando de un sitio a otro según conviniera, en otros momentos de la declaración habló de grabadores en plural. Los escritos sobre este tema dan la cifra de 36/37 cintas grabadas por ambos lados. Las cintas, y la transcripción de las mismas cuando se hacía, llevadas a Roma por los medios que antes he indicado, eran escuchadas o leídas por don Terenzi que, tras la selección oportuna, las hacía llegar al Santo Oficio y a otros Organismos de la Santa Sede.

4. ¿Qué se buscaba con estas grabaciones a espaldas del Padre Pío?

- El padre Justino, en su declaración en el Proceso, afirma que «En el ambiente de las “pie donne” (piadosas mujeres) se decía que, de un momento a otro, se tomarían graves providencias contra el padre provincial, el guardián y los otros frailes, que serían trasladados… Difundían estas voces cuando salían del locutorio donde se habían encontrado con el Padre Pío, lo que nos hacía pensar que esto era un complot contra nosotros, organizado en nuestra casa. Cuando digo “nosotros” me refiero a mí y a fray Maseo. La idea de usar los grabadores me vino con la intención de conocer dónde se preparaba este golpe y de qué ambientes o personas provenía».

- Si lo anterior es verdad, hay que decir que el padre Justino pasó muy pronto a lo que había sido su obsesión enfermiza desde muy joven. El padre Pellegrino Funicelli declaró en el mencionado Proceso, por tanto bajo juramento de decir la verdad, que «el padre Justino era un enfermo en relación al sexto mandamiento y que, desde sus años de estudiante de teología, creía poseer cualidades ocultas y se servía del péndulo para determinar, y como consecuencia acusar, quién de los compañeros había consentido en pensamientos impuros o había cometido actos impuros». Y el padre Justino, sin pretenderlo, dejó muy clara esta su obsesión al declarar: «Habiendo escuchado la primera grabación y habiéndome parecido alarmante por lo que se refería al Padre Pío y a la preeminente mujer (sin duda, Cleonice Morcaldi)… hice saber al Papa, por mediación de don Terenzi, que tenía un documento que podría hacer un poco de luz sobre todo el asunto». Lo “alarmante” era que, en la cinta grabada, él escuchaba el ruido de un beso; un ruido que ningún otro, a excepción también de don Terenzi, lo percibía. He aquí una prueba. El Consejero general, padre Buenaventura de Pavullo, pidió al Provincial, padre Amadeo de San Giovanni Rotondo, que se pusiera de inmediato en comunicación con don Terenzi. El Provincial viajó esa misma tarde a Roma y, en el estudio privado de don Terenzi, en el Santuario del Divino Amor, tuvo que escuchar en silencio y repetidas veces la grabación; y… del beso, ¡nada de nada! El padre Justino siguió dando rienda suelta a su obsesión: «Después de la primera grabación, que tuvo lugar a mediados de mayo, hice otras grabaciones para comprender todavía mejor el desarrollo de la situación».

- ¿Interesaba a don Umberto Terenzi y al padre Buenaventura de Pavullo lo que buscaba el padre Justino; es decir, saber cómo, con quiénes y en qué horas de la noche concertaba el Padre Pío las citas sexuales, que, según las revelaciones del cielo que le comunicaba sor Lucina, eran las que tenían al Fraile capuchino esclavo del demonio y a las puertas de la condenación eterna? Seguro que poco o nada. Pero, si esas acusaciones de inmoralidad resultaran fundadas, ellos tendrían la prueba decisiva para apartar definitivamente al Padre Pío de San Giovanni Rotondo y conseguir lo que pretendían. Por tanto, ¡adelante, padre Justino!

- El padre Justino, a quien el padre Buenaventura, en escrito del 23 de junio de 1960, mandó «hacer lo que le dice don Umberto», tuvo que ampliar su investigación secreta, por los mismos medios que usaba en el locutorio de la planta baja del convento, al menos a estos dos lugares que antes he indicado: el saloncito del primer piso y la celda n. 5. ¿Con qué finalidad? Podría expresarse así: Por parte de los Capuchinos, para poder hacerse con las ingentes cantidades de dinero que le llegaban al Padre Pío para el hospital “Casa Alivio del Sufrimiento” y solucionar las graves consecuencias para ellos de la bancarrota del banquero Giuffré. Por parte de don Umberto Terenzi, para hacer realidad su sueño de unir las administraciones de la “Casa Alivio del Sufrimiento” y del Santuario del Divino Amor o, al menos, para conseguir alguna cuantiosa ayuda que aliviara la situación económica del santuario.

*  La quiebra del “banquero de Dios” -así se llegó a llamar a Giuffrè- hizo que las economías de las Provincias capuchinas de Italia y la de la Orden capuchina, al igual que las de otras Congregaciones religiosas, pasaran por momentos de extremo agobio. Entre otras razones, porque tenían que devolver el dinero que, ante los altísimos intereses que ofrecía Giuffré a las Instituciones eclesiásticas, habían pedido prestado a amigos y conocidos para colocarlo en el banco del “banquero de Dios”.

 La solución del problema para los Capuchinos podría estar muy a mano: el superávit económico de la “Casa Alivio del Sufrimiento” y las cantidades que seguían llegando al Padre Pío para su obra en favor de los enfermos. Lo intentó el Provincial, padre Amadeo de San Giovanni Rotondo en los últimos meses del 1959. Pero la conciencia del Padre Pío no aceptaba destinar a otros fines lo que le llegaba para una finalidad bien concreta. Además, la cantidad que se le pedía era de varios cientos de millones. Meses más tarde, el Padre Pío tendría que repetir el “No puedo”, cuando monseñor Carlos Maccari, el nuevo Visitador apostólico enviado por el Vaticano a San Giovanni Rotondo, le propuso que renunciara voluntariamente a la propiedad de la “Casa Alivio del Sufrimiento” en favor de la Orden capuchina.

* Recoger posibles informaciones sobre cantidades de dinero no bien gestionadas o sobre números rojos en la contabilidad de la “Casa Alivio del Sufrimiento” sería importante para que el Vaticano, anulando la concesión dada por el Papa Pío XII, quitara al Padre Pío la administración de la misma. Lo era también conocer con exactitud el origen de las limosnas que seguían afluyendo a San Giovanni Rotondo para no perderlas, una vez eliminado el Padre Pío. Y los lugares donde se conversaban estos temas eran los que antes he señalado.

• 5. ¿Habían perdido la cabeza?

- En la biografía de Leandro Sáez de Ocáriz “PÍO DE PIETRELCINA - Místico y apóstol” se lee: «Un buen religioso del convento, a quien habían implicado en el enredo, al hacer su declaración sobre tan repugnante asunto, confundido, exclamó lleno de pesadumbre: “Es que habíamos perdido la cabeza, estábamos todos locos”.

- En torno a este “repugnante asunto” surge esta pregunta: los Capuchinos implicados en él ¿habían perdido la cabeza?, ¿estaban locos?, ¿su maldad llegó a límites insospechados?

*  Dejando de lado al padre Justino, ¿es posible que fray Maseo, el padre Daniel y el Superior de la Fraternidad capuchina de San Giovanni Rotondo, padre Emilio, que tenían al Padre Pío día y noche ante sus ojos, pudieran creer, sin culpabilidad alguna, las revelaciones del cielo de sor Lucina, aceptar que el anciano religioso de 73 años se pasaba las noches fornicando y colaborar, sin remordimiento alguno, en la labor investigadora del padre Justino?

 ¿Es posible eximir de toda responsabilidad al Provincial, padre Amadeo, que, cuando el padre Justino y el padre Emilio le piden una conversación urgente porque, en la grabación hecha en el locutorio, se oye el ruido de un beso y quieren autorización para hacer nuevas grabaciones, termine, después de haberla negado rotundamente, permitiéndoles «una sola grabación más, con la condición de que le entreguen a él la cinta grabada»?

* ¿Cómo explicar que el General de los Capuchinos, padre Clemente, y su Consejero general por Italia, padre Buenaventura, si es que no dieron su aprobación, al menos hicieran la vista gorda ante lo que estaba sucediendo en San Giovanni Rotondo, fiándose, sin documento alguno que lo acreditara, «de la palabra de don Terenzi que declaró que él estaba autorizado por monseñor Pedro Parente, asesor del Santo Oficio»? Más aún, aunque la autorización a don Terenzi le viniera del mismo Papa, ¿pueden unos Superiores que saben lo que está sucediendo en San Giovanni Rotondo permitir que eso siga adelante?

*  En el caso del padre Buenaventura de Pavullo, ¿es sólo perder la cabeza los hechos de mandar al padre Justino «hacer lo que le dice don Umberto; de recibir en la Curia general el fruto del espionaje que se lleva a cabo en San Giovanni Rotondo y, tras entregar el acuse de recibo, incluyendo a veces en él «palabras de felicitación, de ánimo y de bendición», hacerlo llegar a don Terenzi, creyendo que es «un simple pasamanos»; y de atreverse a declarar: «Es cierto que en uno de aquellos escritos del 15 de julio que leo en la prensa, digo al padre Justino: “Es necesario trabajar unidos, en silencio, con sufrimiento y con oración. No se preocupe; todo pasa primero por mis manos, ya que así se convino con don Terenzi y es justo que la Orden vea y sepa con antelación lo que después se hace llegar a las autoridades superiores. Retome, pues, el regular envío de los expresos […]”. Leído como suena, puede en verdad hacer creer que de nuestra parte había una participación activa y directa en la investigación de don Terenzi. Yo mismo me maravillo, porque nada había en la realidad. Es justamente el caso típico en el que la pluma corre más allá que la intención y traiciona el pensamiento».

• 6. ¿Y el Padre Pío?
- Cuando descubrió en la celda n. 5 el micrófono que le habían colocado bajo la cama y los hilos que lo conectaban a la celda contigua, la n. 4, la usada por el padre Justino, llorando a lágrima viva, cortó los hilos con un abrecartas, que, ennegrecido, conserva todavía el impacto de la corriente eléctrica. Al mostrar al Arzobispo de la Diócesis, monseñor Cesarano, los cables cortados y el abrecartas, le dijo: «Vea lo que han hecho conmigo. Mis propios hermanos».
- Don Atilio Negrisolo, sacerdote de la Diócesis de Padua e hijo espiritual del Padre Pío, da fe de lo siguiente: «Cuando el padre Clemente de Santa Maria in Punta pidió al Padre Pío, en nombre de monseñor Pedro Parente, que desmintiera este hecho, el Padre Pío respondió: «Si hubiera sabido que estaban los micrófonos en el confesonario, nunca habría puesto el pie en él para no exponer el sacramento a la profanación”».
- El corazón del Padre Pío queda muy bien retratado en esta declaración del padre Justino en el Proceso: «El Padre Pío supo el hecho de las grabaciones; no creo que hubiera conocido el contenido de la grabación principal. Ciertamente supo que había sido yo, pero nunca me dijo nada».

- Y mejor retratado todavía en este hecho, contado por el padre Eusebio Notte en su declaración en el Proceso:: «Una noche estaba a solas con el Padre Pío en su celda n. 1. Y noté que el Siervo de Dios oraba con particular recogimiento.  Confidencialmente le pregunté: “¿Tiene alguna preocupación esta noche?”. El Padre Pío enseguida y sin inmutarse: “Estoy orando por el padre Justino”. A lo que yo, casi enojado: “¡Ah!, Padre, ¡eso no!; ¡es demasiado!”. Y el Padre Pío: “Hijo mío, también él es un alma a la que salvar”».

- Que el Padre Pío supo ver la mano de Dios, que lo asociaba a la pasión de Cristo, en lo que ofrezco en este escrito y en lo que le vino como consecuencia de la visita apostólica de monseñor Maccari, lo manifiesta esta confidencia a un hijo espiritual: «Estamos en la última estación, la más larga y la más dolorosa».

Elías Cabodevilla Garde

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