En mi escrito anterior en esta etiqueta de la página
web, expresé mi convencimiento de que, si los sufrimientos físicos con los que
el Señor asoció al Padre Pío a la pasión de Cristo fueron fuente de dolores
agudísimos y constantes para el Fraile de los estigmas, lo fueron mucho más los
sufrimientos morales; y, entre éstos, los que hirieron más profundamente su
espíritu fueron los causados por algunos de sus hermanos en religión. Hoy tengo
que añadir que, entre éstos últimos, los más hirientes tuvieron lugar entre los
meses de mayo y septiembre de 1960.
También en estos sufrimientos el Padre Pío supo ver
lo que aconsejaba en estas palabras, que ya he citado en otro lugar: «Tras la mano del hombre que se manifiesta
veamos la mano de Dios que se oculta». Y probablemente no le resultó
difícil descubrir esto, pues lo que Dios le pidió en estos meses ya se lo había
exigido a Jesucristo en las horas de su pasión. Lo recordé en otro escrito publicado
en esta página web: «… para Cristo fueron
muy dolorosos los azotes, la coronación de espinas, el peso de la cruz, los
clavos…; lo fueron mucho más los insultos, las bofetadas, los salivazos…; y más
todavía el beso traidor de Judas, las negaciones de Pedro, el abandono de los
suyos…».
En el caso del Padre Pío, y refiriéndome sólo a los
Capuchinos, el beso traidor se lo dio el padre Justino de Lecce; las negaciones
le vinieron de fray Maseo de San Martino in Pensilis y del padre Daniel de Roma;
y, porque no es fácil eximirlos de responsabilidad, entre los que abandonaron
al Capuchino de Pietrelcina hay que poner al menos al padre Clemente de
Milwaukee, Superior general de los Capuchinos, al padre Buenaventura de
Pavullo, Consejero general del Superior general de los Capuchinos, al padre Amadeo
de San Giovanni Rotondo, Superior provincial de la Provincia capuchina de
Foggia, y al padre Emilio de Matrice, Superior de la Fraternidad capuchina de
San Giovanni Rotondo.
De lo que sucedió en torno al Padre Pío en los años
1958 a 1964 se puede repetir lo que el padre Clemente de Milwaukee, Superior
general de los Capuchinos hasta esta fecha, dijo, en mayo de 1964, en el Capítulo
general de la Orden: «El asunto está tan
complicado, tan enrevesado, que no es posible ni que se nos explique ni que se
nos aclare ni que se nos desentrañe en este lugar. Sobre todo, porque las cosas
que habría que decir para entender algo del mismo, no se me permite darlas a
conocer. Sea suficiente saber esto: todo lo que hemos hecho, lo mismo en la Provincia
de Foggia que a cada uno de los Hermanos, se ha llevado a cabo después de informar
a la autoridad eclesiástica y las más de las veces por mandato de la misma».
Para mantener esta afirmación basta leer con detenimiento,
en el volumen IV del “Proceso de Beatificación y Canonización del Siervo de
Dios Pío de Pietrelcina”, el amplio y documentado estudio del padre
Alejandro de Ripabottoni, titulado “Registrazioni”
(grabaciones). Aunque las 46 páginas del mismo buscan hacer luz sobre el tema,
al leer lo escrito en ellas, las dudas y las preguntas surgen una tras otra, y no
tanto por lo que se afirma cuanto por lo que se omite.
Mi intención en este escrito es referirme sólo al
tema de los micrófonos y de la grabación de conversaciones del Padre Pío sin su
conocimiento y a sus espaldas, y sólo a los Capuchinos implicados en estos
hechos. Si cito a personas ajenas a la Orden capuchina es con la única
finalidad de que la mayor o menor culpabilidad de los Capuchinos que he mencionado,
si es que la tuvieron, aparezca en su justa medida.
Como apoyo para entrar en un tema tan delicado, quiero
citar unas palabras del cardenal Lercaro, que conoció muy de cerca al Padre Pío.
Las pronunció el 8 de diciembre de 1968, a los dos meses y medio de la muerte
del Santo de Pietrelcina, en un acto conmemorativo que organizaron los Capuchinos
de Bolonia. Refiriéndose a los sucesos de los años 1958-1964, después de pronunciar
estas duras palabras: «Viejas pasiones de
hombres desbordados por la vida y nuevas apetencias de dinero levantaron con
increíble audacia y cínica crueldad otra persecución contra el justo desarmado…
Experimentó la angustia de procedimientos arbitrarios, de medidas severísimas,
injuriosas, perversas…», añadió: «Sus
propios hermanos de religión le atormentaron, y aquel que según la tradición de
los Capuchinos se le había dado como bastón de su ancianidad fue el miserable
que llevó hasta el sacrilegio su beso traidor… y, como Jesús, callaba».
• 1. Estos son los hechos:
- La colocación de
los micrófonos y de los otros elementos necesarios para las grabaciones fue
obra del padre Justino de Lecce. El padre Justino era el “ángel de la guarda” que suelen dar en algunas casas religiosas a
los ancianos y a los religiosos que no pueden valerse por sí mismos. Llevaba
tres años cumpliendo este cometido en relación al Padre Pío.
- En esa labor, absolutamente
reprobable, de colocar los sistemas de grabación, el padre Justino de Lecce fue
ayudado activamente por fray Maseo de San Martino in Pensilis. Fray Maseo era
un capuchino laico, cumplidor y responsable en los oficios que se le asignaban,
pero con una personalidad fácilmente influenciable por aquellos en los que
ponía su confianza o que lograban conquistársela.
- El padre Daniel
de Roma tuvo en todo esto dos cometidos: transcribir con buena letra y en buen
papel el contenido de las cintas y hacer llegar tanto las cintas grabadas como
la transcripción de las mismas, bien personalmente bien por otros medios seguros
y rápidos, a monseñor Umberto Terenzi o, en el caso de que esto no fuera
posible, al padre Buenaventura de Pavullo, en la Curia general de Capuchinos de
Roma. El padre Daniel ingresó en la Orden capuchina a los 27 años. Tras los
sucesos a los que me estoy refiriendo, fue trasladado a la Provincia capuchina
de Toscana, pidió después pasar al clero secular y terminó dejando el ejercicio
del sacerdocio.
- Del hecho de que
se estaban realizando estas grabaciones eran sabedores, entre otros Capuchinos,
el padre Clemente de Milwaukee, Superior general de la Orden capuchina, el
padre Buenaventura de Pavullo, Consejero general por Italia del Superior
general, el padre Amadeo de San Giovanni Rotondo, Superior provincial de la
Provincia capuchina de Foggia, y el padre Emilio de Matrice, Superior de la
Fraternidad capuchina de San Giovanni Rotondo.
- Aunque no
pertenecen a la Orden capuchina, motivo por el que no quiero formular ningún
juicio sobre ellos, tengo que referirme aquí a sor Lucina y a don Umberto
Terenzi.
* Sor Lucina, religiosa de las Esclavas del
Sagrado Corazón, de la comunidad de Città di Castello, se confesaba y era
atendida espiritualmente por el padre Justino, que la tenía por santa. Ella,
enriquecida a su juicio con revelaciones del cielo, sabía que el Padre Pío
estaba poseído por el demonio y en grave peligro de condenación por sus pecados
de fornicación con mujeres del entorno. Además, tenía la misión, confiada por
el Señor, de salvar al Padre Pío; y el padre Justino era su colaborador e
intermediario en esta misión. Cómo se consiguió que se le autorizara a
trasladarse de su convento de Città di Castello a San Giovanni Rotondo y, más
tarde, que la Superiora general de la Congregación le permitiera permanecer aquí
«mientras fuere necesario», no es
fácil saberlo. El padre Justino marchaba con frecuencia, siempre después de la
cena, a la casa particular donde vivía su dirigida espiritual para recibir sus
instrucciones. Entre éstas, debió estar la de los exorcismos al “poseído por el demonio”, pues fray
Celestino Di Muro, capuchino laico de la Fraternidad de San Giovanni Rotondo, sorprendió
una noche al padre Justino cuando, desde el pasillo, rezaba y asperjaba con
agua bendita la celda n. 1, en la que descansaba el Padre Pío. Al padre Justino
le acompañaba fray Maseo.
* Monseñor Umberto Terenzi era el Párroco del
Santuario del Divino Amor de Roma. Se consideraba amigo de Capuchinos de la
Curia general, de altas personalidades de la Congregación vaticana del Santo
Oficio, de monseñor Loris Capovilla, Secretario del Papa Juan XXIII… Daba
órdenes y mandatos en nombre de altas Jerarquías de la Iglesia. En relación al
Provincial de Capuchinos de Foggia y al Superior de Capuchinos de San Giovanni
Rotondo, decía actuar «en nombre de
vuestro Padre Reverendísimo. Por tanto, excusad, me tenéis que obedecer». El
21 de abril de 1960, a los tres días de que llegara a San Giovanni Rotondo monseñor
Crovini, Visitador apostólico enviado por el Santo Oficio, pudo escribir al
padre Justino lo que sigue, pues ya lo habían tramado todo para que se enviara
otro Visitador, monseñor Maccari: «No se
inquiete su corazón ni por Crovini ni por otro motivo. En cuanto a su audiencia
no se preocupe; si le parece, escríbame todo a mí y el Papa lo sabrá todo
personalmente. ¿No ha confiado nuestra buena causa a nuestra Señora del Divino
Amor? Entonces, esté tranquilo. Nuestra Señora del Divino amor está trabajando
muy bien, por una vía directísima y decisiva con el mismo Santo Padre. Fíese
totalmente del padre Buenaventura, con el que estoy trabajando al unísono por
el objetivo que usted me ha encomendado. Crovini no tiene encargo alguno; se lo
aseguro no en mi nombre sino en nombre de sus superiores mayores en el Santo
Oficio. No podrá impedir las decisiones santas que esperamos y que son
totalmente contrarias a cuanto esperan y creen que van a alcanzar con él los
distintos compadres y comadres de San Giovanni Rotondo. Escriba todo y con
urgencia al padre Buenaventura: todas las cartas son revisadas y tenidas en
cuenta en altísimo lugar. Pero, sobre todo, ¡oración! Satanás se agita, pero la
Virgen María lo vencerá. Ave María. Afectísimo Umberto Terenzi». En otra carta
al padre Justino, de 27 de junio de 1960, le decía: «Lo dispuesto vale, por orden superior, también para el padre Daniel M.
de Roma y para el padre guardián y para el padre provincial. Bajo el secreto
del Santo Oficio.
• 2. ¿De quién nació la idea de instalar los micrófonos y
realizar las grabaciones?
- El padre Justino,
en su declaración en el “Proceso de Beatificación y Canonización del Siervo
de Dios Pío de Pietrelcina”, afirma que la idea fue suya; y recalca que no
tuvo ni autorización ni invitación ni mandato ni de la Curia general de los
Capuchinos ni de otra autoridad. Afirmación difícilmente creíble si se tienen
en cuenta estos dos datos: que la grabación la hizo llegar enseguida a don Umberto
Terenzi, y que esa primera grabación tuvo lugar, según confesión del padre
Justino, hacia la mitad de mayo; por tanto, medio mes más tarde de la carta que
le dirigió don Terenzi el 27 de abril, que antes he transcrito.
- Si estas
afirmaciones del padre Justino son verdaderas y las informaciones que buscaba con
esas grabaciones eran las que luego indicaré, hay que decir que muy pronto se
asociaron a su proyecto tanto monseñor Umberto Terenzi como el padre Buenaventura
de Pavullo. Pero éstos buscando otra clase de informaciones y, para ello, urgiendo
la instalación de los micrófonos en otros lugares, como el saloncito del piso
primero, la celda n. 5 del convento y quizás...
• 3. ¿Dónde se instalaron los micrófonos? Ciertamente:
- En el locutorio
de la planta baja del convento, donde el Padre Pío solía recibir a los fieles,
sobre todo a sus hijas espirituales, y donde también solía confesar.
- En el saloncito
del piso primero del convento, donde el Padre Pío recibía en casos especiales,
siempre a hombres porque está dentro de la clausura, y donde también solía
confesar.
- En la celda n. 5
del convento, que el Padre Pío había usado desde su llegada a San Giovanni
Rotondo el 4 de septiembre de 1916 hasta que, en la década de los 40, lo
pasaron a la habitación n. 1, porque ésta era un poco más amplia, se podía
llegar a ella sin pasar por la clausura y junto a ella había una pequeña
terraza, con un ventanal abierto a la huerta, que le permitía respirar aire
fresco tras las muchas horas de labor pastoral en la iglesia, sobre todo en el
confesonario. El Padre Pío seguía usando la celda n. 5, y en ella recibía a las
personas que le ayudaban en la administración de la “Casa Alivio del Sufrimiento”, especialmente a Ángel Battisti.
También aquí confesaba a veces el Padre Pío.
- ¿Pusieron los micrófonos
también en el confesonario, sea en el de las mujeres en la iglesita, sea en el
de los hombres en la sacristía? El padre Justino negó que se hubieran grabado
confesiones y, como consecuencia, la instalación de micrófonos en los
confesonarios. No faltan quienes afirman lo contrario y quienes aseguran que el
padre Justino y fray Maseo lo intentaron en el confesonario de la iglesita pero
que desistieron al no encontrar un modo discreto de pasar los cables hasta el
mismo. Incluso, en los muchos escritos sobre este tema, al Padre Pío se le hace
afirmar y negar la misma realidad. En la biografía “Padre Pio da Pietrelcina” de Luigi Peroni podemos leer el
testimonio de una hija espiritual del Padre Pío, de Torino, que, al difundirse
la noticia, viajó a San Giovanni Rotondo y, en confesión, preguntó a su padre
espiritual: «Padre, ¿pero es verdad lo de
las grabaciones en el confesonario» y él le respondió: «¡Cómo no, hija mía, es verdad y cómo! Cuando yo estaba en el
confesonario trabajaban arriba, y cuando yo estaba arriba, trabajaban aquí».
El padre Alejandro de Ripabottoni, en cambio, cita el testimonio de Giovanna Boschi,
a quien, en confesión, ante su temor de que sus confesiones hubieran sido
grabadas, el Padre Pío le dijo: «Hija
mía, en este confesonario no ha habido nunca un aparato de grabación».
- De lo que, al
parecer, no cabe duda es de que se grabaron confesiones, tanto de hombres como
de mujeres. Son muchos los testimonios que lo confirman. Testimonios de los
que, en las dependencias del Santo Oficio, a donde iban a parar las cintas
grabadas, escucharon, con gran sorpresa y explicable rechazo, sus propias
confesiones con el Padre Pío. Y testimonios de personas a las que, los que
habían escuchado las cintas grabadas, les habían repetido contenidos de su
confesión al Padre Pío y de lo que éste les había dicho en ella. ¿Fueron todas grabadas
en los lugares que antes he indicado, que no eran el confesonario pero en los
que el Padre Pío también confesaba? No es fácil afirmarlo.
- La primera
grabación tuvo lugar en el mes de mayo de 1960, probablemente el día 9. Y esta
infame labor se prolongó al menos durante tres meses. El padre Justino, que, en
su declaración en el mencionado Proceso, afirmó que sólo tenía un aparato para
grabar, que lo iba pasando de un sitio a otro según conviniera, en otros
momentos de la declaración habló de grabadores en plural. Los escritos sobre
este tema dan la cifra de 36/37 cintas grabadas por ambos lados. Las cintas, y
la transcripción de las mismas cuando se hacía, llevadas a Roma por los medios
que antes he indicado, eran escuchadas o leídas por don Terenzi que, tras la
selección oportuna, las hacía llegar al Santo Oficio y a otros Organismos de la
Santa Sede.
• 4. ¿Qué se buscaba con estas grabaciones a espaldas
del Padre Pío?
- El padre Justino,
en su declaración en el Proceso, afirma que «En el ambiente de las “pie donne” (piadosas mujeres) se decía que, de un momento a otro, se
tomarían graves providencias contra el padre provincial, el guardián y los
otros frailes, que serían trasladados… Difundían estas voces cuando salían del
locutorio donde se habían encontrado con el Padre Pío, lo que nos hacía pensar
que esto era un complot contra nosotros, organizado en nuestra casa. Cuando
digo “nosotros” me refiero a mí y a fray Maseo. La idea de usar los grabadores me
vino con la intención de conocer dónde se preparaba este golpe y de qué
ambientes o personas provenía».
- Si lo anterior es
verdad, hay que decir que el padre Justino pasó muy pronto a lo que había sido
su obsesión enfermiza desde muy joven. El padre Pellegrino Funicelli declaró en
el mencionado Proceso, por tanto bajo juramento de decir la verdad, que «el padre Justino era un enfermo en relación
al sexto mandamiento y que, desde sus años de estudiante de teología, creía
poseer cualidades ocultas y se servía del péndulo para determinar, y como
consecuencia acusar, quién de los compañeros había consentido en pensamientos
impuros o había cometido actos impuros». Y el padre Justino, sin
pretenderlo, dejó muy clara esta su obsesión al declarar: «Habiendo escuchado la primera grabación y habiéndome parecido alarmante
por lo que se refería al Padre Pío y a la preeminente mujer (sin duda, Cleonice
Morcaldi)… hice saber al Papa, por
mediación de don Terenzi, que tenía un documento que podría hacer un poco de
luz sobre todo el asunto». Lo “alarmante” era que, en la cinta grabada, él
escuchaba el ruido de un beso; un ruido que ningún otro, a excepción también de
don Terenzi, lo percibía. He aquí una prueba. El Consejero general, padre
Buenaventura de Pavullo, pidió al Provincial, padre Amadeo de San Giovanni
Rotondo, que se pusiera de inmediato en comunicación con don Terenzi. El
Provincial viajó esa misma tarde a Roma y, en el estudio privado de don
Terenzi, en el Santuario del Divino Amor, tuvo que escuchar en silencio y
repetidas veces la grabación; y… del beso, ¡nada de nada! El padre Justino siguió
dando rienda suelta a su obsesión: «Después
de la primera grabación, que tuvo lugar a mediados de mayo, hice otras
grabaciones para comprender todavía mejor el desarrollo de la situación».
- ¿Interesaba a don
Umberto Terenzi y al padre Buenaventura de Pavullo lo que buscaba el padre
Justino; es decir, saber cómo, con quiénes y en qué horas de la noche
concertaba el Padre Pío las citas sexuales, que, según las revelaciones del
cielo que le comunicaba sor Lucina, eran las que tenían al Fraile capuchino esclavo
del demonio y a las puertas de la condenación eterna? Seguro que poco o nada. Pero,
si esas acusaciones de inmoralidad resultaran fundadas, ellos tendrían la
prueba decisiva para apartar definitivamente al Padre Pío de San Giovanni
Rotondo y conseguir lo que pretendían. Por tanto, ¡adelante, padre Justino!
- El padre Justino,
a quien el padre Buenaventura, en escrito del 23 de junio de 1960, mandó «hacer lo que le dice don Umberto», tuvo
que ampliar su investigación secreta, por los mismos medios que usaba en el
locutorio de la planta baja del convento, al menos a estos dos lugares que
antes he indicado: el saloncito del primer piso y la celda n. 5. ¿Con qué
finalidad? Podría expresarse así: Por parte de los Capuchinos, para poder hacerse
con las ingentes cantidades de dinero que le llegaban al Padre Pío para el
hospital “Casa Alivio del Sufrimiento”
y solucionar las graves consecuencias para ellos de la bancarrota del banquero
Giuffré. Por parte de don Umberto Terenzi, para hacer realidad su sueño de unir
las administraciones de la “Casa Alivio
del Sufrimiento” y del Santuario del Divino Amor o, al menos, para conseguir
alguna cuantiosa ayuda que aliviara la situación económica del santuario.
* La quiebra del “banquero de Dios” -así se llegó
a llamar a Giuffrè- hizo que las economías de las Provincias capuchinas de
Italia y la de la Orden capuchina, al igual que las de otras Congregaciones
religiosas, pasaran por momentos de extremo agobio. Entre otras razones, porque
tenían que devolver el dinero que, ante los altísimos intereses que ofrecía Giuffré
a las Instituciones eclesiásticas, habían pedido prestado a amigos y conocidos
para colocarlo en el banco del “banquero de Dios”.
* La solución del problema para los Capuchinos
podría estar muy a mano: el superávit económico de la “Casa Alivio del Sufrimiento” y las cantidades que seguían llegando al
Padre Pío para su obra en favor de los enfermos. Lo intentó el Provincial,
padre Amadeo de San Giovanni Rotondo en los últimos meses del 1959. Pero la
conciencia del Padre Pío no aceptaba destinar a otros fines lo que le llegaba
para una finalidad bien concreta. Además, la cantidad que se le pedía era de
varios cientos de millones. Meses más tarde, el Padre Pío tendría que repetir
el “No puedo”, cuando monseñor Carlos
Maccari, el nuevo Visitador apostólico enviado por el Vaticano a San Giovanni
Rotondo, le propuso que renunciara voluntariamente a la propiedad de la “Casa Alivio del Sufrimiento” en favor de
la Orden capuchina.
* Recoger posibles informaciones sobre cantidades
de dinero no bien gestionadas o sobre números rojos en la contabilidad de la “Casa Alivio del Sufrimiento” sería importante
para que el Vaticano, anulando la concesión dada por el Papa Pío XII, quitara
al Padre Pío la administración de la misma. Lo era también conocer con
exactitud el origen de las limosnas que seguían afluyendo a San Giovanni
Rotondo para no perderlas, una vez eliminado el Padre Pío. Y los lugares donde
se conversaban estos temas eran los que antes he señalado.
• 5. ¿Habían perdido la cabeza?
- En la biografía
de Leandro Sáez de Ocáriz “PÍO DE PIETRELCINA - Místico y apóstol” se
lee: «Un buen religioso del convento, a quien habían implicado en el enredo,
al hacer su declaración sobre tan repugnante asunto, confundido, exclamó lleno
de pesadumbre: “Es que habíamos perdido la cabeza, estábamos todos locos”.
- En torno a este
“repugnante asunto” surge esta pregunta: los Capuchinos implicados en él
¿habían perdido la cabeza?, ¿estaban locos?, ¿su maldad llegó a límites
insospechados?
* Dejando de lado al padre Justino, ¿es posible
que fray Maseo, el padre Daniel y el Superior de la Fraternidad capuchina de
San Giovanni Rotondo, padre Emilio, que tenían al Padre Pío día y noche ante
sus ojos, pudieran creer, sin culpabilidad alguna, las revelaciones del cielo
de sor Lucina, aceptar que el anciano religioso de 73 años se pasaba las noches
fornicando y colaborar, sin remordimiento alguno, en la labor investigadora del
padre Justino?
* ¿Es posible eximir de toda responsabilidad al
Provincial, padre Amadeo, que, cuando el padre Justino y el padre Emilio le
piden una conversación urgente porque, en la grabación hecha en el locutorio,
se oye el ruido de un beso y quieren autorización para hacer nuevas
grabaciones, termine, después de haberla negado rotundamente, permitiéndoles «una sola grabación más, con la condición de
que le entreguen a él la cinta grabada»?
* ¿Cómo explicar que el General de los Capuchinos,
padre Clemente, y su Consejero general por Italia, padre Buenaventura, si es
que no dieron su aprobación, al menos hicieran la vista gorda ante lo que
estaba sucediendo en San Giovanni Rotondo, fiándose, sin documento alguno que
lo acreditara, «de la palabra de don
Terenzi que declaró que él estaba autorizado por monseñor Pedro Parente, asesor
del Santo Oficio»? Más aún, aunque la autorización a don Terenzi le viniera
del mismo Papa, ¿pueden unos Superiores que saben lo que está sucediendo en San
Giovanni Rotondo permitir que eso siga adelante?
* En el caso del padre Buenaventura de Pavullo, ¿es
sólo perder la cabeza los hechos de mandar al padre Justino «hacer lo que le dice don Umberto; de recibir en la Curia general el fruto del espionaje que
se lleva a cabo en San Giovanni Rotondo y, tras entregar el acuse de recibo,
incluyendo a veces en él «palabras de
felicitación, de ánimo y de bendición», hacerlo llegar a don Terenzi, creyendo
que es «un simple pasamanos»; y de atreverse
a declarar: «Es cierto que en uno de
aquellos escritos del 15 de julio que leo en la prensa, digo al padre Justino:
“Es necesario trabajar unidos, en silencio, con sufrimiento y con oración. No
se preocupe; todo pasa primero por mis manos, ya que así se convino con don
Terenzi y es justo que la Orden vea y sepa con antelación lo que después se
hace llegar a las autoridades superiores. Retome, pues, el regular envío de los
expresos […]”. Leído como suena, puede en verdad hacer creer que de nuestra
parte había una participación activa y directa en la investigación de don
Terenzi. Yo mismo me maravillo, porque nada había en la realidad. Es justamente
el caso típico en el que la pluma corre más allá que la intención y traiciona
el pensamiento».
• 6. ¿Y
el Padre Pío?
- Cuando descubrió en la celda n. 5 el
micrófono que le habían colocado bajo la cama y los hilos que lo conectaban a
la celda contigua, la n. 4, la usada por el padre Justino, llorando a lágrima viva,
cortó los hilos con un abrecartas, que, ennegrecido, conserva todavía el
impacto de la corriente eléctrica. Al mostrar al Arzobispo de la Diócesis, monseñor
Cesarano, los cables cortados y el abrecartas, le dijo: «Vea lo que han hecho conmigo. Mis propios hermanos».
- Don Atilio Negrisolo, sacerdote de la
Diócesis de Padua e hijo espiritual del Padre Pío, da fe de lo siguiente: «Cuando el padre Clemente de Santa Maria in
Punta pidió al Padre Pío, en nombre de monseñor Pedro Parente, que desmintiera
este hecho, el Padre Pío respondió: «Si hubiera sabido que estaban los
micrófonos en el confesonario, nunca habría puesto el pie en él para no exponer
el sacramento a la profanación”».
- El corazón del Padre Pío
queda muy bien retratado en esta declaración del padre Justino en el Proceso: «El Padre Pío supo el hecho de las
grabaciones; no creo que hubiera conocido el contenido de la grabación
principal. Ciertamente supo que había sido yo, pero nunca me dijo nada».
- Y mejor retratado
todavía en este hecho, contado por el padre Eusebio Notte en su declaración en el Proceso:: «Una noche estaba a solas con el Padre Pío en su celda n. 1. Y noté que el Siervo de Dios oraba con particular recogimiento. Confidencialmente le pregunté: “¿Tiene alguna preocupación esta noche?”. El
Padre Pío enseguida y sin inmutarse: “Estoy orando por el padre Justino”. A lo que yo, casi enojado: “¡Ah!, Padre, ¡eso no!; ¡es demasiado!”. Y el Padre Pío: “Hijo mío,
también él es un alma a la que salvar”».
- Que el
Padre Pío supo ver la mano de Dios, que lo asociaba a la pasión de Cristo, en lo
que ofrezco en este escrito y en lo que le vino como consecuencia de la visita
apostólica de monseñor Maccari, lo manifiesta esta confidencia a un hijo
espiritual: «Estamos en la última
estación, la más larga y la más dolorosa».
Elías Cabodevilla Garde