Al
inicio del escrito anterior de esta etiqueta de la página web, después de
afirmar que para Cristo fueron muy dolorosos los azotes, la coronación de
espinas, el peso de la cruz, los clavos…, y que lo fueron muchos más los insultos,
las bofetadas, los salivazos…, escribí: «Y
más todavía: el beso traidor de Judas, las negaciones de Pedro, el abandono de
los suyos…».
Cierto que, para el Padre Pío de Pietrelcina, las cinco llagas de Cristo
crucificado en su cuerpo no fueron un “artículo de lujo”, como él lo recalcó en
cierta ocasión, sino, al igual que los otros sufrimientos físicos, fuente de dolores
agudísimos y constantes. Sin duda, le resultaron mucho más dolorosos los
sufrimientos morales. A estos y a aquellos me he referido en los escritos
anteriores. Y no cabe duda de que los que hirieron más profundamente su
espíritu fueron los causados por sus hermanos en religión. Lo dejó muy claro
cuando, ante las palabras de monseñor Mario Schierano, juez del Tribunal
Supremo de la Signatura Apostólica: «Padre,
he visto en los periódicos que se han atrevido a poner micrófonos en su
confesonario», afirmó: «¡Sí, sí! A
tanto han llegado, Monseñor».
Con profundo dolor, porque querría que nunca hubiese sucedido, y sabiendo
que piso un terreno muy delicado, entre otros motivos porque algunos de los
hechos a los que me tengo que referir se realizaron con engaño y bajo capa de
virtud cuando los fines que se buscaban eran inconfesables, intentaré quedarme
en lo que, después de detenido estudio de las muchas informaciones, no sólo
diversas entre sí, sino con frecuencia contradictorias, juzgo verdadero.
Los primeros sufrimientos causados por sus hermanos en religión, con los
que el Señor asoció al Padre Pío a la pasión de Cristo, tuvieron lugar en los
años en los que Fraile capuchino, sin duda por un designio misterioso del
Señor, tuvo que vivir en su pueblo natal de Pietrelcina, fuera del convento y
alejado de la vida de comunidad. En esta etapa, no se puede poner malicia o
falta de reflexión y de discernimiento en el que los motivó: el padre Benedicto
en San Marco in Lamis, Superior provincial de los capuchinos y uno de los dos Directores
espirituales del Padre Pío. Un libro, muy bien documentado, del escritor
italiano Donato Calabrese lleva por título: “Padre Pío –Siete años de misterio en Pietrelcina – 1909-1916”. Y es
en ese clima de “misterio” en el que hay que colocar las actuaciones del padre
Benedicto. Me voy a referir a tres.
1ª. El
Padre Pío, a quien los médicos habían presagiado una muerte prematura, deseaba celebrar
al menos una vez la santa misa. Las normas de la Iglesia exigían la
edad de 24 años para acceder al sacerdocio. Pero el Padre Pío sabía bien que la
Iglesia podía y solía dispensar de este impedimento si se daba justa causa para
ello. Y no dejó de implicar al que podía solicitar esa dispensa. Al fin, el 6
de julio de 1910 le llegó del padre Benedicto la comunicación de que se había
obtenido la dispensa y de que la ordenación sacerdotal podría tener lugar hacia
el 10 ó 12 de agosto. Pero el sufrimiento del Padre Pío a causa de la actitud
pasiva o de la lentitud al actuar del Padre Benedicto lo podemos deducir de
estos escritos:
- En la primera carta del Padre Pío al padre Benedicto
que recoge el “Epistolario”, de 22 de
enero de 1910, leemos: «Muchas personas…
me han asegurado que si usted pide la dispensa para mi ordenación, exponiendo
el estado de mi salud, todo se conseguiría».
- Es fácil pensar que, en el
lamento del Padre Pío en su carta siguiente, del 14 de marzo, hay un velado
reproche a la actitud pasiva del padre Benedicto en algo que tanto interesaba a
su Dirigido espiritual: «No puedo
ocultarle… mi desánimo al ver que han quedado en el vacío algunas de mis esperanzas
que, de cara al futuro, me garantizaban un alivio. Casi me arrepiento de
haberlas esperado inútilmente. Pero ¡que se cumpla la voluntad del Señor!».
- La información que el Padre
Pío ofrece el padre Benedicto en la carta siguiente, de 26 de mayo, ¿no querrá
ser un recordatorio de lo que busca con tanta ilusión? Le escribe: «En los días en los que he estado un poco
mejor de salud, también para distraerme un poco, he recibido alguna lección de
moral del sacerdote que es mi confesor. ¿Lo aprueba usted?».
- Y en la carta siguiente, del
1 de junio, insiste de nuevo: «Además
estoy bastante desanimado por no haber recibido, no sólo lo que por caridad le
pedía en mi última, sino ni siquiera una breve respuesta».
2ª. El Padre Pío, sacerdote desde el día
10 de agosto de 1910, deseaba vivamente ejercer el ministerio del
confesonario para
administrar a los fieles el perdón de los pecados y la gracia renovadora que
Dios da en el sacramento de la confesión y para cumplir, también de este modo,
la “misión grandísima” que el Señor
le había confiado. Para hacerlo necesitaba la licencia o del Obispo o de su Superior
provincial. El Padre Pío usó todos los medios a su alcance para conseguirla. Pero
el padre Benedicto, seguro que sin pretenderlo, fue de nuevo el causante de un
doloroso sufrimiento para su Dirigido espiritual, sufrimiento que terminó en
fecha que desconocemos, pero posterior al 9 de abril de 1913 y probablemente
anterior al 12 de mayo de 1914. Y esto porque, en la de 9 de abril, el padre
Agustín le escribe al Padre Pío: «En
cuanto a la autorización para confesar parece que él (padre Benedicto) estaría dispuesto, pero querría una prueba
de tus conocimientos de teología moral». Y es probable que haya que incluir al Padre Pío en el grupo de
confesores, cuando, en la carta del 12 de mayo, refiriéndose a la visita del Arzobispo
Bonazzi para administrar la confirmación a unos cuatrocientas cincuenta
personas, grandes y pequeños, escribe al padre Agustín: «Imaginará cómo hemos estado todos muy
ocupados en las confesiones y en la instrucción a los mayores para prepararlos
bien a recibir el sacramento de la confirmación».
- El Padre Pío, primero en fecha que
desconocemos y, después, antes del jueves santo de 1911, el 2 de mayo de 1912,
el 13 de febrero y el 15 de marzo de 1913, siempre desde Pietrelcina, se
dirigió por escrito al padre Benedicto para suplicarle las licencias para
confesar. Ante las negativas que iba recibiendo, el Padre Pío fue suavizando su
petición y pidiendo licencias parciales: para confesar el jueves santo porque
se lo había indicado el párroco, para confesar a solo hombres, para confesar a
enfermos...; incluso acudió a los buenos servicios de su segundo Director
espiritual, el padre Agustín, para que mediara ante el padre Benedicto. Es
fácil descubrir el largo y doloroso calvario del Padre Pío, a causa de no poder
confesar, en la frase que escribió al padre Agustín, el 18 de mayo de 1913, a
los dos días de recibir la del padre Benedicto que luego se cita: «Por el
tema de la confesión no se preocupe ya más; deje de sufrir por mi causa en este
asunto».
- Al padre Benedicto, en estos años Superior provincial y Director
espiritual del Padre Pío, le resultaba, al parecer, difícil manifestar toda la
verdad a su súbdito y Dirigido espiritual. En carta del 12 de abril de 1911,
como motivo para la respuesta negativa, le adujo que el confesonario le sería
nocivo para la salud y quizás también para la paz de su alma. El 4 de marzo de
1912 se atrevió a añadir a la motivación ya citada de la salud la de no haber
estudiado regularmente, con la ayuda del profesor, la teología moral. Y, por
fin, el 16 de marzo de 1913 le indicó claramente que no le constaba su
capacitación científica en teología moral y le invitó a someterse a un examen
de idoneidad, asegurándole que, si lo superaba, le daría la licencia, al menos
para confesar a enfermos.
3ª.
Un sencillo cambio en el título del libro antes citado nos permitiría escribir
una gran verdad: “Padre Pío – Siete años de sufrimiento en
Pietrelcina – 1909-1916”. Y sufrimiento por un motivo distinto a los ya
indicados.
- Para los Capuchinos de la Provincia
del Padre Pío, y también para los Superiores provincial y general de la Orden, era
muy lógico este modo de pensar: Si Dios quiere al Padre Pío en la Orden
capuchina, lo querrá viviendo en el convento; si no lo quiere en el convento,
es porque no lo quiere capuchino. Pero era el Señor el que quería al capuchino
Padre Pío durante casi siete años fuera del convento. Y, como consecuencia, aquí
tenemos otro motivo de dolorosísimo sufrimiento para el Fraile de Pietrelcina. Y,
de nuevo, el principal causante es el padre Benedicto, y, en este caso, por querer
cumplir con fidelidad una de sus obligaciones de Superior provincial.
- El largo espacio de tiempo de casi siete años
permite muchas reflexiones, consultas y actuaciones, y los detalles de las
mismas ocuparían demasiado espacio en este escrito. Señalaré lo más importante:
- 1º. En relación al Padre Pío:
ü
El
futuro Padre Pío, en la búsqueda de su vocación, había descubierto, ya de niño,
lo que manifestaría más tarde, en noviembre de 1922, a Nina Campanile: «¿Dónde, Señor, podré servirte mejor que en la vida religiosa y bajo la
bandera del Pobrecillo de Asís?». Pero, en
mayo de 1909, a los pocos años de abrazar la vida capuchina, aconsejado
por los médicos, tiene que abandonar el convento y marchar a su pueblo natal,
Pietrelcina, con la esperanza de que los aires de su tierra natal pudieran
curar o, al menos, aliviar su
enfermedad. Una enfermedad que hacía que el estómago del joven religioso no
lograra retener ni siquiera el agua, que las toses y los dolores de
tórax y de espalda fueran continuos, que la fiebre subiera tanto que rompía los
termómetros al intentar medírsela… Una enfermedad que, a juicio del doctor
Francisco Nardacchione, era una «Bronquitis
alveolar del vértice pulmonar izquierdo»; en el dictamen del doctor Ernesto
Bruschino resultaba una «Infiltración
específica de ambos vértices pulmonares» o, con otras palabras,
tuberculosis; en la revisión militar, cuando el Padre Pío fue llamado a filas,
se consideró: «Infiltración en los dos
vértices pulmonares»; y a juicio del doctor Andrés Cardone, harto de darle
remedios y medicinas: «¡No te entiendo!
¡No sé qué hacer contigo!».
ü
El Padre Pío deseaba vivamente la vida conventual,
como le correspondía por su vocación de religioso. Ignoraba, al menos el 26 de
mayo de 1910, qué es lo que Dios quería de él en esa situación, pues afirmó: «Ignoro la causa de todo esto. Y en silencio
adoro y beso la mano de aquel que me hiere». Más aún, cuando, más adelante,
supo la razón por la que el Señor le quería fuera del convento, no podía
descubrirla ni siquiera a su Superior
provincial y Director espiritual. Así se lo dijo al padre Agustín, que le había
suplicado que manifestara al padre Benedicto el secreto de su enfermedad: «Padre, ¡no puedo decirle la razón por la que
el Señor me ha querido en Pietrelcina; faltaría a la caridad!».
ü
¿Atrevimiento inusitado el del padre Agustín?
Aun conociendo la prohibición tajante que pesaba sobre el Padre Pío, en carta
de 7 de mayo de 1913, escribió a su Dirigido espiritual: «Creo que debes pedir insistentemente aquella gracia que nosotros
sabemos, aunque la Madrecita parece contraria a ello». Aunque no son cosas
muy distintas, no se puede precisar si la gracia que el Padre Pío debía pedir
era la de poder regresar al convento o la de poder manifestar al padre
Benedicto por qué y para qué lo quería el Señor fuera del mismo. Lo acaecido al
Capuchino lo podemos calificar de catastrófico. Lo cuenta así, el 18 de mayo,
al padre Agustín: «Al
recibir la última carta, quise presentar a la Madrecita la gracia que repetidas
veces me has mandado que le pidiera, esperando conseguirla en esta ocasión al
hacerlo por un camino distinto: el de la obediencia. Por desgracia, debo
confesar para confusión mía que el fruto deseado no se ha conseguido, porque
esta Madre santa montó en cólera ante mi atrevimiento de pedirle de nuevo la
dicha gracia, que severamente ya me había prohibido. Esta mi involuntaria
desobediencia la he tenido que pagar a muy caro precio. Desde aquel día se
alejó de mí al igual que los otros personajes celestes».
ü
A la cruz de tener que vivir fuera del claustro,
muy dolorosa para el Padre Pío, se fueron añadiendo otras muchas:
§
Fueron constantes las llamadas del padre
Benedicto y del padre Agustín a regresar a la vida conventual y repetidos los
mandatos del padre Benedicto a marchar a uno de los conventos de la Provincia:
Morcone, Venafro, San Marco la Catola…; y esto a pesar de que el Señor daba
señales claras de que su plan era otro: en cuanto el Padre Pío pisaba un
convento, la enfermedad se agravaba de tal forma que, para evitar el desenlace
final, el Superior de la comunidad se tenía que apresurar a llevarlo a
Pietrelcina.
§
Se le echó en cara su incapacidad para conocer
los planes de Dios, como en esta carta del padre Benedicto de 14 de julio de
1910: «El padre Agustín es el encargado
de llevarte a Morcone… Repito que la verdad la digo yo, que hablo con toda mi
autoridad, y no tu pensamiento que, ofuscado como está por las tinieblas del
enemigo, es incapaz de conocer las cosas como están en realidad delante de Dios».
§
A pesar de viajar al convento que le señalaba el
Superior provincial en cuanto recibía el mandato de hacerlo, se le acusó de
desobediencia, como queda claro en esta carta del padre Benedicto del 4 de
octubre de 1921: «Cuando se os escribe
como superior y director espiritual, debe oír con reverencia e interior
sumisión lo que se le dice y no razonar por cuenta propia… Pero usted no quiere
someterse a este parecer mío y hace mal. Espero, por lo demás, que sea la
última vez que no se somete a mis indicaciones».
§
Supo que el Superior provincial planeaba iniciar
los trámites para que dejara la Orden capuchina y se incorporara como sacerdote
a la diócesis de Benevento. ¿Cómo reaccionó el Padre Pío? En los días que, por
mandato del padre Benedicto, pasó en el convento de Venafro, desde finales de
octubre al 7 de diciembre de 1911, casi todos postrado en cama y 21 de ellos
sin probar alimento, fuera de la comunión, en uno de sus muchos éxtasis, el
padre Agustín pudo escucharle las palabras que dirigía a san Francisco y a
Jesús: «¡Padre mío! ¿Me vas a despachar
de la Orden? ¡Por caridad, hazme antes morir! ¡Oh seráfico padre mío! ¿Pero me
vas a despachar tú de tu Orden? ¿No voy yo a ser más tu hijo? La primera vez
que te me apareciste, padre san Francisco, me dijiste que debía ir a aquella
tierra de destierro. ¡Ah, padre mío! ¿Es voluntad de Dios? ¡Pues hágase! ¡Fiat!
Pero, ¡Jesús mío, ayúdame! ¿Y cuál va a ser la señal de que tú me quieres allá?
¡Diré la misa! Pues entonces, Jesús mío, recibe mi acción de gracias». Y
esa prueba la tuvo. El día 7 de diciembre, ante su enfermedad agravada, dejó
Venafro y, acompañado por el padre Agustín, viajó a Pietrelcina. Al día siguiente,
fiesta de la Inmaculada, celebró la misa solemne parroquial «como si nada hubiera sufrido» los días
anteriores.
§
Durante más de cuatro años pesó sobre el Padre
Pío la amenaza de tener que dejar la Orden capuchina y pasar al clero diocesano.
El asunto fue a Roma, al Superior general de la Orden capuchina. Aunque no se
conserva el escrito del padre Benedicto a su Dirigido espiritual, en él se le
informaba del parecer del mencionado Superior general. La consecuencia la
tenemos en la carta del Padre Pío a su Director spiritual, de 20 de diciembre
de 1913. En ella le dice: «Usted que me
conoce a fondo… puede imaginar con qué gozo volvería al convento, pero, como mi
enfermedad se va agravando cada día, sería un peso y un estorbo para la
comunidad». Y después añade: «Por
eso, teniendo presente la suya de 28 de mayo, en la que me decía que “el padre
General ya desde el año pasado ve mal una permanencia tan larga en el mundo y
que, aunque todo lo que yo le dije fue para defenderte, no se convence y
responde: Es mejor entonces que se haga sacerdote secular pidiendo el breve.
Por otra parte, porque tan larga duración excede mi competencia y es necesario
regularizarla”, me he decidido a pedir el breve, reconociendo en la voz del
superior la voz de Dios. Usted puede comprender con qué desgarro de mi alma me
veo obligado a dar este paso; pero la necesidad me obliga y lo haga también por
su tranquilidad y la mía».
§
¿Por qué no se tramitó ante la Santa Sede la
petición del Padre Pío? Lo cierto es que, en mayo de 1914, la Orden capuchina
celebró su capítulo general, que eligió para Superior general al padre Venancio
de Lisle-en-Rigault. A la información que, sin duda, le ofreció el padre
Benedicto en esa ocasión se unió la que habría recogido durante la visita que
realizó a la Provincia capuchina de Foggia. Su parecer fue el que el padre
Agustín, informado por el padre Benedicto, se apresuró a comunicar al Padre Pío
en carta del 6 de diciembre de 1914: «El
padre General le ha dado la siguiente respuesta: “Ya que es la voluntad de
Dios, pues que así sea. Le obtendremos el Breve ad tempus, habitu retento y que
el buen padre siga rogando por la Orden, a la que pude seguir perteneciendo”».
El 25 de febrero de 1915 la Santa Sede concedía al Padre Pío «la solicitada facultad de permanecer fuera
del claustro, mientras lo exija la necesidad, pudiendo vestir el hábito regular».
Y días después, el 7 de marzo, el padre Benedicto la comunicaba a su Dirigido
espiritual.
§
El 17 de febrero de 1916, cuando la enfermedad
se lo permitió -tendremos que decir: cuando estaba en el proyecto del Señor-,
el Padre Pío viajó a Foggia con la idea de visitar a Rafaelina Cerase, a la que
había orientado espiritualmente durante dos años por carta. A Rafaelina el
cáncer la había colocado ya a las puertas de la muerte y el Padre Pío deseaba
responder a las repetidas peticiones de quien deseaba, además de conocer
personalmente a su Director espiritual, confesarse al menos una vez con él. Pero
fue un viaje sin retorno. Al encontrarse con el padre Benedicto, que hacía la
visita canónica al convento de Foggia, éste le mandó que, «vivo o muerto», se quedara en el convento de esa ciudad. Días
después, el 25 de marzo, falleció Rafaelina, cuando contaba 48 años de edad.
- 2º. En esta larga historia, los sufrimientos no fueron sólo
para el Padre Pío. Los padecieron también, entre otros, el padre Benedicto y el
padre Agustín.
ü
Puede ser suficiente la lectura de lo escrito
por el padre Agustín al Padre Pío el 13 de mayo de 1914: «Nosotros, pobres superiores, no sabemos cómo proceder en tu caso. Yo
adoro los proyectos de Dios. Pero ¿por qué, hijo mío, han de estar lo
superiores sumidos en la oscuridad en lo que se refiere a tu destino? ¿No nos
será lícito saber algo? El provincial me ha dicho que, al regreso de Roma, desea
visitarte. Por caridad, dile a Jesús que te conceda informar de todo al
superior».
ü
Posiblemente porque el plazo de tiempo que había
previsto se iba prolongando, al padre Benedicto le asaltaban unas dudas, que
quedan bien reflejadas en las cartas que escribió al Padre Pío. En la primera
que recoge el “Epistolario”, de 2 de
enero de 1910, le dice: «Si experimenta
una notable mejoría en su salud, al respirar los aires de su tierra, ¡siga ahí!».
Pero meses más tarde, el 27 de julio, le escribe: «Y ahora ¿cómo está? Me disgusta, pero adoro los altos planes de Dios
que, ciertamente por inefable piedad, no le permite vivir en el convento, a
donde él mismo, con tanta dignación, le llamaba». Y un año más tarde, en la
de 5 de septiembre de 1911: «¿Cuándo
volveré a verte en el convento? Si la estancia en tu casa no te cura, te
llamaré a la sombra de san Francisco. Aun en el caso de que el Señor te quiera
llamar a la gloria, es mejor que mueras en el convento a donde él te llamó».
ü
Las del padre Benedicto, compartidas también por
el padre Agustín, son dudas muy lógicas, que explican su modo de actuar con su Dirigido
espiritual y que, aun siendo ellos los instrumentos de los que el Señor se sirvió
para asociar al Padre Pío a la pasión de Cristo, quedan libres de toda responsabilidad.
Es fácil pensar que se preguntaron: ¿Puede querer el Señor que sus proyectos en
el Padre Pío queden ocultos a su Superior provincial y a sus Directores
espirituales, como les manifestaba su Dirigido? ¿No habrá una causa psicológica
en el hecho de que, nada más pisar un convento, se agrave la enfermedad del
Padre Pío y que, como sucedió en diciembre de 1911, al día siguiente de
abandonar el de Venafro, donde la enfermedad le había retenido en cama unos 40
días, 21 de ellos sin tomar alimento, celebre la misa solemne de la Inmaculada
en la parroquia de Pietrelcina «como si
nada hubiera sufrido» los días anteriores? Si el Padre Pío, en sus cartas,
les hablaba con tanta frecuencia de los asaltos, incluso físicos, de los
demonios y les decía que el demonio le impedía manifestar sus cosas al confesor
y hacía que cartas del Director espiritual le llegaran en blanco o emborronadas
de tinta y…, ¿su permanencia fuera del convento no sería cosa del maligno y no
de Dios?
Elías Cabodevilla Garde
Un alumno de Amparo,padre Elias gracias por los rosarios que nos has mandado a los alumnos de Prádena,por aqui usted es muy famoso.:)