21. El demonio es como un perro rabioso atado a la cadena; no puede
herir a nadie más allá de lo que le permite la cadena. Mantente, pues, lejos.
Si te acercas demasiado, te atrapará.
22. No abandonéis vuestra alma a la tentación, dice el Espíritu Santo,
pues la alegría del corazón es la vida del alma y un tesoro inagotable de
santidad; mientras que la tristeza es la muerte lenta del alma y no es útil
para nada.
23. Nuestro enemigo, provocador de nuestros males, se hace fuerte con
los débiles; pero con aquél que le hace frente con valentía resulta un cobarde.
24. Si conseguimos vencer la tentación, ésta produce el efecto que la
lejía en la ropa sucia.
25. Sufriría mil veces la muerte antes que ofender al Señor
deliberadamente.
26. No se debe volver ni con el pensamiento ni en la confesión a los
pecados ya acusados en confesiones anteriores. Por nuestra contrición Jesús los
ha perdonado en el tribunal de la penitencia. Allí él se ha encontrado ante
nosotros como un acreedor de frente a un deudor insolvente. Con un gesto de
infinita generosidad ha rasgado, ha destruido, las letras de cambio firmadas
por nosotros al pecar, y que no habríamos podido pagar sin la ayuda de su
clemencia divina. Volver sobre aquellas culpas, querer exhumarlas de nuevo con
el solo fin de obtener una vez más el perdón, sólo por la duda de que no hayan
sido verdaderamente y generosamente perdonadas, ¿no habría que considerarlo
como un acto de desconfianza hacia la bondad de la que había dado prueba al destruir
él mismo todo título de la deuda que contrajimos al pecar? Vuelve, si esto
puede ser motivo de consuelo para nuestras almas, vuelve tu pensamiento a las
ofensas infligidas a la justicia, a la sabiduría, a la infinita misericordia de
Dios, pero sólo para derramar sobre ellas las lágrimas redentoras del
arrepentimiento y del amor.
27. En el alboroto de las pasiones y de las situaciones difíciles nos
sostenga en pie la grata esperanza de su inagotable misericordia. Corramos
confiadamente al tribunal de la penitencia donde él con anhelo de padre nos
espera en todo momento; y aún sabiendo que somos insolventes, no dudemos del
perdón que se pronuncia solemnemente sobre nuestros errores. ¡Pongamos sobre
ellos, como la ha puesto el Señor, una piedra sepulcral!...
(Tomado de BUONA
GIORNATA de Padre Pio da Pietrelcina)
Traducción del
italiano: Elías Cabodevilla Garde