Los sufrimientos morales del Padre Pío fueron de
nuevo muy intensos en los últimos años de su vida. En este caso, en la «mano del hombre», de la que se sirvió el
Señor para asociarlo a la pasión de Cristo, tuvieron responsabilidad muy
especial algunos miembros de la Orden capuchina a la que pertenecía el Padre
Pío. Con profundo dolor, porque nunca se tendrían que haber dado esos hechos,
intentaré exponerlos en el próximo escrito. Y la tuvieron también tanto Mons.
Carlo Maccari, enviado por el Vaticano para realizar una visita apostólica al
convento de capuchinos y al hospital “Casa Alivio del Sufrimiento” de San
Giovanni Rotondo, como los que, por medios absolutamente reprobables, intentaron
desprestigiar al Fraile capuchino ante sus hermanos de fraternidad y ante otros
sacerdotes que lo apreciaban por su vida santa y por la acción apostólica que
desarrollaba.
Mons. Carlo
Maccari, convenientemente adoctrinado por quienes consiguieron que fuera él, “persona muy manejable”, el elegido,
llegó a San Giovanni Rotondo el 30 de julio de 1960 y permaneció allí hasta
mediados de septiembre, no sin haberse ausentado premeditadamente, para unos
pocos días, pocas fechas antes del 10 de agosto, con el fin de no estar
presente en la celebración de las bodas de oro de sacerdocio del Padre Pío.
Además, se atrevió a dejar una serie de disposiciones en relación a la fiesta,
como la prohibición al arzobispo de Manfredonia, Mons. Andrea Cesarano,
de participar en la celebración y al padre Agustín, ya octogenario, de
pronunciar el discurso que, con gran ilusión, había preparado para la misma. Y
no es descabellado atribuirle alguna responsabilidad en estos dos hechos: que
el Vaticano bloqueara los telegramas y cartas dirigidos en esos días a San
Giovanni Rotondo “vía Vaticano”, y que llegaran el saludo y la bendición del
Papa a dos capuchinos de la provincia religiosa del Padre Pío, que celebraban
el mismo acontecimiento que su cohermano, pero no a éste, a pesar de que el
superior provincial los había solicitado para los tres.
Omitiendo datos que ocuparían
muchas páginas llenas de podredumbre moral, baste decir que, en uno de los
volúmenes que recogen el Proceso de Beatificación y Canonización del Padre Pío,
se lee como resumen de lo que manifestaron sobre la visita apostólica de Carlo
Maccari los testigos llamados a declarar: «Con
alguna excepción, las opiniones de los testigos sobre la persona y más aún
sobre la actuación de Mons. Maccari son negativas. Se critica su carácter, el
método de actuación, la frivolidad al acoger acusaciones gravísimas contra el
Siervo de Dios, y de modo especial las conclusiones erróneas a las que llega y
las deplorables consecuencias de su visita, llevada a cabo con la rúbrica de
ligereza, parcialidad y prevención».
Entre las «acusaciones gravísimas», que acepta el Visitador y que transmite en
su Relación al Santo Oficio, está la de Elvira Serritelli, que Mons. Maccari la
escribe de este modo: «En pocas palabras,
según Elvira, desde el año 1922 hasta casi el 1930 el Padre Pío habría tenido
relaciones íntimas, completas y prolongadas con ella, incluso varias veces a la
semana; pero todo habría tenido lugar sin “malicia alguna” ni de una parte ni
de la otra». Y va más lejos al escribir: «Por lo manifestado por Elvira, las “relacionas íntimas” del Padre Pío
habrían continuado después del año 1930 con Cleonice Morcaldi». Estas
calumnias, aceptadas y trasmitidas a la Santa Sede por un Visitador apostólico
nombrado por el Papa, fueron la causa de que el Santo Oficio negara una y otra
vez la autorización para abrir el Proceso de Beatificación y Canonización del
Padre Pío. Sólo en octubre de 1982, tras conocer la índole psicológica y moral
de la Serritelli, el Santo Oficio concedió la mencionada autorización y el Proceso
pudo abrirse en el santuario de Nuestra Señora de las Gracias de San Giovanni
Rotondo el 20 de marzo de 1983.
La bien documentada biografía “PADRE PIO da Pietrelcina” de Luigi
Peroni informa de un hecho que, sin duda, merece el calificativo de repugnante
y diabólico, que tuvo lugar en torno al año 1960. Se trata de un grupo de
mujeres que, guiadas y pagadas por terceras personas, debían llevar a cabo, no
en grupo sino cada una por su cuenta, un plan realmente siniestro: confesarse por
algún tiempo con los sacerdotes capuchinos de San Giovanni Rotondo, hacerse pasar
por persona piadosa y devota para que su posterior declaración fuera creíble al
confesor, para terminar manifestándole que el Padre Pío se había comportado
moralmente mal con ella, y de este modo desprestigiarlo ante sus propios
hermanos de fraternidad y crearle nuevos enemigos. Una de estas repugnantes
calumniadoras se acercó en diversas ocasiones al confesonario de un famoso
profesor de derecho canónico de Roma, repitiéndole la falsa acusación y
consiguiendo que cambiara radicalmente de opinión en relación al Padre Pío, que
hasta entonces era de veneración y estima.
Para terminar, una breve
referencia a un punto de una declaración jurada de María Grazia Massa, de San
Giovanni Rotondo, hija espiritual del Padre Pío desde los primeros años de la
llegada de éste a aquella población. La emitió el 23 de agosto de 1977 y fue enviada
a la Congregación de los Santos el 3 de marzo de 1980. María Gracia sabía lo
que Elvira Serritelli había manifestado a Mons. Maccari en relación al Padre
Pío, porque se lo había contado al detalle Marietta Serritelli, hermana de
Elvira. Además, al ser llamada a declarar por el Visitador, esté le había
preguntado de forma brusca: «¿Usted cree
que Elvira y Ángela Serritelli son capaces de calumniar?». En su
declaración escribe: «Cuando en confesión
le dije (al Padre Pío) todo lo que
sabía de la negra calumnia, él me respondió: “Lo sé, lo sé, hija mía. Sé todo. Pero ¿qué me importa si han arrojado
fango sobre mi pobre persona durante mi vida y, como consecuencia, después de
mi muerte? A mí me basta con salvar almas y ciertas almas”. Entonces comprendí
que el venerado Padre, como otro Cristo, era correspondido con amarga
ingratitud y con negras calumnias y que él lo aceptaba todo por la salvación de
las almas. Me alejé del confesonario más serena y más convencida de la santidad
del Padre».
Ante las palabras del Padre Pío:
«Lo sé, lo sé, hija mía. Sé todo», una
pregunta: ¿Concedió el Señor al Padre Pío conocer con detalle, por medios no
humanos, lo que sucedía a su alrededor, aumentando así sus sufrimientos y su
asociación a la pasión de Cristo?
Elías Cabodevilla Garde
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