En la
pasión de Cristo fueron sufrimientos muy dolorosos para él: la flagelación, la
coronación de espinas, la herida en el hombro a causa del peso de la cruz, las
caídas en el camino al Calvario, los clavos que atravesaron sus pies y sus manos,
la sed… Sin duda, lo fueron mucho más: las bofetadas, los salivazos, los
insultos, el manto color púrpura sobre sus hombros y el «¡Salve, rey de los judíos!» de los soldados de Pilatos, el «¡Quita de en medio a ése! Suéltanos a
Barrabás» y el «¡Crucifícalo,
crucifícalo!» de los sumos sacerdotes, los magistrados y el pueblo… Y más
todavía: el beso traidor de Judas, las negaciones de Pedro, el abandono de los
suyos…
El
Señor, al asociar al Padre Pío a la pasión de Cristo, quiso para el Fraile
capuchino, como ya he expuesto en los escritos anteriores de esta etiqueta de
la página web, las llagas del Crucificado en manos, pies y costado, la
transverberación, la flagelación y la coronación de espinas, la llaga del
hombro o “sexta llaga” y otros sufrimientos corporales que difícilmente tienen
sólo una explicación médica: la tos, un estómago que apenas acepta alimentos, los
termómetros que llegan a marcar más de 48 grados de fiebre, los demonios que le
golpean con bastones y cadenas de hierro... Y le regaló también, y con gran
generosidad, esos sufrimientos, mucho más dolorosos que los físicos, que son
los sufrimientos morales.
Dejando
para otro escrito los sufrimientos morales que le vinieron al Padre Pío de la orden
religiosa a la que perteneció y, aún a sabiendas de que no puedo referirme a
todos, me fijo en los que le vinieron del Señor por otros caminos.
Antes
de enumerarlos, quiero señalar que el Padre Pío es, si no el primero, sí un importante
“responsable” de esos sufrimientos morales. Intento explicarme:
· Uno de los recuerdos que más agradecen muchos
devotos del Padre Pío es una pequeña “estampa” plastificada, que tiene, por un
lado, la fotografía de la mano derecha del Padre Pío y, por el otro, una pequeña
reliquia y el escrito «sufro y quisiera
sufrir más», una frase tomada de la carta que el Capuchino escribió al
padre Benedicto el 6 de mayo de 1913.
· Pero, para el año 1913, el Padre Pío había
ido mucho más lejos en su deseo de sufrir. En su carta al padre Benedicto de 29
de noviembre de 1910, después de decirle que sufre mucho, pero que también goza
mucho, porque su director espiritual -el destinatario de la carta-, le ha
asegurado que esto no es abandono por parte de Dios sino prueba delicada de
finísimo amor, le pide una autorización cuando menos sorprendente: «Desde hace algún tiempo siento la necesidad
de ofrecerme al Señor como víctima por los pobres pecadores y por las almas del
purgatorio. Este deseo ha ido creciendo más y más en mi corazón y ahora se ha
convertido, por decirlo así, en una pasión muy fuerte. Es cierto que esta
ofrenda ya la he hecho al Señor varias veces, pidiéndole que quiera derramar
sobre mí, incluso centuplicados, todos los castigos preparados para los
pecadores y para las almas del purgatorio, con tal de que convierta y salve a
los pecadores y admita pronto en el paraíso a las almas del purgatorio; pero
ahora querría hacer esta ofrenda al Señor con su obediencia. Me parece que lo
quiere el Señor».
· La consecuencia de lo dicho hasta aquí parece
lógica: el Padre Pío, que sufre mucho, quiere sufrir más, y pide al Señor la gracia
de sufrir, de sufrir nada más y nada menos que todos los sufrimientos merecidos
por los pecadores y por los que se purifican en el más allá antes de llegar a
su destino eterno, unos sufrimientos incluso cien veces más dolorosos…; y Dios
Padre, que ha asociado al Padre Pío a la pasión de su Hijo como colaborador en
la salvación de los hombres, se los regala a manos llenas.
· Quien piense que el Padre Pío es un
masoquista que ama el sufrimiento por el sufrimiento, está muy equivocado. Pocos
objetivos tan bellos para un enamorado de Cristo como los que expresan las
palabras que he citado: «con tal de que
convierta y salve a los pecadores y admita pronto en el paraíso a las almas del
purgatorio». Pero, para el Padre Pío, hay otro objetivo más deseable:
realizar lo que Jesús quiere y, además, mitigar con sus sufrimientos los de
Jesús. Lo dice en dos cartas a sus directores espirituales. En la del 29 de
julio de 1910, escribe al padre Benedicto: «Sufro,
es cierto; pero no me lamento porque esto lo quiere Jesús». Y dos años más
tarde, el 20 de septiembre de 1912, dice al padre Agustín: «Él (Jesús) se elige almas y entre éstas, contra todo merecimiento de mi parte, ha
elegido también la mía, para ser ayudado en la gran empresa de salvar a los
hombres. Y cuanto más sufren estas almas, sin consuelo alguno, tanto más
disminuyen los dolores del buen Jesús. Éste es el motivo de querer sufrir cada
vez más y sin consuelo alguno; y en esto radica toda mi alegría».
· Dos indicaciones
más, que, aunque necesitarían una explicación más amplia, la omito por razones
de brevedad.
- La primera la he sugerido ya al escribir:
«Dios Padre se los regala (los
sufrimientos) a manos llenas». El
Padre Pío, en una carta al padre Evangelista de San Marco in Lamis, de 28 de
junio de 1915, después de recordar que la Providencia divina suele ofrecer a
los hombres, mezcladas, las alegrías y las lágrimas, escribe: «Tras la mano del hombre que se manifiesta
veamos la mano de Dios que se oculta». El Padre Pío supo ver siempre tras
las actuaciones de los hombres la actuación de Dios, incluso cuando descubrió en
esas actuaciones malicia, al menos objetiva, como en el caso del padre Gemelli.
Consta que, al menos en tres ocasiones, al ser preguntado por la veracidad de
lo que afirmó este religioso franciscano en la Relación que envió a la Congregación
del Santo Oficio, hoy de la Doctrina de la Fe, el 6 de abril de 1926, el Padre
Pío respondió: «Él no me ha visitado y ni
siquiera ha visto los estigmas. Afirmar lo contrario es falso y deshonestidad
científica».
- La segunda casi da miedo anotarla: Dios,
para regalarle los sufrimientos que el Padre Pío le pedía, quiso servirse, al
igual que en la pasión y muerte de su Hijo Jesucristo, de la “mano del hombre”. Y eligió, al menos en
algunos casos, la mano que resultaba más dolorosa al Fraile capuchino: la de
altas jerarquías de la Iglesia, que actuaron, si no con malicia subjetiva, sí equivocadamente:
el Arzobispo de Manfredonia, diócesis en la que residía entonces el Padre Pío,
la Congregación vaticana del Santo Oficio, el Visitador apostólico Mons.
Maccari, algunos sacerdotes de las parroquias de San Giovanni Rotondo, el franciscano
padre Agostino Gemelli...
En los sufrimientos morales, a diferencia de los
físicos cuando éstos los hemos padecido, nos es muy difícil, por no decir
imposible, valorar su intensidad en otra persona, aunque sea grande nuestra
sintonía con ella. Me quedaré en la enumeración de algunos de los que el Señor
regaló al Padre Pío, dejando al lector que intente captar su repercusión en el
Fraile capuchino, aunque no dejaré de ofrecerle alguna ayuda.
· Como
consecuencia de las «bajas insinuaciones
y de las oscuras calumnias y difamaciones propaladas por todas partes»,
también en el Vaticano, por Mons. Pasquale Galliardi, Arzobispo de Manfredonia,
con la aportación generosa de alguno de los párrocos de San Giovanni Rotondo, al
Padre Pío se le tuvo por un impostor, que se autolesionaba para tener las
llagas del Crucificado, que se perfumaba para que los devotos hablaran de un
perfume sobrenatural indescriptible que emanaba de su cuerpo…
· Las
afirmaciones del padre Agostino Gemelli, algunas contrarias a la verdad y otras
carentes de todo fundamento, ya en la primera de las tres Relaciones que envió
a la Congregación del Santo Oficio, dieron pie para que se tuviera al Padre Pío
por un enfermo mental, obsesionado, bajo el influjo de su director espiritual,
el padre Benedicto de San Marco in Lamis, por identificarse con Cristo
crucificado, también en su cuerpo. Y, como consecuencia de las mismas, para que
el Santo Oficio, en junio de 1922, mandara al padre Benedicto dejar la dirección
espiritual del Padre Pío y propusiera el traslado de éste a un convento del
norte de Italia.
· Y fruto
de las actuaciones de Mons. Gallardi y del padre Gemelli fueron las nuevas
intervenciones de la Congregación del Santo Oficio: en junio de 1923, para
mandar que el Padre Pío celebrara la misa en la capilla interna del convento
sin presencia de extraños, y que no se respondiera a las cartas que le llegaban;
en julio de ese mismo año 1923, para manifestar que no constaba «la sobrenaturalidad de los hechos atribuidos
al Padre Pío» y que los fieles actuaran en consecuencia; y, la más grave, en
junio de 1931, para prohibir al Padre Pío el ejercicio del ministerio
sacerdotal, a excepción de la misa, que debía celebrarla en la capilla interior
del convento con sola la presencia del ayudante. Privación del ejercicio del ministerio
sacerdotal que se prolongó hasta el 16 de julio de 1933 para la celebración de
la misa en público, hasta el 25 de marzo de 1934 para las confesiones de los
hombres y hasta el 12 de mayo de ese mismo año para las confesiones de las
mujeres.
· Es
fácil imaginar lo que sucedía en el interior, en el espíritu del Padre Pío, que:
- Enriquecido con
dones singulares del Señor, que él nunca buscó, veía que éstos no eran
reconocidos por la Iglesia.
- Aun prefiriendo «mil veces la muerte antes que ofender al
buen Jesús con la más leve falta voluntaria», se sabía tenido por un
impostor.
- Debiendo cumplir
una “misión grandísima”, confiada directamente
por el Señor, experimentaba que era la Jerarquía de la Iglesia la que le
prohibía los medios adecuados para realizarla: la celebración de la misa en
público, el ministerio del confesonario, la orientación espiritual de palabra o
por carta, el trato con los fieles…
Elías Cabodevilla Garde
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