17. Reflexionad y tened siempre ante los ojos de la mente la gran
humildad de la Madre de Dios y Madre nuestra. En la medida en que crecían en
ella los dones del cielo, ahondaba cada vez más en la humildad.
18. Como las abejas que sin titubear atraviesan una y otra vez las
amplias extensiones de los campos, para alcanzar el bancal preferido; y
después, fatigadas pero satisfechas y cargadas de polen, vuelven al panal para
llevar a cabo allí en una acción fecunda y silenciosa la sabia transformación
del néctar de las flores en néctar de vida: así vosotros, después de haberla
acogido, guardad bien cerrada en vuestro corazón la palabra de Dios. Volved a
la colmena, es decir, meditadla con atención, deteneos en cada uno de los
elementos, buscad su sentido profundo. Ella se os manifestará entonces con todo
su esplendor luminoso, adquirirá el poder de destruir vuestras naturales
inclinaciones hacia lo material, tendrá el poder de transformarlas en
ascensiones puras y sublimes del espíritu, y de unir vuestro corazón cada vez
más estrechamente al Corazón divino de vuestro Señor.
19. El alma cristiana no deja pasar un solo día sin meditar la pasión
de Jesucristo.
20. Para que se dé la imitación, es necesaria la meditación diaria y
la reflexión frecuente sobre la vida de Jesús; de la meditación y de la
reflexión brota la estima de sus obras; y de la estima, el deseo y el consuelo
de la imitación.
21.Ten paciencia al perseverar en este santo ejercicio de la
meditación y confórmate con comenzar dando pequeños pasos, hasta que tengas dos
piernas para correr, y mejor, alas para volar; conténtate con obedecer, que
nunca es algo sin importancia para un alma que ha elegido a Dios por su
heredad; y resígnate a ser por el momento una pequeña abeja de la colmena que
muy pronto se convertirá en una abeja grande, capaz de fabricar la miel.
Humíllate siempre y amorosamente ante Dios y ante los hombres, porque Dios
habla verdaderamente al que se presenta ante él con un corazón humilde.
22. No puedo, pues, admitir y, como consecuencia, dispensarte de la
meditación sólo porque te parezca que no sacas ningún provecho. El don sagrado
de la oración, mi querida hija, lo tiene el Salvador en su mano derecha; y a
medida que te vayas vaciando de ti misma, es decir, del amor al cuerpo y de tu
propia voluntad, y te vayas enraizando en la santa humildad, el Señor lo irá
comunicando a tu corazón.
23. La verdadera causa por la que no siempre consigues hacer bien tus
meditaciones yo la descubro, y no me equivoco, está en esto: Te pones a meditar
con cierto nerviosismo y con una gran ansiedad por encontrar algo que pueda
hacer que tu espíritu permanezca contento y consolado; y esto es suficiente
para que no encuentres nunca lo que buscas y no fijes tu mente en la verdad que
meditas. Hija mía, has de saber que cuando uno busca con prisas y avidez un
objeto perdido, lo tocará con las manos, lo verá cien veces con sus ojos, y
nunca lo advertirá.
De esta vana e inútil ansiedad no te puede venir otra cosa que no sea
un gran cansancio de espíritu y la incapacidad de la mente para detenerse en el
objeto que tiene presente; y la consecuencia de esta situación es cierta
frialdad y sin sentido del alma, sobre todo en la parte afectiva.
Para esta situación no conozco otro remedio fuera de éste: salir de
esta ansiedad, porque ella es uno de los mayores engaños con los que la virtud
auténtica y la sólida devoción pueden jamás tropezar; aparenta enfervorizarse
en el bien obrar, pero no hace otra cosa que entibiarse, y nos hace correr para
que tropecemos.
(Tomado de BUONA
GIORNATA de Padre Pio da Pietrelcina)
Traducción del
italiano: Elías Cabodevilla Garde