En los
sufrimientos con los que el Señor asoció al Padre Pío de Pietrelcina a la
pasión de Cristo, que he presentando hasta ahora en esta carpeta de la página
web: las llagas del Crucificado en manos, pies y costado, la transverberación,
la flagelación y la coronación de espinas, la llaga del hombro o “sexta llaga”,
el dolor físico alcanzó, sin duda, sus cotas más altas.
Pero
éstos no fueron los únicos sufrimientos físicos con los que el Padre Pío fue
completando, como el apóstol San Pablo, «lo
que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su cuerpo que es la
Iglesia».
Si
recorremos el Epistolario del Padre Pío,
sobre todo el tomo I, que recoge su correspondencia epistolar con sus Directores
espirituales, los padres Benedicto y Agustín de San Marco in Lamis, encontramos
datos suficientes para conocer esos otros sufrimientos y también para valorar
de algún modo su intensidad. Es cierto que el Epistolario se mueve en un arco
breve de tiempo, desde 1910 hasta 1922.
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Interior de la granja de los Forgione en Piana Romana de Pietrelcina |
La primera fecha, como ya es sabido por
muchos, señala el año en que, a causa de la enfermedad que sufría, los médicos
aconsejan al Padre Pío vida al aire libre, a poder ser en su pueblo natal; y,
al no tener cerca a sus Directores espirituales, la carta es el medio para
comunicarse con ellos. Y la segunda señala el año en que el Santo Oficio, sin
valorar, al menos con acierto, las informaciones que le iban llegando en
relación al Capuchino de Pietrelcina, manda que el Padre Pío prescinda de la
dirección espiritual del padre Benedicto y que en adelante no se comunique con
él. El Padre Pío vivió hasta el 23 de septiembre de 1968, pero es lógico pensar
que las enfermedades que sufrió en sus primeros 35 años de vida le acompañaron
hasta su muerte. Tenemos, además, la información que nos deja el padre Agustín
en su ”Diario”.
· La falta
de salud y los sufrimientos
que de ella se derivan son un tema recurrente en las cartas del Padre Pío, tanto
en las que escribe al padre Benedicto, que, además de Director espiritual, es
su Superior provincial, como en las que dirige al padre Agustín. Y se comprende,
porque en Pietrelcina, donde no hay todavía convento de Capuchinos, está
viviendo una situación anómala para un religioso, y el padre Agustín y, sobre
todo, el Superior provincial quieren que termine cuanto antes.
Junto
a descripciones genéricas, como éstas:
- «Varios días los
he pasado peor que de costumbre en la salud».
- «En este período
he estado muy mal de salud».
- «Escribo sólo unas
pocas líneas a causa de la recaída en la salud»,
encontramos
otras mucho más concretas:
- «He estado muy
mal en estos días y, en el momento presente, sólo Dios sabe cómo me siento
abatido; también el mal tiempo parece que se alía buscando mi ruina».
- «Marché a
Morcone, como era el querer del padre provincial y de la muy reverenda
definición, pero cinco días después me vi obligado, lleno de confusión, a
regresar a aquí (Pietrelcina)».
- «He estado
malísimo, mucho más de lo que puede imaginar. Creía que era la última prueba
que debía soportar en esta vida, que estaba para terminar. Pero una vez más me
he visto defraudado y… ¡hágase! Comienzo a sentirme un poco mejor y son ya
varios los días en los que he dejado la cama y he subido al altar, pero me
siento todavía muy mal».
· Entre las enfermedades que le aquejan y le
producen especiales dolores y molestias, el Padre Pío señala repetidas veces la
del pecho y, como
consecuencia, la tos.
- «Además la tos y
los dolores del tórax y de la espalda son los que más me hacen sufrir y
continuamente».
- «En los cinco
días que he estado en Morcone he quedado reducido a un estado lamentable. Esta
recaída, mi querido padre, me ha descompuesto por completo y lo más afectado es
el pecho. Me provoca espasmos continuos; me tiene en una agonía permanente. En
algunos momentos es tal el sufrimiento que me parece que se me escapa la vida».
Los
médicos de Nápoles ya confirmaron esta enfermedad en el pecho, cuando el Padre
Pío tuvo que someterse a revisión médica al ser llamado a filas, en la Primera
Guerra Mundial. Así se lo comunicó al padre Agustín, en carta de 17 de
diciembre de 1915: «Gracias a Dios. Acabo
de pasar la visita colegiada de los médicos y me han concedido un año de
licencia, porque han reconocido la enfermedad de “infiltración a los pulmones”».
· Otra enfermedad a la que el Padre Pío alude
con frecuencia es la de la vista.
Lo hace por primera vez en carta al padre Agustín de 16 de diciembre de 1911 y,
después, con relativa frecuencia:
- «En la salud voy
mejorando, pero la vista no me acompaña».
- «Quisiera decirle
muchas cosas, pero la vista no me lo permite».
- «Termino, mi buen
padre, porque las fuerzas me fallan y la vista se me ha obnubilado
completamente».
Precisamente,
a causa de esta enfermedad, el 21 de marzo de 1912 la Santa Sede concedió al
Padre Pío la facultad de poder celebrar diariamente la Misa votiva de la Virgen
o la de Difuntos, y también la de conmutar el rezo del Oficio Divino por el
rezo diario de los quince misterios del Rosario de la Virgen María.
· En las cartas del Padre Pío no faltan las
referencias a la fiebre. A la
primera alusión a ella, en carta al padre Benedicto de 14 de marzo de 1910,
siguen otras muchas:
- «Pero la que no
quiere dejarme es la fiebre, que casi todos los días, por la tarde, me visita,
provocando un sudor abundante».
- «Desde hace ya
tres días tengo fiebre continua que no quiere bajar. ¡Se cumpla siempre la
voluntad de Dios!».
Sabemos
que el Padre Pío rompía los termómetros normales cuando querían tomarle la
fiebre. Y que los termómetros especiales que usaban con él llegaron a marcar
hasta 48 grados. Más aún, cuando, en junio de 1921, el Visitador apostólico
Rafael Carlos Rossi le preguntó, entre otras muchas cosas: - «Este subir la temperatura a los 48º ¿cuándo
comenzó?»; y luego: «¿Qué dijeron los
médicos? ¿Qué dijeron sobre esto cuando estuvo de soldado?», ésta fue su
respuesta: «Extrañeza, nada más. Estando
de soldado tuve temperaturas también más altas, pero siempre intenté ocultarlo;
una vez, por suerte, el enfermero lo atribuyó a un defecto del termómetro».
· Escribir sobre el funcionamiento del estómago del Padre Pío y de la
escasa alimentación que tomaba el Fraile capuchino, porque su estómago no la admitía,
es entrar en lo sorprendente. El Padre Pío ya se refiere a este tema en la
primera carta que escribió al padre Benedicto, la del 22 de enero de 1910, y
con una buena noticia: «El estado de mi
salud, gracias al cielo, va bien; sobre todo el estómago». No son, en
cambio, buenas noticias las que encontramos en cartas posteriores:
- «Sólo Dios
sabe lo que estoy sufriendo; no sé si sobreviviré a esta durísima prueba; no me
tengo en pie; el estómago, como de costumbre, es cada vez más obstinado en no
retener alimento alguno».
- «¿Qué debo
decirle de mi estado físico? La fiebre no me deja todavía y el estómago se
obstina cada vez más en no querer retener alimento alguno».
- «¿Qué me sucederá? El único alimento que retiene el estómago son las
sagradas especies. ¡Dios sea bendito!».
El
Padre Pío normalmente hacía una sola comida al día y ésta sumamente parca. El
padre Agustín lo repite muchas veces en su “Diario”. Y tenemos el testimonio del doctor Romanelli, el primer
médico que examinó las “llagas” del Fraile capuchino en diversos días de mayo y
de julio de 1919. No se explicaba «cómo
podía ser posible que un hombre tan decaído de fuerzas, con una alimentación
insuficiente e inadecuada, en cuanto a calidad sobre todo, pueda soportar un
trabajo tan continuo; muchos días confiesa desde el alba hasta muy adelantada
la tarde, sin dar muestras de cansancio».
· No faltan en la vida del Padre Pío las vejaciones diabólicas. Dejamos, y no
porque fueran menos dolorosas para él, las vejaciones diabólicas que buscaban su
caída en el pecado, sea de desconfianza en Dios, sea de rebeldía contra la
voluntad divina, sea de impureza…, y las que pretendían impedir su camino hacia
la santidad, como cuando le llegaban en blanco las cartas de orientación
espiritual que le escribía el padre Agustín; y nos fijarnos en las que le causaban
terribles dolores físicos. Son frecuentes en las cartas del Padre Pío las
referencias al demonio, tanto en singular, llamándolo “barbablú”, “cosaccio”…,
como en plural, llamándolos “cosacci”,
“ceffoni”…, en ocasiones en que atacaba
o atacaban físicamente al Fraile capuchino. Transcribo tres:
- «Hace tiempo que
deseaba escribirle, pero “barbablú” me lo ha impedido. Digo me lo ha impedido
porque, cada vez que me he decidido a escribirle, he ahí que me asalta un
fortísimo dolor de cabeza, que me parece que de un momento a otro va a
explotar, acompañado de un agudísimo dolor en el brazo derecho que me
imposibilita tener la pluma en la mano».
- «Son ya veintidós
días continuos en los que Jesús permite a estos “ceffoni” desfogar su ira sobre
mí. Mi cuerpo, padre mío, está totalmente magullado por los golpes que ha
recibido hasta el presente de nuestros enemigos».
- «La otra noche la
pasé muy mal. Aquel “cosaccio” desde cerca de las diez, hora en que me acosté,
hasta las cinco de la mañana no ha hecho otra cosa que golpearme continuamente».
· Señalar todas las fuentes de sufrimiento
físico del Padre Pío ocuparía muchas páginas más, pues habría que hablar de la
gripe española, de asma, de artritis, de artrosis, de hernia inguinal… Para no
hacerlo, termino copiando dos textos del “Diario”
del padre Agustín, que se refieren al Padre Pío: el primero de 27 de enero de
1937 y el segundo de 31 de diciembre de 1945. Indican con claridad que las enfermedades
que el Padre Pío sufrió antes del año 1923 las tuvo en los años sucesivos y que
se le fueron sumando otras nuevas; y ponen de relieve -algo inexplicable
también para los médicos- la facilidad con la que pasaba de situaciones de
extremo sufrimiento, que le obligaban a guardar cama, al trabajo ministerial
ordinario:
- «He estado en S. Giovanni Rotondo y he podido
hablar casi dos horas con el Padre Pío. Físicamente sufría más que de
costumbre. Tenía un resfriado y una tos que no le dejaban descansar durante la
noche. De por sí su cuerpo está siempre enfermo: come poquísimo, duerme poquísimo».
- «El Padre ha estado en cama con fiebre
alta, ataque de cólico renal y dolores artríticos desde las Vísperas de Navidad
hasta todo el día 27. Dos días no ha podido ni siquiera celebrar. Está en cama
y no ha comido nada. El médico le ha puesto inyecciones para calmarle los
dolores. Después se ha levantado de la cama, reanudando sin más el trabajo
ordinario».
Elías Cabodevilla Garde