1. Por
gracia de Dios estamos al comienzo de un nuevo año. Este año, cuyo final sólo
Dios sabe si lo veremos, debe estar consagrado del todo a reparar por el
pasado, a proponer para el futuro; y a procurar que vayan a la par los buenos propósitos
y las obras santas.
2.
Digámonos con el pleno convencimiento de que nos decimos la verdad: alma mía,
comienza hoy a hacer el bien, que hasta ahora no has hecho nada. Movámonos
siempre en la presencia de Dios. Dios me ve, digámonos con frecuencia; y, al
verme, también me juzga. Actuemos de
modo que no vea en nosotros más que el bien.
3. No
dejes para mañana lo que puedes hacer hoy. No dejemos para mañana lo que
podemos hacer hoy. Del bien de después están llenos los sepulcros...; y además,
¿quién nos dice que viviremos mañana? Escuchemos la voz de nuestra conciencia,
la voz del profeta rey: Si escucháis hoy
la voz del Señor, no cerréis vuestros oídos. Levantémonos y atesoremos,
porque sólo el instante que pasa está en nuestras manos. No queramos alargar el
tiempo entre un instante y otro, que eso no está en nuestras manos.
4. ¡Oh,
qué precioso es el tiempo! Felices los que saben aprovecharlo, porque todos, en
el día del juicio, tendremos que dar cuenta rigurosísima de ello al Juez
supremo. ¡Oh, si todos llegasen a comprender el valor del tiempo! ¡Seguro que
se esforzarían por usarlo de forma digna de encomio!
5.
“Comencemos hoy, hermanos, a hacer el bien, que hasta ahora no hemos hecho
nada”. Estas palabras que el seráfico Padre San Francisco, en su humildad, se
aplicaba a sí mismo, hagámoslas nuestras al comienzo de este nuevo año. En
verdad, nada hemos hecho hasta ahora; o, al menos, bien poco; los años se han ido sucediendo, comenzando y
terminando, sin que nos preguntáramos cómo los hemos empleado; si no había nada
que reparar, nada que añadir, nada que quitar en nuestra conducta. Hemos vivido
a lo tonto, como si un día el Juez eterno no nos hubiese de llamar y pedirnos
cuenta de nuestra conducta, de cómo hemos empleado nuestro tiempo. Sin embargo,
deberemos dar cuenta rigurosísima de cada minuto, de cada actuación de la
gracia, de cada santa inspiración, de cada ocasión que se nos presentaba de
hacer el bien. ¡La más pequeña transgresión de la santa ley de Dios será tenida
en cuenta!
(Tomado de BUONA GIORNATA de Padre Pio da Pietrelcina)
Traducción del italiano: Elías Cabodevilla Garde