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martes, 1 de enero de 2013

En la catedral primada de México.



En su vida terrena el Padre Pío, sin abandonar su convento de San Giovanni Rotondo, se hacía presente en otros lugares, incluso muy alejados de Italia, por el don recibido de Dios de la “bilocación”. Lo hacía para ofrecer los dones del Señor y cumplir su “misión grandísima”. Desde su muerte -el 23 de septiembre de 1968-, se hace “presente” de muchos modos. Uno de ellos -no el más importante- las incontables estatuas y pinturas del Fraile capuchino, que podemos contemplar en los lugares más insospechados y que son signo de la presencia espiritual Santo.

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La estatua que se colocó el pasado 14 de octubre en la capilla de Nuestra Señora de los Dolores de la catedral primada de México D.F. es obra del escultor de San Sebastián (España) Luis Uzín Larrañaga. Es de bronce, mide 168 centímetros de altura, -la misma altura del Padre Pío- y fue bendecida por el cardenal Norberto Rivera en la eucaristía de las 12:00. Me correspondió presentar la estatua a los cientos de fieles que llenaban el templo, en los minutos previos a la acción litúrgica; y, por haber seguido paso a paso su elaboración, pude resaltar estos detalles:
·         Un rostro sereno y luminoso, reflejo de la bondad y misericordia de Dios, que, como afirman los que le conocieron, se transparentaban con claridad en el Santo de Pietrelcina; y una mirada limpia y penetrante, porque a todos observaba y acogía con amor de padre.
·         Unas manos, deformadas sí por haber llevado en ellas, durante cincuenta años, las llagas dolorosas y sangrantes de Cristo crucificado, pero muy abiertas para acoger los dones que de continuo suplicaba al Señor por medio de la Virgen María y para ofrecerlos a los hombres para los que los había implorado.
·         En la ligera ráfaga de viento, que empuja el hábito hacia atrás, es fácil descubrir al religioso y al sacerdote de Pietrelcina que actuó siempre a impulsos del Espíritu.
·         Sus pies descalzos, como los de Moisés cuando le pidió el Señor que se quitara las sandalias porque pisaba un lugar santo, insinúan que el Padre Pío actuó siempre, en relación a Dios y también a sus hermanos, en actitud humilde y respetuosa.
·       Y en el rosario que cuelga del cordón del Fraile capuchino, con cuentas excesivamente grandes y algunas o que faltan o que están deformadas de tanto pasarlas por sus dedos, el artista ha querido plasmar la devoción especial del Padre Pío a esta oración mariana y los muchos rosarios que rezaba cada día.
·         Pero, ¿no tuvo en sus pies y en sus manos las llagas de Cristo Crucificado, y no las ocultaba con los calcetines y con los medios guantes, llamados mitones porque dejan los dedos libres? Cierto; pero el artista ha querido representar al Padre Pío glorioso después de su muerte, momento para el que ya le habían desaparecido esas llagas santas, sin dejar la más mínima cicatriz. Y ha colocado entre los pies del Santo un pequeño “calvario”, para indicar que ese hombre, ahora glorioso, compartió intensamente, durante su larga vida de 81 años, la cruz de Cristo, incluso teniendo en su cuerpo las llagas del Crucificado durante 50 años, como lo señalan los tres puntos rojos de la cruz.
El de las pinturas y las estatuas es un modo distinto del de la “bilocación” de hacerse “presente” en el mundo. ¿Menos beneficioso para los hombres? Lo cierto es que, al menos en México, son muchos los que se acercan a la capilla de Nuestra Señora de los Dolores de la catedral primada, para invocar al Santo capuchino y aprender de quien puso escribir, ante todo como alabanza al Señor: «Estoy devorado por el amor a Dios y el amor al prójimo».
Elías Cabodevilla Garde

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